29

Fue un alivio para Tessia enterarse, a la mañana siguiente, de que los magos habían decidido desplazarse hasta la ciudad siguiente. Vennea era una población más grande situada en la frontera entre dos señoríos y, por estar junto al camino principal que conducía al paso fronterizo, era un buen lugar donde establecer su base durante unos días. Sabin quería enviar a otros exploradores a localizar al resto de los sachakanos antes de decidir con Werrin el siguiente paso.

Tecurren estaba de luto, lo que para Tessia constituía un recordatorio doloroso del destino que habían corrido Mandryn y sus padres. Los supervivientes habían empezado a comportarse de un modo extraño con los magos. Su fascinación y gratitud no había hecho más que aumentar desde que los magos habían absorbido la energía que ellos les habían ofrecido (salvo la de las muchachas, como Tessia les había aconsejado). A algunos les dio por seguirlos a dondequiera que fuesen. Todos convinieron en que había llegado el momento de marcharse y dejar que ellos empezaran a rehacer sus vidas.

El camino a Vennea descendía en curvas suaves por los lados de un valle que se hacía cada vez más ancho. Habían dejado atrás los bosques irregulares que rodeaban Tecurren, limitados por las extensiones de sembradíos que los reducían a una franja estrecha de árboles que crecían a la orilla de ríos y arroyos. En ese momento, el grupo bajaba hacia un terreno prácticamente desprovisto de árboles, lo que les permitía ver con claridad los campos, los grupos de casas diminutas, un río y las superficies relucientes de lagos y pantanos.

Cuando un caballo se acercó al de Tessia, ella alzó la vista y vio que lady Avaria cabalgaba a su lado. La mujer sonrió.

—¿Cómo te van las cosas, Tessia?

—No del todo mal.

—Me entristeció mucho oír lo de tus padres y los habitantes de Mandryn.

Tessia sintió un espasmo en su interior mientras su dolor se reavivaba de golpe. Asintió sin atreverse a hablar e hizo un esfuerzo firme por dominar aquel sentimiento.

—Todas las chicas te mandan saludos, sobre todo Kendaria. Quería venir conmigo para poner a prueba sus conocimientos de sanación, pero dudaba que el gremio o los magos se lo permitieran.

Tessia torció el gesto.

—No estoy segura de que la experiencia estuviera a la altura de sus expectativas. Últimamente la mayor parte de mis intentos de sanar a la gente fracasan. No disponemos del tiempo necesario para tratar las heridas graves. No sé si ella ha pasado por el mal trago de no poder salvar a un paciente. La primera vez te marca para siempre.

Avaria frunció el ceño.

—Por lo que dices, creo que el rey debería enviar a algunos sanadores a unirse a este grupo, para aliviarte un poco del peso de esta responsabilidad.

—Hasta ahora no los hemos necesitado. Los sachakanos no suelen dejar a sus víctimas con vida. Pero si intentan tomar otras aldeas, habrá más heridos a causa de los derrumbamientos de las casas y los incendios.

—Esperemos que la guerra no llegue a intensificarse hasta el punto de que Kendaria tenga la oportunidad de poner en práctica sus habilidades. Aunque supongo que te habría gustado contar con su compañía. Con cualquier compañía femenina. No puedo ni imaginar lo que habrá sido para ti viajar con tantos hombres.

Tessia sonrió.

—Ha sido interesante. —Miró a Dakon y a Jayan, así como a los otros magos y aprendices que avanzaban delante de ellas—. ¿Sabéis qué? Me alegra de que ahora haya otra mujer, pero cuando pienso en ello me pregunto por qué. Me he pasado todo este tiempo fingiendo que mi condición de mujer no tiene importancia. He estado llevando una vida tan dura como los chicos; aunque tengo una tienda de campaña para mí sola, como lo mismo y visto la misma ropa que ellos. Bueno, tengo algunas necesidades físicas diferentes de las suyas, pero me ocupo yo misma de ellas desde hace años. Lo único que me ha hecho falta es un poco más de intimidad.

Avaria la miró arqueando una ceja.

—Tienes que contarme cómo te las has arreglado. No tengo idea de qué haré cuando…, cuando me lleguen esos días de incomodidad femenina.

—La magia facilita las cosas, desde luego. Imaginaos qué mal oleríamos todos a estas alturas si no fuéramos capaces de lavar la ropa por no tener tiempo para secarla.

Avaria soltó una risita.

—Me sorprende que no hayáis acabado con la ropa hecha jirones con ese sistema.

—En las aldeas hemos comprado y nos han regalado ropa. Las prendas no siempre coinciden con el gusto de todos, pero creo que hasta los más quisquillosos de nosotros reconocen que las telas finas no resisten mucho cuando uno tiene que cabalgar todos los días.

—Además, sería una lástima estropear de ese modo las telas finas.

—Sí. —Tessia rio entre dientes—. No podemos permitir que eso pase.

—¿Qué es esa nube de allí delante…? —empezó a preguntar Avaria, pero su voz se apagó.

Tessia se volvió hacia la mujer y advirtió que estaba contemplando algo a lo lejos. Siguió la dirección de su mirada y, abajo, en el valle, vio una humareda que se elevaba de unas figuras diminutas. Al instante, se le encogió el corazón.

Un murmullo recorrió el grupo de magos y aprendices cuando avistaron el humo. Aunque hablaban en voz demasiado baja para entender lo que decían, Tessia captó su tono de abatimiento, y el corazón se le encogió aún más.

—¿Eso es Vennea? —preguntó alguien.

—Creo que sí.

El resto de la mañana transcurrió lenta y penosamente. A veces el camino se torcía y ellos perdían de vista el humo de abajo. Cada vez que el valle aparecía de nuevo ante sus ojos, la humareda tenía peor aspecto. Nadie decía nada, y lo único que interrumpía el silencio eran los resoplidos de los caballos, pues habían avivado el paso.

Llegaron por fin al fondo del valle, donde el camino se tornaba recto. Aunque ya no alcanzaban a ver el pueblo, la nube de humo parecía una sombra oscura recortada contra el cielo despejado. De pronto, la carretera que tenían delante y que hasta ese momento estaba casi desierta se llenó de gente que iba a pie y a caballo, con carretas y grupos pequeños de animales domésticos.

A Tessia el estómago se le contrajo cuando vio la muchedumbre que se dirigía hacia ellos. Cuando empezó a distinguir detalles, vio cabezas que se volvían hacia atrás y percibió la prisa en sus movimientos. Un puñado de reberes se alejó trotando del resto del rebaño, pero el pastor no hizo el menor ademán de perseguirlos o detenerlos.

Los magos se quedaron callados, con expresión adusta. Poco a poco, la distancia entre los dos grupos se redujo. Cuando faltaban pocos pasos para que la multitud se cruzara con los magos, los aldeanos comenzaron a gritar, algunos de ellos señalando en la dirección en que habían venido.

—¡Sachakanos!

—¡Han atacado Vennea! ¡La han arrasado!

—¡Están matando gente!

Tessia observó a los refugiados mientras se detenían y se aglomeraban frente a Werrin. A las preguntas del mago siguió una docena de respuestas, pero ella no alcanzó a entender gran cosa. Al cabo de varios minutos, Werrin gritó para hacerse oír por encima de las voces.

—Tenéis que dirigiros hacia el sur. Este camino lleva a las montañas, donde hay más sachakanos.

—¡Pero si no podemos regresar!

—Tenéis que hacer un rodeo —contestó Werrin, señalando hacia el oeste.

Tras discutir un poco más, los refugiados se situaron a un lado del camino para dejar pasar a los magos. Narvelan, que había conseguido permanecer cerca de los líderes del grupo desde la llegada de los refuerzos, hizo girar a su caballo y cabalgó hacia la parte de atrás del grupo para reunirse con Dakon, Everran y Avaria.

—Los habitantes del pueblo dicen que unos veinte magos sachakanos han atacado Vennea hace menos de una hora —los informó—. Están destruyendo el lugar, así que dudo que intenten ocuparlo como hicieron en Tecurren.

—Supongo que los exploradores nos confirmarán su número antes de que tracemos un plan de ataque —dijo Everran.

—Sí. Es probable que…

¿Lord Werrin? ¿Mago Sabin?

Tessia dio un brinco al percibir la voz en su mente. Miró en torno a sí y vio su propia sorpresa reflejada en los rostros que la rodeaban. Aquella voz le sonaba de algo…

¿Quién eres?, preguntó Werrin.

Mikken, de la familia Loren. El aprendiz de Ardalen. Me pidió que os informara de la situación cuando llegara a un lugar seguro.

Informa, pues.

Están muertos. Todos los miembros de nuestro grupo. Ardalen. Todos. Hemos sido muy cautelosos. Silenciosos. Viajábamos de noche. Pero el paso… está infestado de sachakanos. Cuando llegamos lo bastante cerca para verlo, era demasiado tarde. Ardalen me ordenó que corriera y me ocultara para poder comunicároslo. He escalado el precipicio… Son diez, más o menos. Tienen tiendas de campaña, carretas cargadas de comida y otras cosas que indican que piensan quedarse allí y defender el paso.

Tessia notó que el corazón le latía a toda velocidad. Los sachakanos captarían la conversación y sabrían que él seguía en la zona. Estaba corriendo un riesgo enorme. «¡Ten cuidado, Mikken! —pensó—. ¡No delates tu posición!».

¿Hay algo más que tengas que decirnos?, preguntó Sabin. ¿Algo esencial?

No.

Entonces permanece en silencio. Avanza deprisa y con sigilo. Que la suerte te acompañe.

Sí. Así lo haré. Adiós.

Los miembros del grupo se quedaron callados durante un rato, intercambiando miradas furtivas y sombrías. Algunos sacudieron la cabeza. «No creen que sobreviva —pensó Tessia. Se le partió el alma—. Pobre Mikken». Recordó su primer y último intento de cautivarla. A pesar del rechazo de Tessia —o tal vez debido a él—, él había seguido siendo encantador con ella, aunque de un modo amigable y desenfadado. Sintió una inesperada oleada de afecto hacia él. «Era como una broma entre nosotros. Sé que no hablaba en serio. Después de todo, ni siquiera me habría mirado dos veces si hubiera habido mujeres más guapas a mano. Pero era agradable que alguien coqueteara conmigo, sobre todo teniendo en cuenta que Jayan siempre está tan serio. —Suspiró—. Espero que consiga reunirse con nosotros».

Entonces recordó el método que lord Ardalen les había enseñado para trasvasar magia a otra persona y que habían utilizado para vencer a los sachakanos en Tecurren. Qué conocimiento tan valioso. ¿Qué secretos se habían perdido con la muerte del mago? ¿Qué otras pérdidas traería consigo aquella guerra? ¿Y sobreviviría alguno de ellos para fundar ese gremio de magos sobre el que Jayan había reflexionado tanto?

El cuerpo de la mujer de cabello cano quedó laxo entre las manos de Takado. El mago la dejó caer al suelo y extendió un brazo hacia Hanara. El esclavo entregó a su amo un paño limpio y húmedo, observó a Takado mientras se limpiaba la sangre de las manos, cogió el paño de nuevo y lo guardó en su mochila para lavarlo más tarde.

—Esta era sorprendentemente fuerte —comentó Takado. Alzó la vista hacia Dachido y sonrió—. Con estos kyralianos nunca se sabe.

Dachido sacudió la cabeza y paseó la mirada por los cadáveres que yacían dispersos en la calle. «Los que no han sido lo bastante rápidos —pensó Hanara—. Los que se han atrevido a plantarnos cara».

—Si fueran esclavos, habríamos podido seleccionar a los más fuertes y nos habrían sido muy útiles. Este desperdicio es increíble.

Un estruendo atrajo su atención. La fachada de una casa cercana se vino abajo, y el calor del fuego que ardía dentro golpeó a Hanara y le chamuscó la piel. Para su alivio, Takado se apartó.

—¿Cómo sobreviven estos kyralianos? —preguntó Dachido—. El sitio debería estar sumido en el caos, con revueltas, los campos desatendidos y robos por todas partes. En vez de eso, prosperan.

—Lord Dakon intentó convencerme de que la esclavitud era ineficiente —respondió Takado—, que los hombres libres se toman muy en serio su trabajo. Que un artesano que actúa en beneficio propio y de su familia se siente más inclinado a realizar experimentos y a inventar sistemas mejores para hacer las cosas.

—No entiendo por qué eso tendría que ser una motivación más poderosa que el miedo al látigo o a la muerte.

—Yo tampoco lo entendía, hasta que vine aquí.

Dachido arqueó las cejas y fijó en Takado una mirada sorprendida.

—¿O sea que estáis de acuerdo con él?

—Tal vez. —Takado se volvió al oír el chirrido de una puerta que se abría. Salió una vaharada de humo, seguida de un hombre. Cuando los vio, el hombre intentó echar a correr, pero chocó contra un muro invisible. Rompió a gritar mientras la magia lo atraía hacia los dos magos—. Aunque no lo suficiente para adoptar esa práctica.

—¿Qué sentido tiene conquistar un país y luego dejar que sus habitantes conserven sus riquezas y su libertad? —inquirió Dachido.

El fugitivo capturado cayó de rodillas, pero la magia lo arrastró sobre las losas del suelo. Gimoteó mientras aquella fuerza lo depositaba frente a Dachido, con las rodillas sangrando y en carne viva.

—Por favor —imploró—. Soltadme. No he hecho nada malo.

—¿Lo tienes bien sujeto? —le dijo Takado a Dachido—. ¿Estás seguro?

—Claro. ¿He hecho alguna vez una oferta sin estar seguro?

—No.

Dachido desenvainó su cuchillo. Las gemas resplandecieron al sol mientras él se acercaba al hombre y tocaba con el filo la piel desnuda de la parte posterior del cuello. Aparecieron unas gotas de sangre que formaban una hilera fina.

Hanara esperó, aburrido. Había presenciado escenas parecidas en incontables ocasiones, aunque antes no solían terminar con una muerte. Al vislumbrar con el rabillo del ojo una figura que se acercaba, se dio la vuelta y vio a Asara, que se dirigía hacia ellos. Ella no dijo nada y aguardó educadamente a que la absorción de energía finalizara. Dachido dejó que el autor de la fuga fallida se desplomara en el suelo y dio un respingo al percatarse de que ella estaba de pie a su lado.

—Asara —dijo—. ¿La cosecha ha sido buena?

Ella soltó una risita.

—Es una forma interesante de expresarlo. Sí, seguramente he absorbido lo suficiente para reponer lo que había gastado e incluso un poco más. ¿Y tú?

—Lo mismo, por lo menos.

Asara miró a Takado. Hanara percibió en sus ojos un respeto no demasiado disimulado tras su actitud fría y tranquila.

—¿Y ahora qué, Takado?

Takado miró en torno a sí, meditando. Estaban de pie en medio de una zona cuadrada rodeada de casas y dividida en dos por el camino principal.

—Hemos conseguido todo lo que necesitábamos de este lugar. Un comienzo. Lanzar un mensaje. Iniciar nuestro avance hacia Imardin.

—¿Nos quedaremos aquí esta noche?

—No. —Una sombra cruzó los ojos de Takado—. Creo que la siguiente ciudad importante a la que lleva el camino principal se llama Halria. Si nos damos prisa podemos mantener la ventaja sobre nuestros perseguidores.

—¿Otra ciudad junto al camino principal? ¿Y si ellos se anticipan y reúnen allí a otro grupo de magos para enfrentarse a nosotros? —preguntó Dachido—. Podríamos quedar atrapados entre dos fuerzas.

—Abandonaremos el camino antes —dijo Takado—. Pero durante un tiempo podremos tomar ciudades que estén llenas de gente todavía, que no hayan sido alertadas de nuestra llegada y que no estén preparadas para nuestro ataque. —Sonrió—. En la guerra hay que dejar pocas cosas al azar. De lo contrario, no resultaría tan interesante.

Asara sonrió. Hanara sintió que un escalofrío le bajaba por la espalda. Lo asaltó una emoción rara, una mezcla de miedo y orgullo. Le hacía desear alejarse de aquellas tres personas, pero a la vez lo impulsaba a quedarse para ver qué harían a continuación. Nunca había visto a un mago desplegar todos sus poderes. Aquel día habían quemado y dejado en ruinas una ciudad sin más muestras de esfuerzo que una mirada o un gesto. Por otro lado, él sabía que no se habían visto obligados todavía a utilizar sus poderes al máximo. Cuando lo hicieran, el espectáculo sería tan terrible como magnífico. El corazón se le hinchó de emoción al mismo tiempo que aceleraba sus latidos.

«Y yo estaré allí para verlo».