42

Aunque el aire de la mañana era fresco, Hanara sabía que en cuanto el sol se elevara sobre la neblina que cubría las colinas más abajo y disipara la humedad del ambiente, sería un día caluroso. El lugar que Takado, Asara y Dachido habían elegido para acampar estaba a varios pasos del camino, oculto a la vista en un saliente de piedra. Si se acercaban al borde y miraban hacia abajo, alcanzaban a ver el camino que serpenteaba por la ladera de la montaña y se curvaba sobre las colinas para destorcerse más adelante, apuntando como una flecha hacia Arvice.

El amo de Hanara no estaba disfrutando del paisaje. La esclava de Asara que quedaba estaba atendiéndolo, mientras Hanara vigilaba el camino. El esclavo de Dachido recogía las pertenencias de su amo. Los tres esclavos se turnaban para realizar estas tareas cada mañana, hasta que todos estaban listos para proseguir el viaje.

Sin embargo, por primera vez, ninguno de los magos tenía prisa.

Hanara alzó la mirada. Aunque el paso fronterizo no resultaba visible desde allí, se divisaba el punto en que el camino salía de él. Lo habían atravesado la mañana anterior en su huida, conscientes de que el ejército kyraliano los seguía a solo media jornada de distancia.

—¿Por qué han enviado a un ejército entero en pos de nosotros? —había preguntado Asara unas noches atrás—. No tiene sentido.

—Porque quieren la cabeza de Takado —había respondido Dachido—. Después de todo, lo de conquistar Kyralia fue idea suya. Y temen que vuelva a intentarlo.

Takado había soltado una risita.

—Lo haría, si fuera posible.

Los tres magos habían discutido sobre lo que harían cuando llegaran a Sachaka. Takado quería que permanecieran juntos y recabaran el apoyo de muchas personas. Hanara no sabía si su intención era invadir Kyralia de nuevo o conseguir una influencia y los aliados suficientes para volver a la vida que llevaba antes.

—No podemos hacernos la ilusión de que volveremos a nuestros hogares y todo seguirá como si nada hubiera pasado —había señalado Takado.

Asara había asentido.

—Necesitamos saber si el emperador Vochira se ha enterado de nuestra derrota y se ha adueñado de nuestras propiedades o las ha dado a otros. Nos será más fácil recuperarlas si no las ha regalado.

A Hanara no se le había ocurrido que tal vez nunca regresaría al lugar donde había nacido. Desde que había comprendido lo improbable que era, despertaba todos los días con dolor de estómago y una inquietud acuciante. «¿Adónde iremos, al menos hasta que Takado recobre su casa? ¿Y qué posibilidades hay de que lo consiga?».

Aunque ninguno de los magos lo había expresado en voz alta, la falta de convicción que se percibía en su voz cuando hablaban de recuperar el favor del emperador delataba hasta qué punto dudaban que esto fuera a ocurrir. La noche anterior, como si el pisar de nuevo el suelo de su país los hubiera arrancado de un trance de negación, habían comenzado por fin a comentar sus planes a corto plazo.

—He decidido que me voy al norte —anunció Asara—. Tengo contactos allí, personas que me deben favores. Y… debo ir sola. No me ayudarán si ven que estoy acompañada.

Tanto Dachido como Takado la habían mirado en silencio, pero ninguno de los dos había puesto reparos a su decisión. Entonces Dachido se había vuelto hacia Takado, casi como pidiéndole disculpas.

—Yo también iré a cobrar un favor a un marino mercante. ¿Te apetecería ir a navegar por los mares del sur?

Takado había hecho una mueca y le había dado unas palmaditas en el hombro a Dachido.

—Gracias por la oferta, pero creo que preferiría que el emperador Vochira me arrancara el corazón a pasarme el resto de mis días metido en un barco. —Suspiró y tendió la mirada hacia Arvice—. Mi lugar está aquí.

—¿En la clandestinidad? —preguntó Dachido—. ¿Convertido en un ichani?

—Siempre he considerado a los ichanis, o al menos a la mayoría de ellos, como mis iguales —aseveró Takado con un atisbo de orgullo—. No será una humillación para mí que me llamen así. Al fin y al cabo, acometí esta empresa por ellos, para que tuvieran la oportunidad de poseer tierras y desembarazarse de su condición de proscritos.

—Espero que lo tengan en cuenta si te topas con alguno —dijo Asara—. Los que se quedaron aquí obviamente no estaban tan entusiasmados contigo como para unirse a tu causa. Y muchos de los que te siguieron murieron.

—Tal vez si encontrara otro lugar del que pudieran adueñarse… —empezó a decir Takado, pero sacudió la cabeza—. A menos que quieran vivir en un volcán, dudo que tenga nada que ofrecerles.

Habiendo decidido su futuro, los tres magos habían dormido profundamente por primera vez en semanas. Hanara y los otros esclavos se habían turnado para montar guardia.

Al oír un ruido detrás de sí, Hanara echó un vistazo por encima del hombro y vio que Takado, Asara y Dachido estaban levantados, mirándose entre sí con expresión expectante. Takado los aferró por los hombros.

—Gracias por acudir a mi llamada —dijo—. Preferiría que, en vez de despedirnos, estuviéramos organizando Kyralia a nuestro gusto, pero me enorgullece haber combatido a vuestro lado. —Hizo una pausa y sus ojos se posaron por un instante en Hanara.

El esclavo hizo un esfuerzo por desviar la mirada hacia el camino, pero se moría de ganas de volverse para contemplar la escena que se desarrollaba detrás de él. Al menos podía escucharla.

—Era una idea magnífica, tu plan de conquistar Kyralia —dijo Asara—. Y casi dio resultado. Nunca me arrepentiré de haberlo intentado.

—Ni yo —convino Dachido—. He luchado junto a grandes hombres… y mujeres, que es más de lo que mi padre o mi abuelo hicieron en su vida.

—Fue divertido, ¿verdad? —Takado se rio, pero luego exhaló un suspiro—. Me alegro de haber contado con los consejos y el apoyo de vosotros dos. Estoy seguro de que, de no ser por vosotros, estaría muerto. Espero que volvamos a vernos algún día.

—¿Hay alguna manera de que nos mantengamos en contacto sin correr riesgos? —se preguntó Asara en voz alta.

—Podemos dejar mensajes en algún sitio. Enviar esclavos a entregarlos o a comprobar si hay alguno —propuso Dachido.

—¿Dónde? —preguntó Takado.

Algo se movió ante los ojos de Hanara. Él parpadeó y oteó el camino sinuoso que discurría por la falda de la montaña. Entonces parpadeó de nuevo.

Hombres. Caballos. Al menos cien, desapareciendo tras un recodo del camino. Hanara pensó que habría debido verlos en el momento en que salían del paso fronterizo. Se volvió y, tras levantarse, se acercó rápidamente a Takado, se arrojó al suelo y esperó.

Los tres magos dejaron de hablar.

—¿Qué sucede? —preguntó Takado, en voz baja pero cargada de irritación.

—Jinetes —dijo Hanara—. Se están adentrando en Sachaka.

—¿Adentrando? —repitió Dachido.

Unos pasos apresurados se dirigieron al borde del saliente de piedra. Cuando Hanara se enderezó, oyó que Takado maldecía. Los otros dos esclavos intercambiaron una mirada y, tras un momento de vacilación, echaron a andar velozmente hacia sus amos. Hanara los siguió.

—¿Qué están haciendo? —inquirió Asara.

—Dudo que vayan a hacerle al emperador una visita de cortesía —respondió Dachido.

—¿Nos están invadiendo ellos a nosotros? —preguntó ella con la voz tensa por la incredulidad.

—¿Por qué no? —repuso Takado con aire lúgubre. Parecía cansado. Resignado—. Nos vencieron con facilidad. ¿Por qué no iban a invadirnos después?

—¿Buscan venganza? —El tono de Asara destilaba rabia.

—Seguramente, pero dudo que sea la única razón. Derrotarnos ha reforzado su seguridad en sí mismos. —Hizo una pausa—. Tal vez un poco más de la cuenta.

—Si pierden, nada impedirá que regresemos a Kyralia —señaló Dachido, con un deje de emoción en la voz.

Takado se volvió hacia su amigo y sonrió.

—Eso es verdad.

Asara los miró a ambos, meditabunda.

—Entonces, ¿esperamos aquí a que pasen, o regresamos y nos apoderamos de Kyralia?

Takado arrugó el entrecejo.

—Y, mientras tanto, ellos invaden Sachaka. No. No podemos abandonar a nuestra patria.

—Está claro que no hay la menor posibilidad de que los kyralianos triunfen —dijo Asara.

—Si advertimos al emperador Vochira de que se aproxima un ejército… —aventuró Dachido—. Si le ayudamos a defender el país…

—¿Crees que nos perdonará por haberlo metido en este lío para empezar? —inquirió Asara. Cuando Takado la miró con el ceño fruncido, ella sacudió la cabeza—. Creo que primero nos mataría a todos y averiguaría si nuestra advertencia es cierta después. —Contempló el ejército y suspiró—. Pero no puedo huir de esto. No puedo abandonar a nuestro pueblo. Debemos prevenirlos.

Dachido asintió.

—Como mínimo.

Los dos se volvieron hacia Takado, que hizo un gesto afirmativo.

—Claro que debemos. —Esbozó una sonrisa—. Y estoy seguro de que encontraremos una manera de quedar como héroes y salvadores. Solo tenemos que seguir vivos durante el tiempo suficiente para organizarlo todo.

«No puedo creer que esté en Sachaka —pensó Jayan una vez más—. Siempre creí que si visitaba otro país seguramente sería Elyne. ¡Jamás me imaginé que vendría a Sachaka!».

Al principio había poca vegetación que les tapara el paisaje que se extendía más abajo. Jayan había seguido con la vista el recorrido de los caminos y se había fijado en los puntos en que se cruzaban o desaparecían a lo lejos. Había estudiado el curso de los ríos y la posición de las casas, intentando dibujar un mapa en su mente. Aunque había grupos de edificios, no tenían el mismo trazado que las aldeas kyralianas. Estaban situadas a un lado del camino y rodeadas por murallas.

El sendero procedente del paso fronterizo descendió por fin por pendientes boscosas similares a las del otro lado de la cordillera. En aquel momento era como si estuvieran avanzando por Kyralia. Todo parecía igual, desde las variedades de árboles hasta el color del suelo rocoso. El aire era cada vez más cálido, y al cabo de unas horas hacía tanto calor como en los días más tórridos del verano que él recordaba haber vivido en Mandryn.

Al oír un suspiro, se volvió hacia Mikken. El joven se enjugaba la frente con la manga. Le devolvió la mirada a Jayan e hizo una mueca.

Con una sonrisa de resignación, el mago dirigió la vista al frente. ¿Cómo estaba sobrellevando Tessia el calor? Jayan advirtió que iba cabalgando sola. Dakon estaba más adelante, hablando con Narvelan. Tras espolear a su caballo para que fuese al trote, Jayan la alcanzó. Ella clavó los ojos en él, con una arruga entre las cejas.

—¿Cómo estás? —preguntó él.

Ella sacudió la cabeza.

—Preocupada.

Jayan sintió una punzada de inquietud.

—¿Por Dakon? ¿Por ti misma?

—No. —Entornó los párpados para mirar a los jinetes que avanzaban delante—. Por todos nosotros. Por el futuro. Por esta… esta invasión de Sachaka.

—¿Te preocupa que perdamos?

—Sí. O que ganemos.

Jayan sonrió, pero ella mantuvo una expresión seria.

—¿Qué hay de malo en que ganemos?

Ella suspiró.

—Nos odiarán. Nosotros ya los odiamos a ellos. Queremos vengarnos por habernos invadido. Entonces ellos querrán vengarse de nosotros por haberlos invadido. Y la historia seguirá así indefinidamente, sin acabar nunca.

—Si ganamos, no podrán invadirnos para vengarse de nosotros —señaló Jayan—. Mandaremos nosotros.

—Se rebelarán. Encontrarán maneras de conseguir que la ocupación suponga más inconvenientes que ventajas para nosotros. —Hizo una pausa—. Dakon me ha contado lo que hicieron los kyralianos y elyneos para que Sachaka nos concediera la independencia la última vez.

—Ah. —Jayan asintió—. Yo también he recibido esas clases. Pero la situación no es la misma. Ellos nos sometieron a la esclavitud. Nosotros la aboliremos aquí. Ellos arrebataron el poder a los fuertes, nosotros daremos poder a los débiles.

—¿Los esclavos? —Ella meneó la cabeza—. Confiamos demasiado en que los esclavos de Sachaka nos recibirán llenos de júbilo cuando irrumpamos en su país y les cambiemos la vida. A lo mejor no quieren que se la cambiemos. Tal vez sean leales a sus amos. Después de todo, Hanara volvió con Takado. Tal vez no colaboren con nosotros. Incluso es posible que nos planten cara. Los nomagos también pueden combatir. No hace falta magia para ello, como demostraste cuando prendiste fuego a la bodega para salvar a los aprendices.

«Tal vez tenga razón», pensó él.

—Pero no todos los esclavos serán como Hanara —alegó—. Si él hubiera sido verdaderamente leal a Takado, se habría marchado de Mandryn en cuanto se hubiera recuperado del todo. Seguramente solo regresó junto a Takado porque sabía que este se encontraba cerca y que Mandryn ya no era un lugar seguro. Si no creía que pudiera escapar, habrá pensado que no tenía alternativa.

Para su sorpresa, Tessia le dirigió una mirada de aprobación.

—Aun así, Hanara no se adaptó bien a la libertad. No hizo amigos ni se fiaba de nadie… salvo de mí, creo. —Apartó la vista—. No creo que los esclavos de Sachaka nos ofrezcan su confianza o su amistad solo porque los liberemos. No sabrán qué hacer con su vida. Sin nadie que les dé órdenes, no recogerán las cosechas ni prepararán la comida. Morirán de hambre.

—Pues tendremos que echarles una mano para que aprendan una forma diferente de hacer las cosas.

Tessia volvió la mirada hacia los magos que cabalgaban detrás de ellos.

—¿Crees que muchos de los nuestros querrán quedarse aquí una vez culminada la invasión para ayudar a los esclavos sachakanos a amoldarse a la vida en libertad? ¿O es más probable que todos volvamos a casa?

Jayan dudaba que muchos se quedaran, pero no quería reconocerlo. En cambio, se encogió de hombros.

—No puedo evitar pensar que lo que hacemos está mal —suspiró Tessia—. Estamos convencidos de que todos los magos sachakanos son malos, pero no todos se unieron a Takado. Casi todos los que lo hicieron han muerto, así que nos enfrentaremos a unos magos que en su mayoría no querían invadirnos.

—El hecho de que no hayan luchado no significa que no estuvieran a favor de la invasión —le recordó Jayan—. Algunos quizá no se encontraban en condiciones de combatir. Tal vez eran demasiado viejos, o no estaban bien entrenados. Otros a lo mejor estaban demasiado ocupados en otros asuntos para marcharse de Sachaka. No podemos dar por sentado que todos estaban en contra de que su país recuperara los territorios que en otra época consideraba propios.

Tessia asintió y lo miró de reojo.

—Entonces, ¿cómo podemos saber quién era partidario de la guerra y quién no?

Jayan meditó sobre ello.

—Supongo que si la mayoría estaba en contra, se juntarán y se reunirán con nosotros en son de paz.

—¿Y si solo unos cuantos estaban en contra?

—Siempre hay unos pocos que no están de acuerdo con la mayoría, o con sus gobernantes. No podemos permitir que Sachaka se rearme y nos invada otra vez solo porque es posible que algunos de ellos sean buenas personas. —Sintió que la frustración crecía en su interior—. No puedo creer que no te des cuenta de lo necesario que es hacer esto para impedir una nueva invasión sachakana.

—Me doy cuenta —respondió ella—, pero también sé que si perdemos las consecuencias serán desastrosas. Si nuestra invasión de Sachaka fracasa, solo quedará un puñado de magos para defender Kyralia. Los sachakanos nos invadirán a su vez, y nadie podrá detenerlos.

A Jayan se le encogió el corazón al pensar en esta posibilidad, pero cuando reflexionó sobre ello comprendió que no tenía nada que temer.

—Aunque ganaran los sachakanos, estarían muy debilitados. Los magos de Imardin cuentan con una ciudad entera que está dispuesta a proporcionarles energía. Da igual si los magos que la absorben son pocos o muchos; esa energía bastará para parar los pies a unos cuantos sachakanos.

—¿Incluso si esos sachakanos han acumulado la energía de todos los esclavos de este país?

«Maldición, está en lo cierto». Jayan se mordió el labio.

—¿Estás insinuando que debemos matar a los esclavos por si perdemos?

—¡No! —Lo fulminó con la mirada—. Ni siquiera tendríamos que estar invadiéndolos. Matar en defensa propia está justificado, pero afirmar que estamos aquí para protegernos de invasiones futuras es… Se podría justificar cualquier cosa con ese argumento. Es… inmoral.

Jayan le sostuvo la mirada. Recordó lo que Dakon había dicho la noche anterior. «Si hemos de invadir Sachaka para salvar Kyralia, no nos comportemos como sachakanos».

Tal vez podía atribuir los reparos de Tessia al hecho de que era una persona de moralidad decente pero poco práctica. Aunque discrepaba de ella, no podía evitar admirarla por su deseo de obrar correctamente. Tampoco podía menospreciar fácilmente la opinión de su antiguo maestro y mentor.

—Desde el punto de vista estratégico, lo mejor sería matar a los esclavos, pero no lo haremos. Podemos darnos el lujo de no hacer las cosas a la manera sachakana porque poseemos la piedra de almacenaje. En cuanto a nuestras costumbres diferentes…, nuestra moral superior…, tal vez son cosas que podemos imbuirles. Libertad para los esclavos y una moral superior para los magos. ¿No crees que es algo por lo que vale la pena luchar?

Ella posó la vista en él y luego la apartó, con una expresión llena de dudas. Jayan no estaba seguro de si eran dudas respecto a lo que él había dicho o respecto a sus propias opiniones. Se quedó callada y avanzaron en un silencio incómodo durante un rato, antes de que Jayan se diera por vencido y se retrasara para cabalgar de nuevo junto con Mikken.