En la vida tan solo suceden cosas buenas
y cosas que no entendemos.
Tan solo una vez había estado Jaime en la clínica Ruber Internacional y de eso hacía ya unos años. En aquella ocasión el motivo era más agradable: una sobrina suya había dado a luz a su primer hijo. Ahora estaría a punto de hacer la primera comunión porque, según recordaba, ella era practicante y el bautizo se convirtió en todo un evento familiar. Por aquella época él ya albergaba muchas dudas con respecto a su matrimonio. Apagó el motor y marcó el móvil de Laura.
—¿Jaime?, ¿dónde estás? —respondió ella inmediatamente.
—Acabo de aparcar. ¿Y tú?
—Ya estoy aquí. En la zona de recepción. He venido en taxi.
—Pues no te muevas. Llego enseguida.
La consulta del doctor Valladares estaba en el centro oncológico de la planta menos uno. La clínica era una de las más reconocidas en Madrid para diagnóstico y tratamiento del cáncer y Jaime pensó que había hecho una buena elección.
—¿Cómo estás? —le preguntó Laura tras darle un abrazo y mientras se dirigían a la zona de espera de su consulta.
—Acojonado. Si te soy sincero.
—No me extraña. Yo también lo estaría.
—Es imposible —respondió rápidamente Jaime.
—¿Por qué es imposible? ¿Te crees que eres el único que puede sentir miedo por esto? —dijo Laura fingiendo una indignación que no sentía.
—Tú estarías, en todo caso, aovariada. —Y se rio él solo de la tontería que acababa de decir mientras Laura lo miraba un tanto incrédula por la frivolidad con la que abordaba el tema—. Bromas aparte, estoy bastante asustado. Estoy pasando por una época tranquila de mi vida. Parece que las cosas se han colocado cada una en su sitio, y esto me cae como un jarro de agua fría.
—Tranquilo, aún no tienes nada hasta que se confirme un diagnóstico.
La sala estaba llena e iban con un poco de retraso —«El doctor Valladares ha tenido una urgencia y ha empezado la consulta un poco tarde», les dijo la enfermera—, así que se sentaron en dos asientos contiguos y aprovecharon para dar un repaso a sus hijos.
—¿Qué sabes del mayor? —preguntó el coach. Notó la misma punzada de dolor que sentía cada vez que se acordaba de él.
—Está bien, aunque hace tiempo que no pasa a verme. Sigue trabajando en Apple veinte horas semanales mientras acaba la carrera. Lo sabías, ¿verdad?
—Pues no. —Y eso le dolía más—. La última vez que me cogió el teléfono fue hace un par de meses y no me dijo nada.
—No te extrañe. Acaba de empezar. Me gusta que sea tan independiente. A otros hijos de nuestros amigos no hay quien los despegue de casa ni con agua caliente. —Rio—. Aunque no le guste reconocerlo, yo creo que cada vez se parece más a ti, pero cuando se lo digo se enfada. Además, tenías que verlo siempre hablando de aviones con sus amigos y leyendo revistas de aviación. Yo lo tengo fácil con sus regalos: una maqueta de algún modelo nuevo y acierto seguro.
—Si tú lo dices… Yo no le veo tanto parecido, más allá del amor por las máquinas en general y de los aviones en particular. Sin embargo, creo que Sonia sí ha salido con el mismo espíritu explorador que yo. ¿Qué te cuenta de nuestra relación? —preguntó en tono cómplice aprovechando el momento de confidencias.
—Está encantada. Habla mucho de ti y de tu trabajo. Cada dos por tres dice: «Como diría papá…». También quiere estudiar coaching.
—Me parece bien. Eso le hará madurar más rápidamente. ¿Sabes lo de su nuevo novio? Ese tal Sandro…
—No. ¿Sale con alguien nuevo? —A Laura le costaba admitir que su hija no le hubiera hecho partícipe de aquello.
—Pues sí. Y no solo eso… —Y puso cara de alguien que guarda un secreto.
—¿No solo eso? ¿Qué quieres decir?
—Mmm. No sé si debo contártelo. —Su expresión no era de duda sino de alguien que quiere que le insistan—. Aunque, pensándolo bien, eres su madre y creo que debes saberlo. —Hizo un largo silencio.
—Venga. ¿Qué pasa? No me tengas así —protestó impaciente.
—Ahí va: nuestra niñita ya está teniendo relaciones sexuales. —Y calló a la espera de ver cómo reaccionaba su ex.
—No es ninguna sorpresa. A su edad yo también me metía mano con algún novio.
—Laura, no hablo de «meter mano», hablo de relaciones sexuales completas. Vamos, que ya folla con chicos.
—¡Hijo, qué bruto eres! ¿Y tú cómo lo sabes? —preguntó un tanto incrédula.
—Porque me lo ha dicho ella.
—¿Así? ¿Tan claro?
—Bueno, no ha utilizado las mismas palabras, pero se refería a eso.
—Vaya… —Se quedó pensativa—. Nuestros hijos van creciendo y ni nos enteramos. Pasa lo mismo con Paula…
—¿Qué? —interrumpió a bocajarro Jaime—. ¿Paula también?
—¿Estás loco? ¿Paula? No, hombre, no. Quiero decir que también está creciendo muy deprisa y no nos damos ni cuenta. Y además, ahora que hablamos de eso, ya he notado cómo la miran por la calle algunos muchachos, y no tan muchachos. Está muy alta y ha empezado a echar tetas. Aparenta más edad de la que tiene… Por cierto, cambiando de tema… —Acababa de acordarse de la conversación con su nueva pareja—. ¿Cómo van tus coachees de Telecomunica?
Jaime se quedó un tanto parado sin saber a qué venía ese comentario.
—¿Te he hablado de ellos? No recordaba… —«Últimamente parece que me empieza a fallar la memoria. Voy a tener que empezar a tomar rabos de pasas», pensó un tanto perplejo.
—Tú no. Miguel Gavaldá —soltó a sabiendas de que lo que le iba a soltar ni se lo imaginaba.
—¿El inspector Gavaldá? ¿Para qué te ha interrogado a ti?
—No me ha interrogado. Estoy saliendo con él.
—¿Saliendo con Gavaldá? ¿Qué quieres decir? —Jaime no entendía nada.
—Sí. Saliendo. Nos conocemos desde unas semanas antes de Navidades y hemos salido unas cuantas veces.
—Vaya. Pues es una sorpresa. ¿Y cómo lo has conocido?
Empezó a echar cuentas con las fechas incluso antes de que su exmujer contestara. Se temía que la relación con Laura tuviera algo que ver con el caso que tenía entre manos.
—En el gimnasio. —Notó que a ella le daba vergüenza contárselo, pero la conocía bien: prefería decir la verdad desde el principio.
—¿Cómo fue? ¿Os presentó alguien? —preguntó tratando de confirmar lo que se temía.
—No. Fue fortuito —respondió ingenua—. Coincidimos un par de veces en el mostrador de la entrada y entablamos conversación.
«Fortuito… Un hombre no le tira los tejos a una tía en un gimnasio fortuitamente ni de coña. Antes se fija en el culo o en las tetas… Y en este caso, a lo mejor, de quien es la expareja», se dijo Jaime.
—Y… ¿cómo os va?
—Las cosas están yendo bien, de momento.
—¿De momento…?
—Sí, claro. Hay que tomarse estas relaciones con mucha prudencia.
—Ese hombre empieza a no gustarme nada. —Y, sin más, decidió que más valía soltarle a bocajarro lo que estaba pensando que tenerlo en su cabeza dando vueltas y vueltas—: Tengo la sensación de que ha contactado contigo para utilizarte en la resolución de su caso.
—No lo puedes decir en serio, Jaime. ¿Qué pinto yo en toda esa historia?
—¿Y a cuento de qué te ha hablado de mis clientes?
—El otro día me contó el caso en el que estaba trabajando y la relación que tenía contigo —contestó con inocencia.
—¿Lo ves?
—¿Qué tengo que ver?
En ese instante salió la enfermera y llamó a consulta al señor Jaime Solva.
—¿Quieres que entre contigo? —preguntó Laura.
Él le dio la mano y asintió con la cabeza.
El doctor Valladares era un hombre afable al tiempo que práctico. Sin muchos preámbulos, le hizo la ficha al ver que era la primera vez que pasaba por consulta y le instó a que le expusiera la razón de su visita. Jaime le contó con rigurosidad y de forma desapasionada los pasos que había dado antes de acudir a verle. Le enseñó el resultado del análisis y contraanálisis capilar y quedó en silencio a la espera de algún comentario o pregunta del oncólogo, que se dedicó a revisar con detenimiento la documentación aportada. Luego, sencillamente dijo:
—Esto no significa nada.
Jaime relajó su expresión, y al percibirlo Laura alargó la mano y estrechó la suya detrás de la mesa y fuera de la vista del médico.
—¿Qué significa entonces? —preguntó expectante.
—Todavía no podemos saberlo. Solo es una señal de alarma para que hagamos más pruebas. Hasta que tengamos el resultado de esas pruebas le sugiero que haga vida normal y no le dé vueltas a la cabeza. —Mientras hablaba ya había cogido el talonario de Allianz y había empezado a garabatear palabras ilegibles.
Jaime miró a Laura y esbozó una sonrisa que ella correspondió al tiempo que apretaba aún más su mano.
—Aquí tiene —dijo el médico—. Son unos análisis rutinarios a los que he añadido unos marcadores tumorales específicos, aunque cada vez son menos de fiar. Lo más importante es la ecografía abdominal para estar seguros de que el tamaño de sus órganos internos entra dentro de los parámetros normales. Si apareciera algo sospechoso, le mandaría algo más específico, pero de momento sería matar moscas a cañonazos.
Los tres se despidieron con el compromiso de Jaime de concertar una nueva consulta una vez tuviera los resultados.
Ya fuera, volvió a agradecerle a Laura que lo hubiese acompañado y se ofreció a llevarla a donde fuera.
—No te preocupes. Tengo un poco de prisa. He quedado a comer con una amiga por aquí cerca y con un taxi me planto en un santiamén —dijo sin opción a réplica mientras le daba dos cariñosos besos—. Y, por cierto, dime cuándo te citan para la próxima consulta y me vengo otra vez contigo.
—Laura, cuidado con el inspector —dijo alzando un tanto la voz en vista de que su ex ya se alejaba en dirección a la puerta principal de la clínica.
Ella giró la cabeza.
—Vaaaale… No te preocupes.
Mientras salía del edificio en dirección al parking con la intención de pagar el tique y pasar por la oficina para ver algunos temas pendientes con sus colegas, oyó que alguien le gritaba a su espalda. Era la enfermera de la consulta del oncólogo.
—Señor Solva, ¿puedo hablar con usted?