49

Una sed acuciante arrancó a Jayan del sueño. Al abrir los ojos, vio las paredes chamuscadas bañadas en la luz de la mañana. No parecían más suaves que la superficie contra la que estaba recostado. Le dolía todo el cuerpo. Notó una presión sobre el brazo y bajó la mirada.

Tessia dormía acurrucada junto a él.

Esto le levantó el ánimo, y de pronto la dureza de la pared y del suelo no le pareció tan insoportable.

«Debería haber esperado a que terminara la guerra y estuviéramos a salvo —pensó—, pero allí estaba, demasiado cerca de mi mente, y no podía ocultar mis sentimientos».

Lo cierto es que en el fondo no se arrepentía de nada.

«Me quiere. A pesar de todas las tonterías que he dicho. A pesar de que la he apartado de mí». Cayó en la cuenta de que no esperaba que ella se enamorara de él. Se había convencido de que, cuando regresaran a Imardin y él se armara de valor para confesarle lo que sentía, ella lo rechazaría.

Tal vez cambiaría de opinión cuando fuera famosa por haber descubierto la sanación mágica. Cuando se hiciera mayor. Todavía era joven. ¿Qué tenía, diecisiete o dieciocho años? Jayan no lo recordaba. Cuando pensaba en cómo había sido él a su edad —inconstante y voluble—, sabía que no podía contar con que ella nunca se hartaría de él ni se interesaría por otra persona.

«Pero ella no es como yo a su edad. Cuando se entrega a algo, como la sanación, nunca lo abandona. Tal vez le ocurra lo mismo con las personas. Conmigo. Yo tampoco era totalmente inconstante en todos los aspectos. Nada me hizo perder el interés por la magia o mi lealtad hacia Dakon».

Extendió la mano hacia el cuenco de agua que ella le había llevado la noche anterior después de desaparecer en las entrañas de la casa quemada durante un rato, y bebió con avidez. El agua sabía a humo. Jayan cerró los ojos y dejó pasar el tiempo.

Al cabo de un rato, algo lo despertó. El golpeteo de unos cascos resonaba a lo lejos. Varios caballos se aproximaban. El corazón le dio un vuelco. Aunque Tessia y él habían acordado turnarse para dormir mientras el otro permanecía atento por si pasaban kyralianos por allí, los dos habían sucumbido al agotamiento. Jayan tenía la impresión de que la sanación había consumido gran parte de la energía de Tessia. Seguramente ella tenía tanta necesidad de dormir como él.

El volumen de los sonidos de cascos aumentaba rápidamente.

Cuando él se movió, intentando perturbar lo menos posible el sueño de Tessia, ella abrió los ojos de golpe. Lo miró, parpadeando, y frunció el ceño.

—¿Ese ruido es de caballos?

Se despabiló al instante y se puso de pie ayudándose con los brazos. Jayan se levantó y los dos se acercaron a la pared derruida. Cuando echaron una ojeada al exterior, vieron a unos veinte magos kyralianos que cabalgaban hacia ellos. Jayan miró en torno a sí para asegurarse de que nadie más los estuviera observando. La avenida y las casas cercanas parecían desiertas. Salió de la casa y agitó un brazo para llamar la atención de los jinetes.

Los magos aminoraron el paso hasta detenerse. Jayan sonrió al reconocer a lord Bolvin, que iba en cabeza junto a lord Tarrakin.

—¿Tenéis sitio para dos viajeros más? —preguntó.

Bolvin esbozó una sonrisa.

—Mago Jayan, aprendiz Tessia, me alegro de ver que los dos habéis sobrevivido. Dakon se sentirá aliviado. Regresó aquí anoche pero no os encontró. —Miró hacia atrás—. Nos dirigimos primero a las afueras de la ciudad. Tendréis que compartir caballo.

Dos magos se acercaron, y Jayan y Tessia montaron a ancas, detrás de ellos.

Jayan paseó la vista en torno a sí.

—¿Alguien ha visto a Mikken?

—Ha vuelto con el ejército.

Bolvin espoleó a su caballo y los demás lo siguieron.

Aunque el silencio reinaba en la ciudad, de vez en cuando Jayan vislumbraba a alguien que se alejaba corriendo por una callejuela. Pasaron por el lugar donde el ejército había dejado atrás a Tessia y Jayan. Poco después, cuando la calzada ya no estaba bordeada de muros, y los edificios se encontraban en medio de campos, el grupo hizo un alto. Cinco magos, entre ellos Bolvin, se separaron del resto, cada uno acompañado por un criado y un aprendiz y conduciendo a un caballo sin jinete cargado de equipaje. Por lo que alcanzó a oír de la conversación, Jayan entendió que ese grupo volvería a Imardin. Al principio supuso que era para comunicar la noticia de la victoria, pero entonces cayó en la cuenta de que seguramente esa información ya había llegado a Kyralia a través de los anillos de gemas de sangre.

Al pensar esto, un escalofrío de emoción le bajó por la espalda. «Ojalá nos llevaran consigo. —Se percató de que estaba harto de la guerra—. Quiero ir a casa, esté donde esté eso, con Tessia. Quiero fundar un gremio de magos y ayudar a Tessia a perfeccionar la sanación mágica».

Mientras Bolvin y sus acompañantes cabalgaban hacia la lejanía, lord Tarrakin hizo girar a su caballo.

—A partir de aquí, tendrán que arreglárselas solos —dijo—. El rey nos ha ordenado que regresemos lo antes posible.

Los magos que quedaban dieron media vuelta y se encaminaron de nuevo hacia la ciudad. Al poco rato, avanzaban por zonas de Arvice que Jayan no había visto antes. Admiró el paseo con árboles que conducía al Palacio Imperial. El edificio, sorprendentemente, no presentaba desperfectos. Unos criados acudieron a hacerse cargo de los caballos. Jayan descabalgó, alegrándose de no tener que seguir sentado en el incómodo borde de la silla.

Se acercó a Tessia y siguió a los magos al interior del palacio. Como en las casas construidas por sachakanos que había en Imardin, un pasillo llevaba a una sala grande en la que se recibía a los invitados. La diferencia estribaba en que este pasillo era tan ancho que en él cabían diez caballos, uno al lado de otro, y la sala era una estancia enorme con hileras de columnas. Unas voces resonaban en el interior.

—No podemos abolir la esclavitud de un plumazo —declaró una de ellas—. Hay que hacerlo por etapas. Empezar por los sirvientes personales. Si no dejamos para el final la liberación de los esclavos que producen alimentos y realizan las tareas más penosas, Sachaka morirá de hambre mientras se ahoga en sus propios residuos.

«Narvelan —pensó Jayan, y notó un estremecimiento que ya había sentido otras veces—. ¿Por qué no me sorprende que quiera mantener la esclavitud?». Por otro lado, no podía evitar estar de acuerdo con él. Liberar a todos los esclavos a la vez provocaría el caos.

Cuando Jayan se acercó al fondo de la sala vio a varios magos sentados en círculo. Advirtió que el rey no estaba ocupando el enorme trono dorado situado en medio de la estancia, aunque la silla en la que descansaba era grande y tenía respaldo y brazos, mientras que los demás estaban sentados en taburetes. Había otros magos de pie dispersos por la sala. Algunos escuchaban la conversación, otros hablaban entre sí.

Uno de los magos se disponía a levantarse de su asiento, pero miró al rey y se sentó de nuevo. Dakon. Jayan sonrió al ver la expresión de alivio de su antiguo maestro.

—Además, tenemos que mantener débil a la población de aquí —prosiguió Narvelan—, aunque no hasta el punto de debilitarnos nosotros también. Liberar a los esclavos personales implica que los magos que quedan tendrán que pagar a quienes trabajen para ellos.

Jayan vio que el rey asentía antes de alzar la vista hacia los recién llegados.

—Lord Tarrakin. ¿Se han marchado lord Bolvin y los demás?

—Sí. Además, hemos encontrado al mago Jayan y la aprendiz Tessia.

El rey miró a Tessia y luego a Jayan.

—Me alegra que los dos hayáis sobrevivido a la noche. —Con el entrecejo fruncido, pasó la vista de Tessia a Dakon—. Puesto que habéis accedido a quedaros para ayudar a gobernar Sachaka, ¿se quedará también vuestra aprendiz?

A Jayan se le cortó la respiración. «¿Dakon va a quedarse? ¡Imposible! Tiene una aldea que reconstruir y un señorío que dirigir».

Pero descubrió que no le costaba creer que Dakon hubiera decidido quedarse a ayudar a los sachakanos, tal vez para reparar el daño causado por el ejército.

«Y Tessia tendrá que quedarse con él…».

—He estado pensando en eso —dijo Dakon—. Si Tessia no desea permanecer aquí, es libre de marcharse.

—Yo no os abandonaría, lord Dakon —dijo ella.

El rey se volvió hacia ella.

—Tienes un don, aprendiz Tessia, una habilidad para sanar que puedes enseñar a otros. Si te pidiera que regresaras a Imardin conmigo, ¿aceptarías?

Ella se mordió el labio. Fijó los ojos en él, y luego en Dakon.

—¿Quién… quién se hará cargo de mi formación?

El corazón de Jayan dio un brinco. ¿Lo dejarían…?

—Yo.

Todas las miradas se volvieron hacia lady Avaria, que caminaba con aire resuelto hacia el círculo desde un lado de la sala.

—Dakon comentó que estaba planteándose la posibilidad de quedarse —explicó ella—. Pensé en Tessia y me imaginé que no querría quedarse aquí. Además, creo que ha llegado el momento de que yo tenga un aprendiz. —Miró a Tessia y sonrió—. Mi experiencia no es comparable a la de Lord Dakon, pero prometo que lo haré lo mejor que pueda.

Todos los ojos se posaron en Tessia. Ella dirigió la vista a Avaria, luego a Dakon y después a Jayan, y se volvió hacia el rey.

—Si lord Dakon así lo desea, será un honor para mí convertirme en aprendiz de lady Avaria.

Dakon sonrió.

—Aunque me gustaría completar tu entrenamiento, Tessia, creo que es más importante que compartas con otros tu técnica para sanar pacientes con la ayuda de la magia.

El rey esbozó una gran sonrisa y se dio una palmada en los muslos.

—¡Excelente! —exclamó antes de centrar su atención en Jayan—. ¿Y qué planes tenéis vos, mago Jayan?

—Volveré a Imardin —respondió Jayan—, y si me dais vuestra aprobación, empezaré a trabajar con vistas a la fundación de un gremio de magos.

El rey sonrió.

—Ah. El gremio de magos. Lord Hakkin también está explorando esa idea. —Asintió—. Podéis uniros a él en este proyecto. Bien. —Paseó la vista en torno al círculo—. ¿Quién se quedará para ayudar a lord Narvelan y lord Dakon a gobernar Sachaka?

Un temblor frío recorrió a Jayan. «¿Lord Narvelan gobernará Sachaka? ¿Ha perdido el juicio el rey Errik?». Observó a Narvelan. El joven mago sonreía, pero de un modo rígido y extraño que no encajaba con la intensidad de su mirada. Cuando algo lo distrajo —un esclavo que le tiró con suavidad de la manga—, una ira feroz asomó a su rostro pero rápidamente quedó disimulada tras la sonrisa.

Jayan oyó que Tessia contenía el aliento.

—Hanara —jadeó—. ¡El esclavo de Takado!

Al fijarse mejor, Jayan advirtió que el esclavo que se postraba ante Narvelan era el mismo a quien Takado había dejado en Mandryn, y a quien Dakon había liberado. El que había traicionado la aldea y la había entregado a Takado.

—Te tengo dicho que no te arrojes al suelo —reprendió Narvelan a Hanara mientras los magos proseguían su conversación—. No me extraña que te ensucies tanto.

—Sí, amo —respondió Hanara.

—¿Hanara es el esclavo de Narvelan? —preguntó Tessia con un nudo en la garganta.

—Sí —dijo lord Tarrakin—. Aunque al parecer le ha dicho que es libre, el hombre no se da por enterado.

Tessia sacudió la cabeza. Lanzó una mirada fugaz a Jayan y, cuando Hanara se alejaba a toda prisa para cumplir la orden de Narvelan, se acercó con grandes zancadas para interceptarlo. Jayan la siguió. Tessia alcanzó al esclavo cerca de la pared lateral de la sala. Cuando Hanara la vio, abrió los ojos como platos y se quedó helado.

—Tessia —susurró, con una expresión que Jayan no sabía si era de espanto o asombro.

—Hanara —dijo ella. Se quedó callada, con la boca entreabierta y una mirada atormentada.

Hanara bajó la vista.

—Lo siento —dijo—. No podía hacer nada. Creía que si acudía a su llamada, tal vez él se marcharía. Pero también sabía que se enteraría por mí de que lord Dakon se había marchado. Pero… lo habría averiguado de todos modos. Me… me alegro… me alegro de que no estuvierais allí.

Jayan supuso que los balbuceos del esclavo se referían a Mandryn. «Debería tener ganas de estrangularlo, pero por alguna razón no es así. El mago que dominaba su vida había reaparecido. Dudo que nadie en esa situación hubiera podido evitar que el miedo rigiera sus actos. Y ahora está al servicio de Narvelan. No sé si considerarlo un castigo merecido o compadecerlo. O preocuparme por el hecho de que el antiguo esclavo de un invasor y un mago despiadado y demente se hayan juntado».

—Te perdono —dijo Tessia. Jayan la miró extrañado. Ella parecía aliviada y pensativa—. Ahora eres libre, Hanara. No tienes por qué servir a alguien a quien no quieres servir. No… no te castigues por los crímenes de tu amo.

El esclavo sacudió la cabeza y, tras echar un vistazo alrededor con sigilo, se inclinó hacia ella.

—Soy su sirviente porque quiero seguir con vida —susurró—. De lo contrario, no tardaría en morir. —Se enderezó—. Marchaos a casa. Casaos. Tened hijos. Vivid muchos años.

Se alejó de ellos apresuradamente y desapareció por una puerta. Tessia se volvió hacia Jayan y soltó una risotada breve.

—Me parece que acabo de recibir órdenes de un esclavo.

—Consejos —la corrigió Jayan. Atravesó la misma puerta, dirigió la vista a uno y otro lado del pasillo, y se encogió de hombros—. Son buenos consejos. Añade a eso el enseñar a los magos a sanar. Y el ayudarme a organizar el gremio. —Meneó la cabeza—. Tendré que trabajar con lord Hakkin. Necesitaré toda la ayuda posible.

—Sí —convino ella mientras echaban a andar por el pasillo—. He notado que no le has comentado al rey que había descubierto la manera de sanar por medio de la magia.

—No. No me parecía el momento oportuno. Y, ahora que lo pienso…, preferiría que la enseñanza de la sanación mágica no se iniciara en Sachaka. Debería iniciarse en Kyralia, como parte de las actividades de nuestro nuevo gremio.

—¿Un aliciente para que los magos se afilien?

—Exacto.

Ella entornó los ojos.

—¿Sabes? Por un momento he temido que fueras a ofrecerte voluntario para hacerte cargo de mi formación.

Él parpadeó, sorprendido.

—¿Temido por qué? ¿No crees que sería un buen profesor?

—Un profesor aceptable —respondió ella—, pero creo que la sociedad kyraliana no vería con buenos ojos que un maestro y su aprendiz mantuvieran… en fin… un enredo amoroso.

Él sonrió.

—Depende de lo enredada que quieras estar.

Ella bajó los párpados y lo miró de una manera que le aceleró el pulso.

—Muy enredada.

—Entiendo. —Miró hacia ambos extremos del pasillo. Seguía desierto. Extendió los brazos, la atrajo hacia sí y la besó. Ella se puso tensa, pero enseguida se relajó y él notó que apretaba su cuerpo contra el suyo.

De pronto, unos pasos resonaron en el pasillo, y Jayan sintió que alguien pasaba rozándolo. En una reacción tardía, Tessia y él se separaron bruscamente.

—Veo que voy a tener que manteneros vigilados —dijo lady Avaria sin volver la vista mientras se alejaba a paso veloz.

Tessia reprimió una risita y se puso seria.

—¿Dónde viviremos?

—No lo sé —gruñó Jayan—. ¡Con mi padre, no!

—Bueno, tenemos tiempo de sobra para pensar en esas cosas —dijo ella.

—Sí. Y muchas cosas que hacer aquí antes. Como comer. Me muero de hambre. Aunque supongo que primero deberíamos encontrar a Mikken.

Ella asintió.

—Es lo que haremos a partir de ahora. Realizaremos todas las tareas necesarias, una por una, hasta que no quede nada por hacer y seamos viejos y canosos y podamos endosarle el trabajo a otro.

Él la tomó del brazo.

—Vamos. Cuanto antes empecemos, antes llegaremos a las partes interesantes.