CAPÍTULO 18

Si a algo te resistes, seguramente persistirá.

Juanma llevaba inquieto varios días. No se conformaba con mantenerse a la espera de la posible información que le fuera a aportar Carlos. No le pareció verlo muy animado a estudiar el asunto. Además, últimamente cuando llegaba a casa, o no encontraba a Nadia allí, o era como si no estuviese. Él se conocía bien y sabía que no era un tipo divertido, pero su chica tampoco le animaba a que hicieran planes para dinamizar su relación. Al contrario, las últimas semanas la había visto muy apática y fría con él.

Pensó que poco podía hacer y se quitó el tema de la cabeza con un «que le den» dicho en voz alta y acompañado de un manotazo al aire. «Ya se le pasará. Yo a lo mío.» Se concentró en lo que ocupaba su mente en los últimos tiempos.

«¿Por qué se llamará Zaratustra? —se dijo—. ¿Qué tendrá que ver con lo que hay dentro?» Abrió el buscador Google en su navegador y metió el término. Entre miles de entradas, la más recurrente tenía que ver con un libro: Así habló Zaratustra. Le resultó curiosa la ¿coincidencia? «¿Habló?», se dijo pensando en hasta qué punto guardaría relación con una compañía, Telecomunica, especializada precisamente en eso, en facilitar la comunicación telefónica. El resto de la tarde se dedicó a leer algunos pasajes del libro y a revisar de nuevo la información que conservaba en el pendrive.

Eran las nueve cuando Nadia entró por la puerta y, después de dejar las llaves en el aparador de la entrada, se dirigió hacia el interior del apartamento.

—Hola —dijo nada más llegar al salón y ver que Juanma estaba con la cabeza escondida detrás de la pantalla.

—Hola, cariño. ¿Ya estás aquí? —Era una pregunta de respuesta tan obvia que Nadia no se molestó en contestar.

—¿Qué hay de cenar, Juanma? —preguntó pensando que la respuesta también era bastante obvia…

—No sé. No he mirado. —Asomó la cabeza por encima de la pantalla, con cara de «no hace falta que lo digas: la he cagado».

—Joder. Por una vez te podrías ocupar tú de preparar algo cuando llegas antes que yo… —Ambos se quedaron en silencio por unos segundos—. Yo me ocupo de hacer la compra, yo controlo a la chica para que haga lo que tiene que hacer en la casa, yo llevo las cuentas en el banco, yo, yo, yo, yo —dijo en un tono y con una cara que no dejaba lugar a dudas de la frustración que sentía en ese momento.

Juanma cerró la tapa del portátil: estaba dispuesto a aguantar una bronca estoicamente.

—Necesito que ayudes con algunas tareas domésticas, Juanma —continuó Nadia un poco más serena al ver la actitud de escucha que había adoptado su chico.

Él se levantó y se dirigió hacia ella, que permanecía de pie mirándolo fijamente, con los hombros hundidos y algo cabizbaja, como si su ánimo estuviera a punto de romperse. Al llegar a su altura la abrazó. Nadia no reaccionó.

—Perdóname. Estoy siempre tan metido en mis cosas que doy por hecho que de todo eso te ocupas tú —le dijo mientras la abrazaba—. ¿Qué te pasa, Nadia? —Dudó un segundo—. Últimamente no te conozco.

—Es igual. Déjalo —respondió ella.

—Vale. Como quieras —dijo Juanma con un gesto de impotencia, mientras se separaba y se encaminaba hacia la cocina para preparar algo.

—Yo no voy a cenar. —La vio andar hacia el dormitorio.

—Está bien, como quieras.

Juanma comió sin demasiadas ganas un poco de pavo frío, del que compraba Nadia por ser bajo en calorías, y siguió con la tarea en la que estaba antes de que ella llegara.

La secuencia de los pagos se repetía mes a mes aunque con cantidades diferentes. Parecía que cada mes iban sumándose nuevos beneficiarios, y los que venían de antiguo cada vez cobraban menos. Solo había cinco personas que cobraban desde el primer mes. A la derecha de las iniciales J. C. aparecía, entre paréntesis, «SH».

Abrió de nuevo el archivo Word que contenía conceptos técnicos. Le sonaban, aunque no terminaba de entender muy bien su trasfondo: «tarificación de conexión de llamada», «minutaje y secundaje de llamada», «mensaje de llamada perdida», «mensajes de voz», «mensajes de datos»… Puso todo de su parte, pero no se podía concentrar. Su mente cambiaba del archivo que tenía delante de sus narices a su relación con Nadia. Él hacía todo lo que podía para mantener viva la llama, pero se diría que ella ya estaba mirando para otro lado.

«Así habló Zaratustra…, pero ¿con quién?, ¿a qué precio?, ¿para qué?, ¿qué tienen en común todos estos nombres?, ¿cómo puedo averiguarlo?, ¿qué puedo hacer con Nadia?»

En otros baches en su relación, les había funcionado arreglar las diferencias en la cama. Pensó que quizá era la estrategia que debía intentar, así que cerró su portátil y se fue hacia el dormitorio. Mañana seguiría con Zaratustra.

Llevaba casi un mes sin sexo, por lo que, nada más pensar en poner en práctica esa estrategia, tuvo una semierección. Se lavó los dientes y se metió desnudo en la cama donde Nadia parecía dormir.

Todavía olía a la suave fragancia que dejaba el champú Elvive que ella utilizaba por las mañanas. Acercó la cabeza y sumergió la nariz en el sedoso pelo de su chica, inspirando hondo. Eso fue algo que le excitó aún más. Arrimó su cuerpo al de Nadia. Ella estaba tumbada sobre su costado derecho con las piernas juntas y algo flexionadas. Juanma se pegó de tal manera al cuerpo de su chica que se produjo un acoplamiento perfecto. La rodeó con el brazo izquierdo y se apretó contra su espalda, contra su culo, contra sus piernas, seguro de que Nadia tenía que estar sintiendo la dureza del pene contra su cuerpo. Sin embargo, no reaccionaba. O estaba profundamente dormida, cosa que dudaba, o bien se estaba haciendo la dura. Empezó a acariciarla sin prisas. Ese era un momento clave. Si se precipitaba, le rechazaría. No sería la primera vez. No obstante, si tenía paciencia, pronto empezaría a sentir la respiración más agitada de Nadia, y poco después llegarían los jadeos y, aun de espaldas, empezaría a devolver las caricias a su pareja. Cuando esto ocurría, Juanma entendía que había llegado la hora de ir un poco más lejos y metía cuidadosamente su mano por la parte superior de la braguita, abriéndose paso entre el rizado y espeso vello púbico hasta llegar a su clítoris primero y después la vulva, que a esas alturas ya estaría muy lubricada, y su chica cedería y abriría las piernas para facilitarle el trabajo.

Solo que en esta ocasión algo estaba fallando. Él acariciaba uno de los pechos desnudos de Nadia, primero con su mano ahuecada, cubriendo la generosa teta de su chica, para luego utilizar solo tres dedos con movimientos circulares alrededor de la areola, y finalmente pasar a pellizcar con delicadeza el pezón. Y Nadia no reaccionaba.

—¿Qué te pasa? —le preguntó con una transparente desesperación.

—Hoy no. Lo siento. Quiero intentar dormir —dijo ella en un tono triste pero decidido.

Juanma no habló. Se levantó y, todavía con una evidente erección, se dirigió desnudo a la cocina para tomar algo de zumo. Iba a ser una noche muy larga para él. «Bueno, probablemente para los dos…», se dijo.

En ese instante saltó el característico sonido que le avisaba de un nuevo mensaje en su móvil. Por un segundo pensó no hacerle ni caso. No tenía el cuerpo para mensajes, pero al final decidió echarle un vistazo para ver qué o quién era a esas horas.

Remitente: número desconocido.

La adrenalina se le disparó. El corazón le empezó a latir con fuerza y su respiración se aceleró hasta el punto de que tuvo que empezar a hacerlo con la boca abierta. Su cuerpo se quedó rígido, en guardia, en estado de alerta y atento a cualquier ruido extraño.

Ante sus ojos, la pantalla iluminada y un mensaje de apenas un línea: «Zaratustra solo es un profeta. Olvídalo».