Capítulo 6

—Llegas tarde —dijo Bourne en la escalera del edificio administrativo de ZaraCorp.

Holloway había acudido solo a la cita, después de dejar a Carl en el aerodeslizador, de darle un hueso de zaraptor y de poner en marcha el aire acondicionado.

—Estaba charlando con alguien a quien no veía desde hace tiempo —explicó Holloway.

—Has visto a Isabel, ¿eh? —preguntó Bourne—. ¿Aún os lleváis como el perro y el gato?

—Es curioso, ella me ha hecho la misma pregunta respecto a ti —contestó Holloway.

—Apuesto a que sí —dijo su supervisor—. ¿Sabes, Jack? No se me da bien leer entre líneas, pero incluso yo soy capaz de captar el mensaje cuando, después de bautizar una colina con el nombre de tu chica, la haces saltar por los aires. No creo que sea un buen augurio para una relación.

—Veo que tengo motivos para no recurrir a ti cuando busco consejo sobre mi vida personal —añadió Holloway.

—De acuerdo —dijo Bourne—. He oído que sale con otro.

—No tenía ni idea.

—Sí, uno del nuevo grupo administrativo que se trasladó a la superficie del planeta hace unos meses —explicó Bourne—. Un abogado, creo. Un ayudante ejecutivo de algún consejo. Si tú y yo hubiésemos acudido a los tribunales, probablemente él se habría encargado de destriparte como un pez.

—Por lo que cuentas parece una bellísima persona —dijo Holloway.

—Bueno, ya sabes, el consenso general es que Isabel ha salido ganando —replicó Bourne.

—Y yo que creía haberme retrasado —dijo Holloway, cambiando de tema.

—Es que has llegado tarde. Pero supuse que lo harías, porque ésa es la clase de capullo egoísta que eres. Así que te cité veinte minutos antes de la hora a la que podía recibirte. Por tanto, has sido la mar de puntual. Venga, vamos. —Y subió la escalera.

—Este lugar sigue pareciéndome tan acogedor como siempre —comentó Holloway en cuanto entraron en el edificio.

En la Tierra, la sede central de ZaraCorp en Dayton, Ohio, estaba considerada uno de los hitos de la arquitectura del siglo pasado. En Zara XXIII, a años luz de distancia de la necesidad de mimar las relaciones públicas y la imagen corporativa, la sede central en la superficie del planeta era un edificio anodino hecho con materiales baratos, destinado a albergar al personal de forma eficiente y sin costes mayores.

—Me encanta lo que habéis hecho con los cubículos —dijo Holloway—. No sabía que aún podíais recibir tubitos fluorescentes.

Bourne ignoró el comentario y siguió caminando, forzando a Holloway a seguirle.

—Escucha, Jack —dijo, volviéndose hacia su invitado—. Sé que tú y yo hemos tenido nuestros más y nuestros menos, pero si es posible, querría que te comportaras en esta reunión.

—¿Qué tiene de especial? —quiso saber Jack.

—La veta que has encontrado. Es grande —respondió Bourne.

—Ya lo sé, Chad. Fui yo quien la encontró, ¿recuerdas?

—No —dijo Bourne. Habían llegado a la puerta de una sala de reuniones—. Crees que lo sabes, pero es mayor incluso de lo que imaginas. El asunto ha llamado la atención tanto aquí como en casa. Se ha convertido en una prioridad.

—¿Qué significa eso? —preguntó Holloway.

—Prométemelo, Jack. Puesto que eres el contratista que descubrió la veta, estás metido en esto hasta el cuello, y el contrato de explotación nos obliga a involucrarte en todo el asunto, cosa que pienso cumplir. Pero tienes que prometerme que vas a comportarte.

—¿Qué pasa si no lo hago? —preguntó Holloway, presa de una curiosidad sincera.

—No tienes alternativa, Jack —dijo Bourne—. Esto ya no es una de nuestras peleas patéticas para ver quién es el primero en hacer sangrar al contrario. No te estoy amenazando, ni te exijo nada. Te lo pido. Por favor. Compórtate.

Holloway guardó silencio un largo instante.

—Dices que el hallazgo es importante —dijo.

—Ya lo creo.

—¿Cómo de grande? —preguntó Holloway.

—Tanto que si no fuera el capataz de ZaraCorp aquí, el único modo de asomarme a esta reunión consistiría en que me encargasen servirles el almuerzo —respondió Bourne.

—¿En qué se diferencia eso de tu rutina diaria? —quiso saber el prospector.

—Por Dios, Jack —dijo Bourne—. ¿Has escuchado una palabra de lo que te he dicho?

—Era broma.

—Pues has hecho bromas mejores —dijo Bourne, que reparó acto seguido en la sonrisa de Holloway—. ¿Qué pasa?

—Es la segunda vez que oigo eso en lo que va de día —explicó.

—Jack.

—Tranquilízate, Chad —le calmó Holloway—. Te he oído. Me comportaré. Te lo prometo.

—Gracias —dijo Bourne.

—Pero después de todo lo que me has dicho, espero que la reunión esté a la altura de las expectativas —añadió Holloway.

—Luego me lo cuentas —dijo Bourne, que abrió la puerta que daba a la sala de reuniones. En el interior se reunía toda la plana mayor de los directores que ZaraCorp había destinado al planeta.

—Tú ganas, estoy impresionado —murmuró Holloway a Bourne, que no respondió.

—Y he aquí el hombre que acaba de arreglar la cuenta anual de resultados de la corporación Zarathustra —anunció Alan Irvine, vicepresidente de ZaraCorp y director planetario en Zara XXIII. Sonrió y se levantó de la silla para estrechar la mano de Holloway, a quien seguidamente dio una fuerte palmada en la espalda—. Señor Holloway, nuestra más sincera bienvenida.

—Gracias —dijo Holloway.

—Tome asiento, por favor. —Irvine señaló una silla vacía. Sólo había una, así que Bourne tendría que pasarse la reunión de pie, junto a una serie de subordinados que se alineaban a lo largo de las paredes, donde no podían molestar a nadie—. Doy por sentado que conoce usted al resto de los presentes.

—Sí —dijo Holloway, que saludó con la cabeza a las personas que se sentaban en torno a la mesa—. He asistido a las fiestas navideñas de ZaraCorp.

—Pues claro —dijo Irvine—. Creo recordarle del brazo de nuestra bióloga…¿Warner?

—Wangai —corrigió Holloway.

—¿India? —preguntó Irvine.

—Keniata —respondió Holloway—. Pero estudió en Oxford.

—Eso mismo —dijo Irvine—. ¿Siguen viéndose?

—Nos hemos visto esta misma mañana —respondió Holloway.

—Maravilloso —aplaudió Irvine. Se dio la vuelta y señaló a uno de los presentes—. Pero aquí hay alguien a quien no conoce, señor Holloway. Le presento a Wheaton Aubrey el Séptimo. Está visitando las delegaciones y propiedades de ZaraCorp, y la casualidad ha querido que estuviera aquí cuando usted llevó a cabo su descubrimiento. Habrá oído hablar de él.

—Claro. Creo que llevo su apellido tatuado en los rincones más recónditos de mi piel —dijo Holloway, que percibió cómo Bourne se tensaba a su espalda.

El comentario rayaba en lo inaceptable. Por suerte, una carcajada sacudió a quienes se sentaban a la mesa.

—Así es —dijo Irvine—. Y probablemente dentro de poco también tendrá usted tatuada su firma.

—Espero que sea más tarde que pronto —dijo Aubrey en un tono de voz que no sugirió a Holloway que la primera opción fuese preferible a la segunda. Aubrey se volvió en la silla para encarar a Holloway—. Veo en su expediente que estudió en Duke.

—En la facultad de Derecho, sí —confirmó Holloway.

—Yo también estudié allí —dijo Aubrey—. Promoción del dieciocho.

—Pues no coincidimos por tres años —comentó Holloway.

—No todos los estudiantes de Duke acaban en un planeta de clase tres —dijo Aubrey.

—Es una larga historia.

—No hace falta que lo jure, teniendo en cuenta que incluye su expulsión del colegio de abogados —puntualizó Aubrey—. Es la clase de cosas que cuesta explicar en pocas palabras, ¿verdad?

Holloway miró a Aubrey. Tenía la piel bronceada y era atractivo, a pesar de la famosa nariz ganchuda propia de los Aubrey, la cual supuso Holloway que nadie debía de haberle roto de un puñetazo por ser un cabrón presumido.

—Desde luego —respondió—. Pero puesto que esta historia en particular termina con ambos más ricos de lo que éramos, supongo que no podemos quejarnos mucho —dijo, dedicando una sonrisa a Aubrey.

Un instante después, Aubrey le devolvió la sonrisa.

—Por supuesto que no vamos a quejarnos —dijo. Y, volviéndose hacia Irvine, que había observado el intercambio entre Aubrey y Holloway con cierta consternación, añadió—: Y podemos dejarla para más adelante, puesto que, según creo, nos disponíamos a hablar de hasta qué punto vamos a ser más ricos que antes.

—Claro —intervino Irvine, que manipuló el panel de información que tenía delante en la mesa. A su espalda, la pared cobró vida y mostró una presentación—. Johan, tengo entendido que vas a exponer el caso.

—Sí —convino Johan Gruber, director de explotación de Zara XXIII, volviéndose hacia la pared—. Después de que el señor Holloway reclamase el hallazgo y enviara los datos de su exploración inicial, quedó claro que la veta de piedra solar era probablemente mayor de lo que habíamos calculado inicialmente. Enviamos un equipo de exploración de refuerzo a la zona para…

—¿Disculpe? —interrumpió Holloway, pues todas las inspecciones de un territorio contratado por un explorador debía llevarlas a cabo él personalmente, o al menos supervisarlas. Hacer lo contrario era arriesgarse a perder el derecho a su explotación o los beneficios derivados del descubrimiento original—. No me habían puesto al corriente de eso.

—Fuerza mayor —explicó Janice Meyer, consejera general de ZaraCorp en Zara XXIII—. Si repasa su contrato, verá que ZaraCorp puede, en ciertas circunstancias, operar en el territorio asignado al contratista para acelerar la recopilación de información o materiales.

—¿A qué circunstancias se refiere? —preguntó Holloway.

—Yo soy esas circunstancias —intervino Aubrey—. Hablamos de un hallazgo significativo y quería informar de él al consejero y al resto de los miembros de la junta. Tenía programada para mañana mi marcha de Zara Veintitrés, así que autoricé la cláusula por fuerza mayor.

—No tiene de qué preocuparse, señor Holloway —explicó Meyer—. En caso de autorizarse la cláusula por fuerza mayor, todo lo que se encuentre después se añadirá automáticamente al descubrimiento original, por lo cual quien lo llevó a cabo obtendrá un porcentaje mayor.

—¿Mayor? —preguntó Holloway.

Meyer se volvió hacia Irvine, quien asintió.

—Creemos que aumentar a la comisión un cero coma diez por ciento más sería más apropiado —dijo.

—Suena bien —admitió Holloway.

—Felicidades por su cero coma treinta y cinco por ciento —dijo Aubrey con la condescendencia propia de quien posee un porcentaje inconmensurablemente mayor. Hizo un gesto a Gruber para que prosiguiera.

Holloway despegó los labios para decir algo, porque había caído en la cuenta de que si no lo hacía, se vería obligado a aceptar lo que le ofrecían.

—De hecho es medio punto —dijo.

—¿Perdón? —A Aubrey no le gustaban las interrupciones.

Holloway miró hacia Bourne, que ponía cara de querer que se lo tragase la tierra.

—Hable —dijo.

—Verá, el señor Holloway recientemente renegoció su contrato hasta que acordamos un porcentaje del cero coma cuatro por ciento del total —explicó Bourne—. Así que este aumento que le han propuesto hace que el total ascienda al cero coma cinco por ciento.

—Comprendo —dijo Aubrey—. ¿Y qué motivó esa repentina renegociación del contrato estándar de ZaraCorp?

—Causas de fuerza mayor —respondió Holloway.

A Aubrey no debió de parecerle gracioso el chiste.

—Estupendo —dijo—. Pero la bonificación no se aplicará hasta después de que calculemos el coste derivado de las labores de limpieza del derrumbe del risco. La Agencia Colonial para la Protección del Medio Ambiente está calculando la multa que nos impondrá por ello. Puesto que comparte los beneficios, también compartirá el pago de esa suma.

Holloway pensó que era un cabrón tacaño y se volvió hacia Bourne, que le devolvió la mirada con una expresión en el rostro que venía a decir: «Deja de tocar los huevos». Pero Holloway ignoró la expresión.

—¿Chad? —preguntó.

—¿Qué pasa? —intervino Aubrey, volviéndose también hacia Bourne—: ¿Es que su contrato también le exime de eso?

Bourne intentó librarse de la mirada de animal acorralado. Lanzó un suspiro.

—Sí, así es —admitió.

—¿Y usted quién es? —preguntó Aubrey.

—Chad Bourne, soy el representante de los contratistas.

—Pues debe de ser un representante muy popular, señor Bourne —dijo Aubrey—, teniendo en cuenta lo generoso que se muestra con ellos.

¿Algún otro trato especial que debamos saber en lo que atañe al contrato del señor Holloway? ¿Y más cláusulas que hayan acordado ambos sin nuestro conocimiento? ¿Se ha comprometido acaso a lavarle el aerodeslizador cada vez que se pase por la ciudad?

—No —respondió Bourne—. Eso es todo.

—Será mejor que así sea —dijo Aubrey—. ¿Quién es su director local?

—Soy yo —dijo Vincent D’Abo, director de personal, al tiempo que levantaba la mano.

—Concluida la reunión, usted y yo tendremos una charla —prometió Aubrey.

—Sí, señor —dijo D’Abo, que dirigió una mirada envenenada tanto a Bourne como a Holloway.

—Ahora que ya hemos dedicado unos minutos a los contratos, podríamos centrarnos en el motivo real de esta reunión, si eso no supone mucha molestia —dijo Aubrey.

Gruber, pillado por sorpresa, carraspeó antes de arrancar.

Holloway volvió la vista hacia Bourne, que estaba pálido. Le pidió perdón pronunciando la palabra con los labios, pero Bourne estaba decidido a ignorarle.

Holloway volcó la atención en la presentación proyectada en la pared, y en la voz monótona de Gruber, quien describía la metodología de las siguientes exploraciones, así como la dificultad de llevarlas a cabo en el terreno de la jungla, es decir, en lugares donde los exploradores, si no se andaban con cuidado, podían acabar devorados por enormes depredadores.

—En resumen, nuestros equipos de exploración aún sondean la extensión real de la veta —explicó Gruber—. Pero los datos de que disponemos nos empujan a actuar, tal como demuestra la siguiente imagen. —Pasó a la siguiente diapositiva.

La pantalla mostraba mapas topográficos, así como un corte lateral de la veta, destacada en verde en ambas imágenes.

—Coño —dijo Holloway.

La enorme veta que había encontrado en el risco no era más que un tentáculo; se retorcía a lo largo del risco y se ramificaba hasta alcanzar lo que parecía un amplio lecho de roca que se extendía por espacio de kilómetros al norte del risco, hasta morir a un kilómetro al sur de Monte Isabel. Holloway observó la amplitud y extensión de la veta e intentó calcular cuánto podía valer. Los números no eran lo suyo. Y por lo visto no era el único.

—¿Qué valor tiene esto para nosotros? —preguntó Aubrey.

—Dependerá de lo poblada de piedras solares que esté la veta —contestó Gruber—. La parte que excavó el señor Holloway, aquí presente, parece ser inusualmente densa, pero nuestros modelos apuntan a que sería más sensato esperar una densidad estándar, calculada a partir de los datos de excavaciones previas.

—Espléndido —dijo, sucinto, Aubrey—. Deme una cifra.

—Oscila entre los ochocientos mil millones de créditos y uno coma dos billones de créditos —informó Gruber.

La magnitud de aquella cifra tardó unos instantes en calar en los presentes. Alguien de la mesa lanzó un silbido. Holloway estaba seguro de no haber sido él.

—Una veta de un billón de créditos —dijo Aubrey finalmente.

—Sí —confirmó Gruber—. Siempre y cuando podamos extraer la piedra de toda la veta.

Aubrey lanzó un bufido.

—Por Dios, esto vale más que los ingresos de la compañía en los últimos sesenta años —comentó—. ¿De veras piensa que no vamos a extraerlo todo?

—No, señor —contestó Gruber—. Pero hay ciertos aspectos prácticos y medioambientales que…

—Que resolveremos de un modo u otro —dijo Aubrey, interrumpiendo a Gruber.

—Sí, señor —respondió su subordinado—. Aun así, supondrá un desafío, sobre todo a la hora de acceder a la veta principal en las áreas pobladas de vegetación, la jungla que cubre la parte baja del terreno. Estos desafíos nos llevan a directamente a las directrices de la Agencia Colonial para la Protección del Medio Ambiente en lo que concierne a la minería y la deforestación.

—Las normas de la Agencia Colonial para la Protección del Medio Ambiente no están escritas en piedra —recordó Aubrey.

—No, señor —admitió Gruber—. Pero según las órdenes de su padre, debemos regirnos por ellas.

—Claro, por supuesto —dijo Aubrey con el mismo tono de voz que había empleado antes para opinar acerca del cálculo de los beneficios.

Holloway miró alrededor de la mesa para ver si alguien se mostraba preocupado al respecto. Los ejecutivos de ZaraCorp mantuvieron el rostro impávido. Holloway esbozó una sonrisa afectada, muy a su pesar.

Aubrey miró a su alrededor.

—Caballeros, quiero ser claro al respecto —dijo—. Esta veta de piedra solar podría aportar un inmenso beneficio para la corporación Zarathustra. No necesito recordarles que la preeminencia de nuestra compañía en el campo económico de la exploración y la explotación ha sufrido serios reveses, tanto por parte de la entrometida Autoridad Colonial, como por otras empresas dedicadas a la exploración y explotación, sobre todo BlueSky, cuyos ingresos superaron los nuestros el año pasado por primera vez en toda la historia. Esta veta de piedra solar, explotada en la medida de lo posible, podría situar durante décadas a ZaraCorp en una inexpugnable posición ventajosa. Hablo de décadas. Por ese motivo la explotaremos en la medida de nuestras posibilidades.

»Por tanto, caballeros, la excavación de esta veta se ha convertido en la prioridad de su organización planetaria —continuó Aubrey—. Necesitan repasar qué recursos de su organización podrían comprometer de forma inmediata y qué recursos podrían asignarle con el tiempo. He decidido quedarme en el planeta para supervisar personalmente el arranque de este proyecto. Si no explotamos esa veta este mismo mes, y me refiero a una explotación dedicada, seria, todos los presentes tendrán que buscarse otro empleo. Un empleo que personalmente me aseguraré de que nunca encuentren. ¿Me he expresado con claridad?

Nadie dijo nada. Wheaton Aubrey VII no ostentaba un cargo o título ejecutivos en la corporación Zarathustra, pero tampoco lo tenía Wheaton Aubrey VI antes de convertirse en presidente y director ejecutivo, ni el padre de éste antes que él. Nadie se engañaba: Aubrey VII sería el siguiente en subir al trono. Tampoco se engañaban respecto al hecho de que Aubrey VII podía enterrarlos a ellos y a sus carreras bajo una tonelada de mierda.

—Espléndido —concluyó Aubrey—. Pues pongámonos manos a la obra. —Esbozó una sonrisa torcida y golpeó la mesa—. ¡Maldita sea, qué buenas noticias! —Miró de nuevo a Holloway—. Quiero que sepa cuánto me alegra que lo expulsaran del colegio de abogados, Holloway.

—Gracias —dijo éste en un tono seco.