Capítulo 26

—Señoría —dijo Holloway después de que todo el mundo se hubiera sentado—. Si da por válido el testimonio de Papá, tenemos que ocuparnos de otro asunto.

—¿Y de qué asunto se trata, señor Holloway? —preguntó Soltan. Parecía agotada.

—Hemos establecido razonablemente que el señor DeLise se encontraba en la escena del incendio —dijo Holloway—. La señora Meyer puede seguir pretendiendo avisar a sus presuntos testigos, que testificarán respecto al paradero y actividades del señor DeLise, pero tenemos pruebas de ADN y un testigo creíble, y hemos excluido otros posibles incendiarios. Dudo que alguno de los testigos de la señora Meyer alcance la credibilidad de las pruebas que he presentado hoy aquí. Y por si eso fuera poco, hemos establecido más allá de la duda razonable que los peludos pertenecen a una especie inteligente. Al aceptar el testimonio de Papá, también ha declarado que su especie es inteligente.

—Aún debo presidir la vista que decidirá ese otro asunto, señor Holloway —advirtió Soltan.

—Por supuesto. Me refería más bien al asesinato —puntualizó Holloway.

—¿Qué? —rugió DeLise. Se había pasado toda la sesión con expresión furibunda, pero había decidido implicarse de pronto.

—Asesinato —repitió Holloway, volviéndose para mirar a DeLise—. Asesinaste a esos peludos, Joe.

—Menuda gilipollez —protestó DeLise, que se puso en pie.

—No, no es ninguna gilipollez, Joe —dijo Holloway, acercándose a DeLise—. Esta vez no. Esta vez estás de mierda hasta las rodillas porque te acercaste a un ser que pertenece a una especie inteligente, levantaste la bota y lo aplastaste hasta dejarlo sin vida. Y cuando su pareja intentó defenderle, también acabaste con su vida. Eso son dos delitos de asesinato. Es imposible verlo de otra forma. Es así de simple.

—Señoría —Meyer miró a DeLise y a Holloway, antes de volverse hacia la jueza para que contuviera a ambos.

—Señor Holloway —dijo Soltan.

—¿Qué pinta crees que tendrá esto, Joe? —preguntó Holloway, ignorando a la jueza—. Hemos descubierto una nueva especie inteligente, la tercera que hemos encontrado aparte de nosotros, y lo primero que haces es matar a uno de sus miembros a golpes. ¿Qué rumbo crees que van a adoptar a partir de ahora las cosas, Joe?

—Quítate de mi vista, Jack —dijo DeLise—. Te lo advierto.

—Porque ¿sabes qué, Joe? El asesinato no es lo único de lo que te acusarán. Probablemente también te acusen de crímenes raciales contra especies alienígenas. No hay duda de que la emprendiste contra ese primer peludo por lo que era, ¿verdad? Llegaste, lo viste y lo aplastaste.

—¡Señoría! —exclamó Meyer, al borde de los gritos.

—Si no fuera más que un asesinato, tal vez te sentenciasen sólo a cadena perpetua, Joe —dijo Holloway—. Pero no es sólo eso. Con un crimen por discriminación te caerá la pena de muerte. Y has matado a dos. Vas a morir, Joe, porque mataste a esa primera criatura por pura diversión.

DeLise lanzó un aullido y se arrojó sobre la mesa de la defensa para alcanzar a Holloway, que encajó el placaje y cayó sin oponer resistencia. Sullivan saltó la barandilla que separaba de la sala la zona destinada al público, con intención de detener la pelea entre DeLise y Holloway, pero no antes de que DeLise descargase varios golpes contundentes en la cabeza y la cara del prospector. Holloway no se molestó en bloquearlos. A Sullivan lo siguió la hueste de abogados de ZaraCorp, que finalmente lograron apartar a DeLise y detener la pelea.

Holloway se levantó, limpiándose la sangre que le cubría el rostro con el puño de la chaqueta. Se volvió hacia la jueza Soltan, que estaba visiblemente asustada.

—Como iba diciendo, señoría, dos cargos de asesinato —dijo. Se limpió la ceja, desde la cual le brotaba un reguero de sangre que le estorbaba la visión—. Y, ya puestos, una orden de arresto por agresión con lesiones.

—¡Y qué más! —protestó DeLise desde detrás de una montaña de abogados—. Quiero hacer un trato, señoría.

—¿De qué está hablando, señor DeLise? —preguntó Soltan.

—Cierra la boca, Joe —advirtió Meyer al acusado.

—Ciérrela usted, Meyer —replicó DeLise—. De ningún modo pienso pudrirme en prisión para encubrirles. Y si voy a morir, los arrastraré conmigo.

—¡Señor DeLise! —exclamó Soltan. DeLise cerró la boca—. Repito: ¿De qué está hablando?

—Tenía órdenes de ir a la cabaña de Holloway —explicó DeLise—. Debía poner trampas en los alrededores y acabar con todas las criaturas que apareciesen.

—¿Quién le dio esas órdenes? —preguntó Soltan.

—No creo que le cueste aventurar una suposición, señoría —dijo DeLise—. Pero no pienso decir ni una palabra más hasta que me ofrezcan un trato.

Soltan miró sorprendida a DeLise, y después a Meyer.

—Su cliente quiere hacer un trato, señora Meyer.

—Ha llegado el momento de solicitar que se me excuse de la defensa del señor DeLise —dijo Meyer.

—Ya lo imaginaba —dijo Soltan, mirando alrededor de la sala hasta encontrar a quien buscaba—. Señor Sullivan —dijo—. A todos los efectos no está usted comprometido.

—Eso es correcto, señoría —admitió Sullivan—. Abandoné mi trabajo para la corporación Zarathustra hace unos cuarenta segundos.

—Ah, estupendo —dijo Soltan—. En ese caso, ¿tendría la amabilidad de representar al señor DeLise, al menos de momento? Puedo ofrecerle la minuta estándar que ofrece la Autoridad Colonial para los defensores de oficio.

—Es un placer aceptar su propuesta —respondió Sullivan.

Soltan se volvió hacia Papá Peludo, que seguía en el estrado de los testigos, observando atentamente y con cierto grado de fascinación lo que sucedía ante sus ojos.

—Papá Peludo —dijo la jueza—. Habla usted en representación de su gente.

—Sí.

—Pronto mi gente tendrá que hablar con la suya —dijo—. Ayudaría que escogiera a un hombre que enseñe a su pueblo a hablar con el mío. Alguien con quien congenie y que se porte bien con usted y los suyos.

—Escojo a Jack Holloway —contestó Papá Peludo.

—¿Está seguro?

—Estoy seguro —confirmó Papá—. No sé todas las cosas que sabe su gente, pero soy listo. Entiendo ahora lo que ha hecho Jack Holloway aquí hoy. Jack Holloway le ha permitido comprobar cómo la gente mala ha hecho daño a mi gente y ha asesinado a mi hijo. Jack Holloway es un buen hombre. Escojo a Jack Holloway.

—Señor Holloway —dijo Soltan—. ¿Entiende usted la labor para la que ha sido escogido?

—Soy una especie de defensor de la nación de los peludos —matizó Holloway.

—¿Acepta el trabajo?

—Acepto.

—En ese caso, le felicito —dijo Soltan—. Porque a partir de este instante, está usted a cargo de todo el planeta.

—Espere un momento —protestó de pronto Wheaton Aubrey VII—. Usted no tiene autoridad para hacer eso. La corporación Zarathustra posee la concesión para la exploración y explotación del planeta que le fue confiada por la Autoridad Colonial. Un juez de su altura no puede decidir por las buenas que eso no tiene validez. Y usted no puede ceder esa responsabilidad a un explorador contratista.

—No es que usted tenga el menor derecho a hablar en esta sala de justicia, señor Aubrey, pero como su afirmación encaja con mi siguiente anuncio, voy a referirme a ella —dijo Soltan—. Sin embargo, antes quiero que se siente todo el mundo.

Poco a poco volvió a imperar el orden en la sala de justicia.

—Veamos. Resulta que, señor Aubrey, en cuanto se presenta un informe de posible vida inteligente, tal como he hecho yo hoy aquí, si cualquier juez de la Autoridad Colonial encuentra pruebas fehacientes de que la vida autóctona del planeta se ve amenazada, está obligado a informar de ello al juez de mayor antigüedad del planeta. El juez de mayor antigüedad del planeta asume o nombra a alguien para que asuma el papel de encargado especial de xenointeligencia, cuya tarea incluye asegurarse de que la recién descubierta vida inteligente permanezca con vida el tiempo suficiente para que su inteligencia pueda determinarse más allá de toda duda. Este encargado especial no sólo debe sino que tiene que tomar las medidas adecuadas para asegurar la supervivencia de la especie, hasta el extremo de instituir la ley marcial y suspender todas las actividades en el planeta.

»Como ha apuntado de forma tan condescendiente, señor Aubrey, yo no soy más que un juez más de la Autoridad Colonial —dijo Soltan—. Pero, en parte debido al deseo de su corporación de verse importunada por el menor número de interferencias posibles en los mundos donde disfrutan de concesiones para su exploración y explotación, también soy la única jueza que representa la Autoridad Colonial. Esto me convierte en la encargada especial de xenointeligencia, lo cual supone que puedo y debo actuar para proteger a los peludos.

»Después de lo visto hoy aquí, estoy convencida de que los peludos corren peligro en este planeta por culpa de los humanos, y por culpa de su empresa —dijo Soltan—. No esperaré a que los engranajes de la maquinaría legal giren hasta demostrar una inteligencia cuyas pruebas hemos tenido varias ocasiones de ver hoy en esta sala. Se ha iniciado un genocidio. Dos de estas criaturas han muerto ya, señor Aubrey. Ya sea a instancias suyas o por culpa de su terca ceguera, no es de mi incumbencia en este momento. Mi mayor preocupación ahora consiste en impedir cualquier otra muerte que pueda producirse motivada por los seres humanos.

»Por lo cual, señor Aubrey —continuó Soltan—. Por el poder que me ha sido otorgado en calidad de consejera especial de xenointeligencia, la concesión para la exploración y explotación que posee la corporación Zarathustra para el planeta llamado Zara Veintitrés queda revocada de inmediato, con carácter provisional, a la espera de un examen más exhaustivo. Todas las labores de exploración y explotación cesarán de inmediato. Todos los empleados y contratistas deberán abandonar la superficie del planeta en un plazo máximo de treinta días. Declaro la ley marcial. Los alguaciles coloniales llegarán al planeta en un plazo de dos días para relevar a las fuerzas de seguridad de ZaraCorp, cuyos miembros rendirán las armas y su autoridad en ese momento.

»Es más, voy a nombrar a Jack Holloway subconsejero especial de xenointeligencia, con unas atribuciones que incluirán transferir toda la autoridad legal del planeta a las criaturas conocidas como «peludos», pendiente de una certificación final sobre la inteligencia de su especie. Él se encargará de todo aquí en el planeta en todo lo tocante a los peludos, mientras que yo atenderé todos los asuntos externos que tengan relación con la Autoridad Colonial. Así que si hay algo que quieran relativo al planeta, a partir de ahora su gente tendrá que hablar con él, porque es él quien habla por los peludos.

—Apelaremos esta decisión —aseguró Meyer.

—Por supuesto que lo harán, señora Meyer —dijo Soltan—. Pero hasta entonces hablarán con el señor Holloway. ¿Queda entendido?

—Sí, señoría —dijo Meyer.

—Estupendo. ¿Sigue dispuesta a avisar a testigos en relación con el paradero y actividades del señor DeLise durante el día en que se produjo el incendio de la cabaña de Holloway?

—No, señoría.

—Entonces también, e independientemente, considero que hay pruebas suficientes contra el señor DeLise en relación con el incendio y la destrucción de la propiedad como para que se lleve a cabo un juicio —dijo Soltan—. Esta opinión aparecerá publicada en el sumario del día, junto a todos los demás sucesos acaecidos en la jornada de hoy, y no tardaré en poner fecha para que se celebre el juicio. —Soltan levantó una de las carpetas que Meyer había dejado en su podio—. Mire la parte positiva, señora Meyer. Después de todo logrará que este caso se resuelva en otra sala de justicia.

Soltan se levantó.

—Doy por concluida la vista preliminar. Gracias a Dios. —Y abandonó la sala.

Holloway se acercó a Meyer, visiblemente conmocionada.

—Señora Meyer —dijo. Tuvo que repetirlo para llamar su atención.

—¿Qué quiere usted ahora, Holloway? —preguntó Meyer.

—Sólo quería decirle que ahora ya sabe qué me había propuesto sacar de todo esto —dijo.

A la tarde siguiente, Holloway entró en la sala de conferencias del edificio de ZaraCorp, panel de información en mano, acompañado por Papá Peludo y Carl. Tomó asiento a media altura de la mesa, en la parte izquierda. Al otro lado se encontraban DeLise, y Sullivan, que representaba a DeLise, además de Meyer, que presentaba a Aubrey y Landon, y los propios Aubrey y Landon, que representaban a su vez los intereses de la junta de accionistas de la corporación Zarathustra. Holloway dejó en la mesa el panel de información, sentó a Papá Peludo en un lugar cómodo de la mesa, y ordenó a Carl sentarse, orden que el perro obedeció, feliz.

—Bien —dijo Holloway, animado—. Anoche dormí como un niño. ¿Qué me decís vosotros?

—Mira a ver si puedes no ser más cabroncete de lo que eres en general, Jack —pidió Sullivan.

—Muy bien —dijo Holloway—. He hablado con Papá Peludo, quien a su vez ha hablado con su gente, y he repasado mi propia situación con el señor DeLise, y creo que tenemos una oferta aquí que redundará en beneficio de todos los presentes. Señor Sullivan, aceptaré por parte del señor DeLise, en concepto de los daños derivados del incendio y la destrucción de la propiedad, la suma simbólica de un crédito. Los peludos no presentarán cargos contra los señores DeLise, Aubrey y Landon, ni contra la corporación Zarathustra por las muertes de Pinto o Bebé. Además, solicitaré a la Autoridad Colonial, en nombre de los peludos, que retire los cargos contra DeLise, Aubrey, Landon y ZaraCorp.

»Finalmente, si bien no solicitaremos que la jueza Soltan revoque su orden que rescinde la concesión para la exploración y explotación del planeta por parte de ZaraCorp, pediremos que la enmiende para permitir a la compañía una retirada gradual de los efectivos y la propiedad que se lleve a cabo en un período comprendido en seis meses. Aunque eso no permitirá a ZaraCorp minar y extraer nuevos recursos del planeta, la compañía podrá terminar el procesamiento de los materiales que ya haya extraído y minado en el marco de dicha retirada gradual. Por supuesto, surgirán disputas por casos concretos, pero a grandes trazos ésa será la línea de actuación.

—¿A cambio de qué? —preguntó Aubrey.

—Es muy sencillo —dijo Holloway—. A cambio de que se marchen. Primero tres personas concretas: usted, Aubrey, usted, Landon y, al menos desde mi punto de vista, sobre todo tú, Joe. Los tres abandonarán el planeta y nunca regresarán a él. Jamás. Pero en términos generales, supone que la corporación Zarathustra no apelará la decisión de la jueza Soltan, tampoco desafiará el dictamen según el cual los peludos son una especie inteligente y tampoco obrará de ninguna forma para permanecer o regresar al planeta. Todos ustedes se marcharán. Cojan lo que tengan y váyanse. Eso es todo, no hay nada más, dicho y hecho. Tabla rasa para todo el mundo.

—No creo que tengamos ningún problema con ese trato —dijo Sullivan.

—Usted por supuesto que no —dijo Aubrey—. A usted no le piden que se separe de décadas de beneficios.

—Debería señalar que se trata de un trato del tipo «todo o nada» —dijo Holloway—. Si no aceptan todos los términos, no cuenten con nada de esto.

—No puede usted pedir a esta compañía que se aleje de todo lo que hemos hecho aquí —protestó Aubrey.

—Claro que puedo —contestó Holloway—. Acabo de hacerlo. Y más concretamente, Aubrey, puesto que no cabe duda de que usted pudiera arrastrar el asunto en los tribunales durante años entre apelaciones y demás, existen dos problemas fundamentales. El primero es que al final de este día, los peludos son inteligentes. ZaraCorp ya no tiene ningún derecho en este planeta. Se gastará millones de créditos prolongando lo inevitable. Lo segundo es que todos ustedes se han portado tan mal que tenemos un montón de mierda con la que enterrarles.

—Un montón, sí, señor —intervino DeLise—. Incluyendo el accidente que tuviste con el aerodeslizador, Jack. Intentaron quitarte de en medio en seguida.

—Maldita sea, lo sabía —dijo Holloway, dando una palmada en la mesa—. Eso nos lleva de vuelta a usted, Aubrey.

—Así es —aseguró DeLise—. Eso te lo garantizo.

Aubrey se volvió con veneno en la mirada hacia su antiguo oficial de seguridad.

—Por tanto, si quiere pelea, Aubrey, adelante —dijo Holloway—. Pero le garantizo que si insiste, al final se verá atado a una mesa, mirando un reloj y contando los pocos segundos que le quedan antes de que todas las neuronas de su cerebro se queden fritas.

—Creo que sobrestima sus capacidades —dijo Aubrey, sonriendo.

—Es curioso que diga eso, teniendo en cuenta que en el espacio de un mes he logrado quitarle un planeta y extraer el corazón de su compañía.

Aubrey dejó de sonreír.

—Va a tener que plantearse hasta dónde sería capaz de llegar si me diera un par de meses. O un año —concluyó Holloway.

—Aceptaremos el trato —dijo Landon.

—Brad… —empezó a decir Aubrey.

—Cierra la boca, Wheaton —le interrumpió Landon sin miramientos—. Tú aquí ya no tienes ni voz ni voto. Esto ha terminado.

Aubrey guardó silencio.

Holloway miró a Landon, sorprendido.

—Así que no es usted su ayudante personal —dijo, al cabo.

—Por Dios, de ninguna manera —corrigió Landon—. El asunto se ha torcido bastante, pero podría haber sido peor si no le hubiera supervisado.

—No lo sabía —admitió Holloway—. Las cosas han llegado bastante lejos.

—Esto no irá más allá —advirtió Landon—. El resto de la familia Aubrey ha reconocido que tener un Wheaton Aubrey en la dirección de la compañía aporta valor a la marca. Supone estabilidad, lo que constituye un atractivo para nuestros accionistas de clase B. Pero en estas últimas generaciones, la familia ha ido tomando el rumbo de los Habsburgo.

Landon señaló con el dedo a Aubrey.

—El abuelo de éste estuvo a punto de enterrar a la compañía con «Greene contra Winston», y si no hubiésemos mantenido a su padre, nuestro actual y glorioso líder, en un continuo estado de estupor alcohólico, probablemente habría intentado limpiarse el culo con todas las normativas de concienciación ecológica que ha ido adoptando la compañía con el tiempo. Pensamos que éste sería mejor. Al menos demostró tener cierta inteligencia y un interés sincero por el negocio. Así que le dimos un puesto, le permitimos tomar decisiones y lo llevamos de viaje por las propiedades de la compañía para ver cómo se manejaba. Ahora ya lo sabemos.

—Una lección cara —comentó Holloway. Landon se encogió de hombros.

—Ahora es cara, sí —admitió—. Pero el futuro es largo. La familia tiene fe en que con el tiempo los peludos caerán en la cuenta del valor comercial de su planeta y en que tal vez querrán explotarlo de un modo consistente con sus necesidades y deseos —dijo Landon—. Cuando llegue ese día, confiamos en que nos tengan en cuenta como socios valiosos y dispuestos a ayudar.

—Eso depende —contestó Holloway—. ¿Seguirá éste al mando?

Landon rió mientras Aubrey adoptaba una expresión más y más furibunda por momentos.

—Entonces aquí ya hemos terminado —dijo Holloway—. Y ahora, señores DeLise, Aubrey y Landon, cuando salgan por la puerta principal, encontrarán un aerodeslizador que los llevará hasta el ascensor espacial. Una nave transporte aguarda a que embarquen. Les enviaremos sus efectos personales más adelante.

Los tres se mostraron sorprendidos.

—¿Quiere que nos vayamos ahora mismo? —preguntó Aubrey.

—Sí, os vais ahora mismo —dijo alguien en voz baja y con un tono agudo. Era Papá.

Los tres se volvieron hacia el peludo como si hubieran olvidado que era capaz de hablar.

—Dijisteis que os marcharíais —dijo Papá—. Os marcharéis. No quiero que los hombres que mataron a mi hijo respiren el mismo aire o vean el mismo sol que vio mi hijo. No sois hombres buenos. No merecéis estas cosas buenas.

Papá se levantó, anduvo sobre la mesa y se situó delante de Aubrey.

—No sé todas las cosas que sabes. Pero soy inteligente —dijo. Señaló a DeLise—: Sé que este hombre mató a mi hijo. Ahora sé que tú ordenaste a este hombre matar a mi hijo. Te serviste de este hombre para matar a mi hijo. Jack Holloway me contó que él acabaría con el… —Papá levantó la vista a Holloway.

—Con el hijo de puta —terminó la frase el prospector.

—Jack Holloway me dijo que acabaría con el hijo de puta que mató a mi hijo y a la pareja de mi hijo —continuó Papá—. Jack Holloway ha acabado con ese hijo de puta. Jack Holloway ha podido contigo. Tú eres el hombre que mató a mi hijo. Sal de mi planeta, hijo de puta.