El miedo delante me paraliza. Detrás,
me empuja. A mi lado, me protege.
—Bienvenido a Chile, señor.
—Gracias —respondió Javier mirando en derredor, para disfrutar de una vista panorámica del aeropuerto en el que se encontraba.
—¿Me permite? —El Calvo hizo un gesto hacia el pequeño maletín que su jefe traía como equipaje de cabina, y el otro asintió con una mirada de desdén, como la de quien está acostumbrado a disponer de mucha ayuda.
—¿Ha llegado ya todo el mundo?
—No. Todavía queda el americano. Llegará en un par de horas.
Puerto Natales no era una ciudad que destacara por nada. Tan solo un enclave de la Patagonia chilena, de donde partían infinidad de excursiones para conocer el Parque Natural Torres del Paine. Sus habitantes vivían en casas bajas de una o dos plantas a lo sumo y las pocas construcciones que levantaban más de dos alturas solían ser hoteles. Sus calles seguían un orden impecable de líneas rectas, paralelas y perpendiculares. Dos terceras partes de la gente que se veía en movimiento eran turistas, y la mayoría de ellos arrastraban pesadas mochilas y caminaban sobre calzado de trekking. La otra parte la formaban los habitantes de la localidad que vivían precisamente del turismo.
El hotel elegido para el cónclave anual del cártel de los Zetas era el Índigo, un establecimiento nada lujoso pero con una decoración muy original que combinaba madera y hierro de llamativos colores, amén de unas vistas extraordinarias al canal Última Esperanza.
El Landa siempre elegía una localidad turística, donde una cara desconocida no levantara sospechas. Además, la necesidad de utilizar varios vuelos para llegar hasta allí dificultaría que nadie siguiera a alguno de los doce convocados ese año.
Javier era el superhombre para Europa y este era el quinto año que asistía al cónclave. Se trataba de un evento siempre delicado. La crème de la crème de la organización estaba representada allí, y ojos escrutadores seguían cada uno de los movimientos de los asistentes. Cuatro superhombres continentales, siete comandantes de la organización central y el dueño de todos ellos, el Landa, uno de los fundadores del cártel desde que desertara de la unidad GAFE, el Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales de México, donde había sido entrenado por fuerzas especiales de Estados Unidos en la lucha antidroga.
El pasado año, el superhombre de Norteamérica murió «accidentalmente» en el lago de Atitlán, antes de que acabara la cumbre en Guatemala. Varias informaciones filtradas a la prensa en Chicago habían insinuado su vinculación con el cártel, tras cometer la torpeza de liarse con una prostituta que al parecer le hizo hablar más de lo que debía.
Tras registrarse en el hotel, Javier se relajó mirando al canal desde su ventana y repasó los datos de los movimientos en Europa. Dedicó unos minutos a preparar un sólido argumentario que explicara los últimos acontecimientos, sobre todo en España. Aquella noche se jugaba mucho.
La reunión comenzó con una cena privada en una de las salas del hotel. Siempre era lo mismo. Saludos dos a dos. Abrazos, sonrisas fingidas y cambio de impresiones sobre las situaciones políticas que vivían los países de origen de los participantes en el cónclave. Por parte de Javier, tocó hablar de la alternancia de gobiernos socialistas y conservadores, las fluctuaciones de la prima de riesgos, la insolencia de algunas entidades financieras que pagaban sueldos vergonzosos a sus directivos en época de contención de gastos, la difícil situación económica de alguno de los países miembros de la Unión Europea… Charla de ascensor con tintes económico-políticos hasta que llegara el Landa. Y al fin lo hizo.
Cuando entró en la sala seguido de dos lugartenientes, todas las conversaciones se acallaron y las risas y voces pasaron primero a ser un murmullo para terminar dando paso al silencio.
El respeto que sentían por él no era tan solo el resultado de la autoridad que representaba en la organización. El Landa era un personaje psicótico, frío y despiadado. No en balde había fundado una de las organizaciones más temidas y sanguinarias de finales del siglo XX.
—Bienvenidos a Puerto Natales, señores —dijo repartiendo la mirada entre todos los asistentes y alargando los brazos con las palmas de las manos hacia abajo en un claro gesto de invitación a que tomaran asiento—. En primer lugar, me gustaría dar la bienvenida a nuestro superhombre de Estados Unidos y Canadá. —Esbozó una sonrisa y miró hacia un tipo canoso de unos cincuenta años con más aspecto de banquero que de otra cosa—. Él sustituye a James, a quien desgraciadamente perdimos el pasado año en Guatemala. —El aire de cinismo y la mirada irónica con que acompañó sus palabras helaron la sangre a la mayoría de los asistentes que recordaban el trágico final del antecesor ordenado por el Landa.
El nuevo miembro levantó la mano y forzó un saludo a sus nuevos compañeros.
—Gracias, Landa —dijo con un marcado acento anglosajón.
A Javier se lo habían presentado antes. Solo por el nombre, por supuesto. Las reglas eran claras: nada de apellidos, solo nombres propios o apodos. Y si entraba gente del servicio, las conversaciones dejaban a un lado cualquier dato comprometedor. A todos los efectos, eso tan solo era una reunión de empresa. Frente a ellos, el Landa continuaba recordando el orden de intervención de costumbre: primero Asia y por último Latinoamérica.
—Y yo mismo os daré cuenta de las operaciones al sur de México —decía en ese momento. Su mirada era dura y no demostraba inflexiones. Su discurso frío dejaba claro lo que quería que pasara.
El tipo que llevaba la responsabilidad sobre Asia era un mexicano que operaba desde Nueva Delhi. Parra —el mismo que había coordinado el préstamo de su subordinado, Carlos Arnedo—, quien daba la cara en la mayoría de las operaciones en la India.
Su mirada era segura y dominaba la oratoria. Su autocomplacencia y confianza a la hora de hablar de los negocios del cártel hacían pensar a Javier que era una persona muy cercana al Landa. El negocio allí estaba creciendo muy rápidamente. Además de blanqueo de dinero, había una fuerte producción de un asimilable a la hoja de coca que se cultivaba en Chitwan, una zona selvática al norte de Nepal. Las autoridades de varias ciudades importantes estaban en nómina del cártel y no les suponía un especial empeño lograr que el negocio funcionara con normalidad.
El Indio, que operaba desde Guatemala, no era en realidad un superhombre, pero el Landa lo trataba como si lo fuera. En realidad, era como un jefe de operaciones logísticas en todo lo que tenía que ver con envíos de dinero, así que siempre acudía a estas reuniones y daba cuenta de las entradas y salidas en metálico. El trato entre ambos era tan cercano que el Indio era el único que se permitía dejar a un lado el apodo y llamar al jefe por su nombre de pila.
Llegó el turno de Javier.
—¿Cómo van las cosas en Europa? —le preguntó el Landa y sin dejarle responder continuó—: Lo que oigo no me gusta.
—Europa va hacia atrás, como los cangrejos…, y cada vez peor —dijo queriendo hacerse el gracioso, aunque lo más que arrancó fue la sonrisa de un par de asistentes. Ya se encargó el Landa de cortar toda posibilidad de seguir haciendo chistes con la situación del viejo continente.
—No me venga con huevadas, güey. No me gusta oír eso —comentó.
—Ni a mí contarlo, pero quiero apartarme de posturas triunfalistas alejadas de la realidad —respondió Javier encogiendo los hombros.
—¿Qué está pasando en España en particular? —insistió el otro con cierto tono de impaciencia.
—Estamos cubriendo el déficit del apartado de drogas con otros negocios…, digamos…, más «limpios».
—Sé a lo que te refieres, pero los negocios limpios no se manchan con sangre, cabrón. ¿Qué pasó en Barcelona?
—Alguien quiso irse de la lengua y tuvimos que actuar —respondió con aire de suficiencia, tratando de impresionar al resto de convocados.
—¿Y el resultado? —Al jefe no le valía con la media explicación.
—Muy bueno. Ha parecido un accidente doméstico —respondió sonriente—, tema resuelto.
—¿Y ahora?
—Estamos comprobando si antes de palmarla lo había comentado con alguien. Hay una especie de entrenador con el que había establecido una relación muy estrecha y hemos decidido asustarlo de forma preventiva.
—Llegó a mis oídos lo de la cabeza de gato. ¿A quién se le ocurren esas mamonadas? ¡Jodidos gachupines…! —comentó el Landa en un tono jocoso. Todos se rieron y eso ayudó a relajar el ambiente.
—Tenemos gente en el equipo dispuesta a hacer cualquier cosa por conservar su privilegiada posición.
El Landa se puso muy serio:
—No quiero pendejadas, pinche cabrón. Encárgate de que todos los hilos queden bien atados. Respondes con tus pelotas. —Y provocó un silencio, consciente de su efecto.
Javier tragó saliva y miró para abajo.
—Claro, patrón. No hay problema.
Se le habían cortado las ganas de bromas.