Capítulo 2
A Dafne le hubiera encantado llamarse así, ¡Dafne!, como la ninfa que enamoró al dios Apolo y se convirtió en un laurel después de haberle rechazado.
Pero, en realidad, Dafne sólo es un nick detrás del que resulta fácil ocultarse. Y ella ni siquiera conoce la historia de la ninfa de la que ha tomado prestado su nombre. A Dafne también le habría gustado tener los ojos azules, la melena larga y la estatura de la modelo por la que se hace pasar en el facebook. Pero sus ojos son negros y rasgados, como los de una de sus tres hermanas, la mayor, y su pelo encrespado sólo le llega a la altura de los hombros, a pesar de que, cuando se lo moja, consigue estirarlo tanto que casi le roza la cintura.
Podría haber heredado los ojos de su padre, verdes, como los de su hermana pequeña. Pero, para su desgracia, aunque ella pretende corregirse, sólo ha heredado de él su tendencia a inclinar la cabeza al andar y la inevitable chepa en que se convierte su espalda en cuanto se descuida un momento. Desde que tiene recuerdos, la persigue una orden que nunca consigue cumplir, por más que se esfuerce:
—¡Ponte derecha!
Su madre, sus hermanas mayores, sus abuelos, los tutores del colegio y cualquiera que la vea caminar, todo el mundo le dice que se enderece. Pero por mucho empeño que ella le ponga, y es verdad que lo pone, sus hombros tienden a caerse hacia delante sin que pueda remediarlo y, antes de que llegue a darse cuenta, inevitablemente aparece la chepa que le amarga la existencia.
Pero Dafne es así, y así hay que quererla.
Nada más diferente a la imagen de la ninfa que aparece en los libros sobre mitología. La que rechazaba cualquier tipo de amor masculino y se negaba a casarse. Tan alta, tan hermosa, tan segura, tan proporcionada, ¡tan recta!
Según le han contado, su padre también sobrellevó desde niño la misma letanía del ponte derecho, y la rabia de que le llamasen cheposo. Pero, en su caso, se debía a un doble motivo. El primero, porque lo era y, el segundo, porque así apodan a los habitantes de la ciudad donde nació, porque dicen que caminan encorvados a causa del viento, que sopla helado desde el norte con frecuencia.
En ocasiones, su madre también llama cheposa a Dafne, y la compara con su padre para que se corrija. Pero ella siempre responde que a mucha honra, y se encorva aún más, simulando que se cierra el abrigo para protegerse del frío.
Ojalá todos los cheposos lo fuesen como su padre, por haber nacido en una de las ciudades más acogedoras del mundo. Por mucho frío y por mucho viento que hiciera.
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Cuando Apolo venció a la serpiente Pitón, presumió de tal manera delante de los otros dioses que Eros decidió darle una lección y le disparó una de sus flechas de oro, aquellas que infundían amor.
Al mismo tiempo, lanzaba una de plomo sobre Dafne para provocarle desdén y desprecio hacia Apolo, hermano de Artemisa, diosa de la caza a la que Dafne estaba consagrada desde su nacimiento.
Dafne aún no lo sabe, pero algún día querrá parecerse a la ninfa que rechazó al dios de la música, porque este acabará coronándose con las hojas del árbol que simbolizará para siempre la victoria.
Ella no conoce aún el significado de su nombre, ni que la ninfa era una gran cazadora, capaz de atraer a sus presas con sencillas artimañas para que cayeran en sus trampas, tal y como ella es capaz de atraer a las suyas en internet.