No necesitamos conocer todas las respuestas
pero sí tener todas las preguntas.
—Podíamos pasar un fin de semana juntos después de las fiestas. Llevamos saliendo unas cuantas semanas y todavía no hemos estado juntos más de una noche seguida.
—Ya te dije que no quiero ir demasiado rápido…
El hombre asintió. Por supuesto que lo sabía, ya habían hablado de eso antes: Laura aún tenía muy reciente su separación y, francamente, lo que menos necesitaba ahora era una relación estable.
—Además, cada dos por tres está Paula conmigo y todavía no me atrevo a dejarla sola mucho tiempo —dijo justificándose—. Pásame el azúcar, por favor.
El Vips estaba lleno de gente. Era la hora de la merienda y algunas madres traían a sus hijos a tomar unas tortitas con nata.
—¿No se puede quedar unos días con su padre?
—Ya sabes que viaja mucho, está con ella menos de lo que a la niña y a mí nos gustaría.
Un teléfono móvil interrumpió la conversación.
—Creo que es el tuyo, Miguel —dijo Laura mirando hacia la parte de la chaqueta que descansaba a su lado en el asiento corrido.
—Sí, perdona. —Carraspeó y echó mano del teléfono. Número sin identificar—. ¿Dígame?
—¿El inspector Gavaldá? —Sonaba una voz familiar al otro lado, pero no lograba recordar a quién pertenecía.
—Sí. Soy yo. ¿Quién llama?
—Soy Jaime Solva. ¿Puede atenderme un minuto o le pillo mal?
—¡Ah! Hola, ¿qué tal? —Gavaldá trató de disimular su sorpresa, aunque su nerviosismo hizo que se le acelerara el pulso—. La verdad es que ahora no es el mejor momento. Estoy ocupado con algo importante. —Le guiñó un ojo a Laura y forzó una sonrisa—. ¿Puedo llamarle un poco más tarde?
—Sí, no se preocupe, solo quería decirle que ayer, conforme venía para Barcelona, mi secretaria me concertó una cita con el señor Moncada —le dijo Jaime muy rápidamente para no entretener demasiado al policía.
—¿Con quién dice? —No le había oído bien.
—Con Ferran Moncada, el jefe de Oriol Sempere.
—Ajá —respondió sin saber muy bien qué decir. Hizo un gesto con la mano a Laura para que lo disculpara y se levantó de la mesa. Era una situación incómoda: no podía permitirse correr el riesgo de que ella supiera quién llamaba.
—Quería cerrar el proceso de coaching con alguien de Telecomunica, aunque la situación sea tan anómala —argumentó Jaime—, y he preferido tenerle al corriente para quedarme tranquilo de que no interfiero en su investigación.
—Está bien, gracias por avisar —zanjó la charla el inspector, aunque se le ocurrían unas cuantas preguntas que hacerle a Jaime en relación a lo que iba a hacer. Le preocupaba que las intenciones de Solva fuesen otras y no quería a coaches jugando a sabuesos en uno de sus casos—. Manténgame informado.
Cuando regresó a la mesa, Laura no preguntó nada, pero él creyó necesario dar una explicación.
—Era un testigo de uno de los casos que estoy llevando.
—¿Tienes mucho trabajo ahora?
—Bueno. Más del que me gustaría. Pero peor sería estar de brazos cruzados. —«Eso sí que no lo soportaría», se dijo.
—Supongo —susurró ella.
—Volviendo al fin de semana —continuó Gavaldá—, ¿podremos salir a cenar juntos, o está Paula contigo?
—Pues aún no lo sé. En teoría le toca con su padre, pero me parece que anda de viaje. Hablaré con mi ex para aclararlo.
—¿Qué tal te llevas con él? —Era la primera vez desde que se conocieron que le preguntaba algo sobre ella y Jaime Solva.
—Prudentemente bien. Podría ser peor. —Parecía indiferente.
—¿Le has comentado algo de lo nuestro? —preguntó como quien no quiere la cosa, y ella negó con la cabeza.
—No. Todavía no. Pero si alguna de mis hijas te ve conmigo, ya no hará falta que se lo cuente yo.
—Entonces mejor seguimos quedando fuera de tu casa y al margen de ellas —comentó el inspector.
—¿Por qué? No tengo nada que ocultar. —Notó un punto de indignación en sus palabras.
—Lo sé, lo sé —trató de calmarla—. Pero en cuanto lo sepan, vas a tener que empezar a dar explicaciones —dijo tratando de justificar su postura.
A ella le extrañó el comentario. Solo hacía unas semanas que se habían conocido, y mientras que unas veces parecía tener mucha prisa por intensificar su relación, otras parecía querer esconderla.
—Creo que tienes razón. De momento será mejor que quede entre nosotros.
Un discreto suspiro de alivio salió de la boca del inspector, aunque a Laura le pasó inadvertido. Sabía que estaba jugando con fuego, pero estaba seguro de que la recompensa merecería la pena.
Nada más conocer a Jaime Solva y su relación con Telecomunica, había empezado a investigar su situación personal y profesional. Le pareció un tipo normal con pocas fisuras, pero estaba decidido a encontrar algún elemento que le permitiera manipular al coach cuando llegara el momento. Fue sencillo para él averiguar lo de su separación y la relación cordial que mantenía con su antigua pareja. Cuando, tratando de recopilar información sobre Laura, llegó al gimnasio al que acudía ella para practicar pilates, le sorprendió el ambiente que se respiraba. Mujeres jóvenes con mallas y generosos escotes entraban y salían con una bolsa de deportes en la mano. Tan solo unos cuantos hombres completaban la escena. De repente, se le ocurrió la feliz idea de mezclar el trabajo con el placer. Aquel le pareció el lugar ideal para favorecer un encuentro fortuito con ella y decidió inscribirse como socio. El resto fue fácil, un par de «buenas tardes», unas cuantas sonrisas y la invitación a una Coca-Cola a la salida de una sesión bastaron para echar a rodar su idea.