Capítulo 36

A las doce de la mañana, Dafne se despertó sobresaltada. Era la primera vez en todo el verano que su madre la dejaba dormir hasta tan tarde. El día anterior habían terminado las clases particulares, porque el lunes comenzaban los exámenes. Su madre debió de creer que ya estaba bien del suplicio de levantarla a las nueve y media incluso los fines de semana.

Cualquier otro día habría pensado que aún era pronto para salir de la cama, pero aquel sábado hubiera deseado levantarse más temprano que nunca. Quería consultar cuanto antes la bandeja de entrada de su correo electrónico, en busca de la respuesta a los correos que había escrito Paula la tarde anterior para Roberto y para El que faltaba por aquí.

Por supuesto, lo primero que hizo nada más poner el pie en el suelo fue dirigirse a la mesa, encender el ordenador y pinchar el símbolo de su navegador de internet.

Mientras se realizaba la conexión, se dio cuenta de que la batería del móvil se había descargado durante la noche y se le había apagado. Acto seguido lo enchufó al cargador.

Al encenderse el teléfono comprobó que, a pesar de que Paula y ella creían haber previsto todas las posibilidades sobre las respuestas a los correos, había una que no habían barajado.

No había mensajes en la bandeja de entrada del correo electrónico. Tal y como habían imaginado que podía suceder, ni Roberto ni su impostor habían contestado. Pero en el móvil se encontró con un mensaje, enviado desde un número oculto, que cambiaba la situación por completo.

A Dafne le dio un vuelco el corazón. No podría explicar el por qué, pero antes de abrirlo supo que se trataba del Rata. Aquel mensaje le provocaba la misma sensación en el estómago que había sentido al principio de toda aquella historia: una especie de vértigo que no podía comparar con nada, excepto con la emoción de dejarse lanzar al vacío desde una de las instalaciones más altas del parque de atracciones.

Tenía que ser él.

Ninguna persona le había hecho sentirse de aquella manera excepto Roberto. Ni siquiera su impostor había conseguido nunca que el estómago le bailase así. Ahora se daba cuenta de que el falso Roberto siempre le había hablado midiendo las palabras, como si se estuviera conteniendo, cariñoso, sí, pero frío, sin coqueteos como el que se adivinaba en cada mensaje del verdadero Rata.

Pulsó el botón de abrir los mensajes con el corazón a doscientos por hora, conteniendo la respiración y rezando para que no le fallase su intuición.

Y, efectivamente, sólo con un golpe de vista, incluso sin leer el texto, comprobó que su intuición había funcionado.

A diferencia de la forma en que escribía el impostor, el autor del mensaje había utilizado abreviaturas.

El texto, por otra parte, no dejaba lugar a dudas.

«No creas q m he olvidado d ti. Stoy n el hspital. Tescribo desde el móvil de mi madre. Si fueras una wena chica vndrías a vrme. Habit 8 planta 8. No falts».

Su primer impulso fue llamar a su prima Paula para leerle el mensaje, pero no la llamó, se quedó leyéndolo una y otra vez, saboreándolo como si realmente se lo hubieran enviado a ella y no a Cristina, pensando que algunas cosas, de entre tantas mentiras que había vivido aquel verano, eran reales. Era verdad que Roberto se había enamorado de su hermana, y que lo que ella sentía por él no lo había sentido nunca por nadie.

Si El que faltaba por aquí no lo hubiera suplantado, ella habría conseguido que Roberto sintiese lo mismo que ella sentía por él, aunque no supiera con quién hablaba realmente, y creyese que era de Cristina de quien se había enamorado, como en esa historia que contó una vez en clase la profesora de francés, la de un hombre con una nariz inmensa que escribía versos para que un amigo, oculto tras el embozo de una capa, pudiera enamorar a una chica de la que él también estaba enamorado.

En aquella historia, la chica se enamora de los versos del que escribe, y no de los ojos bonitos del amigo. Igual le habría ocurrido, a Roberto.

Sí. Estaba segura, él habría terminado por enamorarse de sus mensajes si los hubiera leído. Habría experimentado el mismo vacío en el estómago que ella, la misma sensación de que el corazón iba a estallarle, el mismo deseo de gritar.

-oOo-

Dafne leyó una docena de veces el mensaje antes de llamar a Paula. Sería la última vez que podría saborear aquella sensación de que el Rata estaba pensando en ella cuando lo escribía.

El juego se había terminando.

Podría haber continuado con la farsa hasta que el verdadero Roberto cayera rendido a sus pies. Sin embargo, ahora sabía que en aquella partida, en la que creía haber marcado toda la baraja, participaban muchos más jugadores de los que podía imaginar. Algunos habían buscado la manera de colarse en el juego sin haber sido invitados, y a otros no podría evitar el daño que iba a causarles cuando descubriesen que también les habían repartido cartas sin saberlo.

Es difícil que la traición y la mentira desaparezcan sin llevarse con ellos algún herido.