—Gracias, señoría —dijo Holloway—. A continuación, tal como tan sagazmente ha señalado la señora Meyer, la última prueba mostraba únicamente que se había producido un incendio. No sirvió para identificar al intruso que aterrizó en mi finca, golpeó y asesinó a esos peludos, y, de paso, logró para prender fuego a mi cabaña. El hombre en cuestión tuvo cuidado de ocultar su identidad, independientemente de si conocía o no la existencia de una cámara de seguridad. Llevaba puesto un pasamontañas, guantes y las botas normales y corrientes que vende la tienda a los miles de operarios que trabajan para ZaraCorp, así como a los exploradores contratistas. Intencionadamente pretendía evitar que pudieran identificarlo.
»Pero sucedió algo que el tipo no había previsto —añadió Holloway.
Proyectó un fragmento del vídeo, en el que el hombre recibía los arañazos de Pinto.
—Salta a la vista que no tenía previsto recibir una buena paliza por parte de un peludo —dijo Holloway—. Miren cómo le pilla totalmente desprevenido y cómo se enfrenta a una criatura pequeña que le araña la nariz y pretende sacarle los ojos. —Holloway miró a los ojos a DeLise, que apretaba con fuerza los dientes—. Debió de sorprenderle verse superado de esa manera por un ser que apenas supera el tamaño de un gato. Pasaré de nuevo la grabación.
—No a menos que tenga algo concreto que señalar, señor Holloway —intervino Soltan.
—De acuerdo, señoría —dijo Holloway—. Es que tengo algo concreto que señalar. —Holloway puso de nuevo en marcha el vídeo, esta vez a cámara lenta—. Aparte de los comentarios adicionales de rigor, el peludo causa serios daños en el rostro del intruso: rasguños de consideración, mordiscos y cortes. Esto sucedió hace una semana.
Holloway puso el vídeo en pausa, se acercó a la mesa y sacó una fotografía de la carpeta que a continuación entregó a Soltan.
—Tomé esta instantánea del señor DeLise hace tres días, utilizando una cámara de seguridad. Podrá apreciar lo magullada que tiene la cara. De hecho —añadió, señalando hacia donde estaba sentado DeLise—, aún pueden verse rasguños en su rostro, a pesar de la semana transcurrida tras la agresión.
Soltan se volvió hacia Meyer.
—Doy por sentado que tendrá usted una versión alternativa que justifique esos arañazos —dijo la jueza.
—En efecto, señoría —confirmó Meyer. Miró en dirección a DeLise y asintió.
—Me emborraché —explicó DeLise—. Bebí demasiado en la Madriguera de Warren y, de vuelta a casa, caí de bruces sobre una especie de zarzal.
—Felicidades —dijo Soltan. DeLise se encogió de hombros.
—No me enorgullezco de ello, pero ésa es la razón —dijo.
—¿Señor Holloway? —preguntó Soltan.
—Puesto que sé perfectamente lo mucho que le gusta beber a Joe, no tendría por qué desconfiar de su versión —respondió Holloway, que regresó a su mesa y sacó una hoja con texto y gráficos—. Pero existe algo llamado prueba de ADN.
Soltan, ceñuda, tomó la hoja.
—El hombre que prendió fuego a la cabaña dejó restos de ADN.
—Por supuesto —dijo Holloway, caminando de vuelta a la mesa—. Como podrá imaginar, sangró al enfrentarse a los peludos, que no se quedaron de brazos cruzados. Hice que la analizaran. Buena parte de esa sangre pertenece a los peludos, teniendo en cuenta la violencia con que los atacó y los disparos. Pero también había sangre humana.
—¿Señora Meyer?
—¿Ahora el demandante se encarga de recoger y analizar sus propias pruebas de ADN? —preguntó Meyer.
—Acuso al oficial de seguridad de ZaraCorp de incendio provocado y destrucción de la propiedad —dijo Holloway—. Y no es que tengamos una brigada muy numerosa de seguridad en este planeta. Tengo motivos para poner en duda la validez de cualquier material recogido y procesado por sus miembros. Y de hecho, la prueba de ADN fue recogida y procesada por el mismo laboratorio de biología de ZaraCorp que se encargaría de algo así en caso de pedírselo la oficina de seguridad. Yo me limité a saltarme al intermediario.
—¿Recogieron la muestra de sangre del suelo de la finca del señor Holloway? —preguntó Meyer.
Soltan se volvió hacia Holloway.
—Sí —respondió éste.
—El suelo de la finca estaba inundado de espuma contra incendios —dijo Meyer—. Los compuestos químicos de la espuma diluirían y degradarían la muestra de sangre. Cualquier informe de ADN procedente de una muestra así resultaría… sospechoso.
—Mi colega tiene razón —admitió Holloway, que reparó en la expresión airada que cruzó el rostro de la abogada cuando pronunció la palabra «colega». Se agachó para alcanzar una nevera portátil que puso encima de la mesa—. Por suerte, también obtuvimos muestras de DNA de restos de piel. —Holloway abrió los cierres de la tapa.
—¿Muestras de piel de dónde? —preguntó Soltan.
—No de dónde —dijo Holloway, abriendo la tapa—, sino de quién.
Holloway introdujo las manos en la nevera portátil y sacó con mucho cuidado el cadáver de Pinto, para a continuación dejarlo encima de la mesa. Meyer ahogó un grito.
—Traer ese cadáver a la sala no era necesario, señor Holloway —dijo, molesta, Soltan.
—Con el debido respeto, señoría. Discrepo —dijo Holloway—. Si no lo hubiera hecho, dudo que la señora Meyer aceptara la autenticidad de esta prueba, que se divide en dos tipos. —Holloway levantó la manita de Pinto—. En primer lugar, restos de sangre y piel humana bajo las uñas del peludo. —Holloway dejó con suavidad la mano en la mesa, y luego recurrió de nuevo al interior de la nevera, del que sacó un pequeño cuenco—. En segundo lugar, la bala, extraída del cadáver del peludo. —Mostró un tercer documento que sacó de la carpeta, y después acercó la bala y el papel a la jueza—. He aquí mi petición para confiscar todas las armas de fuego que posea el señor DeLise, de cara a efectuar un análisis forense de balística. —Soltan tomó tanto la bala como el cuenco.
—Esa bala podría provenir de cualquier parte —protestó Meyer—. Un agujero de bala en un animal no significa que ese proyectil en concreto lo causara.
—La bala fue extraída por la bióloga de ZaraCorp —dijo Holloway—, quien asimismo llevó a cabo los análisis de ADN y comparó los resultados con muestras que se encuentran en la base de datos de los empleados de la compañía. Estoy seguro de que no hubiera tenido reparo a la hora de testificarlo así.
—¿A qué se refiere con que no hubiera tenido reparo? —preguntó Soltan tras levantar la vista del documento.
—La han trasladado a la Tierra —dijo Holloway—. Tomará el mismo transporte que se disponía a tomar el señor Sullivan.
Soltan se volvió hacia Meyer.
—Señora Meyer, ¿existe algún motivo en particular para que todas las personas que hubieran resultado útiles para que el señor Holloway apoyase su caso hayan sido trasladadas de pronto fuera del planeta? —preguntó.
—Estoy segura de que ha sido coincidencia —respondió Meyer.
—Vaya, vaya. Enviaré a los alguaciles a realizar otra operación de rescate para que la bióloga pueda testificar. Entretanto, señor Holloway, por favor devuelva ese cadáver a la nevera. Voy a tener que confiscarla de momento.
—Claro, señoría —dijo Holloway, que anduvo de vuelta a la mesa e introdujo con sumo cuidado a Pinto en la nevera, cuyo condensador zumbó al cerrar la tapa. Seguidamente se lo acercó a la jueza.
—Deberíamos dejar constancia de que la bióloga en cuestión es la doctora Isabel Wangai —dijo Meyer—, quien mantuvo una relación en el pasado con el señor Holloway.
—Anotado —dijo Soltan—. Es un motivo por el que requiso el cadáver del animal.
—No es un animal —objetó Holloway.
—De la criatura —se corrigió Soltan—. ¿Satisfecho, señor Holloway?
—Sí, señoría —dijo el prospector.
—Ordenaré que se lleve a cabo un estudio independiente del ADN que encuentren bajo las uñas de la criatura, así como de la balística de las armas que estén en posesión del señor DeLise.
—El cadáver de… la criatura lleva todo este tiempo en manos del señor Holloway —observó Meyer—. No puede considerarse que sea una prueba limpia.
—¿Cómo? —preguntó Holloway con tono de incredulidad—. ¿Insinúa que me las ingenié para tomar muestras de la piel del señor DeLise e introducirla posteriormente bajo las uñas del peludo? Eso es un poco elaborado, ¿no cree?
—El cadáver se encuentra ahora bajo mi custodia y será examinado también para determinar si se ha producido cualquier tipo de manipulación —aseguró Soltan—. A menos que tenga usted algo que objetar a que haga tal cosa.
—No, señoría —respondió Meyer.
—Comprenderá ahora por qué he traído el cadáver, señoría —dijo Holloway—. Imagine qué objeciones habría presentado la señora Meyer de no estar presente.
—Deje de lucirse, señor Holloway —le advirtió Soltan.
—Mis disculpas, señoría —dijo Holloway.
—Haremos otra pausa de media hora mientras mi alguacil va a buscar a la doctora Wangai al ascensor espacial —dijo Soltan, que se levantó de nuevo—. Nos veremos dentro de treinta minutos. —Regresó a su despacho.
Holloway se sentó a la mesa y observó cómo Meyer y DeLise conversaban en voz baja, visiblemente alterados.
Sullivan se dirigió a los asientos situados tras la mesa de la acusación.
—No lo veo muy complacido —dijo a Holloway, señalando con un gesto a DeLise.
—Eso se debe a que el peludo que pensó que habría devorado un zaraptor ha vuelto de la tumba para torturarlo —contestó Holloway—. Al final se le ha metido en la dura mollera que quizá deba ir a juicio por esto, y que si tiene que ir a juicio, lo perderá.
—Lo cual te hace disfrutar de lo lindo —dijo Sullivan.
—Hombre, pues claro —admitió Holloway.
—Ése es el Jack Holloway que conozco —dijo Sullivan con una sonrisa—. Siempre dispuesto a regodearse del mal ajeno con sus golpes bajos.
—De bajos nada. Éste es un golpe de altura que le ha costado ya a ZaraCorp seiscientos mil millones de créditos.
—Pues no está mal para una mañana de trabajo —admitió Sullivan.
—Y el día es joven.
—Ahí viene Janice —avisó Sullivan.
Holloway levantó la vista. Meyer se encontraba de pie a su lado.
—Hablemos —propuso.
—Por supuesto —dijo Holloway. Se levantó y ambos abandonaron la sala de justicia, dejando detrás a DeLise y Sullivan.
—Todo este asunto se está yendo de madre —dijo Meyer cuando entraron en una sala de reuniones vacía.
—Dice eso porque le estoy dando una buena paliza a su cliente con esas pruebas —dijo Holloway.
—No se lo tenga tan creído —respondió Meyer—. Montar un espectáculo con el cadáver de un animal en la vista preliminar es una cosa. Pero es la clase de cosa que destrozaré si se celebra el juicio de verdad. Mierda, Holloway. ¿Lleva toda la semana sin separarse de eso? ¿De veras cree que me supondrá un problema introducir dudas razonables respecto a esa prueba? Por no mencionar lo morboso que es.
—Comprendo —dijo Holloway—. ¿Así que se ha propuesto hacerme un favor y ahorrarme la vergüenza de caerme de culo en un juicio de las ligas mayores?
—No haga eso —le advirtió Meyer—. Le conozco, Holloway. Sé que se dedicó a esto profesionalmente. Sé que se le daba bien hasta que agredió a su cliente. Y sé que no lo agredió precisamente por pasión. Lo hizo por una razón, y obtuvo una recompensa considerable por ello. Todo el tiempo que ha pasado en este planeta ha sido como unas largas vacaciones. Así que, claro, Holloway, sé que es usted bueno. ¿De acuerdo?
—Claro, no se lo voy a negar —replicó Holloway.
—Pero ambos sabemos que todo este asunto es una pérdida de tiempo —dijo Meyer—. Usted y DeLise tienen un historial de encontronazos. De acuerdo. Finalmente a él se le ha ido la mano. De acuerdo. Admitamos que es gilipollas y zanjemos el asunto.
—¿Qué me ofrece? —quiso saber Holloway.
—Retire la demanda —propuso Meyer—. DeLise se disculpa sin admitir su culpabilidad. ZaraCorp lo despide y añade una nota en su currículo que le impida encontrar trabajo en el campo de la seguridad privada, sin antecedentes penales. Lo enviamos bien lejos y se pasa el resto de su vida fregando platos en algún agujero, agradecido además por ello. Y no es que eso le importe a usted ahora, señor multimillonario, pero ZaraCorp también le reembolsará por la cabaña y cualquier otro desperfecto causado por el incendio.
—¿Cuánto en total? —preguntó Holloway.
—No pretendemos escatimar en dinero —aseguró Meyer.
—¿Y qué me dice de los peludos?
—¿Qué pasa con ellos?
—Su chico estampó uno, mató a tiros a otro y asesinó a ambos —dijo Holloway—. Eso tiene que valer algo.
—Ponga su precio —propuso Meyer—. Pero no se exceda.
—No es un mal trato —contestó Holloway.
—Le permite obtener lo que quiere —dijo Meyer—. De hecho, todos consiguen lo que quieren: que DeLise abandone la seguridad privada. Es una amenaza. Le hará un favor al universo.
—Todo depende de que logre usted convencerlo.
—No se preocupe por eso —dijo Meyer—. Es mi trabajo, y se me da bien.
—Estoy seguro de ello.
—Entonces tenemos un trato.
—De ninguna manera.
—¿De ninguna manera? —preguntó Meyer.
—Ni hablar.
—¿Puedo preguntar por qué no?
—Porque, señora Meyer, con el debido respeto a su considerable profesionalidad e intelecto, el hecho es que no tiene usted la menor idea de qué pretendo sacar de todo esto.
El testimonio de Isabel fue anodino. Sí, señoría, Jack me trajo el cadáver para que lo examinara. No, señoría, no lo había manipulado de ningún modo que yo pudiera apreciar. Sí, yo misma extraje la bala. No, no estoy acreditada para llevar a cabo labores de forense. Sí, el examen del ADN fue sólo preliminar; me prohibieron el acceso al laboratorio durante media semana, después de informarme de mi traslado. No, no sé por qué me prohibieron la entrada. Holloway sonrió a Isabel cuando ésta abandonó el estrado. Ya estaba todo el grupo presente.
—Señor Holloway, ¿tiene alguna otra prueba que presentarme, antes de que pase a considerar las de la defensa? —preguntó Soltan después de que Isabel tomara asiento en el área destinada al público.
—No tengo más pruebas físicas, señoría —respondió Holloway—. Pero tengo testigos del incendio. Alguien capaz de identificar que el señor DeLise es el hombre del pasamontañas.
—Espléndido. Traiga a su testigo, señor Holloway.
—El testigo está en mi aerodeslizador, señoría —dijo Holloway—. Está en el aparcamiento.
—Entonces envíe a alguien a buscarlo —ordenó Soltan.
—El señor Sullivan sabe cuál es mi aerodeslizador, si no existe ningún inconveniente —propuso Holloway.
—De acuerdo —convino Soltan, algo irritada—. Que sea rápido.
Holloway dirigió un gesto a Sullivan, a quien entregó el llavero. Sullivan abandonó la sala.
—¿Existe algún motivo para que haya dejado a su testigo en el aerodeslizador, señor Holloway? —preguntó Soltan mientras esperaban.
—El testigo quería pasar un rato con mi perro —respondió Holloway.
—¿Es el testigo alguien con quien esté usted relacionado, señor Holloway? —preguntó Meyer.
Holloway sonrió.
—Podría decirse que sí, señora Meyer.
Se abrió la puerta de la sala de justicia, que dio paso a Sullivan, seguido por algo pequeño.
Era Papá Peludo.