Estate siempre preparado para esperar lo inesperado.
—¿Sonia?
—Estoy aquí, papá.
Ella salió de su cuarto y se abrazó a su padre con más intensidad que de costumbre. «Ya me va a pedir algo», pensó Jaime, pero lo que había detrás en realidad era cierto sentimiento de culpa de su hija por aprovechar su ausencia para revolcarse con su chico. Sus tres hijos estaban bautizados en la fe católica y habían hecho la comunión, aunque la familia nunca había sido practicante. Sin embargo, por una cuestión cultural y de arraigo, la semilla judeocristiana estaba plantada y el sentimiento de culpa y de traición a su padre aparecía cada vez que ella le ocultaba una relación con sexo.
—¿Qué sabes de Paula?
—Mamá me llamó ayer y dijo que a estas alturas de la semana mejor se quedaba con ella. El lunes, si quieres, puedes ir al colegio a recogerla para que se quede aquí la próxima semana. Habla con mamá para decirle qué vas a hacer al final.
Sonia cambiaba a placer de residencia entre la casa de su padre y la de su madre. Aunque prefería estar con su padre por la dosis de libertad y de dinero extra que eso suponía, también era consciente de la competencia y los celos que existían entre sus padres, así que intentaba equilibrar, sin mucho éxito, el tiempo que pasaba en una casa o en otra.
—Vale. De todas formas mañana es viernes y tengo una agenda apretadísima. Casi prefiero que sea así. ¿Le echaste pienso a Felipe?
—Sí, pero no ha comido nada.
Felipe era el gato de la casa desde que hace dos años Jaime decidiera regalárselo a Paula, después de mucha insistencia por parte de la niña. Pasados los dos primeros meses de novedad en los que el animal aguantó estoicamente todos los achuchones de la familia sin dar signos de rebelión, a partir de ahí, ya no le hacían mucho caso. Desde su terraza escalaba al ático y luego al tejado del edificio, donde a veces se pasaba los días completos. Casi no se daban cuenta de cuándo entraba o salía.
—Debe de estar enamorado de alguna gata en celo porque no para en casa —contestó Sonia sin apenas poner atención a lo que decía—. ¿Hay novedades sobre ese cliente tuyo que ha tenido el accidente?
—Me han llamado de su empresa para decirme que probablemente la Policía se ponga en contacto conmigo.
—Qué raro, ¿no?
—No lo sé. Quizá no tanto. Al parecer quieren hablar con las personas con las que tenía citas pendientes.
—¡Ah! —replicó Sonia.
En realidad, él mismo no lo comprendía muy bien. Un accidente era un accidente, pero todavía había muchas cosas del funcionamiento del mundo que escapaban a su sentido común. En eso, solo con ser adulto no bastaba.
—¿Y tú?, ¿has cenado algo? —dijo dirigiéndose hacia la cocina.
—No. Te estaba esperando para prepararlo juntos.
«Confirmado. Mi hija me va a pedir algo…», pensó.
—Por cierto, un amigo tuyo te ha dejado un paquete esta mañana.
—¿Un amigo mío? ¿Quién?
—No lo sé. No dijo cómo se llamaba. Solo que era amigo tuyo y que quería dejarte el paquete que está encima de la cómoda.
—Voy a ver. —Jaime se dirigió a la entrada—. ¿Cómo era?
—Un poco raro. Delgado, calvo y con una margarita tatuada en una mano.
—Pues ni idea de quién puede ser —comentó extrañado.
Jaime tomó el paquete y lo observó. Ninguna dirección, solo las impresiones originales de la caja, que por lo visto había contenido artículos del grupo Nutrexpa. Recordó a uno de sus clientes más regulares en coaching de equipos y pensó que esa caja había salido de la fábrica de Saica Pack; él mismo había visitado la fábrica de embalaje en una ocasión.
—¡Uf! Qué mal huele —comentó mientras se disponía a abrirla.
—Pues esta mañana no me he dado cuenta —respondió su hija desde el salón.
Al levantar las solapas, le llegó un bofetón de un tufo fétido y vio aparecer algo envuelto en una bolsa de plástico. Sin motivo aparente, sus pulsaciones se dispararon y sintió cómo la sangre le subía a la cabeza al tiempo que su mente le repetía «un amigo», «un amigo», «un amigo»…
—¿Qué es esto? ¿Qué coño…? —Cogió la bolsa, la extrajo de la caja y con manifiestas señales de asco empezó a abrirla—. ¡Qué horror! —La incredulidad mezclada con terror por lo que estaba viendo se reflejaba en su cara.
—Papá, ¿qué pasa?
—No te acerques, Sonia. Quédate ahí. ¡No te muevas!