11

Los Lauenstein tardaron un buen rato en hallar a la temblorosa Miriam y a Dietmar en un rincón del mugriento patio y luego no resultó sencillo distribuirlos a todos en los caballos. Al final, Gerlin, que no estaba dispuesta a soltar a su hijo, optó por montar en Sirene con Dietmar, mientras que Abram volvió a sentar a Miriam delante de él a lomos del semental prestado. La muchacha se acurrucó contra su pecho, tal como había hecho cuando la rescató de los salteadores de caminos.

—¿Siempre será así? —dijo con voz adormilada—, ¿siempre vendrás a rescatarme cuando alguien me rapte?

Pese al dolor de las heridas, Abram rio y la estrechó entre sus brazos.

—Cada vez que sea necesario —contestó—. Pero confío en que no te rapten tan a menudo cuando estemos en Kronach o en donde sea… en una casa segura en un bonito barrio judío. Aunque hoy en día los barrios judíos no son muy seguros… A lo mejor deberíamos descartar la idea de regresar a tierras alemanas y considerar la posibilidad de trasladarnos a al-Ándalus. ¿Qué opinas? Dicen que los judíos que pagan impuestos son bien recibidos allí, la astronomía también ha alcanzado un nivel elevado, y estoy convencido de que esas tierras están repletas de mártires cristianos. El negocio de las reliquias funciona en todas partes…

Rüdiger se negó a valorar la acción de su doncel. Al fin y al cabo, no quería que le echaran en cara que disfrutar de las mismas oportunidades durante un combate con espada no solo estaba relacionado con el peso del adversario, sino también con que ambos combatientes ocuparan una posición sólida. Era indudable que Florís de Trillon jamás hubiera emprendido una lucha en semejante escalera… y por primera vez Rüdiger von Falkenberg se preguntó si merecía la pena llevar la vida de un caballero errante, tal como hasta entonces había creído. Debido a la caída por las escaleras, le dolía todo el cuerpo y se hubiera podido romper la crisma… ¡antes de tener la menor posibilidad de acumular gloria y prestigio, rescatar a una doncella e incluso escoger una dama para llevar su divisa! Últimamente, más que en la guerra, Rüdiger tendía a pensar en las muchachas. Y entonces, mientras echaba miradas furtivas a Miriam, bellísima y muy ligera de ropa, la opción de administrar un feudo en la Alta Franconia en vez de correr aventuras empezó a resultarle bastante atractiva.

A medio camino del campamento del ejército se toparon con Florís de Trillon y su pelotón de jóvenes caballeros. Algunos parecían un tanto beodos, pero Florís había demostrado prudencia y no emprendió el peligroso rescate a solas. Primero había cabalgado hasta el carro de Miriam y Abram, y se consternó al no encontrar a nadie. La información que le proporcionaron los barberos y las meretrices que acampaban en los alrededores tampoco resultó de gran utilidad, pero al final logró encontrar al doncel que le prestó el caballo de batalla a Hansi. Entretanto, el muchacho había empezado a asustarse y expresó a Florís su inquietud por el corcel de su señor, pero en ese momento al caballero le preocupaban otras cosas. Al menos el doncel lograría conciliar el sueño esa noche, puesto que finalmente Abram le devolvió al animal sano y salvo.

—Y que sea la última vez que me das semejante susto —le dijo Florís a Gerlin, aún bastante enfadado—. ¿No hubieras podido al menos enviarme a ese doncel para que me informara de lo ocurrido y de dónde os encontrabais? —añadió, señalando a Hansi.

Gerlin sonrió.

—Hansi nos fue absolutamente necesario —comentó, lanzándole una mirada afectuosa al pequeño, que, para no variar, volvía a parecer incapaz de matar una mosca—. ¡Un día nuestro Johann del Patíbulo se convertirá en un excelente caballero!

—Solo si ese nombre no se le pega —gruñó Rüdiger, que todavía se sentía un tanto herido en su honor.

Abram le lanzó una sonrisa pícara.

—Averiguaremos cómo se dice en la langue d’oc —dijo—. Así nadie lo comprenderá.

—Me preocupa que Roland von Ornemünde nos siga la pista —dijo Gerlin, confiándole su inquietud a Florís una vez que los caballeros dejaron de reír—. No me sentiré tranquila hasta que Dietmar se encuentre sano y salvo en el castillo de ese Linhardt von Ornemünde. Por cierto, ¿lo habéis conocido? Sería lógico que se hubiera unido al ejército de Ricardo.

Florís se encogió de hombros, un tanto ofendido por que Gerlin volviera a dirigirse a él de manera formal; él la había tratado de tú desde que volvieron a encontrarse, pero entonces y tras la alegría inicial le pareció que una vez más ella se retiraba. En todo caso, algo se interponía entre ambos.

—No necesariamente —respondió—. Puede que defienda su feudo contra los usurpadores franceses. En su mayoría, los castellanos permanecieron en sus propiedades y las defendieron. Solo cuando el rey Felipe logró conquistar un castillo, la guarnición se pasó al bando del ejército inglés.

Gerlin suspiró.

—¿Pero acaso no son los ingleses quienes sitian Loches? Oí decir que el rey Ricardo se encaminaba hacia allí… Por cierto, ¿estaba muy enfadado?

Florís soltó una carcajada.

—¿Contigo o con su hermano? Bien, a este último hubiera querido descuartizarlo en el acto, mientras que tú gozas de valedores poderosos. Leonor se alegrará de verte.

Gerlin sonrió.

—Ricardo es su hijo predilecto, incluso lo siguió hasta Sicilia.

—Y ella comprenderá perfectamente lo que tú estabas dispuesta a hacer por Dietmar —añadió Florís—. Mañana veremos al rey.

Al día siguiente, antes de dirigirse a la tienda del rey, Gerlin permanecía ante su guardarropa, presa de la duda. Florís ya se encontraba allí, montando guardia ante el carro entoldado, y la joven sospechaba que había pasado la noche en el mismo sitio. Era obvio que no quería perder de vista a Dietmar y seguro que también ardía en deseos por Gerlin.

«Ojalá supiera cuáles son mis auténticos sentimientos», pensó. Antaño, en Lauenstein, había amado a Florís; la primavera le había pertenecido a él, no a Dietrich. El afecto que sintió por su joven esposo siempre fue el de una madre o una hermana, no el de una novia. Pero la primavera dio paso al verano y ella había encontrado a Salomon, un amor igual de imposible, igual de prohibido, pero no por ello menos profundo. Gerlin aún se sentía unida al médico judío… e ignoraba cuánto debía contarle a Florís de todo aquello. En todo caso, todavía no estaba dispuesta a estrechar a otro entre sus brazos, por no hablar de volver a perder a otro amor. Mientras Florís luchara en el ejército del rey —y además en primera fila, porque seguro que no era por mera casualidad que fueran precisamente él y su pelotón quienes acecharon al rey Felipe y a su archivo de la corona—, podía caer en cualquier momento. Gerlin sabía que no superaría la pérdida de un tercer hombre en un único año. No superaría otra muerte espantosa, como la de Salomon en el Puerto de La Grêve.

Así que, desde ese punto de vista, la joven hubiese preferido presentarse ante Florís discretamente vestida como una dama sencilla, tal vez con aire un tanto culpable, y no como una gran señora. Pero, por otra parte, Leonor amaba las salidas a escena galantes, así que, como mínimo, el atuendo de Gerlin debía estar limpio y ser adecuado a su rango. El vestido de color aguamarina elegido la noche anterior habría resultado idóneo, pero tras la cabalgata y después de que Dietmar —que por fin había despertado— vomitara todo el vino y el pan medio digerido encima de ella, ya no podía ponérselo.

Gerlin contempló su guardarropa con aire indeciso hasta que Miriam tironeó de la lona del carro.

—Aquí hay un arcón para ti, Gerlin… Lo envía la reina Leonor, quien te ruega que aceptes el obsequio. ¡Para ella, tú representas toda su corte galante… o algo así, dijo el paje!

Gerlin se sonrojó. En realidad, no quería acudir ante el rey como representante de una corte galante, pero, por lo demás, Leonor debía de saber lo que hacía. Gerlin abrió el arcón ante la excitada Miriam después de que un pequeño paje lo cargara en el carro con la ayuda de Abram, pues era de madera pesada y guarnecido de hierro forjado, un sólido baúl de viaje.

Cuando Gerlin cogió el atuendo que reposaba en la parte superior, Miriam contuvo el aliento.

—¡Es maravilloso, Gerlin! ¡Es un sueño, un vestido de ceremonia!

—Si tras mi encuentro con Ricardo no está manchado de sangre y no me queman como hereje —dijo Gerlin con una sonrisa—, te lo regalo para tu boda. Supongo que yo no lo necesitaré —añadió en tono generoso.

—¿Estás segura? —dijo Miriam en tono burlón mientras sostenía el vestido contra su cuerpo.

El color de la prenda no casaba con su tez, sino más bien con los cabellos y los ojos de Gerlin, y demostraba con cuánta precisión recordaba Leonor todos los detalles del aspecto de sus pupilas. La reina había elegido una tela del mismo color azul que los ojos de Gerlin y las piedras preciosas que lo adornaban acentuaban su brillo. Además, había un velo de un azul más claro, coronado por una diadema también engarzada de piedras preciosas.

Cuando Gerlin se apeó del carro con su nuevo atuendo, Florís se quedó sin aliento.

—Eres increíblemente hermosa —susurró.

—¡Eso ha costado una fortuna! —comentó el menos impresionable Abram—. Y te sienta muy bien, mi señora Gerlin. ¡Solo has de procurar que el rey no exija esos derechos que supuestamente ya le has concedido!

Gerlin rio y cogió a Dietmar, para quien también había encontrado prendas de todos los colores en el arcón. El niño habría crecido demasiado antes de poder llevar todas las pequeñas túnicas, pero Leonor quería equipar perfectamente a sus protegidos y quizás ignoraba el color de los cabellos y los ojos de Dietmar. Ese día, el niño estaba un poco pálido y lloriqueaba.

—Es su primera resaca —dijo Abram, riendo—. Pero al final fue una suerte que ese Odemar lo embriagara. Descender por esa escalera ya era bastante complicado como para tener que hacerlo con un niño que pataleara. Menos mal que Miriam no tiene vértigo.

Abram lanzó una mirada de orgullo nada disimulado a su amada astrónoma por su osadía. Le había prometido que camino de al-Ándalus encontrarían innumerables torres a las que podrían subir.

Ricardo Corazón de León recibió a Gerlin y a su hijo en su tienda, y ella se sorprendió al ver que allí se había reunido toda la corte, aunque bastante reducida, dado que estaban en guerra. Leonor de Aquitania, que ocupaba un lugar destacado y llevaba un atuendo precioso, estaba flanqueada por dos de sus damas. Ricardo lucía una túnica azul oscuro con bordados de oro, calzas rojas y botas de cuero, y una diadema de oro que indicaba su dignidad real le sostenía los rizados cabellos de color castaño claro. Lo rodeaban sus caballeros más fieles, todos ellos también ataviados de fiesta.

Era evidente que ese día el ejército no seguiría marchando: Ricardo pensaba quedarse en Fréteval, tal vez más adelante se dirigiría al castillo para honrar al castellano con una visita. Antes debía resolver algunas rencillas entre sus caballeros y quizá también quería poner a sus principales hombres de confianza al corriente del contenido del archivo de la corona francesa. Por lo visto, había logrado superar el mal humor del día anterior, parecía más relajado que belicoso y dirigió una sonrisa irónica a Gerlin cuando ella hizo una profunda reverencia ante él.

—Soy Gerlindis von Ornemünde y Lauenstein, a vuestro servicio, Majestad…

El rey asintió con la cabeza y observó brevemente a Dietmar, a quien Gerlin había obligado a hincar la rodilla.

—¿Así que este es mi hijo? —preguntó en tono severo cuando Gerlin se levantó.

Dietmar volvió a ponerse de pie y se aferró a las faldas de su madre. Hasta entonces nadie le había exigido que se postrara y no parecía estar muy seguro de si debía lloriquear o berrear. Pero luego se lo pensó mejor, sonrió a Ricardo de oreja a oreja y este tuvo que hacer un esfuerzo visible por no devolverle la sonrisa.

—¿Cómo es posible que no logre recordar las circunstancias en que fue engendrado? —dijo el rey—, ¡puesto que la belleza de su madre habría dejado en mí una profunda huella!

El rubor cubrió las mejillas de Gerlin y cuando alzó la mirada con timidez el velo se deslizó a un lado revelando su cabellera castaña.

Ricardo Plantagenet se sorprendió. Por un momento, casi creyó recordar esa mirada… la de un cervatillo temeroso y sin embargo la de una hija de Eva que ya a una temprana edad había aprendido a seducir a un caballero…

El rey contempló a la joven con interés renovado.

—En realidad, creo haber visto esos ojos con anterioridad… ¡aunque no en mi cama!

Gerlin sonrió con timidez.

—Fui… educada en la corte de vuestra madre —dijo en voz baja—. Allí nos conocimos y yo… he mentido con respecto a mi hijo, pero siempre… siempre he sentido un gran afecto por vos. Si me hubierais escogido os habría dado hijos, tan numerosos como las estrellas del cielo.

El rey sonrió y un brillo pícaro iluminó su mirada, un brillo que Gerlin recordaba muy bien. Era la misma mirada que le había dedicado tanto tiempo atrás, en el corredor ante los aposentos de su madre. Y Ricardo también pareció recordarlo.

—Comprendo —dijo—, pero en aquel entonces aún erais un poco joven para el amor. Y en cuanto a vuestro hijo… Digamos que teníais la voluntad… Pero nos faltó la… oportunidad. Ni el momento ni el lugar eran propicios.

Gerlin se ruborizó una vez más.

—En realidad, podríamos recuperar el tiempo perdido, mi señora —dijo el rey, que pareció disponerse a tenderle la mano.

Leonor de Aquitania dirigió una mirada furibunda a su hijo.

Ricardo suspiró y retiró la mano.

—Al parecer, en esta oportunidad, las circunstancias tampoco están de nuestra parte… Bien, Gerlindis von Lauenstein. Me habéis hecho un favor, así que os perdono vuestros embustes. ¿Puedo hacer algo más por vos? ¿Deseáis que vuestro hijo sea educado en mi corte? En principio no tendría inconveniente en concedéroslo, pero las circunstancias…

Ricardo indicó el campamento, que en ese momento no era el lugar más indicado para las mujeres y los niños.

—El francés se verá obligado a renunciar a mis tierras, aunque solo sea por volver a ver su sello real algún día… —dijo el rey con una sonrisa sardónica.

Al parecer, ya se alegraba de las negociaciones relacionadas con la entrega del sello.

—Sin embargo, ello puede retrasarse. De momento no regresaremos a Inglaterra ni nos estableceremos en alguna parte.

Gerlin inspiró profundamente.

—Linhardt von Ornemünde, el tío de mi difunto esposo, majestad, dispone de posesiones en la región de Tours —dijo—. Mi hijo y yo estábamos de viaje hacia allí, para pedirle ayuda en un asunto relacionado con una herencia. Si logró conservar sus tierras… o vuelve a recuperarlas… albergaba la esperanza de que mi hijo fuera educado por él.

Ricardo frunció el ceño, y, mientras reflexionaba, uno de los caballeros le susurró unas palabras al oído.

—¿Linhardt? Ah, sí, Ornemünde… —Ricardo suspiró y le lanzó una mirada compasiva—. Creo que no tengo buenas noticias para vos, mi señora. Linhardt era un caballero muy valiente, nos acompañó durante la cruzada a Tierra Santa, pero recibió una herida mortal durante el sitio de Acre. Y murió sin dejar herederos. Cuando reconquistemos Loches tendremos que volver a otorgar el feudo.

Gerlin agachó la cabeza y luchó para no caer en el nuevo abismo que se abría a sus pies. Linhardt von Ornemünde estaba muerto, ya no tenía donde refugiarse. Todo había sido en vano: la huida de Lauenstein, los enormes esfuerzos del viaje, la muerte de Salomon… Durante unos instantes, Gerlin consideró mencionar al rey las expectativas de Dietmar respecto de la herencia de Linhardt, pero Ricardo las rechazaría. Los Plantagenet necesitaban que sus posesiones francesas estuvieran ocupadas por hombres capaces de defenderse, no por niños menores de edad y mujeres como regentas. Gerlin se sintió mareada. ¿Qué podía hacer?

En medio del repentino silencio, Leonor de Aquitania alzó la mano, y, cuando la reina tomó la palabra, su voz aún melodiosa ocupó todo el recinto.

—Hijo mío, a lo mejor deberías reflexionar acerca de ese feudo ahora mismo. ¿Alguno de tus caballeros te ha servido con especial fidelidad?

Ricardo soltó una carcajada que no sonó precisamente jovial. Ese día no habido tenido la intención de otorgar feudos, por no hablar de fortalezas que estaban en manos de los franceses.

—¿A quién os referís, madre? Todos mis caballeros suelen servirme con lealtad y si intercedéis por un caballero hasta ese punto, entonces, más que en el campo de batalla, este se habrá destacado en el servicio a la dama. ¿A cuál de los trovadores que nos rodean queréis honrar?

Leonor sonrió haciendo caso omiso de las risas del séquito de su hijo.

—Estoy pensando en un caballero que sabe combinar el servicio a la dama con el valor en la batalla de manera excelente… aunque sea incapaz de tocar el laúd.

La mirada de la reina se posó en Florís de Trillon y el joven caballero se la devolvió con absoluto desconcierto. Gerlin vio que pronunciaba «¿Yo?» en silencio, pero entonces se enderezó e inclinó la cabeza con expresión sumisa.

El rey Ricardo sonrió, más que con enfado, con expresión comprensiva.

—Me parece una solución bastante sensata —dijo—, tanto para Florís de Trillon como para la señora Gerlin, por la cual es obvio que el caballero alberga… bien… sentimientos galantes…

Los aludidos se sonrojaron al tiempo que los caballeros se echaban a reír una vez más.

Pero entonces Florís alzó la mano y se dirigió al rey con expresión serena.

—Os ruego que me dejéis tomar la palabra, majestad —dijo en tono firme—. Es verdad que tengo en altísima estima a la señora Gerlin, pero también y sobre todo guardo un vínculo con su hijo. Juré a su padre en su lecho de muerte que lo protegería y defendería su derecho sucesorio. Si aceptara el feudo del señor Linhardt quebraría ese juramento. Dietmar von Ornemünde es el heredero de Linhardt; como mucho, podría administrarlo para él.

Ricardo se restregó la frente y Leonor suspiró.

—Esas palabras os honran, Florís. Pero estamos hablando de un castillo que primero ha de ser reconquistado, pues de momento está ocupado por los franceses. Además, Linhardt von Ornemünde ocupó el feudo durante escasos años. Supongo que más que señor del castillo era un constructor: que yo sepa, antes de seguirme en la cruzada se encargó de fortificar el castillo para mi padre. Sea como fuere, el castillo me pertenece y puedo otorgar el feudo a quien me parezca. Si estáis de acuerdo os escojo a vos, Florís. De lo contrario encontraré a otro, así que, ¿podemos poner fin a este asunto?

El rey estaba perdiendo la paciencia, acaso porque la mención de Loches le había recordado lo mucho que aún quedaba por hacer durante esa campaña, puesto que reconquistar la fortaleza era su próximo objetivo, después de que Sancho de Navarra hubiera desmoralizado a los defensores… o al menos eso esperaba.

Florís lo miró con aire dubitativo.

En ese momento volvió a resonar la voz de Leonor de Aquitania.

—Que yo sepa, Florís, no le prometisteis un feudo en la Turena al padre del pequeño heredero —dijo—. Gerlin y Dietmar von Ornemünde tienen derecho a un castillo de Baviera y vuestro juramento se refería a la defensa de dicha heredad. Mantened, pues, vuestra palabra criando al muchacho en vuestro propio castillo y convirtiéndolo en caballero… y un día, cuando emprenda viaje para hacerse con su auténtica herencia, ayudadle con vuestras armas. Porque eso también sería vuestro deseo, mi señora Gerlin, ¿verdad?

La reina contempló a la joven madre con expresión severa y esta sintió el peso de su mirada. Todo avanzaba con demasiada rapidez. Florís recibiría el feudo de Linhardt… ¿y la mano de Gerlin von Ornemünde? De repente parecía haberse convertido una vez más en el juguete de la política matrimonial, y esta vez a manos de su mentora. Pero Leonor no sabía lo ocurrido, lo ignoraba todo sobre Salomon, sobre el dilema en el que se encontraba su pupila desde su reencuentro con Florís.

Gerlin volvió a luchar contra el mareo.

—Porque eso sería lo que vos deseáis, ¿no?

La mirada penetrante de Leonor de Aquitania la atravesó, al tiempo que Florís la contemplaba con aire inquisitivo, y en sus ojos el amor se mezclaba con la inseguridad y el temor. Él debía creer que Gerlin lo acusaba de robarle el trono a Dietmar si aceptaba el ofrecimiento de Ricardo.

La joven se controló e hizo una profunda reverencia ante la reina.

—Puedo aceptar el acuerdo de todo corazón, en nombre de mi hijo —dijo en tono formal, y el ambiente reinante en la tienda pareció relajarse de inmediato.

—Bien, entonces queda resuelto —comentó Ricardo—. Señor Florís de Trillon, y próximamente también de Loches, supongo que queréis uniros a mí y a mis consejeros para reflexionar sobre cómo proceder con respecto a vuestro feudo en adelante. Mañana por la mañana el ejército se pondrá en marcha hacia allí. Y la señora Gerlin…

—Seguro que la señora Gerlin querrá conversar un poco conmigo —dijo la reina—. Tenemos mucho que contarnos, ¿verdad, hija mía? Volver a veros me produce una gran alegría.

La señora Aliénor ocupaba una tienda propia muy confortable próxima a la de su hijo. Gerlin la acompañó a ella y a sus damas, que enseguida se ocuparon del pequeño Dietmar y le prodigaron toda clase de mimos. Leonor de Aquitania hizo traer vino y Gerlin se sentó a sus pies, como había hecho en la isla de Oléron tanto tiempo atrás. Una sensación de calidez y de felicidad la envolvió, como si por fin regresara a los brazos de una madre afectuosa. Todos los temores y las preocupaciones de los últimos meses se desvanecerían una vez que le hubiera contado todo a la reina… Cuando esta le apoyó una mano en la cabeza con mucha suavidad, soltó un sollozo. Leonor dejó que llorara y se desahogara.

—Todo saldrá bien, hija mía —susurró en tono tranquilizador cuando Gerlin intentó disculparse entre un sollozo y otro—. Dejad que corran las lágrimas, luego os sentiréis mejor. En realidad creí que el acuerdo con respecto a Florís de Trillon os alegraría, puesto que él arde de amor por vos, y, según sus palabras, me pareció que vos compartíais sus mismos sentimientos.

Gerlin trató de asentir y negar con la cabeza al mismo tiempo… pero no pudo contener las lágrimas. Solo tras beber unos sorbos de la copa de vino dulce que la reina le ofreció, la joven logró tranquilizarse y empezó a hablar. Y entonces toda la historia brotó de sus labios como un torrente. Le habló de Lauenstein, de su matrimonio con Dietrich y de su incipiente amor por Florís. De cómo el aquitano había luchado por ella, de los escasos besos robados…

—No hubo nada pecaminoso entre nosotros, mi señora, nada… prohibido. Yo no habría engañado a Dietrich, yo…

—Pero no cabe duda de que la viuda de Dietrich hubiera estado encantada de casarse con Florís —dijo la reina—. Aunque lo comprendo: parecía imposible, pues él era un caballero sin tierras. Y que una muchacha no se entregue a los sueños imposibles es lo correcto.

Gerlin sollozó una vez más y luego negó con la cabeza.

—Fue aún peor —musitó, y entonces habló de su segundo amor, todavía más imposible y aún más prohibido, con Salomon von Kronach—. Sé que no tenía esperanzas. Tanto los judíos como los cristianos nos hubiesen rechazado, su rango era muy inferior al mío, Dietmar no podría haberse criado como hijo suyo. Era… completamente imposible. Pero disfrutamos de una noche, la mejor de mi vida…

Cuando Gerlin le habló de su amor por un judío, Leonor la contempló estupefacta. En el tiempo que Gerlin la había conocido, la reina nunca había mantenido contacto con judíos, pero eso había cambiado cuando intentó reunir el dinero para el rescate de Ricardo. Gracias a sus propias experiencias durante el viaje, Gerlin sabía que los correligionarios de Salomon podían ser muy desagradables cuando se trataba de prestar dinero a cambio de una prenda. Muchos de ellos eran duros negociantes… incluso Salomon los había criticado cuando acudió a sus casas de empeño como barbero cristiano para pignorar las últimas joyas de Gerlin y convertirlas en dinero. Y seguro que también se lo habían puesto difícil a la reina.

Pero más allá de cualquier límite, Leonor de Aquitania creía en el amor. Tal vez se extrañara cuando le hablaban del amor por un judío o un pagano, pero no condenaría a nadie por ello.

—¿Y aún estáis enamorada de vuestro… hebreo? —preguntó en tono compasivo.

Gerlin se encogió de hombros.

—¿Cómo podría hacerlo, mi señora? Está muerto, pero por eso… bien, yo… No puedo borrarlo de mi corazón como si este nunca le hubiera pertenecido, y tampoco cambiarlo por un amor más… más idóneo… —dijo, antes de volver a estallar en llanto.

—Así que os sentís culpable por los sentimientos que os inspira Florís —resumió la reina.

Gerlin siguió sollozando y Leonor le acarició el hombro para consolarla.

—¿Y si de momento hicierais caso omiso de vuestros sentimientos? —preguntó Leonor, y Gerlin alzó la vista con aire confuso—. Tened en cuenta, pequeña, que muy pocas de nosotras pensamos en el amor cuando prestamos juramento a nuestro marido. Accedemos al matrimonio por motivos dinásticos, para asegurar un heredero, para poner fin a una querella… En ese caso, ¿quién habla del amor galante? Y vos realmente tenéis muy buenos motivos para realizar un enlace en la fortaleza de Loches. Queréis ver sano y salvo a vuestro hijo… ¡No os toméis el rapto de ayer con ligereza! Puede volver a ocurrir y la próxima vez no enviarán a un único caballero de escasas luces, sino que ese Roland acudirá en persona y con abundantes tropas. Puede que el emperador Enrique le haya dado un ultimátum: sin pupilo no hay castillo. E incluso cabe en lo posible que ese bellaco acabe por cogeros a vos y os obligue a compartir su lecho. ¡Y entonces no prestaríais juramento a un caballero amable y galante al que solo le ocultáis vuestro sentimiento de culpa, sino a un asesino y usurpador! Dietmar y vos necesitáis un tutor fuerte y un castillo seguro, y no podríais obtener uno mejor que Loches. Mi difunto esposo hizo reformar la fortaleza y descubrió que tenía murallas sólidas, una inmensa torre fortificada y todo un laberinto de pasadizos secretos: supongo que era una afición de ese Linhardt von Ornemünde. Pensad en todo eso cuando Florís de Trillon os pida la mano, no evoquéis la hoguera de París.

Gerlin asintió y bebió otro trago de vino.

—¿Estaréis presente, mi señora? —preguntó con voz quebrada.

Leonor de Aquitania se inclinó hacia ella y la abrazó.

—Esta vez estaré presente, hija mía. Esta vez os casaré. Y la mayoría de los matrimonios arreglados por mí han sido felices.