«De modo que así es la casa de un hombre que planea asesinar a su esposa», pensó Stara mientras caminaba por un pasillo con Kachiro en dirección a la sala maestra de la residencia de Vikaro. Al mirar en torno a sí, la invadió una extraña desilusión. Había esperado algo inusual que reflejara, aunque solo fuera de un modo sutil, el carácter peligroso del propietario.
Nada raro atrajo su atención. La casa tenía las paredes enlucidas de blanco, como todas. Saltaba a la vista que los muebles habían sido diseñados por Motara, y el resto de la decoración era típicamente sachakano. No había nada fuera de lo común.
«Tal vez la clave esté en la falta de detalles insólitos —pensó ella. Sacudió la cabeza—. Si sigo pensando de ese modo, acabaré un poco loca. Más vale que asuma que no se puede identificar a un asesino por sus pertenencias. Bueno, a menos que tenga una colección de venenos en algún lugar…».
El esclavo de Vikaro los guio al interior de la sala maestra, donde los recibieron el anfitrión y los otros amigos de Kachiro.
—¿Os habéis enterado? —preguntó Vikaro, con los ojos brillantes—. ¡El ejército kyraliano ha entrado en Sachaka!
—Creen que, como vencieron a Takado, pueden vencernos a los demás —comentó Motara, sonriendo—. La victoria se les ha subido a la cabeza.
Stara miró a Kachiro, que tenía el ceño fruncido.
—¿Hasta dónde se han adentrado?
—Nadie lo sabe con exactitud —dijo Vikaro—, pero la noticia debe de haber tardado unos días en llegar hasta aquí. Podrían estar ya a medio camino de Arvice, o tal vez estén tomándose su tiempo. También es posible que ya se hayan encargado de ellos.
—¿Alguien sabe si el emperador está reuniendo otro ejército para hacerles frente? —preguntó Motara.
Los demás menearon la cabeza. Stara vio que Chavori hacía un gesto de dolor y recordó que, según le había contado, se había negado a alistarse en el ejército.
Kachiro se quedó pensativo.
—Así que… cuando sean derrotados, no quedará nadie en Kyralia que impida que Sachaka tome el control.
Vikaro arqueó las cejas.
—No había pensado en eso.
Como los magos comenzaron a meditar sobre ello en silencio, Stara aprovechó la pausa.
—¿Hay noticias de los sachakanos que marcharon sobre Kyralia? —preguntó.
—Todos murieron —respondió Rikacha, restando importancia al asunto con un ademán—. De todos modos, eran unos necios por haber decidido ir allí.
Stara se sintió como si le hubieran propinado un puñetazo en el pecho. «Ikaro. No puede haber muerto. Apenas empezábamos a conocernos y a congeniar».
—He oído que algunos sobrevivieron —le dijo Chavori, con una expresión de esperanza y compasión.
Ella consiguió dirigirle una sonrisa breve en señal de gratitud. Kachiro le dio unos golpecitos suaves en el brazo.
—Veré qué puedo averiguar —murmuró—. ¿Por qué no vas a ver si las mujeres saben algo más? Cuentan con sus propias fuentes de información.
—¿Los cotilleos? —Vikaro puso los ojos en blanco—. Son tan fiables como los rumores. —Sonrió a Stara—. La esclava de Aranira te llevará con ellas.
Señaló a un lado, y Stara vio a una esclava que se había postrado a pocos pasos de ella. Cuando se aproximó a la mujer, esta se puso en pie de un salto, le hizo una señal para que la siguiera y se encaminó hacia una puerta cercana. En el pasillo, Stara se encontró con Vora, que la estaba esperando. La mujer tenía los labios apretados y una mirada llena de preocupación.
«Está incluso más ansiosa que yo por saber qué ha sido de Ikaro», pensó Stara.
Tras recorrer varios pasillos, Stara llegó a un jardín en el que daba sombra un gran armazón de madera cubierto de enredaderas. Debajo había cuatro sillas dispuestas para sus nuevas amigas, y una esclava llevó otra para Stara.
Había varias esclavas de pie en el jardín; más de las necesarias, notó Stara. La que se encontraba más cerca de Tashana le resultaba conocida.
—¿Cómo tienes la herida de la oreja, Stara? —preguntó Tavara.
Stara se llevó la mano al pendiente.
—Creo que bien.
—Se pasó una semana gimoteando de dolor —añadió Vora.
—¡Vora! —protestó Stara—. No tienes por qué contarles todo acerca de mí.
—No, pero es de lo más divertido —respondió Vora con una sonrisa maliciosa.
—¿Habéis oído lo de los kyralianos? —preguntó Chiara.
—Sí —respondió Stara—. ¿La amenaza es…?
—¿Seria? Sí —suspiró Chiara—. Según nuestros esclavos mensajeros, están a mitad de camino de Arvice.
Un estremecimiento frío sacudió a Stara.
—¿Por qué no les ha parado los pies el emperador todavía?
Chiara adoptó una expresión grave.
—Porque nuestras tropas fueron aniquiladas en Kyralia.
—¿Todas? ¿No sobrevivió nadie? —Stara, aterrada, notó que se le encogía el corazón.
—Circula el rumor de que Takado regresó a Sachaka hace unos días y fue capturado por el emperador. Si él solo consiguió cruzar la frontera recientemente, tal vez otros la crucen después.
—Pero es poco probable —repuso Stara, bajando la vista.
«Debo hacerme a la idea de que, con toda seguridad, Ikaro está muerto. Y también mi padre». La invadió cierto pesar al pensar en la muerte de su padre, por el hecho de que había resultado ser muy distinto del padre cariñoso que ella había adorado durante casi toda su vida. En cambio, Ikaro había resultado ser mucho más bondadoso de lo que ella había creído. Era injusto perderlo ahora. Esta pérdida le provocaba un dolor que ella nunca había experimentado antes, un dolor tan intenso que la dejaba sin aliento.
«Supongo que ahora heredaré la fortuna de mi padre. —El pensamiento la asaltó de forma inesperada, y le sorprendió sentir una ligera emoción—. ¿Podré tomar las riendas del negocio? ¿De verdad es imposible para una mujer dirigirlo, como decía mi padre?».
Pero entonces se acordó de Kachiro. Por ser su marido, tenía derecho a administrar cualquier herencia que ella recibiera. Si no quería que Stara se encargara del negocio, ella no podría hacer nada al respecto.
—Stara.
Ella alzó la mirada hacia Tavara.
—¿Sí?
—Necesitamos pedirte algo.
—¿De qué se trata? —preguntó ella, pestañeando sorprendida.
—Los kyralianos han atacado el Refugio. Aunque la mayoría de los esclavos ha muerto, unos pocos han sobrevivido, junto con las mujeres que protegemos. No les ha quedado más alternativa que huir. Se dirigen hacia Arvice y llegarán aquí mañana. Necesitamos alojarlas en algún lugar. ¿Crees que Kachiro te dejaría acogerlas como invitadas?
Stara reflexionó sobre ello.
—Tal vez. Nunca le he pedido favores, pero no se me ocurre ningún motivo para que se niegue.
Tavara emergió de las sombras y se detuvo detrás de la silla de Tashana. Sostuvo la mirada de Stara con expresión adusta.
—Hay una cosa que debes saber sobre tu esposo.
Un escalofrío descendió por la espalda de Stara.
«Por supuesto que la hay —pensó—. Es demasiado amable. En Sachaka las personas tan amables no pueden existir. Tienen que adolecer de defectos terribles, que guardar un secreto tan oscuro que solo sus esposas lo conocen y lo padecen».
—Sabía que tarde o temprano tendría que enterarme de alguna mala noticia —suspiró—. ¿De qué se trata?
Las mujeres intercambiaron miradas, y Chiara hizo una mueca, inclinándose hacia delante.
—Kachiro prefiere la compañía de los hombres a la de las mujeres —aseveró—. Y no me refiero a que le guste conversar con ellos. Quiero decir que se los lleva a la cama.
Stara fijó la vista en Chiara y se le escapó una sonrisa. «¿Eso es todo? ¿Eso es todo?». Tenía sentido, desde luego. Su «problema» no era una tara física, después de todo. Sencillamente, no lo excitaban las mujeres. El alivio se adueñó de ella. Vio que las mujeres se miraban con el entrecejo fruncido, sacudiendo la cabeza.
—¿Ya lo sabías? —preguntó Tavara.
—No. —Stara reprimió una risotada—. Esperaba algo… bueno, más terrible.
—¿Esto no te molesta? —inquirió Chiara con las cejas enarcadas—. Se acuesta con hombres. Es algo… —Se estremeció.
—Tal vez en Sachaka —contestó Stara—, pero en Elyne los hombres así no son objeto de burla ni de desprecio.
«Por lo general —añadió en su fuero interno—. Hay personas que los desprecian y se burlan de ellos constantemente, pero suele tratarse de gente desagradable que no solo odia a los donceles».
—Bueno…, estamos en Sachaka —dijo Tavara—. Esas tendencias se consideran inmorales y antinaturales. A él no le interesa que salgan a la luz.
—¿Estás insinuando que le haga chantaje?
—Sí.
Stara asintió.
—¿Y si primero intento apelar a su bondad con mi carácter cautivador? Podría reservar el chantaje para situaciones desesperadas.
Tavara parecía desconcertada.
—Claro, si crees que puedes convencerlo, intenta eso primero. Por muy elynea que seas, me sorprende que no estés enfadada con él. Fue injusto que se casara contigo sabiendo que no podía darte hijos.
Stara hizo un gesto afirmativo.
—Lo fue. Y eso será un argumento más persuasivo que cualquier otro. Él hará lo que le pida como agradecimiento por mi silencio, en vez de guardarme rencor por obligarlo mediante amenazas.
«Pero ella tiene parte de razón. Incluso en Elyne se considera una bajeza que un hombre con sus inclinaciones engañe a una mujer para que se case con él. Yo no podía elegir con quién iba a desposarme, pero Kachiro sí. Por otro lado…, me pregunto hasta qué punto es secreto su secreto. ¿Estaba al corriente de él mi padre? ¿Por eso sabía que Kachiro no engendraría a un heredero?».
Quizá nunca lo sabría, ahora que su padre había muerto. Y ahora que él estaba muerto y Nachira estaba a salvo, no tenía importancia.
Tras dejar caer al suelo la bolsa de su padre, Tessia se sentó junto a Mikken. Contempló la bolsa y suspiró.
—¿Qué ocurre? —preguntó Mikken.
Ella se encogió de hombros.
—Nada. Todo. Que esta bolsa no me ha hecho falta más que para vendar una mano con un corte, inmovilizar un tobillo torcido y aliviar el dolor de cabeza de uno de los criados.
—¿Quieres que la gente se haga daño, o que los sachakanos nos ataquen, para tener a alguien a quien sanar? —preguntó él con una sonrisa irónica.
—Claro que no. —Ella sonrió fugazmente para darle a entender que sabía que estaba bromeando—. Es solo que creía que mi forma de ayudar a los esclavos de Sachaka consistiría en sanarlos.
Mikken asintió.
—Lo sé. Al menos las casas están abandonadas ahora. No queda nadie a quien matar, ya sea esclavo o no. —Frunció el ceño—. Pero tengo que reconocer que estoy un poco asustado. Los sachakanos deben de estar absorbiendo la energía de sus esclavos, mientras que nosotros no extraemos ni una gota.
—Tendríamos que haber entablado amistad con los esclavos. A estas alturas contaríamos con el apoyo de miles, que nos seguirían y nos cederían su fuerza todos los días.
Mikken meneó la cabeza.
—No creo que ganárnoslos hubiera resultado tan fácil. Lo que dijo Narvelan es cierto. Son leales a sus amos.
—Lo que pasa es que no creen que nadie vaya a liberarlos. Por lo menos deberíamos haber intentado convencerlos de que albergábamos esa intención.
Mikken se encogió de hombros en señal de que no estaba de acuerdo pero no tenía ganas de discutir. Ella lo contempló por un momento antes de apartar la vista. Había habido un tiempo en que ella lo consideraba encantador y atractivo. Ahora estaba demasiado harta y desilusionada de todo para que nadie la atrajera. Salvo Dakon, y solo como su maestro y protector. Y quizá también Jayan, aunque no acertaba a entender por qué. Se había convertido en una especie de amigo. O tal vez solamente en alguien que le daba la razón de vez en cuando. Sin embargo, como aliado era poco fiable, pues tan pronto la contradecía como se ponía de su parte.
—Tessia.
Cuando alzó la mirada, vio que Dakon cruzaba el patio a grandes zancadas en dirección a ella. Había ido en busca de provisiones con Jayan en cuanto el ejército se había instalado en el conjunto de edificios. Las casas abandonadas por los sachakanos habían resultado ser el mejor alojamiento para que las tropas kyralianas se pararan a descansar. Cuando Dakon llegó frente a Tessia, ella se levantó. No pudo adivinar el estado de ánimo de su maestro por su expresión. Tenía el entrecejo fruncido, pero últimamente siempre lo tenía así.
—Dos magos han caído enfermos —le informó él—. ¿Podrías echarles un vistazo?
—Por supuesto. —Se agachó para recoger su bolsa.
Dakon la guio al interior de la casa, y luego por una serie de pasillos. Tessia había advertido varias semejanzas entre las casas en que se habían alojado, y reconocía detalles que había visto en las casas de construcción sachakana de Imardin, aunque aquellas eran más grandes y suntuosas.
Los conjuntos de edificios se habían hecho más frecuentes conforme el ejército se acercaba a Arvice, pero no habían avistado pueblos o aldeas. Jayan creía que las fincas eran esencialmente autosuficientes y que obtenían los bienes que no producían ellas mismas comerciando directamente con otras fincas.
«De algún sitio proviene la madera para muebles y demás —pensó Tessia—. Tampoco hemos visto bosques desde que dejamos atrás las montañas; solo árboles que bordean los caminos o que forman paseos paralelos a los senderos, o algún bosquecillo que otro habitado por animales domésticos».
Dakon dobló una esquina y entró en una sala grande que comunicaba con muchas habitaciones más pequeñas. Ella también había visto aquella disposición antes. Por lo general encontraban ropa fina tanto de adultos como de niños guardada en aquellas habitaciones, por lo que Tessia había deducido que se trataba de los aposentos familiares.
En la sala había varios magos de pie que fijaron la vista en ella con aire meditabundo cuando Tessia entró. Reconoció a lord Bolvin y a lord Hakkin. Dem Ayend también estaba allí.
De pronto, un hombre salió de detrás del Dem y a ella le dio un vuelco el corazón cuando lo reconoció.
—Aprendiz Tessia —dijo el rey Errik—. Me han contado maravillas de tus dotes de sanación. —Señaló una de las habitaciones—. Estos dos magos han caído enfermos hace un rato. ¿Podrías examinarlos?
—Desde luego, majestad —respondió ella, haciendo una reverencia apresurada. Él sonrió y la acompañó a la habitación pequeña, seguido por Dakon. Los enfermos yacían en camas demasiado cortas para su considerable estatura. Camas infantiles, supuso ella. Tenían el rostro crispado de dolor, y parecía que les costaba enfocar la vista. Tessia se acercó a uno de ellos y lo tocó para comprobar la temperatura y el pulso—. ¿Hace exactamente cuánto tiempo han caído enfermos, y cómo ha sido?
El rey miró a la criada de mediana edad que estaba de pie junto a una de las camas de los magos.
—Hace media hora, a lo sumo —respondió la mujer—. Él se ha quejado de que tenía retortijones. Han arrojado y hecho de vientre, y en ese momento me he imaginado que habían comido algo en mal estado, pero enseguida se han puesto peor. Entonces es cuando he ido en busca de ayuda.
Tessia alzó la vista hacia Dakon.
—Más vale que nos aseguremos de que nadie más coma lo mismo que ellos.
Dakon asintió y le indicó a la criada que se acercara.
—¿Les has servido tú la comida? —Como la mujer asintió, él añadió—: Ven y explícame qué era y de dónde la sacaste.
Consciente de que el rey la observaba atentamente, al igual que los magos que estaban en la sala, Tessia posó la mano sobre la frente de uno de los enfermos. Cerró los ojos y respiró despacio para serenar su mente. Entonces proyectó sus sentidos hacia el interior del cuerpo del paciente.
En cuanto comenzó a sentir lo mismo que él, el dolor y la incomodidad la guiaron hacia el estómago. Los retortijones provocaban que unas ondas se formaran en los músculos. El organismo del enfermo estaba reaccionando, y cuando ella miró más de cerca, vio que intentaba expulsar un objeto ajeno. Aquella sustancia ajena estaba produciendo en el cuerpo el mismo efecto que un veneno.
«Actúa más deprisa que la comida en mal estado que estaba matando a los criados. O han comido algo muy dañino… ¡o los han envenenado!».
Esta revelación la hizo retraer sus sentidos y abrir los párpados. Cuando levantó la mirada, se encontró con los ojos del rey.
—A menos que lo que han comido estuviera totalmente echado a perder, sospecho que esto es producto de un envenenamiento.
Él le dirigió una mirada de sorpresa y se volvió hacia Dakon, que había regresado a la habitación. Tessia sintió una punzada de alarma y culpabilidad. Por ser el mago encargado de encontrar alimentos, podían responsabilizarlo de suministrar comida envenenada a las tropas. Miró al rey a los ojos y asintió.
—Me cercioraré de que nadie coma un bocado hasta que averigüemos si todos los alimentos de que disponemos son seguros.
—¿Todos? —preguntó el rey—. Bastará con examinar los que hemos encontrado hoy.
Dakon sacudió la cabeza.
—Es posible que estos magos hayan comido algo que llevamos con nosotros desde hace un tiempo pero que no había sido cocinado hasta hoy. La criada ha ido a buscar al cocinero que ha preparado el plato que les ha servido.
El rey asintió, posó la vista en Tessia y luego la bajó hacia los magos.
—¿Sobrevivirán?
—Me… me temo que no.
—¿No puedes sanarlos? —Clavó en ella unos ojos casi suplicantes. Ella apartó la mirada.
—Lo intentaré, pero no puedo prometer nada. No logré salvar a los criados intoxicados con comida en mal estado durante la guerra, y esto es mucho peor.
—Inténtalo —ordenó él.
Tessia aflojó el cuello del jubón que llevaba el mago y posó la mano sobre la piel de su pecho. Cerró los ojos de nuevo y proyectó su mente. Se percató de inmediato de que la situación había empeorado. El corazón latía con dificultad; el paciente empezaba a respirar trabajosamente.
«Primero debo eliminar todo el veneno que pueda —pensó ella—, pero no a través de la garganta, pues ya bastante le está costando respirar. No quiero asfixiarlo. —Utilizó la magia para crear una barrera flexible en forma de cuchara en torno al contenido de su estómago, y la hizo pasar con delicadeza por sus intestinos, recogiendo todos los residuos a lo largo del trayecto. No pudo evitar sonreír irónicamente para sus adentros cuando la sacó del cuerpo—. Esto no va a oler bien.
»Y ahora, a por el veneno que se ha colado por los canales y las vías». Estudió los sistemas del enfermo con detenimiento. Toda la sangre estaba contaminada con el veneno. Aunque consiguiera aislarlo todo sin matarlo, ¿cómo lo extraería de su organismo? Saltaba a la vista que aquel no era el enfoque adecuado.
Antes de que se le ocurriera otra solución, al hombre empezó a fallarle el corazón. Alarmada, ella invocó su magia y la proyectó hacia aquel órgano. Profundamente concentrada, comenzó a apretarlo a un ritmo que le parecía natural y normal para un organismo sano y en reposo.
Entonces advirtió que los pulmones también habían dejado de funcionar y aparentemente se habían paralizado por completo. Tessia invocó más magia para expandirlos por la fuerza y después dejar que se relajaran. Necesitó toda su concentración para mantener los dos órganos en funcionamiento.
«No puedo continuar así indefinidamente —pensó—. Tengo que solucionar esto de alguna otra manera».
Sin embargo, cuando consiguió prestar un poco de atención a los sistemas inferiores, percibió la acción de una energía que le resultaba familiar. La magia fluía. Una magia que no era la suya, sino que impregnaba el cuerpo del mago. Una magia que estaba combatiendo los efectos del veneno. Magia concentrada en el hígado y los riñones, para ayudar a depurar la sangre y eliminar la toxina.
Entonces ella comprendió que esa magia había estado actuando desde el principio, pero no había sido lo bastante fuerte o rápida para contrarrestar algo tan potente como el veneno. Al ocuparse de que el corazón y los pulmones siguieran funcionando, Tessia estaba dando a la magia del paciente el tiempo que necesitaba.
«Solo necesito descubrir cómo estimular ese flujo natural de magia…».
Sin embargo, incluso mientras lo pensaba, descubrió que no le hacía falta. El corazón del mago recobró vitalidad y fuerza y de pronto empezó a ofrecer resistencia contra su magia, por lo que ella dejó que bombeara por sí solo. Al poco rato, ocurrió lo mismo con los pulmones.
«Lo he salvado —pensó ella, experimentando una oleada de alivio triunfal—, gracias a su capacidad para sanarse a sí mismo por medio de la magia». Lo que significaba que ella no habría podido curar a un no-mago envenenado.
Se retiró del cuerpo del mago y abrió los ojos. El hombre dormía con una respiración regular y profunda.
—Creo que se pondrá bien —dijo ella.
—¡Ah! —El rey se situó a su lado—. ¿Estás segura? ¿Se recuperará?
—Sí. Al menos según todos los indicios —agregó.
El rey asintió y le dio unas palmaditas en el hombro.
—Eres una joven excepcional, aprendiz Tessia. Cuando regresemos a Imardin debes enseñar tus métodos a otros.
—Aún no —replicó ella con una sonrisa—. Hay otra… —Pero cuando se volvió hacia el otro mago enfermo se le cayó el alma a los pies.
El hombre presentaba una palidez cadavérica y tenía los labios amoratados. Dakon se encontraba junto a él. Cuando ella reparó en el corte en el brazo del muerto y en el cuchillo que empuñaba su maestro, el corazón le dio un vuelco. No era posible que Dakon hubiese…
Entonces lo entendió todo al recordar lo que Dakon le había enseñado durante la primera etapa de su entrenamiento. Si el mago hubiera muerto con la magia atrapada aún en el interior de su cuerpo, esta habría podido liberarse con una fuerza destructiva. El rey, el hombre al que acababa de salvar y ella tal vez habrían muerto también, o habrían tenido que gastar mucha energía para escudarse.
«Al menos la energía que el mago tenía dentro no se ha desperdiciado —pensó ella—. Aunque dudo que a Dakon lo haga muy feliz absorber magia obtenida mediante el asesinato de esclavos».
—Por desgracia, solo hay una Tessia —dijo el rey con expresión de tristeza.
—Así es —respondió ella—. Tal vez debería haber empezado a dar clases a otros. Para ser sincera, creía que nadie estaría interesado.
—Hay mucho interés en lo que haces —aseguró él—, pero supongo que, entre los otros asuntos que los mantienen muy ocupados, la incertidumbre sobre si es mejor esperar a que ya no seas una aprendiz y puedas instruir a otros legalmente, y lo extraña que resulta la idea de recibir lecciones de una mujer joven, muchos magos no se han decidido a expresar ese interés. —El rey hizo una pausa y sonrió—. Después de lo que acabo de presenciar, me siento tentado de enviarte de regreso a Imardin con una escolta para garantizar que los conocimientos que posees no se pierdan, pero temo que correrías mayor peligro allí que si te quedas con nosotros.
—Además, nunca conseguiríais persuadirme para que abandonara a lord Dakon —dijo ella.
El rey sonrió de nuevo.
—¿Ni aunque os lo ordenara?
Ella apartó la vista.
—Supongo que tendría que marchar, pero me enfadaría mucho con vos.
El monarca se rio.
—Vaya, pues no puedo permitir que Tessia la sanadora mágica se enfade conmigo. ¿Quién sabe cuándo podría necesitar sus servicios?