Holloway se despertó cuando le pellizcaron la nariz. Dio un manotazo sin abrir los ojos.
—Vale ya, Carl —dijo. Inmediatamente volvió a conciliar el sueño.
Otro pellizco.
Holloway lanzó un gruñido y se dio la vuelta en la hamaca, apartándose del condenado perro y el incordio de sus pellizcos y caricias.
Otro pellizco.
Esta vez lo sintió en el pescuezo. Holloway gruñó e intentó apartar al perro con otra bofetada, pero terminó moviendo el brazo en el aire.
Y otro pellizco.
Éste, que más que un pellizco fue un golpe en la cabeza, sucedió más o menos en el mismo instante en que un pensamiento alcanzó el cerebro, envuelto en algodón, que Holloway tenía en el cráneo: «¿Desde cuándo Carl se dedica a dar pellizcos, en lugar de despertarme a lametones?». Tardó un par de segundos más en comprender las implicaciones de esa reflexión.
Momento en el cual Holloway lanzó un grito y dio un salto para alejarse lo más posible de la hamaca, yendo a caer, y no fue una caída muy afortunada, en el espacio que mediaba entre ésta y la pared de la cabaña. La mitad de su cuerpo seguía en la hamaca, que asía con una mano y de cuyo extremo tiraba hacia sí para ver si veía algo. Tan sólo la almohada, que se había llevado consigo, impidió que se diera un golpe en la frente.
La criatura felina, de pie a un lado de donde solía colgar la hamaca, observó todos sus movimientos con gran interés. Cuando hubo terminado el circo, miró hacia Holloway y pestañeó.
—¡Por Dios! —exclamó Holloway a la criatura—. ¿Cómo coño has entrado?
¿Cómo coño había entrado? Holloway levantó la vista hacia la ventana que había sobre la hamaca; estaba totalmente cerrada, al igual que las otras ventanas que alcanzó a ver en la cabaña. También la puerta lo estaba. No había modo de que ese cabroncete peludo hubiese entrado, a menos que…
—¡Carl! —llamó a voces Holloway, recorriendo con la mirada el resto de la cabaña desde el dormitorio.
Carl estiró la cabeza tras el escritorio, con una expresión en el perruno rostro que venía a decir: «Mierda, mejor no le miro a los ojos».
—Has sido tú quien la ha dejado entrar, ¿verdad? —preguntó Holloway—. Fuiste a la trampilla para perros de la puerta y la dejaste entrar tan tranquilo. Admítelo.
Carl movió la cola a modo de disculpa y se escondió tras el escritorio.
—Increíble —dijo Holloway. Miró de nuevo a la criatura felina, que parecía totalmente ajena al drama doméstico que se desarrollaba en su presencia.
Se oyó un ruido metálico. Holloway miró en torno al caos que reinaba en su dormitorio y encontró el panel de información en el suelo, junto a la diminuta mesilla de noche. Había estado leyendo informes de exploración antes de quedarse dormido. En ese momento lo llamaba alguien. Holloway recogió el panel de información y lo encendió sin activar la imagen, tan sólo el canal de audio.
—¿Qué?
—¿Jack? —preguntó Isabel—. Lo siento, ¿te he despertado?
—Estaba despierto —dijo Holloway, mirando a la criatura felina.
—Jack, ese vídeo que me has traído… ¿Es auténtico?
—¿Cómo? —preguntó Holloway.
—Me refiero a si es el vídeo que grabaste. A que no lo encontraste por ahí, colgado en cualquier red —dijo Isabel.
—Yo lo grabé —aseguró Holloway—. Tendrías que reconocer la cabaña, Isabel.
—Lo sé, lo siento —se disculpó Isabel—. Es que… bueno, Jack. Sea lo que sea esa criatura, nadie la ha visto antes.
—No me digas —dijo Holloway.
A esas alturas, la criatura felina, aburrida de mirarle, había echado a andar por la cabaña como si fuera la dueña y señora del lugar.
—Ni siquiera encuentro nada que apunte a su existencia en los archivos —contestó Isabel—. Lo que, admitámoslo, no es decir mucho: digamos que ZaraCorp no se molesta demasiado en superar los mínimos exigidos por el contrato de exploración y explotación, y de todos modos, lo único que le preocupa es el hallazgo de especies inteligentes.
—Oh, oh —dijo Holloway.
La criatura peluda se había acercado a Carl y acababa de poner la mano en su hocico, para después acariciarlo. Carl movió la cola y se volvió con expresión culpable hacia su amo.
—No pienso olvidar tu traición —dijo Holloway.
—¿Qué?
—Disculpa, estaba hablando con Carl —explicó Holloway.
—Lo que digo es que ni siquiera en los archivos hay pruebas que apunten a la existencia de una criatura así —continuó Isabel—. Tenemos datos de algunos mamíferos, roedores básicamente, y una de las aves del planeta es también mamífera, pero nada que se le parezca. ¿Qué tamaño tiene, Jack?
Holloway miró a la criatura, que se había acercado a la cocina.
—Pues diría que es grande como un gato —respondió—. Un gato de los grandes. Como el Maine Coon, si pones a ese gato de pie sobre sus cuartos traseros.
—De modo que era bípeda —dijo Isabel—. Quiero decir mientras la estuviste observando.
La criatura felina se estaba encaramando a una de las sillas que había en torno a la mesa rinconera de la cocina.
—Yo diría que sí.
—Eso también es inusual —admitió Isabel—. El resto de los animales mamíferos del planeta son cuadrúpedos, exceptuando el ave. ¿Pudiste ver si utilizaba las manos? ¿Mostró un grado significativo de destreza manual?
La criatura felina, que a esa altura se encontraba de pie en el asiento de la silla, saltó hacia el mármol de la cocina, se asió del borde y se impulsó con gran agilidad. —En cierto modo, sí— respondió Holloway.
—¿Comprendes lo inusual que es esta criatura, Jack? —preguntó Isabel.
—Empiezo a captar la idea —dijo Holloway. La criatura felina había alcanzado su destino, que no era otra cosa que la tapa de plástico bajo la que Holloway ocultaba la fruta. El prospector salió del dormitorio y anduvo en dirección a la cocina—. Como mínimo, diría que el descubrimiento te ha emocionado.
—Estoy emocionada —admitió Isabel—. Un mamífero nuevo, grande, como éste, en una fauna principalmente compuesta por reptiles, constituye un hallazgo significativo. Muy significativo. No sucede a menudo, ¿sabes?
—Parece que finalmente has encontrado tu veta —dijo Holloway, repitiendo intencionadamente las palabras de ella la última vez que hablaron.
Holloway llegó a la cocina. La criatura felina le estaba mirando, y luego volvió la vista hacia la tapa de la fruta, como diciendo: «Levántala por mí, ¿quieres?»
—No —dijo Isabel, sin reparar en las palabras usadas intencionadamente por Holloway—. No te ofendas, Jack, pero la señal de vídeo de tu cámara de seguridad no debe de ser muy difícil de falsificar.
—Yo no he falsificado nada —protestó Jack al tiempo que levantaba la tapa de la fruta.
—Sé que no harías tal cosa —dijo Isabel—. No me refiero a eso. Lo que digo es que no puedo utilizar esta grabación como prueba de nada. Es demasiado fácil falsificar una imagen de vídeo, o alterarla. No se trata de la grabación de una cámara de seguridad. Si aportase esto como prueba, sería el hazmerreír de la comunidad científica.
La criatura felina estiró ambos brazos para tomar un bindi.
—Entonces, ¿a qué te refieres? —quiso saber Holloway.
—Jack, ¿crees que esa criatura sigue en la zona? —preguntó Isabel—. Cerca de la cabaña, quiero decir.
La criatura felina llevó el bindi hasta Holloway y lo dejó delante de él.
—Probablemente —respondió Jack.
—Quiero acercarme —dijo Isabel.
—¿Disculpa? —La proposición de Isabel lo había distraído por completo de la criatura felina—. Por un instante me pareció que habías dicho que ibas a venir.
—Así es —confirmó Isabel.
—Tú. Aquí. Cerca de mí. Isabel exhaló un suspiro.
—Mira, Jack…
—Espera, olvida eso. No cerca de mí, sino conmigo. Porque tendrás que alojarte aquí. A menos que te dé por acampar entre los depredadores.
—Te lo estás pasando en grande, ¿eh, Jack? —preguntó Isabel.
—Tal vez.
La criatura felina extendió el brazo para pellizcar a Holloway y llamar así su atención. Holloway se volvió hacia ella. «¿Qué pasa?», preguntó sin pronunciar en voz alta las palabras.
La criatura felina levantó de nuevo el bindi y volvió a dejarlo, antes de mirar a Holloway con una expresión que delató impaciencia. De pronto, Holloway recordó que la última vez que había dado a esa cosa un bindi, lo había cortado en cuatro trozos. El animal estaba esperando a que esa vez hiciera lo mismo.
—Qué mandona te me has vuelto —dijo Holloway, abriendo un cajón para sacar un cuchillo.
—Creí que te habías propuesto ayudarme, Jack —replicó Isabel—. Teniendo en cuenta que fuiste tú quien me proporcionó el vídeo.
Holloway cayó en la cuenta de que Isabel había interpretado que sus últimas palabras iban dirigidas a ella.
—Lo siento. Me has malinterpretado. —Dejó el panel de información y cogió el bindi.
—Mira, Jack. Sé que todo acabó mal entre nosotros y que aún sigues enfadado conmigo por ello. Y admito que me comporté como una idiota al final. Pero pensé que lo habíamos superado y podíamos ser amigos. Me refiero a amigos de verdad, no a comportarnos como tales cuando estuviéramos en público. Así que te pregunto si como amigo estás dispuesto a ayudarme en esto.
—Como amigo —dijo Jack.
Cortó en cuatro partes el bindi y ofreció a la criatura felina un trozo, antes de dejar el resto de la fruta en el mármol de la cocina y lavarse las manos en el fregadero. La criatura felina observó fascinada el agua que salía del grifo.
—No es mucho pedir —dijo Isabel—. Podría tratarse de un descubrimiento importante. Y lo que quizá no sea tan importante es que podría resultar beneficioso para mí. Me gustaría creer que eso aún significa algo para ti.
Mientras Isabel hablaba, Holloway sacó un cuenco de la alacena, lo llenó de agua del grifo y lo puso ante la criatura felina, que se acuclilló para beber de él con los labios, en lugar de hacerlo a lametones, como hubieran hecho un perro o un gato.
—Es un animal interesante, eso no te lo niego.
—¿Y bien? —insistió Isabel.
Holloway volcó de nuevo su atención en el panel de información.
—Pues claro que puedes venir, Isabel —dijo—. Será un placer. No sé dónde voy a meterte, pero me encanta la idea de que pases aquí unos días.
—Gracias, Jack —respondió Isabel—. No te preocupes. Ni siquiera repararás en mi presencia.
Holloway esbozó una sonrisa forzada. «Eso lo dudo», pensó.
Se volvió hacia la criatura felina, que había terminado de beber. Holloway había pensado que la criatura se comería la fruta, pero lo que estaba haciendo era sostener bajo las axilas sendos cortes de bindi. Luego se sentó y se sirvió de las patas para impulsarse hasta el borde del mármol de la cocina, desde el cual saltó. Con el salto perdió uno de los cortes de bindi, pero la criatura lo recuperó antes de dirigirse hacia la puerta.
—¿Cuándo? —preguntó Isabel.
—¿Qué? —Holloway se había distraído mirando a la criatura felina.
—¿Cuándo quieres que vaya? —preguntó Isabel—. No quiero ser una molestia y distraerte de tu trabajo.
—¿Cuándo quieres venir? —preguntó a su vez Holloway.
En ese momento, la criatura felina había completado su viaje hasta la puerta y se hallaba frente a ella, como esperando a que alguien la abriera. Tosió. Holloway tomó el panel de información e hizo ademán de acercarse a la puerta cuando Carl se levantó del lugar donde se encontraba sentado tras el escritorio.
—Si te soy sincera, me gustaría llegar esta tarde —confesó Isabel—. Pero antes tengo unos asuntos que atender aquí.
—Pensé que habías dicho que últimamente estabas desocupada —dijo Holloway.
Carl se había acercado a la portezuela del perro. Cuando se dispuso a atravesarla, la criatura felina se coló debajo del perro.
—Estaba desocupada —contestó Isabel—. Pero entonces alguien encontró una veta gigantesca de piedra solar, y me han pedido que elabore un informe sobre el impacto biológico que tendrá la explotación de la zona, y que lo haga a paso ligero.
—Lo siento —dijo Holloway, caminando hacia la puerta.
—Y más que vas a sentirlo, porque el impacto ecológico y geológico será enorme. La oficina local de explotación ha cursado a la Agencia Colonial para la Protección del Medio Ambiente una petición de excepción ecológica. Quieren desentrañar esa veta lo más pronto posible. Se va a liar gorda, y quieren que yo la firme.
—¿Vas a firmarla? —preguntó Holloway.
—No creo que tenga otra opción —dijo Isabel—. La flora y fauna de la jungla que puebla la zona que quieren explotar no son significativas y menos aún únicas. Las mediciones biométricas y la toma de muestras que he llevado a cabo por medio de robots no muestran especies inusuales. ZaraCorp puede argüir que no acabará con nada que no pueda plantar de nuevo o llevar allí desde otros puntos de la jungla cuando haya terminado, qué importa que las labores de extracción acaben con todo.
Holloway franqueó la puerta principal de la cerca de la puerta, ocioso, moviendo la cola. Holloway se le acercó para acariciarle la cabeza. La criatura felina había caminado hasta el árbol de espino por donde Holloway la había visto desaparecer durante su última visita.
—Resumiendo, que una solicitud de excepción ecológica supone trabajo extra —concluyó Isabel—. La resuelvo a marchas forzadas, pero no creo que sea capaz de salir de aquí durante al menos otros tres días, probablemente cuatro.
—Cuatro días. Por mí bien —dijo Holloway.
—De acuerdo —convino Isabel—. Nos veremos entonces. No hagas ningún otro importante descubrimiento biológico hasta entonces, ¿de acuerdo?
La criatura felina levantó la vista hacia la copa del árbol de espino y abrió la boca. Soltó otro carraspeo, una especie de tos, igual que había hecho ante la puerta. Las hojas del árbol sufrieron una leve sacudida, y del follaje asomaron cuatro cosas pequeñas y peludas de aspecto felino. Miraron a la criatura felina y descendieron lentamente por el tronco.
—Mejor no te prometo nada —añadió Holloway.
—Siempre has sido una persona difícil.
—Creía que era una de las cosas que te gustaban de mí.
—En realidad, no.
—Pues podrías haberlo mencionado antes —dijo Holloway.
—Estoy casi segura de haberlo hecho.
—Oh, vaya. Lo siento.
Para entonces, la primera de las nuevas criaturas felinas había llegado a la altura de la que conocía Holloway. Ambos animales parecieron darse un cabezazo suave, y luego la criatura felina de Holloway tomó uno de los trozos de bindi, lo partió y ofreció la mitad a la criatura recién llegada. Hizo lo mismo con todas las demás a medida que iban acercándose. Las criaturas no tardaron en masticar con aire satisfecho la fruta.
—Voy a perdonártelo esta vez por lo bien que te estás portando conmigo —dijo Isabel.
—Vaya, gracias.
—Te llamaré cuando esté a punto de salir —dijo Isabel.
—Perfecto.
—Sé que cuando visitaste la ciudad aprovechaste para comprar comida, pero ¿hay algo aquí que puedas necesitar? —preguntó Isabel—. ¿Algo que hayas olvidado?
Las criaturas habían terminado de comer y observaban a Holloway y Carl con curiosidad. Carl movía la cola con fuerza, inquieto ante la presencia de los recién llegados. Holloway volvió a pensar que era un perro traidor. Los poderes de Carl para leer la mente parecían estar de vacaciones en ese momento.
—No me vendría mal que me trajeras unos bindis —dijo Holloway.
—De acuerdo, ¿cuántos quieres?
—Pues no sé. —Holloway miró a sus nuevos invitados—. Será mejor que traigas para alimentar a un regimiento.