CAPÍTULO 69

¿Qué pasaría si nuestra felicidad dependiera

de una conversación, y el futuro, de nosotros?

—¿Has visto esto? —Jaime tenía el iPad en la mano y estaba revisando las noticias—. Parece que empiezan a pasar cosas…

—¿Qué es? —Nadia se acercó a mirar y él lo leyó en voz alta.

Telecomunica ha detectado ciertos errores en el proceso de facturación a algunos clientes de telefonía móvil. La incidencia se debe a un fallo del sistema informático que ya está solucionado. La compañía ha habilitado un teléfono gratuito para las reclamaciones.

La noticia no daba más detalles y ni siquiera comunicaba el número de teléfono que habían puesto en servicio.

—¿Crees que se trata del fraude que descubrió Juanma? —preguntó incrédula.

—No tengo ninguna duda. Solo cambian la palabra fraude o timo, por error de proceso. —El tono de Jaime transmitía indignación—. Luego pasará lo de siempre. La mayoría de los clientes no se enteran de la noticia. A los cuatro que reclaman les tapan la boca negociando una cantidad de dinero con ellos y el resto se quedará en los bolsillos de esos desgraciados.

—Pero eso no puede quedar así, Jaime —replicó la chica—. El asunto es muy grave y ha habido asesinatos. Hay una banda criminal detrás…

—Veremos… La compañía es la primera interesada en silenciar lo que ha pasado. No lo pueden reconocer o, para ser más preciso, no lo querrán reconocer. Las empresas prefieren hacer un enjuague de puertas adentro y luego depurarán responsabilidades. ¿Llamaste al capitán Rueda?

Lo que Nadia y Jaime no sabían es que el capitán Rueda no había tenido nada que ver con aquello. El fraude lo había descubierto, por casualidad, un colaborador del área de Compras de la compañía al tratar de negociar nuevas condiciones bancarias con aquellas entidades donde Telecomunica ingresaba dinero. El nivel de responsabilidad de alguno de los implicados en la operación era tal que consiguieron desplegar una cortina de humo para evitar dimisiones que hubieran dañado la imagen de la operadora.

—Sí. Me dijo que parecía que había un fiscal dispuesto a hacer imputaciones, pero que alguno de los datos que le había dado no era concluyente.

—Serían concluyentes si hubiera perdido una hija o a su pareja… —soltó Jaime con ironía—. En fin, cumplamos el compromiso que adquirimos cuando decidimos venir aquí. ¿Lo recuerdas…?

Casi los dos a coro repitieron en voz alta:

Carpe diem! —Y rompieron a reír.

Había pasado un mes desde que Laura mató al inspector. Durante unos días, su exmujer estuvo ingresada con un fuerte tratamiento de antidepresivos que le ayudaron a salir de aquello con relativa rapidez. «Es una mujer muy fuerte», pensó. Su hijo mayor y él estuvieron turnándose para no dejarla sola en su casa cuando le dieron el alta.

La familia seguía de duelo por lo de Sonia, pero poco a poco cada uno se iba haciendo con sus rutinas. La búsqueda de los asesinos era un tema de la Policía y así debía ser.

Cuando recibió el wasap de Nadia en la habitación de hospital de Laura, inmediatamente pensó en otra mala noticia. Sin embargo, por primera vez en muchos días, se trataba de una llamada de esperanza. Nadia le propuso salir a cenar. Pensó que ayudaría a ambos a pasar más rápidamente el duelo de las dolorosas pérdidas que habían sufrido. Durante la cena hablaron de los últimos acontecimientos, de la traumática experiencia vivida por Laura y de la muerte de Gavaldá, pero sobre todo hablaron de Juanma y de Sonia. Jaime se lo propuso a sabiendas: no quería pasar de puntillas como si negaran que había ocurrido o como si tuviera poca importancia. Convertir aquello en un tema tabú solo les podría hacer más daño y alargaría el duelo. A los postres hablaron de su peculiar relación. Sus miradas decían lo que sentían el uno por el otro y sus manos se buscaron en varias ocasiones, sin embargo, después de la cena, se despidieron con un prolongado abrazo y cada uno se dirigió a su casa.

Aún se vieron para merendar en Embassy un día más antes de que Nadia lo llamara para hacerle un ofrecimiento inesperado. Había empezado pidiendo disculpas por ser tan descarada, pero al coach le encantó la propuesta.

—Oye, Juanma había pagado el alquiler de un chalé en las afueras de Las Negras para la segunda quincena de julio. Me gustaría que lo aprovecháramos y pasáramos ese tiempo juntos —dijo en medio de una especie de risa nerviosa—. Estoy harta de muertes y de intrigas. Quiero compartir cama y plato contigo. —Soltó una breve carcajada—. Ya lo he dicho…

—Yo también quiero.

Jaime pensó en Laura, en cómo superaría una de las experiencias más traumáticas de su vida. Pensó en Sonia, su pequeña, a la que nunca más volvería a ver. Pensó en la enfermedad que pujaba por arrancarlo de la vida. Pero sobre todo pensó en eso, en vivir.

—Solo déjame ver que Laura evoluciona bien y preparamos la maleta.

—¿La maleta? ¿Qué maleta? Es verano y allí la gente lleva poca ropa en las playas. —Su voz pícara le hizo sonreír—. Cogemos el cepillo de dientes y la crema bronceadora y nos vamos.

—Suena fácil. Si cuando digo que el sufrimiento es opcional, es por algo… —comentó sarcásticamente.

Las sesiones de coaching con Nadia hacía meses que habían terminado, y Jaime se sentía éticamente legitimado para querer y dejarse querer por alguien que no hacía mucho tiempo había sido su cliente.

Después de una semana allí, el coach pensó que todavía existía el paraíso. Levantarse y desayunar viendo el mar desde la terraza de la casa, abrazado al cuerpo ligero y bronceado de Nadia, era a sus cuarenta y muchos una sensación cercana al éxtasis.

Con el ruido del mar de fondo, Jaime seguía leyendo las noticias y se volvió a encontrar con una que lo llenó de inquietud:

Las principales compañías del selectivo empiezan a hacer cambios para afrontar con fuerza la última recta del año. Javier Cerrato, hasta hace unas horas director de Mercados de Telecomunica, ha sido nombrado consejero delegado para la firma en Latinoamérica, convirtiéndose así en el máximo responsable de la multinacional española en el cono sur americano.

En esta ocasión se tragó una punzada de dolor, pero no le dijo nada a Nadia, que leía plácidamente un libro en una de las tumbonas de la casa. Habría preferido no enterarse. Empezaba a tener serias dudas de la capacidad de la Justicia española para pelear contra un cártel tan poderoso.

A las nueve empezó a caer el sol. Como cada noche decidieron darse una ducha, ponerse algo de ropa cómoda y pasear por el pueblo en busca de una terraza donde disfrutar de unas sardinas asadas y un cerveza bien fría. Luego un paseo reconfortante de vuelta, mientras caminaban cogidos de la mano: el preámbulo de una noche de amor y ternura.

—¿Qué vamos a hacer cuando volvamos a Madrid? —preguntó ella en ropa interior encima de la cama, mientras miraba el cuidado con el que Jaime doblaba su ropa y la dejaba en una silla.

Nadia llevaba un par de días con la sensación de que el paraíso tenía fecha de caducidad. El regreso podía terminar siendo traumático para ambos. Para Jaime, porque ya no tenía una hija que vivía con él la mayor parte del tiempo. Para ella, porque se veía sola en una casa con demasiados recuerdos. Para los dos, porque, aunque hubieran decidido vivir, la familia, los amigos y los responsables de las respectivas investigaciones no los iban a dejar en paz. De hecho, no se había atrevido a decirle a su gente que se había marchado con Jaime. A todos les contó que necesitaba estar unos días sola. No quería empezar a dar explicaciones… Al menos todavía.

—Seguir queriéndonos… —dijo divertido sin mirarla, mientras se tiraba en calzoncillos a su lado, encima de la cama.

—¿Has pensado en la gente?

—Claro. Siempre pienso en la gente, sobre todo en mi gente. —Notó que él se daba cuenta de los fantasmas que tenía ella en la cabeza—. Los quiero y los necesito. Pero también te quiero y te necesito a ti, Nadia. —Posó su mano sobre la de ella.

—Pero ¿no temes que no lo entiendan?

—No me lo planteo. Yo me siento con la necesidad de contarles que estoy contigo, pero no con la de especular sobre lo que pensarán. Hacerme esas pajas mentales es un trabajo que me desagrada, y el resultado sería tomar decisiones basándome en esas inferencias…, muchas veces equivocadas.

A Nadia cada vez le sorprendía más lo fácil que Jaime hacía su vida. Tenía planteamientos simples, pero de una lógica aplastante. «¿Por qué seremos tan imbéciles la mayoría a la hora de tomar decisiones, pensando casi siempre en lo que dirán otros o en cómo le afectará a otros?»

—¿Y no temes el rechazo?

—¡No! —alzó la voz y volvió la cabeza sobre la almohada para mirarla—. ¿Cómo lo voy a temer? Sé que la gente me quiere como soy. Si a alguien no le gusta lo que hago, deberá hacer su propio duelo o romper relaciones conmigo. Yo me hago responsable de lo que digo y de lo que hago, pero no de lo que piensen los otros respecto de mí.

—Oyendo lo que dices, creo que todavía voy a necesitar unas cuantas sesiones de coaching más. —Se acercó a él y lo abrazó.

—Pues si quieres hacerlas conmigo tendremos que empezar a dormir desde hoy en camas separadas o no me voy a sentir éticamente legitimado…

—Entonces ya me presentarás a un colega, porque lo que yo quiero hacer hoy contigo es otra cosa, y para eso necesitamos estar en la misma cama…

Nadia le echó la pierna por encima, apoyando con toda intención la rodilla sobre la entrepierna del coach, y el sistema hormonal de Jaime respondió de inmediato. «Menos mal que conservo estas sensaciones intactas de momento —se dijo—, no me perdonaría perderme esto.» Notó como su miembro se endurecía, casi sin pasar por un estado de flacidez intermedia. Después de unos días de hacer el amor, ambos empezaban a conocer sus gustos y sus reacciones. Jaime sabía que Nadia se excitaba mucho en cuanto él se armaba, y cuanto más húmeda estaba ella, más se excitaba él. «Química animal pura», pensó.

Él se giró hacia la chica y con la mano libre empezó a acariciarle el pecho. Los pezones excitados de Nadia tenían la dureza del cálido barro. Después de un masaje suave por encima del sujetador de tela transparente, tiró de él para arriba hasta liberar sus pechos de la opresión de esa barrera, e, incorporándose, se puso encima de ella para chuparle los pezones.

Jaime lamía alternativamente ambos pechos mientras realizaba un movimiento de vaivén sobre ella para rozarla con su miembro. Después de unos minutos, en los que Nadia gemía cada vez con más pasión, ella metió su mano derecha por encima del calzoncillo para liberar su pene.

—¿A qué esperas…? —murmuró la orden más que la pregunta—. Ya no aguanto más…

Jaime no dijo nada pero actuó enseguida. Se quitó el calzoncillo y ayudó a Nadia a quitarse el culote blanco que llevaba puesto. Cuando la penetró, sintió cómo lo invadía la ternura. Se abrazó a ella, mientras seguía moviendo lenta pero rítmicamente sus caderas. Nadia empezó a emitir suaves gritos entrecortados mientras lo acompasaba también con sus caderas y arañaba de forma instintiva su espalda. A la mañana siguiente, las marcas le hablarían a través del espejo de la pasión compartida la noche previa. Una noche en la que se amaron como si se les estuviera acabando el tiempo.