¿Han oído hablar de los crímenes de Whitechapel? Tal vez el nombre de Jack el Destripador les resulte más familiar… Entre abril de 1888 y febrero de 1891 once mujeres fueron brutalmente asesinadas en los suburbios del East End londinense. Aún hoy se desconoce la auténtica identidad del asesino o asesinos.

Por aquel entonces yo sólo era un imberbe de pantalones cortos, que atesoraba en los bolsillos canicas de cristal y tapones de corcho y pasaba las tardes cazando ranas en la charca del pueblo con la ayuda de un artilugio que yo mismo había inventado. Sin embargo, los sucesos de Londres me impresionaron especialmente y, en plena adolescencia ávida de emociones fuertes y aventuras por entregas, jugué a juntar las piezas de aquel complicado puzle en busca de mi propia solución al misterio, contando con la única información que me proporcionaban los recortes de la prensa británica y austríaca que coleccionaba meticulosamente en un álbum de tapas de cuero, regalo de mi abuelo en mi decimocuarto cumpleaños. Tierna inocencia… A tan temprana edad aún no había descubierto que la prensa adolece del vicio frecuente de manipular la realidad con el único propósito de hacer popular una noticia. No los culpo… Todos manipulamos la realidad en mayor o menor medida para vendérnosla a nosotros mismos o vendérsela a los demás. De otro modo, vivir sería en ocasiones insoportable.

Una vez convertido en adulto, fui consciente de esta evidencia con una certeza aterradora. Como también lo fui de que no importa cuánto se esfuerce un hombre respetable y en sus cabales por mantener la cruda realidad detrás de un escaparate de cristal más o menos fino y transparente; no importa cuántas barreras y atajos mentales invente para evitarla ni cuántas veces intente convencerse de que lo sucio, feo, maloliente y degenerado del mundo no va con él. Al final la realidad descarnada te sorprende cuando menos te lo esperas, te da una paliza brutal y te deja abandonado en un callejón oscuro y solitario.

Así me sucedió cuando me enfrenté a mis propios crímenes de Whitechapel, reales como una bofetada que te deja el rostro rojo y ardiente. Nada de recortes, nada de juegos ni coleccionismos macabros. Cuatro asesinatos estremecedores que sacudieron los nervios de la inestable ciudad de Viena y trastocaron mi entorno, mis convicciones y hasta mi modo de ver la vida. Aunque lo cierto es que no sería justo que culpase a los asesinatos de aquel cataclismo: no en vano en resolver crímenes consistía mi trabajo. Se trató de algo mucho más complejo para lo que nadie ni nada me había preparado.

Por cierto, mi nombre es Karl Sehlackman, soy ex inspector de la brigada criminal de la Policía Real e Imperial de Viena. Pero, no se llamen a engaños, la historia que me dispongo a contarles no es una historia de crímenes ni criminales; después de todo, yo nunca fui un buen policía.

Esta es, damas y caballeros, la historia de una mujer. La mujer más bella de Viena. Inés.