Si estoy sufriendo, es mi problema.
—¿Qué te pasa, Nadia? —preguntó Jaime con un tono de voz acorde con el que ella había utilizado.
—Nada grave, pero necesito hablarlo contigo.
La respuesta no le gustó. Era una respuesta de amigos, o en su defecto, la respuesta de un paciente a su terapeuta. Como coach no quería alimentar una relación de dependencia entre uno de sus clientes y él mismo. Sin embargo, Nadia era otra cosa. No sabía muy bien qué, pero su relación era, como poco, peculiar y alejada del formato profesional.
—¿Cuándo quieres que quedemos? —respondió al fin.
—Cuanto antes mejor.
Aunque ella lo negaba, las prisas de Nadia no dejaban lugar a dudas de que el tema era urgente.
—Pues siento decirte que salgo para Barcelona dentro de un rato y no volveré hasta pasado mañana. Tendrá que ser el viernes.
Para su sorpresa, ella pareció alegrarse.
—Perfecto entonces. Precisamente yo estoy aquí. He llegado esta mañana muy temprano.
—¿En Barcelona? —Jaime no la dejó acabar.
—Sí, en Barcelona. Me quedo también hasta mañana. ¿A qué hora terminas hoy?
—No. Hoy no trabajo allí. Me voy para dormir porque mañana empiezo muy temprano. Quería relajarme esta tarde y preparar la intervención de mañana. —La presagiaba dura, con un comité de dirección donde la tensión entre algunos se podía cortar con cuchillo.
—Pues nos vemos esta noche… —respondió en tono divertido Nadia, aunque inmediatamente se dio cuenta de su osadía y añadió—: Si quieres, claro, porque, bueno, quizá me he precipitado y…
—¿Dónde te alojas? —la interrumpió Jaime, decidido a verse con ella esa noche.
—En el H10 de plaza Cataluña —respondió rápidamente.
¿Eran imaginaciones de Jaime o el ánimo de ella había cambiado al enterarse de que iban a poder verse aquella noche?
—Yo me quedo cerca de la estación de Sants. En el Barceló. Te llamaré cuando llegue.
—Si quieres, puedo acercarme a la zona de la estación, y nos vemos por allí —propuso Nadia y, ahora sí, a Jaime no le quedó ninguna duda de que su humor era diferente.
—Mejor te recojo en tu hotel y cenamos en un restaurante que conozco muy cerca de plaza Cataluña. Sobre las ocho puedo estar allí.
—Vale —dijo Nadia con voz alegre—. Espero a que me llames cuando estés por aquí. Hasta luego.
—Hasta luego. —Ambos colgaron.
Jaime se dirigió al centro. Aunque por la hora del día no había luces encendidas, reparó en todo el decorado navideño. Estaba seguro de que la situación de crisis que vivían la mayor parte de los países europeos no animaba a los comerciantes a hacer grandes inversiones en decorados de fiesta. Aun así se percibía una atmósfera diferente a la del resto del año.
Tenía una reunión en la calle Serrano con un directivo de Morgan & Stanley antes de tomar el AVE para Barcelona. Nada más coger su todoterreno buscó el teléfono del restaurante Con Gracia, de Barcelona. Era un sitio en el que había estado un par de veces y le encantaban su sopa de foie y el coulant de chocolate. Quería asegurarse de tener una mesa reservada, aunque suponía que en un día laborable no tendría problema.
Con la reserva hecha, sus pensamientos alzaron el vuelo.
De Nadia a Sonia.
Del inspector Gavaldá a Oriol Sempere.
De la cita de Zaratustra a la cabeza del gato muerto.