Mañana o el más allá. Nunca sabremos
lo que llegará antes.
Juanma había vuelto a quedar con Exe. El servidor en el que entraron la última vez que estuvieron juntos tenía más cortafuegos que la sierra de Guadarrama y aquel día su amigo tenía prisa por entregar un trabajo, así que se comprometió a investigar con más calma antes de volver a contactar con él, solo que ya habían pasado unas cuantas semanas sin que diera señales de vida. En realidad, con el ajetreo de las fiestas navideñas, Juanma había empezado a olvidarse de la historia y la llamada le pilló por sorpresa. Exe fue tajante:
—Tienes que venir. Es un asunto muy grave.
De nuevo en Orcasitas, se dispuso a subir escaleras. Los chavales de su última visita no se encontraban por allí. Llegó resoplando al quinto y volvió a pulsar el interruptor del timbre, que seguía roto. Como la vez anterior, usó los nudillos:
—¡Exe! Soy Juanma…
No se oía nada e insistió con más convicción:
—¡Exe! ¡Abre, coño, que soy yo!
Juanma oyó cómo en la puerta de al lado alguien hacía el típico ruido al descubrir la mirilla.
—¡¡¡EXE!!! ¡Abre!
La puerta de la izquierda se abrió y una señora de unos sesenta años, vestida de negro y con el pelo recogido en un moño, asomó medio cuerpo.
—Ha debido de pasar algo —dijo en voz baja.
Al principio no la entendió y se quedó mirándola sin saber qué decir.
—Digo que algo ha pasado —insistió ella—. Hace un rato escuché ruidos y cuando me asomé vi que un hombre bajaba corriendo las escaleras. —Y, sin más, cerró la puerta, aunque se quedó pegada a la mirilla; casi podía verla.
—¡¡¡EXE!!! ¡Abre! —insistió Juanma aporreando la puerta con el puño, en vez de con los nudillos. Se dijo que su amigo se habría quedado dormido, le gustaba trabajar por la noche.
Con los últimos golpes la puerta cedió y quedó entreabierta. Se habría quedado mal encajada en el marco, sin los cerrojos. Abrió muy despacio lo suficiente para que cupiera su cuerpo, y la negrura lo engulló. Cerró la puerta tras de sí y se quedó quieto unos segundos para que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad. Pulsó un interruptor, y una tenue luz roja se encendió en el techo del vestíbulo de entrada.
—Exe, despierta, tío. ¿Estás ahí?
Silencio.
Caminó despacio, sorteando discos y cables esparcidos por el suelo, hasta llegar al salón. Las dos pantallas estaban encendidas pero con un fondo azul únicamente. De ellas caían cables sueltos que, según recordaba, conectaban con ciertas terminales, ahora ausentes.
—Exe, coño, no me asustes. ¿Dónde andas?
De ahí se dirigió a lo que suponía sería el dormitorio. Efectivamente, aquella leonera parecía ser la guarida del hacker. La cama deshecha, un olor a humanidad reconcentrada, pero nadie dentro. Solo quedaba por revisar la pequeña cocina y el cuarto de baño donde él mismo se escondió la vez pasada. Al abrir la puerta y encender la luz, vio que la cortina de plástico estaba desprendida de la barra que la sujetaba y había caído encima del montón de ropa sobre el que Juanma se sentó al esconderse. Intuyó la puntera de una zapatilla, que salía por debajo de la cortina, y su corazón se aceleró. Se acercó para verlo de cerca y retiró la cortina para comprobar lo que había debajo. Nada más hacerlo, la soltó horrorizado, ahogando un grito y tapándose la boca instintivamente.
La escena era capaz de congelar la sangre de cualquiera. Exe estaba tumbado encima del montón de ropa en una postura imposible, como si su cuerpo obedeciera a dos cerebros. De cintura para abajo estaba orientado hacia el interior de la bañera, mientras su tronco parecía mirar hacia el lado contrario. Su cabeza estaba apoyada contra los azulejos blancos ennegrecidos del fondo. Tenía los ojos abiertos pero inertes y por la comisura de los labios, entreabiertos, corría un hilillo de sangre seca. Tras los primeros segundos de bloqueo, a Juanma el cuerpo le pedía salir corriendo, aunque sus piernas estaban paralizadas. Se fijó con más detenimiento en el cuerpo de su amigo, en un vano intento por comprobar si todavía respiraba, pero, aunque no tenía demasiada experiencia al respecto, era obvio que se encontraba frente a un cadáver. Dos grandes manchas de sangre todavía húmeda ocupaban la mayor parte de la camisa de su amigo.
Respiró hondo y muy despacio hasta recuperar el dominio sobre sí mismo. Luego dio la vuelta y se dispuso a salir corriendo, aunque en el último segundo decidió llamar por teléfono desde el fijo. Lo localizó en el suelo del salón, en una esquina, y cogió el auricular haciendo uso del puño de su cazadora para no dejar huellas.
—Ciento doce, ¿dígame? —respondió una voz femenina al otro lado de la línea.
—Mande a alguien al número 29 de la calle Regil de Orcasitas.
—¿Se puede identificar, señor? —pidió la señorita.
—Aquí hay un hombre muerto. Mande a la Policía.
—Señor, dígame quién llama para poder lanzar la alerta, por favor.
Juanma colgó y salió apresuradamente.
Había tenido que aparcar lejos del portal de su amigo, y eso que al llegar le había molestado ahora lo veía como una ventaja: así la salida de su coche quedaría lejos de la escena del crimen. Mientras abandonaba el barrio era como si hubiese olvidado conducir. El miedo atenazaba sus ideas y sus manos. Daba acelerones de manera espasmódica y las marchas le rasgaban al intentar meterlas. No sabía dónde dirigirse. Ninguna idea le parecía buena. Pensaba en su casa y se imaginaba a alguien esperándole. Pensaba en su oficina y luego se decía que hubiera resultado extraño verle aparecer por allí. No le tocaba. Y si iba con cualquier excusa, su estado era tal que seguramente sus compañeros empezarían a hacer preguntas. Al fin decidió irse a la zona de Velázquez y meterse en el Vips. Allí pasaría inadvertido y podría tomarse un rato para serenarse y pensar en sus siguientes pasos.
Pidió un café con leche por pedir algo, pero sabía que no podría beberlo. El cuerpo no le admitía nada en ese momento. Los primeros diez minutos los pasó observando a todo aquel que entraba o salía de la zona de mesas. El miedo le animaba a estar alerta. Cuando al rato de estar allí empezó a serenarse, abrió su ordenador portátil para hacer un poco de tiempo. Vio que en su bandeja de entrada tenía varios mensajes y su corazón volvió a dispararse: uno de ellos tenía como remitente a Exe. Sin pensárselo dos veces, pinchó sobre el mensaje. El mail era corto:
Juanma, estamos en peligro. No me gusta nada lo que está pasando. Parece que alguien intenta entrar en mi casa. Busca toda la información que he obtenido en mi servidor privado. Hay policías implicados. La contraseña es el nombre de la americana que nos tiramos los dos el día que acabamos la carrera. En cuanto salga este mail, lo borraré de mi Outlook. Suerte.
Juanma se sonrió levemente al recordar la fiesta que montaron en casa de los padres de Exe al acabar la carrera. Durante mucho tiempo, mientras tuvieron contacto, en los momentos tristes solían mirarse a la cara y decirse: «Siempre nos quedará la noche con Jennifer». La sonrisa se le heló al pensar en los ojos abiertos de su amigo.
Cogió el móvil. De pronto había recordado que había alguien más a quien debía prevenir. Respondió al cuarto tono.
—¿Nadia?
—Juanma, mejor te llamo yo en unos minutos. Estoy acabando una reunión —respondió en voz baja, y él imaginó los ojos de los compañeros de L’Oréal fijos en ella, y a su chica tapando el auricular del móvil con la palma de la mano.
—Vale. Pero no tardes. Necesito hablar contigo urgentemente.
Su conversación la escuchaban los dos hombres que tenían intervenido su teléfono desde Chamartín. El mayor miró a su compañero con gesto de preocupación.
—Esto se pone feo —comentó con aquel acento extranjero—. Solo tenían que haberle dado un susto al hacker. ¿Qué coño ha pasado?
—No tengo ni idea. No sé a quién han mandado.
—Chapuceros… Esto pasa por aceptar en la organización paletos que no tienen dónde caerse muertos. Antes solo contrataban a profesionales —comentó con desdén.
—Ya —dijo el joven, queriendo dar por terminada la conversación.
—Manda que vigilen su casa y pide ayuda para relevarnos —gruñó—. Ahora necesitamos estar muy concentrados.
Debían estar atentos para saber con quién se veía y a quién llamaba. Si marcaba el número de la Policía, el protocolo era claro: interrumpir la comunicación, bloquear su teléfono con el número IMEI…
—Un paso fuera del tiesto y será hombre muerto.
A Juanma, la espera se le hizo eterna y trató de encontrar el servidor donde Exe le había dejado información, pero no fue capaz. Llevaba mucho sin usarlo y él había cambiado recientemente de ordenador. Estaba seguro de saber dónde lo tenía anotado en casa. El problema era ir allí. Él ya sabía lo que significaba «te llamo en unos minutos», pronunciado por Nadia. A veces pasaban horas. Esa vez se equivocaba. «Menos mal», pensó cuando sonó el teléfono.
—Nadia…
—¿Qué pasa? ¿A qué viene tanta urgencia? —parecía molesta—. Estaba reunida.
—Lo siento, pero es que ha ocurrido algo muy grave. ¿Te acuerdas de Exe?
—Sí. Pero hace mucho que no sabemos nada de él. ¿Lo has vuelto a ver? —preguntó extrañada por la aparición en escena de un viejo conocido.
—Sí. Hace unas semanas…
—Pues no me habías dicho nada —interrumpió Nadia.
—No quería preocuparte, y además, llevamos una época en la que no andamos muy comunicativos —añadió en tono de reproche; ambos sabían que era ella la principal responsable de esa situación.
—Juanma, yo… —susurró, como si quisiera iniciar una disculpa.
—Ahora eso no importa, Nadia. Han matado a Exe.
—¿Que lo han matado? ¿Qué estás diciendo? No puede ser… —soltó con incredulidad—. ¿Cómo lo sabes? ¿Quién te lo ha dicho?
—Nadie. He estado en su piso, yo mismo lo he visto bañado en sangre.
La imagen no se le iba de la cabeza.
—Pero ¿qué hacías tú allí? ¿Has avisado a la Policía? —Podía sentir el pánico en las preguntas atropelladas de ella.
—Fui para que me contara lo que había averiguado sobre Zaratustra.
—¿Sobre qué? —Era obvio que no entendía de qué le hablaba.
—Zaratustra. ¿Recuerdas aquel asunto de Telecomunica?
—Ah, sí. Pensé que ya lo habías olvidado. ¿Lo sabe la Policía? —añadió esperando una respuesta afirmativa tranquilizadora.
—Llamé por teléfono desde su casa, pero no me identifiqué. No se lo he dicho a nadie más. No creo que sea buena idea.
—Pero… ¿por qué? ¿Te has vuelto loco? Tienes que denunciarlo y dejar que ellos actúen.
—Nadia, confía en mí. Exe me ha dejado un mensaje donde me dice que la Policía está implicada.
—Pero, entonces, ¿qué vas a hacer? —murmuró muy preocupada.
—Olvidarme del tema. Dejar que pase el tiempo. No nos harán nada si no nos ponemos en riesgo.
—Pero ¿a quiénes? ¿De quiénes estás hablando?
—No lo sé, Nadia. Mientras las cosas se calman, vete mejor a casa de tu madre —pidió.
—¿Y tú qué vas a hacer?
—Desaparecer. Tengo bastante trabajo en Vigo, muchas irregularidades en la subestación que montamos. Me voy a ir en coche para allá después de pasar por la oficina. No vayas a casa. Pueden estar vigilándola —dijo Juanma muy preocupado—. Te llamaré esta noche.
Nadia parecía haberse quedado sin voz.
—¿Nadia? ¿Estás ahí…?
—Sí, sí. Estaba pensando… Vale. Esta noche hablamos. —Y colgó.
Nada más colgar, Juanma recogió sus cosas y pagó el café. Tenía que pasar por casa aunque fuera una idea arriesgada. Necesitaba el link del servidor que usaba Exe. Sería lo último que haría con respecto a ese tema. Se dijo que necesitaba respuestas, para quedarse tranquilo y luego olvidarse totalmente de esa historia.
—Llama al jefe. Dile que la chica ya sabe lo del hacker: querrá que le pongan vigilancia.
El más joven se levantó de su sitio para hacer la llamada, mientras el otro seguía dándole vueltas a la conversación que acababa de escuchar. «¿La Policía implicada? —pensó extrañado—. ¿Un mensaje?» Tenían trabajo por delante.