CAPÍTULO 38

Mi vida estuvo llena de desgracias,

muchas de las cuales nunca sucedieron.

—Hola, Jaime —contestó Laura tras el primer tono—. ¿Pasa algo?

Estaba acostumbrada a hablar con su ex tan solo cuando coordinaban los fines de semana con Paula, y en aquel momento, el tema ya estaba pactado para el siguiente, así que le extrañó la llamada. Aun así, parecía hecha adrede: acababa de comer con Miguel y su ex había planeado como un nubarrón durante toda la comida.

—Nada grave. No te preocupes…

—¿Entonces? —preguntó inquieta.

—Acabo de enterarme de que existe la posibilidad de que tenga algún tipo de cáncer y no sabía a quién contárselo.

Laura se quedó en silencio tratando de digerir lo que acababa de escuchar.

—¿Cáncer? —preguntó finalmente.

—Sí. No es seguro, pero me voy a hacer unas pruebas para aclararlo.

—¿Cómo te has enterado?

—A través de un peluquero…

No supo si reírse o tomárselo en serio.

—¿Un peluquero?, ¿y qué pinta un peluquero en esta historia?

—Estaba perdiendo mucho pelo y quise que me viera alguien que entendiera de esto. Como no estaba claro cuál era la causa, mandó una muestra al laboratorio y según los resultados… Bueno, existe la posibilidad de que sea algo grave.

Este era uno de los momentos en los que Jaime le despertaba ternura. A veces era como un niño grande. Se ilusionaba con cuentos infantiles y se asustaba de la oscuridad. Por un segundo sintió una punzada de nostalgia y aparcó a un lado las diferencias que tan a menudo tenían.

Hacía tan solo un rato que le había dicho al inspector que no se quería mezclar con su ex para nada que no fueran las niñas, y ahora sentía la necesidad de ayudar. «La vida es muy compleja», pensó.

—Bueno, la esperanza es lo último que se pierde. Yo no entiendo mucho de eso, pero mi sentido común me dice que el análisis de pelo en un laboratorio capilar no puede ser algo definitivo —dijo—. ¿Qué vas a hacer?

—Ya he quedado en ver a un oncólogo mañana.

—¿Quieres que te acompañe?

—No creo que haga falta.

La respuesta no le sonó convincente a Laura.

—Prefiero acompañarte —insistió—. ¿A qué hora tienes la cita?

—A las cuatro en la Ruber Internacional —se apresuró a decir.

—Pues a las cuatro menos algo estaré por allí. Lleva el móvil a mano por si acaso.

—Gracias, Laura. No tienes ninguna obligación de…

—Jaime… Ya sé que no tengo ninguna obligación, pero hemos estado casados y compartimos tres hijos, así que me importa mucho lo que te pase.

Desde luego que su ex no sabría cómo tomarse el ofrecimiento y aquel último comentario, pero significara lo que significara, sabía que él se sentiría más seguro con alguien de confianza cerca, en momentos de tanta incertidumbre como aquellos.

Mientras Jaime y Laura conversaban por teléfono, Paula estaba en el parque situado al lado del edificio donde vivía su padre. En un banco, ella y dos amigas de su edad se disputaban las atenciones del guaperas de la clase.

No muy lejos de ellas, un hombre las observaba con detenimiento y hasta alcanzaba a escuchar buena parte de su cháchara infantil. «Desde niñas ya son unas putitas manipuladoras y arrogantes», pensaba.

Paula se despidió de sus amigas y se dirigió a su casa. El hombre también se levantó y se dispuso a seguirla a hurtadillas. Él sabía por qué estaba allí y adónde se dirigía.

La niña vestía el uniforme del colegio privado donde estaba matriculada: falda de tablitas con cuadros escoceses rojos y verdes, camisa blanca de manga larga y chaqueta de punto azul. Mientras caminaba, abrazaba unos cuantos libros y cuadernos que permanecían unidos por un viejo cinturón de Mafalda.

Solo unos cientos de metros separaban el parque de la casa de su padre, suficientes para que alguien la abordara. El hombre aceleró el paso con la intención de darle alcance, pero el sonido de su teléfono lo detuvo en seco.

—Inspector Gavaldá, ¿dígame?