En la vida te tratan tal y como tú enseñas a la gente a tratarte.
Parra era un guatemalteco de pura cepa, más concretamente de Santiago de Atitlán, ciudad al borde del lago homónimo, uno de los atractivos turísticos más visitados de Guatemala. Qué lejos quedaba ahora su tierra…
Fue en la calle Santander, la zona más transitada y artesanal de Panajachel, donde Parra conoció al Indio con tan solo quince años. En aquella época, el Indio ya era el jefe de una pandilla de adolescentes maleantes que se llenaba los bolsillos a base de robar carteras a los pocos turistas que había en aquel tiempo, y lucía con orgullo el apodo que sus facciones le habían adjudicado desde bien pequeño. El Indio había tenido una adolescencia al margen de la ley, aunque no siempre se movió a ese lado de la raya: durante un tiempo se había dedicado a pescar y a ganarse la vida como lanchero, con el traslado de parejas de enamorados de un pueblo a otro alrededor del lago. Fueron las trágicas inundaciones de 1998, donde salió vivo de milagro de debajo del lodo que había enterrado su chamizo, las que cambiaron todo eso. El Indio decidió abandonar el camino de la honestidad para convertirse en el brazo de los Zetas en Guatemala, lo que le había proporcionado una situación privilegiada entre la clase política y militar del país, como consecuencia de pagos y sobornos a aquellos que les daban cobertura para mover el dinero proveniente de la droga.
Años más tarde, decidió expandir sus horizontes trasladándose a Mazatenango, capital del departamento de Suchitepéquez, y se hizo una casa que sobresalía sobre las demás a pie de playa en Chiquistepeque.
—¿150.000 euros?
—Sí —se limitó a contestar Parra.
—Es mucha plata.
Hablaban del equivalente al presupuesto municipal de veinte años en Chiquistepeque.
—Mucha. Por eso es buen negocio. El güey tiene pinta de que va a responder.
—Está bien, Parra, pero te hago responsable de su devolución con tu vida. El enlace te la pondrá en Madrid en dos semanas.
El Indio tenía la responsabilidad de blanquear todo el dinero que el cártel de los Zetas producía en Guatemala. El territorio era casi virgen y solo debía tener cuidado con pequeñas bandas locales, que se mantenían a base de asaltar turistas en las carreteras de acceso al lago de Atitlán por la vía sur.
—Okey, Indio. Espero instrucciones.
Parra colgó el teléfono con la sensación de quien se está jugando el pellejo por algo que no es suyo.