Hanara estaba en medio de una pesadilla cuando el esclavo guardia había ido a buscarlo, y ahora, mientras lo arrastraban y lo hacían avanzar a empujones por pasillos cada vez más anchos y lujosamente decorados, no estaba totalmente seguro de si había despertado del todo o seguía atrapado en el sueño. Al fin y al cabo, había recorrido aquel trayecto muchas veces mientras dormía.
La ausencia de detalles extraños le indicaba que había regresado al mundo real. No había monstruos acechando en pasillos laterales ni celdas repletas de esclavos torturados. Takado no aparecía para rescatarlo. No había kyralianos.
«Pero sin duda Takado representará un papel en esta versión —pensó—, a menos que el emperador quiera leerme la mente de nuevo. O que me la lea otra persona…».
No reconoció los pasillos del recorrido anterior. Eran más estrechos que aquellos por los que caminaban ahora, y mucho menos transitados. Había esclavos cerca de las puertas, o que iban de un lado a otro a paso veloz. Muchos llevaban pantalones parecidos, de una tela amarilla más fina que ninguna prenda que Hanara hubiera visto llevar a un esclavo. Todos tenían un aspecto temeroso y atribulado.
Un grupo grande de esclavos se arremolinaba frente a una puerta en particular. A Hanara se le hizo un nudo en el estómago cuando cayó en la cuenta de que el guardia lo llevaba hacia allí. Los esclavos tenían el entrecejo fruncido, algunos se retorcían las manos, y se oía un parloteo frenético y atropellado.
Todos callaron, sin embargo, cuando el guarda empujó a Hanara entre ellos en dirección a la puerta. Un esclavo que estaba apostado a un lado miró a Hanara de arriba abajo y le dedicó una sonrisa forzada al guardia.
—Justo a tiempo —dijo antes de darse la vuelta para abrir la puerta.
Cuando le hicieron cruzarla de un empellón, Hanara se encontró en un extremo de una sala enorme y alargada llena de columnas. Ante él, en el centro, se alzaba un trono descomunal y espectacular. El emperador lo observaba, con la nariz arrugada en un gesto de repugnancia. Hanara se postró en el suelo.
—Levántate —susurró el guardia, y Hanara notó que le empujaba la pierna con el pie.
Se enderezó despacio, de cara al emperador. El hombre había desviado la atención hacia algún otro punto de la larga sala. Hanara dirigió la mirada hacia el espacio situado entre las columnas, pero no había nada ahí. Entonces vislumbró algo en el suelo.
Un hombre. Un hombre desnudo yacía boca arriba, cubierto de cortes y moretones. Hanara lo miró con mayor detenimiento y vio que el pecho del hombre subía y bajaba. Percibió un movimiento leve y posó la vista en el rostro. Tenía los ojos abiertos.
Al reconocerlo, Hanara sintió como si lo golpeara una ráfaga de vapor caliente.
«¡Takado!».
Una compasión y una pena terribles le atenazaron el corazón. «Si Takado muere hoy, ¿qué será de mí? ¿Me matarán también?».
Al fondo de la sala retumbó un portazo que hizo que Hanara diera un respingo. Unos pasos resonaron en la estancia. Los pasos de muchas personas. Apagados, pero cada vez más fuertes. Hanara se inclinó hacia delante para ver mejor entre las columnas, pero el guardia le tiró con violencia del brazo hacia atrás.
Cuando los hombres de rostro blanco emergieron de las sombras, el aire en la sala pareció enfriarse.
«Lo han conseguido —pensó Hanara—. Han atravesado la ciudad y han entrado en el palacio. Después de todo lo que les hizo Takado, contraatacaron y siguieron adelante hasta llegar a Arvice. Han logrado llegar hasta aquí».
No pudo evitar sentir admiración hacia ellos. La raza bárbara de Kyralia había evolucionado mucho.
Hanara reconoció al rey Errik y el rostro del mago que tenía a su derecha. Un elyneo se encontraba de pie al otro lado del monarca. A los otros hombres que rodeaban al rey también los había visto en las batallas. De pronto se estremeció al identificar una cara. La cara del hombre que le había dado la libertad y un trabajo. Lord Dakon.
El mago no lo había visto. Tenía los ojos clavados en Takado. Su expresión reflejó horror, luego ira y de nuevo horror.
El rey Errik aflojó el paso hasta pararse a poca distancia de Takado, mirando alternadamente al hombre tumbado y al emperador. Aguardó a que el resto de su ejército de magos se detuviera y guardara silencio antes de hablar.
—Emperador Vochira, curioso recibimiento para un conquistador.
El emperador sonrió.
—¿Os complace, rey Errik?
El rey observó a Takado, con el labio curvado en una mueca de odio y asco.
—Está vivo. ¿Esperabais que eso me complaciera?
—Vivo e indefenso, ahora que le han despojado de casi toda su energía. Es un obsequio para vos, o quizá un soborno. O un objeto de trueque.
—¿Qué pedís a cambio?
El emperador se irguió despacio y con majestuosidad, antes de descender del trono.
—La vida de mis súbditos, al menos la de aquellos a quienes no se la habéis arrebatado aún. La vida de mi familia. Mi propia vida, tal vez.
Del suelo surgieron unas risotadas ásperas que le provocaron un escalofrío a Hanara.
—Y ahora, ¿quién es el traidor? —tosió Takado—. Cobarde.
El emperador y el rey dirigieron la vista al hombre tendido antes de mirarse de nuevo entre sí.
—¿Por qué debería perdonaros la vida? —inquirió el rey.
—Sabéis que yo no inicié la invasión de vuestro país. Si vuestros espías hicieran bien su trabajo, también sabríais que intenté detenerla.
—Pero acabasteis por apoyarla.
—Sí. Fue un engaño necesario. El ejército que envié tenía instrucciones de dividirse en tres partes. Dos de ellas debían permanecer a la espera para reducir a este… —el emperador bajó la mirada hacia Takado con desprecio—… este rebelde ichani cuando se encontrara más débil.
—A mí me parecía que vuestra intención era tomar el control a partir de ese momento y atribuiros el mérito de la victoria —dijo el rey.
Takado emitió un grito apagado de triunfo.
—¿Lo ves? —croó—. ¡Hasta el rey bárbaro te ha calado!
—Pero tú no me calaste —le recordó el emperador. Posó los ojos en el rey—. ¿Queréis que lo mate yo, o preferís hacerlo vos mismo? —Sonrió—. Sin duda pediréis a vuestros magos que se encarguen de él ahora mismo.
La mirada del rey se tornó fría y dura. Entonces su boca se curvó en una sonrisa.
—Solo los gobernantes necios basan su autoridad únicamente en la magia. —Se llevó la mano a la cintura, la deslizó al interior del jubón de manga larga que llevaba y desenvainó un cuchillo largo y recto—. Los sabios la basan en la lealtad y el sentido del deber, y recompensan a aquellos, magos o no, que le prestan un servicio valioso, en la medida de sus posibilidades. —Echó una mirada hacia atrás—. Todos ellos se han ganado mi lealtad y mi gratitud, así que me resulta imposible elegir a uno a quien otorgarle esta recompensa. —Se volvió de nuevo hacia el emperador. El rey sujetó la hoja del cuchillo entre los dedos y lo alzó hacia un lado—. Quien coja el cuchillo podrá llevar a cabo la ejecución.
Hanara vio que los magos que estaban detrás del rey vacilaban e intercambiaban miradas. Un joven alto dio un paso al frente y se quedó indeciso al ver que otro lo imitaba. El joven mago se volvió hacia el segundo hombre, sorprendido. A Hanara se le aceleró el pulso cuando advirtió que se trataba de lord Dakon. Un torbellino de emociones indescifrables le ensombrecía el semblante. Clavó la mirada en el mago joven, que agachó la cabeza y reculó.
Lord Dakon asió la empuñadura del cuchillo. El rey soltó la hoja y, cuando se volvió para ver quién lo había cogido, también se quedó mirándolo con evidente asombro.
—Lord Dakon… —empezó a decir, pero arrugó el entrecejo y no continuó hablando.
Cuando el mago que había concedido la libertad a Hanara se acercó a Takado, este siseó.
—¿Tú? ¿Qué clase de broma es esta? Habiendo tantos kyralianos, ¿escoges al más patético de todos para que me mate? —Sacudió la cabeza con un gesto que denotaba su debilidad—. No me matará. Es demasiado remilgado.
Dakon asintió.
—A diferencia de ti, no me entusiasma matar. Me he preguntado muchas veces por qué participo en esta invasión de Sachaka, por qué no he alzado la voz contra esta matanza innecesaria. Y he descubierto que no soy remilgado en absoluto. —Hincó una rodilla en el suelo y alzó el cuchillo por encima de Takado.
Hanara notó que la mano que le sujetaba el brazo se tensaba, y se percató de que había intentado abalanzarse hacia delante.
—Solo lo hice para ayudar a nuestro pueblo —gritó Takado, haciendo un esfuerzo por estirar el cuello para mirar al emperador.
—Como todos —replicó Dakon, y bajó el brazo con brusquedad.
De pronto, era como si la pesadilla de Hanara se hiciera realidad, pero con todos los detalles cambiados. Su imaginación había concebido muertes mágicas mucho más truculentas para su amo. No una única puñalada limpia.
Mientras Takado boqueaba y se convulsionaba, Hanara profirió un grito. Intentó zafarse de la mano del guardia, pero no forcejeó con él. Sus ojos asimilaron cada sacudida de Takado, la laxitud que se apoderaba poco a poco de sus músculos, el hilillo de sangre que le corría sobre el pecho y goteaba formando un charco en el suelo. Hanara notó que le resbalaba un líquido por la cara, como por mimetismo. Sabía que varios de los magos habían puesto la mirada en él, pero le daba igual.
Dakon se enderezó y esperó. Cuando Takado se quedó inmóvil, se inclinó hacia delante y extrajo el cuchillo. El rey lo cogió, limpió la hoja con un paño que había sacado de algún sitio y lo guardó de nuevo en su funda oculta. Dakon volvió a ocupar su lugar junto al monarca.
Errik alzó la vista hacia el emperador y sonrió.
—Al intentar conquistarnos, vuestro rebelde y vos, nos habéis hecho más fuertes de lo que nunca hemos sido. De no ser por vosotros, habríamos seguido siendo débiles, poco dispuestos a colaborar entre nosotros, recelosos de nuestros compatriotas. Nos obligasteis a unirnos, a hacer descubrimientos mágicos que puliremos y desarrollaremos en los años venideros. No me sorprendería que el Imperio sachakano quedara relegado al olvido, eclipsado por la nueva era que comienza ahora en Kyralia. —El rey entornó los ojos, pero no dejó de sonreír—. Y a mí me habéis hecho un gran favor. Dudo que, antes de esta guerra, mi pueblo hubiera aceptado a un rey sin poderes mágicos. Pero he demostrado que un rey puede gobernar, derrotar a un enemigo, incluso conquistar un imperio pese a no poseer magia propia. Las personas normales y corrientes de Kyralia también han contribuido a la defensa de su país. Después de eso, dudo que nadie ose insinuar que su rey no está capacitado para gobernar. —Hizo una pausa—. Pero queda una decisión que tomar aquí. Un último paso que dar. Ya sabéis de qué se trata.
El emperador dejó caer los hombros.
—Sí, ya lo sé —respondió con voz baja y pesarosa—. Como ya sabéis, yo sí soy mago. He absorbido la energía de los mejores esclavos fuente de este país. De muchos de ellos, muchas veces. Pero no me bastará para derrotaros, así que no combatiré contra vosotros. —Se enderezó—. Me rindo ante vos y os entrego Sachaka entera.
—Acepto —respondió el rey.
Alguien murmuró algo. Los dos líderes miraron a los otros magos con expresión ceñuda. El que había permanecido en todo momento al lado del rey sacudió la cabeza.
—No podemos fiarnos de él. Con toda seguridad posee la energía que asegura tener. Mientras la conserve, representará un peligro.
El rey extendió las manos.
—Se ha rendido. ¿Debo obligarlo a que nos entregue su magia además de su soberanía? Es pedir demasiado.
Hanara miró al rey, sorprendido. El emperador contemplaba a su conquistador con expresión perspicaz.
—Sí —respondió el elyneo—. Pero existe otra manera. Puede trasvasar su energía a la piedra de almacenaje. No de forma directa, por supuesto. Alguien debe extraérsela primero y trasvasarla después.
—¿Y si ataca a quien esté trasvasándola? —preguntó alguien.
—Si no nos ha atacado ya, ¿por qué habría de hacerlo durante el trasvase? —argumentó el elyneo.
—Yo me ofrezco voluntario para el trasvase. —El joven mago que había renunciado a coger el cuchillo del rey en favor de Dakon dio unos pasos al frente.
—Gracias, lord Narvelan —asintió el rey Errik—. Adelante.
A continuación tuvo lugar una escena extraña, en la que el joven tomó a la vez la mano del emperador y la del elyneo. El elyneo había extraído una gema grande y la sujetaba en el puño. Tras un largo rato de silencio, los tres se soltaron.
«No tengo idea de qué ha ocurrido —pensó Hanara—. ¿Qué es una piedra de almacenaje?». Resultaba evidente que era capaz de contener magia. ¿Para qué guardar magia en una piedra?
Se había iniciado una conversación sobre asuntos de orden práctico. Hanara dejó de prestar atención y, sin poder evitarlo, contempló de nuevo a Takado.
Su amo tenía los ojos fijos en el techo y la boca entreabierta. ¿Qué harían con el cadáver? ¿Lo incineraría alguien siguiendo los ritos apropiados? Hanara lo dudaba. Cuando notó que la mano en su brazo le daba un apretón, miró hacia arriba. Uno de los magos estaba señalándolo, y los demás también se habían vuelto hacia él.
—¿Él? Es el esclavo del Traidor —dijo el emperador.
—¿De veras? —preguntó el mago joven. A Hanara se le cayó el alma a los pies cuando el hombre se le acercó y se detuvo a unos pasos—. Hanara, ¿verdad? Creo que a Dakon le gustaría mantener una charla contigo. —Le dedicó una sonrisa sin el menor asomo de cordialidad.
Hanara bajó los ojos, rehuyendo la mirada del hombre, que parecía hasta cierto punto la de un demente.
—Suéltalo —ordenó el mago.
La mano desasió el brazo de Hanara. Este, sorprendido, alzó la vista, y la apartó rápidamente de aquellos ojos tan extraños.
—Creo que tal vez necesite un esclavo para mí mientras ponemos orden en este lugar —dijo el mago—. Me conformo contigo por el momento. Ven. —El mago giró sobre sus talones y echó a andar.
Hanara tragó en seco y volvió la mirada hacia el guardia, que se encogió de hombros y lo apremió a alejarse con un ademán.
—Vamos.
Hanara miró hacia arriba. El mago se había detenido y le hacía señas para que se acercara. Hanara respiró hondo y se obligó a obedecer.
«Perdonadme, amo —pensó mientras pasaba junto al cadáver de Takado—, pero no soy más que un esclavo. Y, como suele decirse, un esclavo no elige a su amo. Su amo lo elige a él».
Tessia tenía la sensación de que iba a estallarle la cabeza. Deseaba sumirse de nuevo en la inconsciencia, pero la intensidad del dolor no se lo permitió. Volvió en sí de golpe.
Abrió los ojos y se palpó la cabeza instintivamente en busca de heridas o fracturas. Se notó una hinchazón en un lado, pero nada más, y cuando se miró las manos no vio manchas de sangre.
Vacilante y con cautela, movió las extremidades y se levantó ligeramente apoyándose en los codos. Descubrió otras contusiones, pero nada grave. Sintió un mareo que se le pasó al cabo de unos instantes.
«Estoy bien. Prácticamente ilesa».
No lograba acordarse de cómo había acabado así. Recordaba haber tenido que salir del jardín después de haber oído ruidos procedentes del interior de la casa. Recordaba haber enfilado la avenida principal, intentando no apartarse de las sombras. Recordaba haber pasado junto a casas ardiendo. Después de eso… nada.
¿Los habían atacado? Ella ni siquiera había generado un escudo. Jayan le había advertido que no utilizara magia a menos que fuera estrictamente necesario. No había visto lo que la había dejado sin conocimiento. A ella y a…
«¿Jayan? ¿Dónde?». Se incorporó y echó un vistazo alrededor. Estaba oscuro; solo el resplandor rojizo de un fuego cercano que se estaba extinguiendo iluminaba la calzada y los cascotes. Todo olía a humo y polvo. Sin atreverse a crear un globo de luz, por temor a que revelara su posición, se puso de pie y avanzó a tientas, dando vueltas.
De pronto, sus manos tocaron una tela suave en vez de la dura piedra. Reconoció la forma y la firmeza de una pierna bajo la tela. Llegó hasta su nariz un olor muy tenue que le resultaba familiar; metálico, como el de la sangre. Pero después solo percibía el olor a humo.
Quizá se lo había imaginado.
—¿Jayan? —susurró—. ¿Eres tú?
Concentrándose, generó un globo de luz diminuto y lo rodeó con las manos ahuecadas. De inmediato descubrió dos cosas: había encontrado a Jayan y este presentaba heridas terribles. La angustia le inundó el corazón. ¿Estaba vivo o muerto? Separó las manos ligeramente para dejar salir más luz. Vio enseguida el agujero sangrante en su abdomen. Esto le infundió esperanzas. Si la sangre manaba, significaba que él aún no había muerto.
—Jayan —dijo, extendiendo el brazo hacia él y sacudiéndole el hombro—. Despierta.
Jayan abrió los párpados e intentó enfocar la vista. Hizo un gesto de dolor, cerró los ojos con fuerza y los abrió de nuevo. Esta vez fijó la mirada en su rostro.
—¿Tessia? —dijo con voz débil—. ¿Te encuentras bien?
Una oleada de ternura de una fuerza casi arrolladora la invadió. «Aunque en ocasiones es exasperantemente arrogante e incapaz de sentir empatía por sus semejantes, hay que reconocer que piensa en los demás antes que en sí mismo».
—Un poco magullada, pero bien. —Hizo una pausa—. Tú no.
Él crispó el rostro.
—No me siento muy bien, desde luego.
—Voy a sanarte —le aseguró ella.
Él abrió la boca para protestar, pero acto seguido la cerró y asintió.
—Me decepcionarías si no lo intentaras al menos —dijo.
Ella le hizo una mueca y tiró de la tela de su jubón para dejar su vientre al descubierto. Posó las manos a ambos lados de la herida, cerró los ojos y proyectó su mente.
De inmediato supo que los daños eran mucho peores de lo que parecían desde fuera. Algo se le había clavado muy adentro en el abdomen, perforando el tubo retorcido que salía del estómago, provocando que se le derramaran líquidos sobre zonas que normalmente no estaban expuestos a ellos, lo que a su vez causaba más daños. La sangre había inundado el espacio entre los órganos y los estaba oprimiendo. Demasiada sangre. La hemorragia por sí sola podía matarlo.
Por un momento estuvo a punto de caer en la desesperación. ¿Cómo iba a arreglar aquello con magia? Era imposible. Jayan estaba perdido.
«¡No! No puedo dejar que muera. ¡Tengo que intentarlo!».
Invocó su magia y cerró las roturas en los tubos para evitar que su contenido siguiera derramándose. A continuación, juntó las sustancias perjudiciales que se habían escapado y las expulsó del cuerpo a través de la herida. Centró su atención en la sangre que estaba expandiendo las cavidades en las que se acumulaba y la drenó también. Esto la ayudó a encontrar el origen de la hemorragia y a obstruir las vías de pulso seccionadas.
¿Y ahora qué?
Notaba que el organismo de Jayan se debilitaba. Al recordar cómo había percibido que el cuerpo del mago envenenado utilizaba la magia para sanar solo, buscó señales del mismo proceso en el interior de Jayan.
«Ahí está, ya lo veo. Pero es imposible que lo sane a tiempo. Las lesiones son demasiado graves».
Ayúdame.
Tessia se sorprendió tanto que su mente estuvo a punto de salir del cuerpo de Jayan.
¿Jayan? ¿Estás hablando conmigo?
¿Tessia? Ah, perdona. No era mi intención distraerte. Creo que estaba soñando…
Estaba delirando.
Aguanta, lo apremió ella. No me falles.
Jamás te fallaré.
Ella proyectó de nuevo su mente hacia las heridas y las examinó detenidamente. Debía de haber alguna manera de imitar aquella magia sanadora. La joven intentó enviar energía a su interior, pero no conseguía darle forma más que de calor o de fuerza. Algo la desasosegaba. Las palabras de Jayan resonaban en su mente. «Ayúdame». Jamás se perdonaría a sí misma si no lograba salvarlo. Debía de haber una manera de reforzar lo que estaba haciendo su organismo. «Ayúdame». O, por lo menos, de acelerar su sanación.
«Un momento…». Tal vez no necesitaba emular a su cuerpo, sino simplemente proporcionarle más magia; estimular el proceso de sanación con una gran cantidad de energía. Tras invocar su magia, la envió en un flujo suave y amorfo al cuerpo de Jayan para que se mezclara con la que ya fluía desde su interior hacia las zonas dañadas de su cuerpo. La energía se incorporó a ese flujo y adoptó las formas misteriosas que el organismo de Jayan le daba para sanar.
«¡Eso es!».
Ella duplicó la intensidad del flujo y comprobó que los efectos también se redoblaban. Tras enviar cantidades más grandes de energía, vio que la sanación se aceleraba. Se concentró en los desgarros de los tubos y contempló cómo se reducían poco a poco hasta desaparecer. Envió energía a las vías de pulso seccionadas y la invadió una sensación de triunfo cuando todas se cerraron casi de golpe. Aunque el daño sufrido por sus entrañas debido a los líquidos tóxicos era más sutil, ella pronto captó indicios de recuperación.
Mientras canalizaba energía hacia el interior de él, empezó a percibir la manera en que su cuerpo se valía de la magia. Lo entendió, pero de un modo instintivo, por lo que no habría sido capaz de explicarlo. «Tal vez si memorizara la sensación que produce este flujo, podría aplicar mi propia magia a un no-mago para sanarlo».
Pronto las lesiones internas del abdomen prácticamente habían desaparecido. Ella se centró en la herida de la piel, estimulando el flujo de magia hasta que la carne se juntó con la carne y la herida empezó a cerrarse. Pero incluso mientras veía cómo se formaba el tejido cicatricial, supo que Jayan no había sanado por completo.
Había perdido mucha sangre. Ella ahondó en su cuerpo y se preguntó si podía hacer algo para reponerla. Los sanadores no se habían puesto de acuerdo respecto a qué órgano fabricaba la sangre. Sin embargo, si Jayan guardaba reposo, comía y bebía un poco de agua, tal vez su organismo se recuperaría solo.
¿Tessia?
¿Sí, Jayan?
Lo he notado. He notado cómo me sanabas. No han sido imaginaciones mías, ¿verdad?
No. Lo he descubierto. El secreto. Es…
No me lo cuentes.
¿Qué? ¿Por qué no? Tiene que conocerlo más gente. Por si lo has olvidado, seguimos en medio de una guerra y estamos solos en una ciudad llena de gente que quiere matarnos. Si muero, mi descubrimiento se perderá para siempre.
Percibió una oleada de emoción procedente de él. Miedo. Instinto protector. Afecto. Anhelo. Todo ello mezclado, y algo más.
No hables de morir, le dijo él. Tienes que sobrevivir a esta guerra. He esperado demasiado, y está a punto de acabarse.
¿De qué estás hablando?
Pero incluso mientras lo preguntaba, ella ya sabía la respuesta. La percibía pues se escapaba por entre las grietas del autocontrol de Jayan. Cuando la reconoció, Tessia, atónita, sintió que su propio cuerpo reaccionaba de una manera que ningún sanador había conseguido explicar de manera satisfactoria. Era uno de los misterios más deliciosos, como había comentado alguna vez su padre. ¿La única función del corazón era bombear sangre? Entonces, ¿por qué realizaba también esta acción inexplicable?
«¿Y por qué yo? ¿Por qué no alguna mujer rica, o una aprendiz bonita?».
Te quiero, le dijo él.
Una alegría inmensa se adueñó de ella. Pero las palabras de Jayan destilaban cierta petulancia. Había percibido los sentimientos con que Tessia le correspondía, y estaba muy pagado de sí mismo por ello.
Resulta que yo también te quiero, respondió ella, en un tono divertido e irónico. Y mira que hay personas irritantes en el mundo.
Pobre Tessia, se mofó él.
Estoy segura de que cuando regresemos a Imardin, te irás a cortejar a chicas ricas y bonitas. Tal vez no debería revelarte el secreto de la sanación, porque te hará aún más atractivo a sus ojos.
¿Más atractivo de lo que ya soy? No hizo una pausa para dejarla replicar. De hecho, tienes razón. Sería mejor que otra persona lo supiera.
De modo que ella se lo explicó y, cuando estuvo segura de que él lo había entendido, retiró la mente de su cuerpo. En cuanto abrió los ojos, sintió que una mano se deslizaba detrás de su cuello y la atraía hacia abajo. Jayan se incorporó y apretó la boca contra la suya. Tessia, sorprendida, se resistió por un momento. Luego la recorrió un estremecimiento que no era frío sino cálido y maravilloso. Ella le devolvió el beso y le gustó el modo en que él movía los labios contra los suyos, por lo que lo imitó.
Esto podría acabar por gustarme.
Casi protestó cuando él la soltó. Se contemplaron por un instante y se sonrieron. Pero la sonrisa de Jayan se desvaneció enseguida. Se apoyó sobre los codos, bajó la vista hacia su ropa ensangrentada y, con una mueca, se llevó la mano a la frente.
—Mareo —dijo.
—Te sentirás débil y aturdido durante un rato —le dijo ella.
—No podemos quedarnos aquí.
—No —convino ella, poniéndose de pie. Al mirar en torno a sí, vio que el fuego en la casa más cercana prácticamente se había apagado—. Ocultémonos allí hasta que amanezca. Nadie se molestará en entrar porque los objetos de valor que hubiera ahí dentro habrán quedado reducidos a cenizas, y las paredes podrían derrumbarse. Puedo protegernos con un escudo.
—Sí. Después de todo, esta es la avenida principal. Podemos montar guardia y salir cuando pase alguien conocido. Tal vez tarden un poco, pero al final alguno de ellos acabará pasando por aquí. ¿Dónde está tu bolsa?
—No lo sé, pero da igual. Si consigo que esta técnica de sanación funcione con los no-magos, ya no necesitaré remedios ni instrumentos.
Él asintió y se levantó por etapas: primero se incorporó, luego se puso en cuclillas y se inclinó hacia delante para finalmente ponerse de pie. Cuando se dirigían hacia la casa, ella sintió que la fatiga se apoderaba de ella y dio un traspié. Había gastado más energía en la sanación de lo que ella creía.
—¿Seguro que estás bien? —preguntó Jayan.
—Sí, solo estoy cansada.
—De acuerdo, pero espera a que lleguemos adentro antes de dormirte, si no te importa.
Ella lo fulminó con la mirada y se apoyó en él para caminar hacia la casa.