Todo comportamiento humano tiene
un beneficio y una intención positiva.
—¿Qué sensaciones tienes al comenzar nuestra última sesión? —La sonrisa de Jaime al preguntar quedó en suspenso dando paso a un largo silencio.
Jaime tenía una habilidad especial para abstraerse de su propio mundo cuando concentraba toda su atención en acompañar a uno de sus clientes. Los últimos acontecimientos lo habían desestabilizado emocionalmente, pero cuando se sentaba delante de uno de sus coachees, su mundo se detenía y solo existía el del otro. Además, para él podía ser otro día de trabajo, pero su expectativa era que para su coachee hoy fuese un día especial. Se trataba de la sesión número doce, la última de un proceso de coaching completo.
—Un tanto confusas —respondió Ignacio—. Por un lado siento alivio por acabar el proceso. Sabes que me ha supuesto un sacrificio importante, sobre todo porque se ha desarrollado en un momento delicado de mi carrera y cargado de viajes a Turquía. Así que me quedo más liberado. Por otra parte, un poco de pena. Hemos trabajado casi un año y durante todo este tiempo he compartido contigo muchas cosas. Te he hecho mi cómplice en temas que a mí me importan mucho: debo reconocer que cuando solicité el programa de coaching pensaba que todo giraría alrededor de temas profesionales, y al final ha salido de todo, lo mismo del trabajo que personales o de mi familia…
—Tenemos una única identidad —se apresuró a decir el coach—. En cada momento de nuestra vida compartimos unos valores, de manera que ellos nos acompañan en todas las facetas en las que nos desenvolvemos. Son esos mismos valores los que están presentes cuando necesitamos tomar decisiones, da igual si es en el trabajo o en nuestra vida personal. La disciplina que yo practico es el coaching ejecutivo con una aplicación clara y directa al desarrollo profesional de aquellos a quienes acompaño y por eso me abstengo de hacer preguntas personales, pero las respuestas siempre lo son. Las respuestas vienen de la persona…, no podría ser de otra manera.
El otro cabeceaba mientras escuchaba atentamente sus palabras. A esas alturas él ya sabía que lo que estaba haciendo era darle una nueva distinción, es decir, compartía una pieza de información o una nueva reflexión que le permitiera entender la vida de una manera más amplia.
Se produjo de nuevo un largo silencio y Jaime notó con agrado que ahora su coachee se sentía muy cómodo en ellos. De hecho, los buscaba y los alimentaba. Eran el remanso de paz del que surgían con fuerza nuevos pensamientos. Recordó la tensión que vivía Ignacio durante las primeras sesiones cuando él callaba. Se sentía obligado a hablar…, hasta que le explicó que lo único que pretendía cuando callaba era dejar un tiempo y un espacio para nuevas sensaciones. Y vaya si aparecían… Finalmente tomó la palabra.
—Ahora que ya no te voy a tener cada tres o cuatro semanas me pregunto si sabré consolidar todo lo que he aprendido.
—¿Qué te dice tu intuición? —disparó el coach.
—Pues… —Enfocó la mirada a un lado concentrándose en lo que iba a responder—, que sí, supongo que sí.
—¿Supones?
—Sí. Supongo. No estoy seguro… Bueno, supongo que algunas de estas cosas ya han quedado fijadas, y probablemente con respecto a otras corra el riesgo de olvidarlas.
—Lo que significa… —Jaime sabía que aquella podía ser una reflexión importante para la sostenibilidad de nuevos pensamientos y comportamientos.
—Lo que significa que soy humano y por tanto falible.
—Y… ¿qué pasa con eso?
—No pasa nada. Que lo aceptaré.
—¿Qué emoción tienes mientras estás haciendo esta reflexión?
—De serenidad. Sé que algunas cosas ya nunca volverán a ser como antes y estoy feliz de que así sea, y otras, sin embargo, me volverán a poner la zancadilla. Lo aceptaré y lucharé para cambiarlas.
—¿Cuáles son las que ya nunca volverán a ser como antes?
—Ufff…, unas cuantas.
—Pues si son unas cuantas…, dime tres. —Jaime sonrió al hacer la pregunta, a sabiendas de que Ignacio la esperaba.
—Una de las más valiosas que he aprendido es que el sufrimiento es opcional, que depende de nosotros mismos, de salir de modelos mentales que nos hacen daño.
—Okey.
—Otra es que todo comportamiento humano, seamos o no conscientes, con intención o sin ella, persigue un beneficio y tiene una intención positiva para esa persona. Reflexionar sobre las intenciones positivas de los demás nos abre muchas posibilidades de entender a quienes nos rodean.
—Adelante… —dijo el coach animándole a continuar.
—Que toda persona es legítima y merece ser tenida en cuenta. Este aprendizaje y el anterior son los que más me han ayudado a resolver el objetivo profesional por el que acudí a ti. No solo ha cambiado la forma en que acepto lo que mis colegas aportan en las reuniones que mantenemos en la empresa, es que difícilmente ninguna de estas opiniones me genera incomodidad, al margen de que la comparta o no, o de que la discuta o no.
—¡Enhorabuena!
—Y hay algo más que quiero compartir contigo como aprendizaje. Algo que cuando salió en una sesión me dejó un tanto indiferente. Supongo que porque en aquel momento no lo entendí.
—Ya me tienes en ascuas —dijo el coach impaciente—. ¿El qué?
—Que la felicidad es una actitud y por tanto depende de nosotros, y a veces, tan solo de una conversación con otros o con nosotros mismos.
—Te felicito sinceramente, Ignacio. —Hizo una pausa—. Con esto que me has dicho te voy a proponer un último ejercicio. ¿Estás dispuesto?
—Estoy dispuesto. Adelante.
Jaime se levantó, fue hasta donde tenía la cartera y metió la mano en busca de algo. Cuando la sacó, tenía una hoja en la que se podían ver diferentes colores.
—Mira —dijo poniendo la hoja sobre la mesa delante de él—, esto es lo que yo llamo «El semáforo» y es un ejercicio que me gusta proponer al cierre del proceso.
—¿En qué consiste?
—Se trata de una reflexión que te ayudará a tomar consciencia de lo que has conseguido a lo largo del programa de coaching, y a plantearte nuevos retos. Como ves, la hoja tiene varias partes. —Jaime cogió un bolígrafo y apuntó con él a la primera sección—. Aquí te pido que reflexiones y escribas los nuevos desafíos que se te abren en este momento en tu vida…
—¿Te refieres al ámbito laboral?
—No necesariamente, pero siéntete libre de darle el enfoque que tú quieras. —Hizo una pausa por si Ignacio necesitaba más aclaraciones sobre eso—. A continuación, escribe los riesgos que pueden aparecer que dificulten la consecución con éxito de esos desafíos.
—Entendido.
—Luego vienen tres secciones decoradas con las tres luces de un semáforo. En la verde, escribe aquellos pensamientos, comportamientos y formas de entender la vida que has empezado a tener a raíz de este proceso de coaching y que quieres seguir manteniendo. Lo que te está ayudando a conseguir tus objetivos. ¿Me sigues?
—Sí, sí. Entendido. —Cabeceó afirmativa y enérgicamente.
—En la sección ámbar, lo mismo, pero se refiere a lo que has empezado a hacer, quizá poco o tímidamente, y te propones hacer más. En la roja, aquellas cosas, pensamientos y comportamientos que sabes que no te ayudan y quieres dejar de tener o hacer.
—Vale. Lo hago y te lo mando. —Sonó más a afirmación que a pregunta.
—Prefiero que hagas como mínimo un primer esbozo aquí. Ahora estás en caliente y confío en que la reflexión previa que hemos hecho te ayude.
—De acuerdo. Pues me pongo con ello.
—Yo estaré por aquí cerca pero sin intervenir. Cuando termines, me avisas y cerramos la sesión.
—Perfecto. Lo hago y lo comentamos —dijo solícito.
—Tampoco es necesario que lo comentemos. Es un ejercicio para ti. Yo estoy dispuesto a escucharlo si quieres compartirlo conmigo, pero es algo para ti. Yo no lo necesito.
Jaime salió del despacho y aprovechó para charlar con Ana de algunos temas que tenía pendientes. No habían pasado ni diez minutos cuando Ignacio se asomó para reclamar su atención.
—Ya está, Jaime. Ha sido fácil escribirlo porque parte del trabajo ya lo habíamos hecho antes durante nuestra conversación, como tú decías.
—¿Para qué te ha servido?
—Quiero completarlo este fin de semana en casa, pero de entrada me ha permitido poner, negro sobre blanco, dónde estoy, lo que he conseguido y lo que todavía me queda.
—Pues que te aproveche. Mucho éxito con lo que te propongas en adelante.
—Gracias de verdad. Me ha sido de mucha utilidad todo el proceso.
Este tipo de comentarios regalaban los oídos del coach y alimentaban su ego; sin embargo, a Jaime le gustaba que le comentaran cosas más concretas.
—Me gustaría que me dieras feedback, Ignacio, que me dijeras aspectos específicos de mi acompañamiento como coach que te han gustado especialmente y otros que hayas echado en falta. Es algo que me gusta pedir a mis clientes en este punto del proceso. Es una oportunidad de aprendizaje para mí y lo vivo como un regalo.
—Es difícil resumir… —Ignacio se revolvió en su asiento. Esta solía ser una pregunta incómoda y habitualmente sacaba a sus coachees de su zona de confort—. Lo que más me ha gustado… Tu cercanía, tu mirada, la empatía con la que abordaste nuestra relación desde el comienzo. También tus silencios, incómodos para mí al principio, pero que luego he sabido disfrutar y aprovechar… Eso diría yo… Bueno, también algunas de tus preguntas desafiantes y tu sentido del humor…
—¿Y algo para mejorar? Hazme un regalo…
—No se me ocurre nada, Jaime, de verdad. Si se me ocurriera, te lo diría…
—¿Seguro?
—A ver… En todo caso, he echado en falta quizá algún tipo de contacto entre sesión y sesión. No sé, un email, una llamada telefónica. Algo… A veces pasaba un mes entre sesiones y me costaba mantener viva la tensión del proceso de coaching.
—Okey. Pues muchas gracias por esta valoración. Me quedo con ella. —Le sonrió antes de continuar—: Como te comenté la sesión pasada, después de hoy aún queda algo por hacer. Aunque es opcional, me gustaría que tuviéramos una reunión a tres bandas a la que asista tu jefe. Para mí es importante que quien toma la decisión de que se invierta tiempo y dinero en este proceso tenga la oportunidad de opinar sobre los objetivos que a su criterio se han conseguido, utilizando como referencia los que fijasteis al arranque de programa. Así tú también puedes contarle para qué te ha servido este proceso.
—Está bien. Se lo propondré y te digo cómo lo hacemos.
Se levantaron y Jaime acompañó a Ignacio hasta la salida. Ya en la puerta, ambos se fundieron en un amistoso abrazo.
—Disfruta de tus hijas y de tu chica, Ignacio.
—No lo dudes ni un momento. Así lo haré. —Y se despidió con una amplia sonrisa.