Capítulo 37
¿Estás segura, tía?
—Completamente.
—¿Y no sería lo mismo si le mandases un sms?
—No. No es lo mismo. Voy a ir.
—¿Y si no es él?
—Esta vez sí que lo es, Paula. Tengo que hablar con él aunque me cueste la vida. Si no me quieres acompañar no pasa nada.
—Que no es eso, tía. Es que creo que te vas a meter en la boca del lobo. ¿Y si te pega?
—¡Cómo me va a pegar! ¡Si está en la cama! Además, los tíos no pegan a las tías.
—Pero sí se lo encargan a otras tías. ¡A ver! Parece que no conoces a los malotes estos. ¿Y sus amiguitas las malotas? Como si no lo hubieran hecho ya otras veces… ¿O no te acuerdas de cuando rodearon entre varias a aquella niña del cole en el centro comercial? ¡Menudo susto le dieron las muy cerdas!
¡Bueno! Pues ya sabré yo cómo defenderme, pero tengo que decirle la verdad en persona ¿vale?
—¿Y no tienes que estudiar hoy? ¿Cuántos exámenes tienes el lunes? A lo mejor deberías repasar esta tarde ¿no?
—¿Quieres dejar de parecerte a mi madre, tronca? ¡Dímelo ya de una vez! ¿Vienes o no?
—¡Que sí! ¡Que voy! No seas petarda.
-oOo-
—¡Hombre, aquí están las que faltaban!
—¿Las que faltaban? ¿Por qué precisamente las que faltaban, so capullo?
—Joder, guapa, ¿a qué viene tanto mosqueo?
—Ni mosqueo ni leches. Tú a mí no me conoces de nada, imbécil. ¡A ver! ¿Por qué coño iba yo a faltar? ¿No será que El que faltaba por aquí eres tú?
—¡Pues no! Porque yo ya estaba aquí antes de que tú llegaras. Y claro que te conozco, guapa. A ti y a tu amiga, que no paráis de espiarnos. ¿O te piensas que no nos hemos dado cuenta? Si parecéis nuestra sombra, joder.
—¿Sombra de qué? ¡Niñato!
—Pero bueno, tía, ¿a ti qué mosca te ha picado?
—La misma que os ha picado a tu hermano y a ti este verano. Por no decir la que le ha picado también al hermano de Roberto, que seguro que está con vosotros en el ajo.
—¿Pero de qué ajo me estás hablando, chiquilla?
Dafne estaba paralizada. Mientras el gemelo que discutía con Paula se iba encendiendo, el otro no dejaba de mirarla. Le había guiñado un ojo nada más verlas aparecer en el vestíbulo del octavo piso, y se había colocado a su lado como si quisiera protegerla del chaparrón que estaba cayendo. En el momento más álgido de la discusión, se acercó a su oído y le dijo en voz baja.
—¿Y tú no hablas?
—Yo vengo a ver a Roberto.
Acababa de subir ocho plantas por las escaleras y apenas podía respirar, pero no quería que nadie pensase que estaba nerviosa, por lo que trataba de regular la respiración aspirando y expulsando el aire muy lentamente, una técnica que solía utilizar para evitar que le dieran la lata por su empeño en no subir en los ascensores. El gemelo que le guiñaba los ojos le puso la mano en la espalda y continuó hablándole en voz baja.
—Pues tranquilízate, que no suele comerse a las pibas flaquitas como tú.
—No estoy nerviosa, es que he subido por las escaleras.
—Ah, es verdad, se me había olvidado que tienes miedo a los ascensores.
Dafne se giró hacia él.
—¿Y tú cómo lo sabes?
—Yo sé muchas cosas, flaca.
Paula se cogió del brazo de su prima y la empujó hacia delante. Frente a ellas se abrían dos pasillos, a derecha e izquierda del vestíbulo, uno conducía a las habitaciones y el otro, que terminaba en la zona de quirófanos, estaba reservado para uso exclusivo del personal sanitario.
Paula continuó empujándola en dirección al pasillo de las habitaciones, cogida de su brazo y sin dejar de discutir con uno de los gemelos.
—No te hagas el sorprendido, macho, porque se te nota mazo que estás disimulando.
—¿Disimulando de qué? Vosotras sí que no sabéis disimular. ¡Espías de pacotilla!
Las dos primas se miraron como si se adivinaran el pensamiento. Cada palabra que pronunciaban los amigos del Rata confirmaba sus sospechas de que eran los impostores.
La discusión continuó mientras caminaban hacia la habitación.
—Vosotros sois muy listos los dos. Pero ahora veremos quién sabe más. Veremos si Roberto sabe quién es El que faltaba por aquí.
—Pero, bueno, ¿se puede saber por qué te jode tanto que haya dicho que sois las que faltaban? Lo he dicho porque ha venido un montón de gente a verlo.
—Pues ahora han venido dos más. Justo las que le van a decir a Roberto lo que ha pasado mientras estaba enfermo. ¡A ver si él sabe una mierda de lo que habéis hecho!
—¡Pero qué borde eres, chiquilla! ¿Y qué mierda se supone que tiene que saber?
—Vosotros sabréis, que sois los que lo sabéis todo, y os habéis estado haciendo pasar por él.
—¡Pero qué dices! ¡Tú no estás bien de la olla! ¿Dónde nos hemos hecho pasar por él?
—Ahora lo sabrás.