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Como todos los días, aquella mañana Gerlin también tuvo que tomar decisiones y ocuparse de los quehaceres cotidianos del castillo. El cocinero quería comentar los platos que prepararía para la cena; debía indicar a los mozos que limpiaran los heniles, pues pronto llegaría más forraje, y como seguía lloviendo postergó una cabalgata a los prados para inspeccionar el estado del heno.

Rüdiger refunfuñó porque Leon von Gingst se excusó en la lluvia para suspender la práctica con las armas. Gerlin consideró la posibilidad de comentárselo a su padre, porque en realidad no era correcto que el joven caballero aprovechara el mal tiempo como pretexto para suspender la instrucción de los donceles, solo porque le venía en gana. ¡También se libraban batallas bajo la lluvia! El armero de Rüdiger le gustaba cada vez menos y tendría que hablar con su padre al respecto, pero de momento envió a su hermano con el capellán de la corte; este disponía de tiempo y, pese a que el muchacho no opinaba lo mismo, Gerlin consideraba imprescindible que aprendiera a leer y escribir, y también a sumar y restar.

Rüdiger trató de evitar la lección, desde luego, diciendo tonterías sobre un secreto que no podía revelar a su hermana, pero Gerlin ya estaba atareada con otros asuntos. En los últimos años habían prodigado demasiada atención a Rüdiger, sobre todo porque, tras la muerte de su amada esposa, Peregrin von Falkenberg idolatraba a sus hijos. Gerlin lo comprendía, pero ahora consideraba que había llegado el momento de introducir ciertos cambios. Un caballero debía aprender las virtudes de la mesura y la humildad… Ya era bastante negativo que Leon von Gingst más bien tendiera a transmitirles la arrogancia y el orgullo de clase a los muchachos.

Mientras Gerlin hablaba con las criadas acerca de cuáles de las prendas más viejas de sus hermanos se destinarían a los mendigos y cuáles aún podían remendarse, su padre la mandó llamar. Una vez más, fue Wolfgang quien le transmitió la noticia: el pequeño sonreía de oreja a oreja y parecía a punto de estallar bajo el peso del secreto.

—¡Sé lo que padre quiere de ti, pero no puedo decírtelo! —dijo, dándose importancia.

—¡Pues entonces cállate!

Gerlin se quitó el delantal, disponiéndose a dirigirse a los aposentos de su padre.

—Además, ¿no tendrías que estar con tu hermano en la capilla, estudiando la Biblia con el capellán?

Sin embargo, y pese a este comentario, ella misma se moría de curiosidad. Dado que los muchachos estaban tan excitados, tal vez se tratara del espaldarazo de Rüdiger. A veces era un tanto díscolo, pero en el fondo era un buen muchacho, y, a pesar de su corta edad, ya se había convertido en un caballero gallardo y en un excelente espadachín. ¡Gerlin deseaba de todo corazón que pudiera formarse en Lauenstein! A lo mejor los Von Ornemünde aceptarían a ambos muchachos y entonces podrían deshacerse de Leon von Gingst de una vez por todas… Gerlin decidió comentar el asunto con su padre.

Peregrin von Falkenberg estaba sentado en un sillón de alto respaldo junto a la ventana. El saledizo ofrecía un amplio panorama del asentamiento situado a los pies del castillo y del riachuelo de Waldnaab, aun cuando ese paisaje siempre entristecía al caballero. A Isabelle le había agradado sentarse allí y contemplar sus tierras… Mientras aún conservaba la salud, le gustaba salir a cabalgar con su esposo para inspeccionar las aldeas. Peregrin todavía recordaba cómo se dirigía a los campesinos con palabras amables para animarlos en su alemán de deje afrancesado. Sus súbditos la amaban. Al final solo se sentaba en el saledizo observando el transcurrir de la vida. Hacía ya seis años que había muerto, pero Peregrin todavía la lloraba.

Bien, al menos aquel día podía dar una buena noticia a su hija, siempre y cuando Gerlin considerara que lo fuera… Peregrin se enfrentaba a la conversación con la muchacha con cierto nerviosismo.

Tal como esperaba, la joven no tardó en presentarse; no había dedicado ni un minuto a cambiarse de ropa y coquetear… ¡Echaría de menos su carácter directo y confiable! La joven saludó y tomó asiento en un escabel a los pies de Peregrin.

—¿Qué ocurre, padre? ¿Estáis disgustado porque vuestro huésped os ha abandonado tan pronto? Todo fue de su agrado, ¿verdad?

Peregrin von Falkenberg asintió con la cabeza. Era un hombre alto, pero un tanto encorvado por las penas, de rasgos angulosos y cabellos rubios ya un tanto ralos.

—Todo resultó a su entera satisfacción, hija. Le causaste una excelente impresión y por ello maese Salomon ya ha tomado una decisión… y yo estuve de acuerdo con ella. Ahora solo falta preguntarte a ti, pero no puedes decir que no: ¡es una oportunidad única! —dijo Peregrin, entrelazando los largos dedos. Siemre que estaba nervioso se retorcía las manos, pero en ese momento cogió la mano de su hija con gesto decidido.

Gerlin frunció el ceño.

—¿Qué es eso a lo que no puedo negarme? —preguntó con recelo.

Peregrin carraspeó.

—Gerlin, hija mía: maese Salomon vino… pues vino… para pedir tu mano.

Gerlin se incorporó, desconcertada, pero su padre prosiguió antes de que pudiera hacerle preguntas.

—Sé que el hecho de que un médico, y además judío, haya acudido para pedir tu mano resulta algo extraño, pero quizá maese Salomon estaba muy unido a su señor. En su lecho de muerte, le prometió…

—¿Pide mi mano para un muerto? —preguntó Gerlin en tono incrédulo.

Peregrin negó con la cabeza.

—¡No, claro que no! Pero la pide para un heredero. El señor Salomon busca una esposa idónea para su señor Dietrich von Lauenstein, de la estirpe de los Ornemünde. ¡Un príncipe, Gerlin, un hombre de la rancia nobleza!

—¿Un hombre? —preguntó Gerlin—. Si no te he entendido mal, se trata del heredero del viejo Lauenstein, ¿verdad? Y según creo, aún es un niño.

Peregrin se mordió los labios.

—No es un niño, hija, pero… pero… es un muchacho. Dietrich von Lauenstein tiene trece primaveras, pronto serán catorce. Dentro de poco… dentro de poco celebrará su espaldarazo.

Gerlin se puso bruscamente de pie y retiró su mano de la de su padre.

—¿Catorce? ¿Un doncel? ¡No podéis hacerme eso, padre! ¡Tengo veinticuatro años! ¡No podéis casarme con un niño!

—No quiero perjudicarte, Gerlin —dijo Peregrin, y alzó los brazos pidiendo perdón—. Al contrario. Verás: Dietrich es joven, pero no siempre lo será. No te caso con un niño, ¡te caso con una persona de la más rancia nobleza! Gobernarás un condado, hija mía. ¡Un feudo grande y rico!

Gerlin sacudió la cabeza con gesto desesperado.

—Pero no me estaría casando solo con un título o unas tierras, padre. Tendré que vivir con ese hombre, ¡ese hombre que aún no lo es! No sueño con un negocio, padre, sueño con el amor, con un marido…, con un hombre que sea mi igual y al que pueda considerar mi amigo.

Peregrin von Falkenberg se encogió de hombros.

—Pero una cosa no excluye la otra, hija mía. Considéralo así: tomarás a la primavera como esposo, a un joven apuesto e intacto que te amará, te adorará y a quien tú podrás formar. Serás rica y dirigirás una gran corte. Condesa Von Ornemünde y Lauenstein… ¿Acaso no es mucho más de lo que jamás pudimos esperar?

Gerlin se mordió los labios. Todo aquello sonaba como si ya no tuviera elección.

—¿Así que ya habéis dado vuestro consentimiento, padre? ¿Está decidido?

Peregrin asintió.

—Me vi obligado a hacerlo, pese a que maese Salomon insistió en que primero te lo preguntara. Porque de lo contrario hubiera visitado otros castillos para entrevistar a otras dos jóvenes candidatas. Pese a ello, me pidió que te comunicara que no debías sentirte obligada por mi palabra. Si realmente no quieres hacerlo, aún estás a tiempo de rechazar la oferta. Claro que mi prestigio se vería afectado —añadió con una sonrisa dubitativa—. Piénsatelo, Gerlin. Es normal que estés sorprendida, la idea de que yo ya haya elegido por ti te asusta, pero si reflexionas sobre el asunto… Salomon solo habló bien de su señor.

—¿Su señor? —se burló Gerlin—. Más bien su protegido, o su pupilo o su alumno, ¿no? ¿Quién y qué es ese Dietrich para que Salomon se preocupe tanto por él?

—Es el hijo de su mejor amigo —replicó Peregrin—, a quien ama tanto que solo quiere lo mejor para el muchacho. Tanto que incluso desearía que no solo estuvieras de acuerdo con ese matrimonio, sino que aceptaras de buena gana. Dietrich ha de tener una esposa que lo ame.

Gerlin dio un respingo.

—Entonces, ¿por qué escoge a una mujer que casi lo dobla en edad? ¿Es que no hay alguna encantadora chiquilla de trece años que arda de amor por él, si es que realmente es apuesto y amable?

Peregrin se restregó la frente.

—Se trata de algo más que de una esposa, Gerlin… La situación de Dietrich no es sencilla, precisamente. El muchacho es el único hijo de Von Lauenstein… e imagino que para él eso ha supuesto una preocupación constante. Tras la muerte de la madre de Dietrich, se casó dos veces más: la primera de estas mujeres murió en el parto y el hermano de Dietrich solo sobrevivió dos días. Desesperado, el hombre volvió a cortejar a Luitgart von Nürnberg, una mujer de tu edad con la que se casó poco antes de morir. Ya no tuvo oportunidad de dejarla embarazada. Hoy esa Luitgart es la regenta… hasta que Dietrich sea armado caballero, y no parece dispuesta a abandonar su puesto como dueña de casa sin presentar resistencia. Además, hay otro Von Ornemünde que pretende convertirse en heredero… Dietrich perderá su herencia si no logra reforzar su posición con rapidez.

—Lo cual me hace sospechar que no solo necesita tomar una esposa, sino que también ha de dejarla embarazada cuanto antes, ¿no? —Más que una pregunta, se trataba de una confirmación.

Gerlin volvió a tomar asiento, pero no como una niña a los pies de su padre, sino en una de las sillas altas junto al fuego de la chimenea que Peregrin había mandado encender. Necesitaba un poco de calor. Tras el primer susto, la sangre se le helaba en las venas.

Casarse con la primavera… Aquello más bien sonaba a un invierno eterno.

Peregrin asintió, pero no contempló a su hija.

—Fuiste educada en una corte galante —se limitó a decir.

Gerlin se prohibió a sí misma replicarle con dureza. Su padre y Salomon von Kronach, de quien no se podía sospechar que careciera de sabiduría, tenían razón. Lo que Dietrich necesitaba no era una niña intimidada e ignorante que quizá solo hubiera sangrado un par de veces. Quien entraría intacta en ese matrimonio no sería solo la mujer, también Dietrich tendría que aprender. Y aunque en las cortes galantes las relaciones eran mucho más castas de lo que solía suponerse, Gerlin sabía lo que había de suceder entre un hombre y una mujer para que naciera un niño. La joven lanzó un suspiro.

—¿Dices que el muchacho es bien educado y amable? —preguntó en voz baja.

—Eso fue lo que dijo maese Salomon. No dejó de elogiar al joven y dijo que además era culto e inteligente…, muy maduro para su edad. ¡Te ruego que reflexiones sobre el asunto! ¡Y hazme saber tu decisión pronto!

Cuando abandonó los aposentos de su padre, Gerlin se encontró con sus hermanos. Quizás habían pegado la oreja a la puerta con el fin de escuchar la conversación, pero le bastó un vistazo para comprobar que su padre incluso había cerrado la trampilla del gato. Además, no habían hablado en voz muy alta y seguro que sus hermanos no habían oído nada. Rüdiger y Wolfgang tampoco ponían cara de haber sido pillados, sino que charlaban animadamente entre ellos, pero al ver a Gerlin se abalanzaron sobre ella.

—Intentarás conquistarlo, ¿verdad? —preguntó Rüdiger—. Pese a que… bueno, resulte un tanto extraño, ¿no? Porque es apenas mayor que yo. ¡Pero eso significa que podré acompañarte al castillo de Lauenstein como doncel! ¡Y pronto, Gerlin! ¡Estoy muy impaciente! No te negarás, ¿verdad? ¡No puedes hacerme eso!