El coaching es un proceso de acompañamiento
para que las personas alcancen su sentido del éxito.
—Encantado de saludarle, señor Solva. Le agradezco de antemano su ayuda con la investigación. No todo el mundo se muestra tan solícito en este tipo de asuntos.
Jaime había llegado muy temprano a la comisaría de Chamartín. Nunca le habían gustado los centros policiales, los asociaba con desagradables denuncias o con la necesidad de renovar el DNI o pasaporte. De hecho, aunque ya funcionaban cada vez mejor los sistemas de cita previa, las colas a las puertas de las comisarías seguían a la orden del día y ese no era una excepción.
—No se preocupe —respondió Jaime con una amable sonrisa—. Si le soy sincero, no es algo que me haga muy feliz, pero quiero colaborar para aclarar este asunto. Llevaba unos cuantos meses trabajando con Oriol y estoy verdaderamente afectado con lo que ha ocurrido.
—¿Va usted mucho por Barcelona? —preguntó el inspector Gavaldá, mientras le hacía pasar a una sala muy sobria con una mesa raída llena de marcas con bolígrafo y arañazos, y le invitaba a sentarse.
A Jaime le llamó la atención una de esas marcas, de mayor tamaño que el resto. El inspector se dio cuenta de dónde fijaba su mirada y leyó en alto:
—«Hijos de puta.» Sí. Un regalo de alguno de los angelitos que traemos por aquí para interrogar… Le preguntaba si…
Jaime le dirigió una sonrisa cómplice y contestó la pregunta.
—Yo no diría que mucho, pero sí con cierta frecuencia.
—¿Todos los meses?
—Algo así. Una vez al mes más o menos. De hecho, hoy he venido temprano porque al terminar tengo una reunión en Madrid y luego tomo el AVE para Barcelona.
—¿Qué tipo de trabajo realiza usted cuando va por allí?
—Salvo excepciones, voy a hacer coaching con directivos de empresas, con grupos de profesionales, o con equipos que trabajan en el ámbito multinacional. —Al decir esto se sintió orgulloso. Sabía que no era habitual encontrar a personas que se ganaran la vida de esta manera, y a la gente le llamaba la atención. A él le hacía sentirse diferente.
—Perdone mi ignorancia —dijo el inspector moviéndose en su silla—, esto del coaching es algo muy común ahora: se lee y se oye continuamente en los medios y parece que hay coaches para todo, pero yo no termino de entender en qué consiste con precisión. Supongo que su cometido tendrá que ver con decir a la gente lo que tiene que hacer en su trabajo…
—Bueno, no exactamente. Si aplica un poco de sentido común, comprenderá que es imposible que yo sepa de todos los tipos de trabajo tanto como para decirle a los profesionales de cada sector lo que deberían hacer en cada caso.
—¿Entonces…? —dijo Gavaldá sin dejarle terminar.
—Lo que hacemos los coaches cuando trabajamos con nuestros clientes es ayudarles a pensar diferente.
—¿Pensar diferente…?
—Sí. Eso es. Y a veces lo conseguimos haciendo lo que usted acaba de hacer conmigo.
—No entiendo —comentó un tanto contrariado el inspector—. ¿A qué se refiere?
—Al eco. Nosotros lo llamamos parafraseo. Usted ha repetido las últimas palabras que yo acababa de decir: «pensar diferente». Cuando hacemos eso durante una sesión de coaching, conseguimos tres efectos: el primero es «te estoy escuchando y te lo demuestro al devolverte alguna de las palabras que dices». Lo segundo es que «estoy presente aquí contigo y me importa mucho lo que me dices», esto genera rapport, que es la conexión emocional que se establece entre dos o más personas cuando hay una relación empática desde cada una de las tres dimensiones de la comunicación humana. —El inspector Gavaldá cada vez estaba más enganchado a la conversación con Jaime. Tenía un espíritu curioso y esa persona le hablaba de cosas que nunca había oído.
—¿Y el tercer efecto? —preguntó el policía.
—El tercero es que la persona con la que hablas se escucha con sus mismas palabras pero en voz de otro. Eso, en muchas ocasiones, provoca que quien habla piense desde otra óptica lo que está diciendo. A veces matizan las palabras, lo explican de otra manera o incluso caen en la cuenta de un nuevo pensamiento con respecto al tema del que hablan.
—Me resulta muy interesante lo que me está contando, señor Solva.
—Gracias, inspector. En definitiva, nuestro trabajo es acompañar a otras personas para que consigan resultados extraordinarios, es decir, unos resultados mejores de los que conseguirían por ellos mismos, y eso lo hacemos desde la pregunta reflexiva o dándoles alguna distinción —en ese momento Jaime se precipitó a explicar este último término, a sabiendas de que lo más probable es que el inspector volviera a interrumpir—, y con distinción quiero decir cualquier cosa que les ayude a diferenciar un fenómeno del resto de sus experiencias. A veces es tan solo una palabra que tiene varios significados, un modelo de liderazgo o cualquier tema que a ellos les aporte más información sobre el asunto que estemos tratando. Desde luego, el coaching solo funciona si es voluntario, confidencial, y si tocamos con exclusividad los asuntos que nuestro cliente quiera revisar o cambiar. Nunca entramos en temas con los que nuestros clientes se sientan satisfechos.
—Muy pero que muy interesante —dijo el inspector con gran expresividad—. Por fin alguien me ha dado una explicación profesional del tema. Siguiendo con el propósito de nuestra reunión: ¿desde cuándo conocía a Oriol Sempere?
—Trabajamos juntos unos cuatro meses. Ya habíamos tenido seis sesiones.
—¿Seis en cuatro meses?
—Sí, así es. Programábamos una más o menos cada tres semanas. Por lo general allí, aunque algunas veces era él quien venía a Madrid por alguna reunión de tipo interno y aprovechábamos para fijar alguna sesión.
—Comprendo. ¿Hasta qué punto conocía usted a la víctima? Quiero decir, hasta donde me pueda revelar.
Solo al escuchar la palabra víctima, Jaime fue consciente de la gravedad del asunto. De hecho, eso provocó que adoptara una pose más profesional, más circunspecta.
—No creo que sea de utilidad lo que yo sabía de Oriol. No rompo mi compromiso de confidencialidad si le digo que me parecía un tipo normal. Un profesional comprometido, con ganas de hacer bien su trabajo.
—¿Qué sabe de su familia? —siguió preguntando el inspector.
—Nada, o poco, para ser preciso. Había tenido una relación sin boda y sin hijos que terminó hace un año. Pero no era un tema del que habláramos. Eso lo sé por una comida que hicimos juntos en Madrid, donde hablamos de todo un poco.
—¿Sabe en qué área trabajaba?
—Sí. En Sistemas.
En ese momento recordó que Oriol le había comentado que su jefe conocía al jefe de Carlos Arnedo, cuando en una ocasión se encontraron ambos coachees en la central.
—¿En sus conversaciones con él, le mencionó algún asunto turbio en el que estuviera metido?
—Nada en especial —contestó Jaime después de pensárselo un rato.
—¿Le dijo en alguna ocasión si temía algo o si se sentía amenazado por alguien?
—Pues no, que yo recuerde, y creo que algo así lo recordaría.
—En estos meses que hace que conocía al señor Sempere, ¿recuerda usted algún episodio extraño, por tonto que le parezca, que quiera compartir conmigo?
Jaime reflexionó un rato, y aunque pensó que nada tenía que ver, le habló al inspector del extraño suceso de la cabeza de gato. Lo que de verdad le impulsó a hacerlo fue evitar que en algún momento el policía se enterara del incidente —ya que había existido una denuncia— y lo pusiera en una situación incómoda. Al contarlo revivió el mal trago de aquella noche.
—Sí que es un episodio extraño —asintió el policía después de escuchar el relato—. Gracias por contármelo, señor Solva, y le agradezco también que haya venido. Le dejo mi tarjeta por si recuerda algo más que le parezca oportuno contarme. Yo me pondré en contacto con usted si hay novedades.
El inspector le acompañó a la puerta y se despidió de él con un fuerte apretón de manos, y aunque Jaime trató de sonreír, lo cierto es que volvía a estar afectado por todo lo ocurrido. Ya casi lo tenía asumido, pero el interrogatorio había desatado bastantes emociones negativas. La muerte de su coachee y el desagradable incidente del gato. Una llamada inesperada a su móvil le sacó de su ensimismamiento. Se le iluminaron los ojos al ver de quién se trataba.
—¡Hola! Qué agradable sorpresa. —Se le iluminaron los ojos.
—Hola, Jaime. —El tono seco y perentorio de Nadia le apagó la mirada—. Necesito hablar contigo cuanto antes.