Capítulo 10

Isabel se acercó al aerodeslizador en cuanto tomó tierra.

—Tenemos que hablar —dijo.

—Sí, tenemos que hablar. —Holloway salió del vehículo—. ¿Crees que podrías dejar de contar por ahí que dejo a Carl detonar explosivos?

—¿Qué?

—Que dejes de contar a todo el mundo que permito a Carl detonar explosivos —repitió Holloway.

—Pero es que dejas que Carl detone explosivos —replicó Isabel.

—Sí, pero no tienes que ir contándolo por ahí —dijo Holloway. En ese momento, el objeto de la discusión se les había acercado moviendo la cola. Holloway le acarició la cabeza—. Según parece me estoy haciendo famoso por ello en toda la galaxia, y preferiría que no fuese así.

—Cuando adiestras a tu perro para hacer saltar cosas por los aires, la gente tiende a reparar en ello —dijo Isabel—. Y para que quede constancia de ello, yo no voy hablando de eso por ahí. La única vez que tuve que hablar de ello fue en la investigación, que aprovecho para recordarte, Jack, fue motivada por tus imprudentes procedimientos.

—Tampoco tuviste por qué mencionarlo entonces —le reprochó Holloway.

—¿De veras? —Isabel apretó con fuerza los labios—. Porque tenía la impresión de que cuando te ves obligada a testificar en una investigación corporativa y del hecho de decir la verdad depende la continuidad de tu puesto de trabajo, cuando alguien te pregunta, «¿Qué otras prácticas inusuales de exploración ha visto realizar a Jack Holloway?», ésa podría considerarse una de ellas.

—No me facilitó precisamente las cosas —se lamentó Holloway.

—Bueno, lamento que decir la verdad acerca de las estupideces que haces te cause molestias —dijo Isabel con la voz baja que solía emplear cuando se cabreaba de veras—. Aunque ahora que lo mencionas, el hecho de que me acusaras de mentir acerca de eso y de otras cosas durante la investigación tampoco hizo precisamente maravillas para mejorar mi situación laboral. Cuando el comité falló que no podían probarse las acusaciones, hicieron una anotación en mi historial que dice que mi juicio «podría haberse visto influenciado por una estrecha relación romántica». Supongo que no se aleja mucho de la verdad porque estaba liada contigo, lo que desde luego le nubla el juicio a cualquiera. Pero no me lo nublaba del modo que ellos creían, y desde luego no me merecía esa anotación en mi historial por culpa de tu mentira, Jack.

Holloway observó a Isabel, recordando la ira gélida con que lo había tratado durante la investigación, comparada con la cual aquella muestra palidecía.

—Te dije que lo sentía —dijo Holloway.

—Es verdad. Cuando quisiste darme esa piedra, yo respondí que prefería escuchar tus disculpas cuando me las ofrecieras con sinceridad. Pero sigues enfadado conmigo por algo que tú hiciste, así que supongo que sigo esperando a que lo sientas de verdad.

Bebé Peludo se había acercado a Isabel y le tiraba de la pernera del pantalón. Isabel agachó la vista. Bebé Peludo extendió los brazos. Isabel la levantó hasta sentarla en el hueco del brazo y le rascó la cabeza. A Bebé Peludo parecía gustarle aquello.

—Es como una gatita —dijo Holloway. La conversación que mantenía con Isabel se había deteriorado rápidamente, así que no le importó cambiar de tercio.

—Nada de eso —respondió Isabel—. De eso precisamente quería hablarte, antes de que mencionaras a Carl y me distrajeras.

—Lo siento. Ahí tienes una disculpa rápida, inmediata. He tenido una reunión con Wheaton Aubrey el Séptimo y ha salido el tema.

—Por lo que veo la reunión no ha ido bien.

—No. Me trató con condescendencia y me puse respondón. Me hizo una oferta con desprecio, que yo rechacé sin más, prometiéndole recurrir a los tribunales si intentaba volver a interponerse en mi camino.

—O sea, lo que era de esperar tratándose de ti —dijo Isabel.

—Supongo.

—Cuanto más te conozco, más comprendo por qué vives a cientos de kilómetros de cualquier otro ser humano —comentó Isabel.

—Volvamos a ese asunto del que querías hablar —dijo Holloway, que echó a andar hacia la cabaña en busca de una cerveza.

—De acuerdo. Tiene relación con los peludos, los animales que descubriste. Empiezo a preguntarme si son animales.

—Creo que el club de biólogos se reiría de ti si sugirieras que son plantas.

—No me refiero a eso, obviamente —replicó Isabel—. Cuando digo que no son animales, me refiero a que no creo que sean sólo animales. Creo que son algo más.

Holloway dejó de caminar y se volvió hacia Isabel.

—Dime que no estás a punto de decir lo que creo que te dispones a decir —dijo—. Porque sé que no quiero escucharlo.

—Creo que son inteligentes —expuso Isabel—, que poseen una inteligencia que trasciende a la propia de un animal. Estas criaturas son personas, Jack.

Holloway se volvió, irritado, y levantó ambos brazos al cielo, antes de echar a caminar de nuevo hacia la cabaña.

—Podrías habérmelo dicho antes de que rechazara quinientos millones de créditos, Isabel —protestó.

Isabel lo siguió, confundida.

—¿Qué tiene eso que ver?

—Zara Veintitrés es un planeta de clase de tres —explicó Holloway. Se detuvo en la puerta de la cabaña y señaló a Bebé Peludo, que parecía adormilada—. Si eso es una persona, entonces esto se convertirá en un planeta de clase tres a, un planeta que alberga vida inteligente. A partir de ese momento, quedará rescindida la concesión de exploración y explotación de ZaraCorp. Eso significa que todas sus actividades deben cesar de inmediato, Isabel. No podrán seguir minando, ni taladrar, ni cosechar. Eso significa que no obtendré ni un crédito por la veta de piedra solar.

—Vaya, Jack, siento que vayas a quedarte sin tu pellizco —dijo Isabel.

—Por Dios, Isabel. —Holloway abrió la puerta—. ¿Pellizco? Un pellizco de al menos dos mil millones de créditos. Dos mil millones, con todos sus ceros. Llamar a eso pellizco es como decir que un incendio forestal es un modo estupendo de dorar una bolsa de malvaviscos. —Entró en la cabaña, seguido por Isabel.

En el interior encontraron acomodados a los demás peludos. Aunque en el exterior reinaba un ambiente cálido y húmedo, la cabaña de Holloway disfrutaba de un climatizador. Cuando echó un vistazo a su alrededor, vio que Mamá Peludo había cogido un libro de la estantería y examinaba el interior junto a Papá. Al mirarlos con atención, reparó en que sostenía el libro al revés.

—Tal vez no sean tan listos como crees —dijo Holloway, señalando a Isabel lo que acababa de descubrir, antes de acercarse a la nevera para sacar una cerveza.

Isabel le miró. Dejó a Bebé Peludo en el suelo y la pequeña se reunió con los demás miembros de su supuesta familia. Isabel se dirigió a la cocina.

—Papá —dijo.

El peludo levantó la vista del libro con expresión curiosa y se acercó también a la cocina.

—Discúlpame —dijo Isabel a Holloway, a quien empujó a un lado para acceder al contenido de la nevera. De su interior sacó pavo ahumado, queso, mayonesa y mostaza, ingredientes que repartió en la pequeña mesa de la cocina.

Isabel cerró la nevera, cogió del mármol las últimas dos rebanadas de pan que había y las depositó sobre la mesa. Finalmente, abrió el cajón y sacó un cuchillo para extender mantequilla, que puso junto a los alimentos. A continuación agachó la vista para mirar al peludo.

—Papá —dijo Isabel—. Sándwich. El peludo lanzó un grito de alegría.

Al cabo de cuatro minutos, todos los peludos disfrutaban de su parte del sándwich que Papá Peludo había preparado, hasta el punto de blandir con cierta torpeza el cuchillo para cortar seis partes iguales, la última de las cuales fue entregada a Carl con gran ceremonia.

—Podrías haberle enseñado a hacer eso —dijo Holloway—. Cuentan que en una ocasión enseñé a un perro a detonar explosivos.

—No pretendo restar méritos a Carl, a quien adoro —dijo Isabel—, pero una cosa es enseñar a un animal a pisar un detonador a cambio de una golosina y otra muy distinta, preparar un sándwich. Por no mencionar que ha llegado a repartirlo equitativamente entre otros cinco animales.

—Eso podría hacerlo un mono —dijo Holloway.

—¿Como por ejemplo? —preguntó Isabel.

—Yo no soy el biólogo.

—¿De veras? Está, además, ese pequeño detalle de que, aun pudiendo haber adiestrado a Papá para preparar el sándwich, no lo hice. Llegué no mucho después de que te marcharas para asistir a tu reunión y encontré a Papá preparándose uno. O bien te vio hacerlo, o bien es más inteligente incluso de lo que yo creía.

—Me vio preparar uno —escogió Holloway, que se dispuso a devolver los ingredientes a la nevera.

—De modo que estás diciendo que este animal, después de verte preparar un sándwich en una ocasión, logró recordar dónde estaban los ingredientes, los recuperó, los organizó y recreó un sándwich de memoria, no una vez, ni dos, sino tres veces —dijo Isabel.

—¿Tres veces?

—Cuando le pillé in fraganti, hice que lo repitiera sólo para asegurarme —explicó Isabel.

—Vas a engordarlos —dijo Holloway, cerrando la nevera.

—Me ofreció el segundo sándwich.

—Todo un detalle por su parte —respondió Holloway, seco. Tomó otro trago de cerveza.

—Lo que muestra de por sí funciones cognitivas de primer orden —explicó Isabel—. Se llama teoría de la mente. Papá asumió que cuando le pedí que preparara otro sándwich, lo que le estaba pidiendo era otro para mí porque estaba hambrienta, por tanto me atribuye motivo e intención.

—Sé lo que es la teoría de la mente —dijo Holloway—. ¿Sabes a quién más se le aplica? A los monos. Y también a algunas especies de calamares. Incluso Carl intenta imaginar qué estoy pensando. —Desde el suelo, al oír que pronunciaban su nombre, Carl movió la cola un par de veces.

—Los calamares no preparan sándwiches —replicó Isabel.

—Dudo que exista un estudio científico al respecto —dijo Holloway—. El pan se humedecería.

—Basta ya —dijo Isabel—. Tampoco los monos, ni siquiera Carl. Y desde luego, ninguno de ellos podría hacerlo después de observar cómo lo haces tú. Insisto, no son simples animales, Jack.

—Se inclinó de nuevo para coger una cerveza.

—Pero eso no significa que sean inteligentes —protestó Holloway—. Sé que son muy listos, Isabel. Ése fue el motivo de que grabase a Papá y te diera la grabación. Estos pequeñuelos son un hallazgo importante. Supe en seguida que querrías verlos. Pero entre mono listo y ser inteligente media un abismo. ¿Los has oído hablar?

—Estoy segura de que se comuni… —empezó a decir Isabel.

Pero Holloway levantó la mano para interrumpirla.

—No conversan. Gritan y chillan entre ellos, y está claro que mantienen un nivel de comunicación animal. Eso lo admito. Pero ¿tienes pruebas de que posean un lenguaje, una forma de comunicarse que trascienda lo que encontramos en otros animales muy inteligentes?

Isabel permaneció callada un instante.

—No —dijo finalmente. Tomó un trago de cerveza.

—Sabes que eso es vital —le recordó Holloway—. En Duke tuve que asistir a una clase sobre legislación relativa a la inteligencia extraterrestre. La verdad es que no recuerdo muchos detalles, porque no estaba relacionado con mi especialidad. Pero recuerdo el caso de «Cheng contra BlueSky S.A.». Es aquel caso en que un biólogo de la compañía defendía que los nimbus flotadores de BlueSky Seis eran inteligentes y fue a juicio en su nombre para impedir la explotación del planeta. El tribunal tuvo que desarrollar una lista de criterios para juzgar la inteligencia animal, y el habla, o más bien la comunicación intencionada que va más allá de lo que es inmediato, de lo inminente, formaba parte de esa lista. Es derecho canónico.

—No es el único factor que figura en esa lista —dijo Isabel.

—No, pero es importante. Es lo que hizo tropezar a Cheng. No pudo probar que los flotadores hablaran.

—No eres precisamente imparcial en esto.

—No, no lo soy —admitió Holloway, señalando a los peludos, que una vez terminada la comida se tumbaron de nuevo en el suelo para contemplar el libro o juguetear con Carl—. Si nuestros amiguitos no son más que animales inteligentes, me haré multimillonario. Si son seres inteligentes, entonces seré otro desempleado más, y tengo motivos para creer que me costará mucho encontrar otro puesto de prospector. Por tanto, sí. Diría que no soy imparcial.

—Me alegra que seas consciente de ello.

—Lo soy —afirmó Holloway—. Pero aunque no lo fuera, seguiría aconsejándote que te asegures de estar en lo cierto. Porque en cuanto curses un informe de posible vida inteligente, ZaraCorp está obligada por ley a suspender toda su actividad en este planeta. Todo se detendrá en seco hasta que un tribunal decida sobre la presunta inteligencia de nuestros peludos amigos. Es decir, no sólo me costarás miles de millones de créditos a mí. Y si deciden en contra de los peludos, te pasarás el resto de la vida trabajando de dependienta en una tienda. Así que antes de decir nada respecto a la inteligencia de nadie, tienes que estar totalmente segura. ¿Estás absolutamente segura, Isabel?

Isabel guardó silencio otro largo instante.

—No. No, no estoy absolutamente segura. No estoy diciendo que lo esté. Necesito más tiempo para estudiarlos.

—De acuerdo. Tú estúdialos más. Usa el vídeo, haz tus observaciones y todo lo que tengas que hacer. No es necesario que te apresures. Tómate tu tiempo. Tómate todo el tiempo del mundo.

Isabel resopló.

—El tiempo que sea necesario para que te conviertas en multimillonario, ¿no?

—Mira, eso estaría bien —admitió Holloway—. Así sería la mar de feliz.

—De eso no me cabe duda —dijo Isabel, que señaló a continuación a los peludos—. Pero ¿y ellos?

—No te sigo —contestó Holloway.

—Es su planeta, Jack —dijo Isabel—. Si son inteligentes, todo lo que saquemos de este mundo son recursos de los que los privamos. Puede que no seas consciente de la eficacia de ZaraCorp a la hora de despojar un planeta de sus recursos más accesibles, o tal vez no quieras serlo, pero yo sí lo soy. Leí informes referentes al impacto biológico que sufren los planetas explotados por ZaraCorp. Algunos de los primeros planetas en los que ZaraCorp estuvo autorizada para explorar y explotar se encuentran en niveles próximos a los de la Tierra en lo que concierne a metales y minerales preciosos. Incluso extraen el mineral común a una velocidad inaudita. Para eso tan sólo han hecho falta unas décadas de trabajo. Y a ZaraCorp se le da mucho mejor ahora que hace una década.

Holloway pensó en lo rápido que se estaba levantando el campamento en la veta de piedra solar. Apuró la cerveza de un largo trago.

—Si son seres inteligentes, aunque esperemos sólo uno o dos años, piensa en la de cosas de las que los privaremos —dijo Isabel—. Las perderán antes de que puedan sacarles provecho.

—Acaban de descubrir los sándwiches —respondió Holloway—. Llegado este nivel, la extracción de piedra solar de la veta no se cuenta entre sus prioridades.

—Ignoras lo más importante —le reprochó Isabel, dejando la cerveza en el mármol de la cocina—. Lo más importante es que cuando estén listos, no quedará nada aquí. Esa veta de piedra solar que has encontrado es el fruto de millones de años de calor y presión. ZaraCorp la extraerá en cuestión de una década, si es que tarda tanto. Y ya no habrá más piedras solares. Además, las criaturas cuyos cadáveres las formaron se han extinguido. Y luego están los demás minerales. El planeta tardará millones de años en regenerarlos. Algunos podrían no regenerarse jamás. ¿Qué les queda a los peludos?

—Entiendo a qué te refieres —dijo Holloway—, y probablemente tengas razón. Sigo pensando que deberías asegurarte antes de afirmar que son seres inteligentes. No digo que no debas hacerlo, sino que tendrías que estar segura. Intento aconsejarte como amigo.

—Gracias —dijo Isabel—. Lo sé. Pienso en voz alta, eso es todo. ¿Alguna vez te detienes a pensar en la suerte que tuvimos, al menos en este rincón del espacio, de que nosotros los seres humanos fuimos los primeros en desarrollar nuestra inteligencia?

—Se me ha pasado por la cabeza. Isabel asintió.

—Y ahora imagina qué habría pasado si, hace medio millón de años, una criatura alienígena hubiese aterrizado en nuestro planeta y hubiera decidido, tras valorar a nuestros antepasados, que no eran seres pensantes. Imagina que se hubiesen llevado todo el mineral, el petróleo. ¿Hasta dónde crees que hubiéramos sido capaces de llegar?

Isabel señaló a los peludos, que dormían repartidos en el suelo de la cabaña.

—En serio, Jack —dijo—. ¿Hasta dónde crees que podrán llegar cuando nosotros hayamos acabado aquí?