CAPÍTULO 44

Nunca sopla un viento favorable

para el que no sabe adónde va.

—Jefe, cuidado con el superhombre. Si ha llegado a donde está, no ha sido por su benevolencia. Si metemos la pata con la chica, podemos pagarlo muy caro.

Albert sabía que el Mexicano tenía razón, pero no quería poner a Nadia a los pies de los caballos. No se lo merecía. Aún recordaba cuando en sus comienzos ella presionó a alguna de las figuras públicas de la prensa rosa para que asistiera a la inauguración de sus peluquerías. Ahora no era necesario. Todo lo contrario. A veces tenía que dar largas, para evitar que su imagen se viera mezclada con la de alguna indeseable que paseaba sus patéticas historias de pareja por los platós de televisión.

—Lo sé. Ocúpate de su novio. Yo me ocuparé de la chica.

—En eso estoy, jefe. He llamado a su oficina y me han dicho que va a estar trabajando unos días en Vigo. También me han dicho dónde suele alojarse. Voy a ver si consigo un billete de avión, parece que otra vez hay huelga de pilotos y ahora se junta con la de operarios de tierra.

El Mexicano recordaba el compromiso adquirido con Javier. Le dijo que se ocuparía personalmente del tema y no quería defraudarle. Si Albert tenía problemas con el superhombre, él no quería verse arrastrado, y el mejor modo era hacerse visible trabajando de manera eficiente.

Albert se decidió a llamar a Nadia con la excusa de verse y tomar un café juntos. Sabía que no podía poner las cartas sobre la mesa, pero estaba casi seguro de que conseguiría sonsacarle a la chica lo que estaba pasando y así poder aconsejarla.

Cuando sonó el teléfono, Nadia pegó un bote de la silla. Llevaba esperando desde la noche anterior para hablar con su chico, pero no había manera.

—Hola, Albert. ¿Qué tal? —dijo tratando de esconder su desilusión y su malestar.

—¿Cómo estás, chiquilla? —Así la llamaba cuando no había nadie delante.

—Bien, gracias. Y gracias también por lo de Jaime. Me llamó para decirme que había estado contigo y que le habías dejado un poco asustado.

—Hoy por ti y mañana por mí. Ahora está en manos de los especialistas y espero que le vaya todo bien. Pero yo quiero saber cómo estás tú.

—¿Por qué? —preguntó Nadia un poco extrañada.

—Llámame brujo si quieres, pero el otro día te noté un poco apagada y cuando me has cogido ahora el teléfono tampoco parecías la reina de las fiestas.

—Pues sí que eres un poco brujo porque no estoy pasando por el mejor momento de mi vida. —Para Nadia, Albert era una especie de referente. Había aprendido a dejarse querer por él y le gustaba hacerle partícipe de sus buenos y malos momentos.

—Entonces ya puedo apagar la bola de cristal y así marcharme para ir a tomar un café contigo. ¿Cuándo nos vemos? —dijo en tono jovial.

—Muchas gracias, Albert, pero hoy no es el mejor día.

—¿Qué mejor día que hoy entonces para hablar?

—Además, espero una llamada muy importante.

—Si te suena el teléfono, atiendes la llamada aunque estés conmigo —contestó el peluquero de forma resolutiva.

—Está bien —cedió al fin sabiendo que no iba a ser fácil evitar a su amigo y pensando que seguramente después se alegraría de haber aceptado ese rato de charla.

El Mexicano y el muchacho llegaron poco antes de la hora de comer al NH Palacio de Vigo. Habían tenido suerte: la huelga no empezaba hasta pasado mañana y al parecer solo era de veinticuatro horas. El viaje con el chico había sido muy aburrido. Era más espabilado de lo que él había pensado en un principio, pero aun así no podía contarle nada de lo que iban a hacer allí. Tan solo le dijo que lo necesitaba de ayudante para un asunto profesional y el otro se había limitado a asentir y a pasar por casa en busca de algo de ropa y material de aseo. Nada más llegar al mostrador pidieron dos habitaciones de uso individual y también ahí les sonrió la diosa Fortuna; al parecer, no era habitual encontrar habitación en el día. A continuación, preguntó por la de Juan Manuel Iglesias y muy resolutivamente el recepcionista miró la pantalla del ordenador:

—El señor Iglesias… Sí. Aquí está. La 219.

Qué buena coincidencia. En la misma planta. Eso facilitaría las cosas.

Ya en su habitación, el Mexicano marcó el número interior de la 219, pero como imaginaba no contestó nadie. Tendría que esperar hasta la noche.

Juanma pensó que se habían olvidado de él. Ya llevaba varias horas de aquí para allá tratando de liberarse y lo más difícil ya estaba hecho. Al menos podía caminar, aunque seguía con las manos atadas a la espalda y tenía muchas dificultades para manipular cualquier cosa. Estaba seguro de que, teniendo en cuenta que los móviles funcionan a un voltaje de entre 3,6 y 5 voltios, si utilizaba un descodificador de televisión que había visto por allí, sería relativamente fácil hacerlo funcionar. Siempre había confiado en sus recursos con todo lo que funcionaba enchufado a corriente. Estaba tratando de coger el aparato cuando de pronto escuchó un ruido y a continuación se abrió la puerta.

—Vaya, vaya, conque de paseo… —Era el más joven de sus captores.

Se vio sorprendido y se dispuso a arremeter contra el supuesto policía, pero el otro echó mano a la sobaquera y esgrimió un revólver. Juanma se frenó en seco.

—¿Qué creías que ibas a hacer?

—¿Hasta cuándo me vais a tener aquí? —preguntó a su vez.

—Ya no nos haces falta. Anoche nos contaste todo lo que necesitábamos saber.

Al informático le dio un vuelco el corazón. ¿Iban a deshacerse de él? Sacó restos de valor y habló procurando que no temblara su voz:

—¿Y qué pensáis hacer conmigo?

—Vamos a llevarte a desayunar, una saunita, un masaje… —murmuró cínicamente el individuo. En ese momento sonó su teléfono móvil y se apresuró a responder—: ¿Ya estáis aquí?… Okey, ya bajamos. Vamos —le dijo—. Te quiero delante de mí y sin acelerar el paso.

—Gracias, Albert. Siempre estás ahí —le dijo Nadia nada más verlo.

Albert le había mandado un wasap con antelación para citarse en Embassy. Él iba elegantemente vestido, tal y como correspondía al lugar, punto de encuentro de muchas de sus clientas de mayor edad: pantalón de pinzas italiano color saco, suéter de cuello de cisne negro, botines de boxeo y una cazadora fina, también de cuero negro. Nadia había elegido unos vaqueros bien ajustados, una camisa blanca «estilo Carmen» de Desigual, Converse negras y un tres cuartos beige.

—Ya sabes. Me gusta estar cerca de mis amigos.

Sin decir nada más, levantó una mano en dirección al camarero para que Nadia pudiera pedir algo. Cuando se quedaron solos, sus miradas se cruzaron con una gran dosis de tristeza.

—¿Qué pasa? —disparó él, y sin dejarla responder continuó—: ¿Problemas en el trabajo?

—No más que de costumbre.

—¿Entonces?

—¿Qué piensas de Jaime? —preguntó.

A Albert no le sorprendía del todo la pregunta. Podía imaginar qué había detrás de esa cuestión. Las últimas veces en las que se había visto con ella o con él, el uno hablaba del otro con una ternura propia de personas que se tienen más que afecto.

—¿Entonces es eso? —se limitó a preguntar.

—Una de las cosas.

—¿Y las otras? —Aunque Albert le tenía mucho cariño, en ese momento no quería dedicar demasiado tiempo a hablar de sentimientos confusos; más bien tenía intención de dirigir la conversación hacia los enredos que se traía su novio con el cártel.

—También estoy asustada por Juanma.

—¿Qué le pasa? —dijo haciéndose el tonto.

—Qué no le pasa… Últimamente está muy raro. Se ha obsesionado con no sé qué historias de la empresa en la que trabaja y creo que puede estar metiéndose en problemas.

—Nadia, no quiero meterme en vuestra vida, pero necesito saber más para poder ayudarte.

La chica le contó al peluquero los últimos acontecimientos sin mencionar lo de la muerte de Exe.

—¿Y quiénes pensáis que están detrás de todo esto? —preguntó él con una buena dosis de cinismo.

—Juanma cree que algún grupo organizado centroamericano.

—Mira, niña, soy colombiano y sé cómo se las gastan por allá —dijo poniendo énfasis en sus palabras para tratar de asustarla—. Tened mucho cuidado porque corre peligro hasta vuestra integridad física. Lo mejor es que os olvidéis de todo. Como si no hubierais sabido nada nunca. Además, tened en cuenta que ese tipo de bandas tienen mucho poder y es posible que hasta tengan vuestros teléfonos intervenidos —continuó el colombiano, que sabía muy bien de qué estaba hablando—. Si fuera así, sería recomendable que tuvierais una conversación por teléfono, donde claramente os digáis el uno al otro que os olvidáis de todo, que no merece la pena seguir con eso.

Nadia escuchaba atentamente a Albert y supo que estaba llegando a ella. A fin de cuentas, lo que él le decía era tan sencillo como que se olvidaran del tema. Al menos eso parecía tener fácil solución, puro sentido común.

—Tienes mucha razón. Si consigo hablar con Juanma, hoy mismo le obligo a que lo deje todo sin peros que valgan.

—Con respecto a lo otro, clarifica tus sentimientos antes de dar ningún paso. Hay cosas que luego no tienen marcha atrás, querida.

El resto de su charla transcurrió más relajada, aunque Albert notó que Nadia comprobaba el móvil cada pocos minutos en busca de mensajes o de llamadas perdidas que nunca llegaban.

Nada más salir de Embassy, el colombiano cogió su móvil, buscó en la agenda y marcó un número.

—Hombre, el peluquero, espero que me traigas buenas noticias… —respondió con cierto desdén alguien al otro lado de la línea.

—Ya he charlado con la chica y espero que nos dejen vía libre. —Hablaba con cierto temor, como quien se dirige a alguien de una jerarquía superior. Alguien con crueldad y con poder para castigar.

—Está bien. Buen trabajo. Mantenme informado.

—Así lo haré, capitán.

A unas calles de distancia, el capitán Rueda colgó el teléfono y volvió a aproximarse a la mesa del sargento Álvarez, esta vez con una sonrisa en la boca.