25

Cuando se descolgó de la espalda el haz de ramas secas, Hanara notó que el aire frío de la noche le helaba el sudor. Las dejó caer junto al fuego. Takado, sentado frente a las llamas, las contemplaba fijamente con una expresión pensativa en la que se apreciaban unos atisbos de irritación que solo Hanara sabía reconocer.

Jochara estaba en cuclillas junto a Takado, listo para levantarse de un salto y hacer lo que su amo le ordenara. En opinión de Hanara, el esclavo fuente había tardado mucho en aprender que no debía interrumpir a Takado cuando estaba de ese humor. La quemadura que le atravesaba la mejilla debía de dolerle. A Hanara le daba un poco de pena, pero no sentía una gran compasión por él. Después de ver cómo trataban a sus esclavos algunos aliados de Takado, sabía que Jochara y él eran unos afortunados.

«Y yo soy más afortunado que la mayoría de ellos, pues durante una breve temporada fui libre».

Tuvo que reprimirse para no reírse de sí mismo en voz alta. La libertad que había conocido no había sido auténtica. Él sabía desde un principio que Takado regresaría a buscarlo. Si su libertad hubiera sido real, no habría llegado a su fin. Había sido algo similar a una pequeña recompensa; tal vez solo una concesión, un tiempo para que se recuperase.

Los otros magos y sus esclavos estaban ocupados montando sus tiendas de campaña y sacando comida. Como Takado no le indicó lo contrario, Hanara regresó al bosque. Anochecía, y encontrar leña para la hoguera resultaba cada vez más difícil. En cierto momento, algo oscuro se deslizó sobre su mano. Él soltó la rama que había recogido, con el corazón golpeándole en el pecho, y continuó juntando leña mientras intentaba no recordar el contacto de aquellas numerosas patitas sobre su piel.

El fuego era un lujo. Takado había decidido acampar en un valle sinuoso, donde la luz de la hoguera estaría oculta a la vista de todo el mundo excepto de alguien que estuviera a punto de tropezar con ella. A aquella altura tan elevada, en las montañas, las noches seguían siendo frías. Aunque los magos podían calentarse por medio de la magia, preferían ahorrar sus energías.

Había acabado de atar el primer fajo de ramas y estaba echándoselo al hombro cuando oyó una voz. Al otear el valle, vio aparecer unos globos de luz flotantes y varias sombras que se acercaban. Aunque apenas alcanzaba a vislumbrar aquellas figuras entre los árboles, había algo en la forma de andar de esa gente que le resultaba familiar. Dejó el haz de leña en el suelo y echó a andar rápidamente de vuelta hacia el campamento.

Takado alzó la vista cuando Hanara se le acercó a toda prisa. Arqueó una ceja.

—Dovaka —jadeó Hanara.

Una expresión ceñuda ensombreció el rostro de Takado, que enseguida se relajó de nuevo. Asintió, mirando el suelo.

Hanara se acurrucó junto a Jochara y esperó. «Esto se pone interesante», pensó. Por una conversación que había acertado a oír, sabía que se había producido algún tipo de enfrentamiento entre algunos de los aliados de Takado y unos kyralianos. Desde entonces, Takado había permanecido tranquilo. Y no era una tranquilidad que augurara nada bueno. Empleaba un tono sereno y comedido que Hanara había aprendido a temer.

Takado estaba enfadado. Muy enfadado.

Los otros magos de su grupo habían mostrado un entusiasmo prudente y elegían sus palabras con cautela. Un kyraliano menos, decían, significaba una victoria más que permitiría a Takado ganar adeptos. Pero por lo general se guardaban sus opiniones. Takado había dicho poca cosa, y nada que denotara aprobación o censura.

Una vez instalado el campamento y enviados los esclavos al final de la línea de comunicación para que el otro grupo de magos pudiera encontrarlo, se habían sentado a esperar. Al final, el segundo grupo había llegado, salvo por dos miembros, Dovaka y Nagana. Nadie sabía nada del enfrentamiento.

Voces de bienvenida precedieron la llegada de Dovaka, que apareció con su amigo y salió al claro seguido por esclavos de su grupo. Takado se levantó.

—Me dicen que has tenido un día ajetreado —comentó.

—Sí —respondió Dovaka con una gran sonrisa—. Uno de esos bárbaros blancos debiluchos llegó husmeando solo.

—¿Te localizó? —Takado enarcó las cejas.

Una arruga que Dovaka tenía en la frente se hizo más profunda ante la insinuación de que no había permanecido oculto como debía.

—No. Estaba metiéndose donde no lo llamaban, así que le dimos una lección de buenos modales.

—Una lección que estoy seguro que tendrá muchas oportunidades de poner en práctica en el futuro —concluyó Takado con una sonrisa.

Dovaka titubeó antes de sonreír también.

—Puedes estar seguro de que no.

Se hizo un silencio. Hanara reparó en que el resto de los magos observaba a Takado con atención.

La sonrisa de Takado se ensanchó.

—Entonces te felicito por ser el primero de nosotros en matar a un mago kyraliano. Tal vez pases a los anales de la historia por ello. Bueno. —Bajó la vista hacia Jochara—. Sentémonos a celebrar tu hazaña. —El esclavo corrió hasta el equipaje y regresó con una botella de licor, mientras todos los magos se acomodaban en torno al fuego. Cuando Takado ofreció a Dovaka la primera copa, su sonrisa se desvaneció—. Espero que no pases a la historia como el hombre que dio al traste con nuestras posibilidades de conquistar Kyralia.

Dovaka se encogió de hombros.

—¿Por matar a un kyraliano?

—Todos sabemos que eso tendrá consecuencias —replicó Takado—. Han estado refrenándose por las mismas razones que nosotros. Ahora que hemos matado a uno de ellos, no tendrán reparo en matarnos a nosotros. Sus tácticas cambiarán. Nosotros tendremos que cambiar las nuestras. No me digas que no habías pensado en ello. Por eso os pedí que no matarais a ningún mago kyraliano hasta que estuviéramos preparados.

—Estamos preparados —se mofó Dovaka—. Somos lo bastante numerosos y fuertes para tomar diez aldeas. Si de ti dependiera, esperaríamos a que toda Sachaka errase oculta por las montañas.

—Diez aldeas. —Takado soltó una risita. No dijo una palabra más. Como la botella había dado toda la vuelta al círculo, se la tendió de nuevo a Dovaka.

—Los kyralianos son pocos y estúpidos —aseguró Dovaka antes de beber con avidez. Su mirada pasó de Takado a los otros magos, de un rostro a otro—. Ahora estamos en condiciones de conquistar un tercio de su territorio. Sus poblaciones están demasiado separadas entre sí para defenderlas.

—A nosotros nos costaría tanto defenderlas como a ellos —repuso Takado—. ¿Por qué desperdiciar tiempo, energía y vidas sachakanas tomando una aldea que no tardaríamos en perder?

—Podríamos marcharnos tan fácilmente como habríamos venido, y una vez que la noticia de nuestra conquista llegara a nuestro país, el número de nuestros seguidores se multiplicaría por diez. La perspectiva de esconderse y acechar en el bosque no animará a nadie a abandonar la comodidad de su mansión. En cambio, la de adueñarse de nuevas tierras, sí. Y cuando se unan a nosotros podremos invadir más tierras, hasta que solo nos quede Imardin por conquistar. —Dovaka tomó otro trago del licor.

—¿Tú estás animado? —preguntó Takado.

Dovaka parpadeó y bajó la mirada a la botella antes de tendérsela al mago siguiente.

—Estoy más que animado. Tengo una meta y un plan.

—Hmmm —murmuró Takado, asintiendo—. Yo también. ¿Cuál es el tuyo? ¿Qué quieres conseguir con todo esto?

A Dovaka le brillaron los ojos.

—Kyralia.

—¿Para ti solo?

—¡No! Para Sachaka. —Dovaka desplegó una sonrisa—. Bueno, y una parte de ella para mí. Quiero una recompensa por mi lide… por los riesgos que estoy corriendo.

—Sí —dijo Takado—. Como todos. Cada uno de nosotros tiene algo que ofrecer en esta iniciativa, tanto si corremos riesgos como si trazamos planes meticulosos, y también tenemos algo que ganar. Todos debemos seguir los dictados de nuestro sentido común.

Les llevaron varios platos, incluida la pata asada con magia de un reber que el grupo de Dovaka había traído consigo, y mientras los compartían la conversación se desvió hacia temas más prácticos. Cuando la botella de licor de Takado se vació, abrieron otra. Aquello parecía una celebración, y aunque fue un alivio para Hanara que el encuentro entre Dovaka y Takado no acabara en un enfrentamiento, sabía que las cosas no marchaban del todo bien.

La noche avanzaba. Los magos empezaron a bostezar y a retirarse a dormir. Dovaka y Nagana se alejaron arrastrando los pies hacia su cama y sus esclavas. Cuando se hubieron marchado, Dachido se inclinó hacia Takado.

—¿Qué piensas hacer? —musitó.

Takado esbozó una sonrisa crispada.

—Nada. De hecho, me alegra que se haya producido la primera muerte, ya que ahora podré poner en marcha la fase siguiente de mi plan. —Asintió—. Nuestro amigo amante del riesgo tiene su utilidad.

Dachido pareció dudar por un instante, y luego miró a Takado de nuevo.

—Te preguntaría qué estás maquinando si no supiera que sería inútil. Ya lo sabremos a su debido tiempo. Que descanses.

Mientras el hombre se alejaba, Hanara notó un peso contra el hombro y se dio cuenta de que Jochara se había dormido a su lado. Despertó al joven de un codazo, y en vez de una muestra de agradecimiento recibió una mirada hostil. En ese momento Takado se levantó y se dirigió a su tienda, y los dos se apresuraron a seguirlo.

En algún lugar, detrás de la densa nube, el sol iniciaba su ascenso sobre el horizonte. La claridad que se colaba entre los árboles era muy tenue, de modo que habían creado unos globos de luz para iluminar el campamento. La mayoría de los magos seguía durmiendo; solo unos pocos madrugadores habían salido de sus tiendas para relevar a los que montaban guardia.

Los aprendices que estaban de pie ante Dakon parecían desconcertados o malhumorados, aunque eran cada vez más los que pestañeaban con una comprensión súbita y adoptaban una actitud más entusiasta.

—Algunos ya habréis adivinado por qué os he despertado tan temprano —dijo—. Hace unas noches decidimos que no debíamos descuidar vuestra formación, pero que la única forma práctica de continuar con vuestras lecciones era que un profesor os diera clases a todos a la vez. Me he ofrecido voluntario para ser vuestro primer profesor.

Inspeccionó a cada uno de ellos, tomando nota mentalmente de qué aprendices parecían preocupados, dudosos o ansiosos. Aunque la muerte de Sudin y Aken había abierto los ojos de todos al peligro auténtico de la invasión sachakana, él sabía que algunos magos todavía eran contrarios por miedo al intercambio de conocimientos.

Dakon tenía un plan para tranquilizar a los escépticos. Todos estaban de acuerdo en que los aprendices debían ser capaces de defenderse solos, por lo que las clases se centrarían en las técnicas mágicas de lucha, y se concedería una importancia especial a la autodefensa.

Había pensado en ello hasta altas horas de la noche. Se había imaginado las clases como algo parecido a partidas de Kyrima, aunque había grandes diferencias entre las batallas de la vida real y el modo en que se desarrollaba el juego.

—Empezaremos con una partida de Kyrima en la que vosotros seréis las piezas —les informó—. Antes de comenzar, hay ciertas reglas básicas que todos debéis seguir. Todos los azotes deben consistir en rayos inocuos de luz no continua. ¿Hay alguno de vosotros que no sepa cómo se hace esto? —Como ninguno de los aprendices respondió, Dakon asintió—. Consideraremos que el escudo de un aprendiz se rompe si recibe un impacto, dos en el caso de que él o ella aún no haya cedido energía a su mago durante esa mano. Cuando vuestro escudo esté roto, tendréis que abandonar la partida. No hagáis trampas: estamos aquí para aprender, no para conseguir puntuaciones individuales altas.

»Cada equipo elegirá a alguien para que haga el papel de mago. El mago tiene la facultad de generar un escudo, pero solo puede recibir cinco impactos más uno por cada aprendiz de quien consiga absorber energía. Los magos pueden elevar de categoría a los aprendices entre una mano y otra. Huelga decir que quienes representen el papel de magos no tienen que hacerles un corte a sus aprendices, pero deben tocarlos y contar hasta treinta. Si pillo a alguien cortando a otra persona o empleando azotes dolorosos, quedará excluido del entrenamiento. —Caminó entre ellos, separándolos en dos grupos casi iguales—. Los que están a mi izquierda formarán un equipo, y los que están a mi derecha, otro —prosiguió—. Mientras jugáis, tened presentes los aspectos en los que el Kyrima no refleja las batallas de magia auténticas. Después nos reuniremos todos para hablar de ello y de cómo enfrentarnos a situaciones reales.

La mayoría de los aprendices sonreía, pensando que la clase sería un juego sencillo y divertido. «Espero que todo esto sirva de algo, y que nadie resulte herido. —Nunca antes había intentado organizar una partida de Kyrima con piezas de carne y hueso—. Claro que tampoco he impartido clases a más de dos aprendices a la vez. Tendré que cogerle el truco sobre la marcha».

—¿Qué reglas seguimos, lord Dakon? —preguntó Mikken.

—Las reglas estándar. —Dakon había considerado la posibilidad de no utilizar un sistema de reglas, pero muchas de ellas estaban concebidas para hacer el juego más fácil o más interesante. Podrían prescindir de las demás cuando hubieran jugado unas partidas y tuvieran más claro qué reglas no eran prácticas.

—¿Tiraremos los dados para determinar la fuerza de los magos? —inquirió Leoran.

Dakon sacudió la cabeza.

—Puesto que utilizaremos rayos de luz inocuos, la fuerza dará igual. Podríamos asignar a cada mago un número máximo de rayos que puede usar, pero sería difícil llevar la cuenta. Aun así, no descarto que lo intentemos más tarde.

—¿Llevaréis vos la puntuación? —preguntó Tessia.

—No habrá puntuación. —Dakon forzó una sonrisa—. La partida termina cuando se rompe el escudo de un mago.

Cuando oyeron esto, todos adoptaron una expresión sombría. «Saben que eso significa que estará “muerto”. Eso es bueno; se tomarán el juego más en serio y pondrán en duda las reglas que no funcionen».

Arqueó las cejas y esperó por si alguien tenía alguna otra pregunta, pero todos estaban callados y expectantes.

—¿Comenzamos? Bien, elegid a vuestro líder.

Ya desde el momento en que los dos equipos se separaron y se pusieron a discutir quién debía ser su mago, empezaron a señalar las diferencias entre lo que hacían y la vida real. Los aprendices no elegían a sus maestros. La mayoría de los magos tenía un solo aprendiz y, por lo que habían podido descubrir, los invasores no tenían más de cuatro o cinco esclavos en promedio.

Una vez que designaron a los «magos», los miembros de un equipo se colocaron de espaldas a los del otro, para que estos pudieran tomar posiciones por todo el campamento. Luego, se confiaba en que los miembros del grupo escondido cerrarían los ojos mientras sus contrincantes se organizaban. Dakon se percató de que algunos magos habían salido de las tiendas y se habían parado a observar.

Durante el desarrollo de la «batalla» se oían numerosas carcajadas y palabrotas. Dakon reparó en lo vulnerables que eran los aprendices cuando los habían despojado de parte de su energía. Su mejor estrategia era ocultarse o permanecer cerca de su maestro, detrás de su escudo. Un «mago», frustrado por ser el único que atacaba a su rival, elevó a un aprendiz a la categoría de «mago», pero eligió para ello a un amigo y no al aprendiz con mejores cualidades para este papel.

Cuando la partida terminó, todos se juntaron para comentar la batalla. Aparte de algunas acusaciones de deshonestidad —al parecer algunos aprendices no se habían sentado después de que les «rompieran» el escudo—, tenían un torrente de ideas que exponer. Todos estaban de acuerdo en que debía haber más «magos» en cada equipo, con no más de dos aprendices cada uno, y en que el número de azotes debía ser limitado. Todo ello debía decidirse tirando los dados. Empezaron otra partida.

Resultó radicalmente distinta de la anterior. De pronto, había más atacantes y más objetivos. De inmediato surgieron problemas de comunicación y coordinación. Ambos lados comenzaron a utilizar señales para informar de sus intenciones, pero el equipo contrario las captaba también. El hecho de que no hubiera un solo mago al mando daba lugar a discusiones y a que las acciones de unos contrarrestaran y obstaculizaran las de otros.

En cierto momento, dos amigos «magos» intentaron coordinar sus ataques descargando simultáneamente un azote contra el adversario, pero malgastaron varios rayos a causa de una mala sincronización.

De repente, Dakon cayó en la cuenta de que lord Ardalen estaba de pie junto a él.

—Hay un truco que debo enseñaros antes de marchar —murmuró—. Cuando la partida haya terminado.

Dakon lo miró sorprendido y luego asintió. Al echar un vistazo en torno a sí, descubrió que todos los magos estaban despiertos, observando. Empezó a desear que la partida terminara pronto para no sentirse juzgado, pero hizo un esfuerzo por seguir analizando la batalla. ¿Qué era aquello que lord Ardalen sabía y que estaba tan convencido de que Dakon ignoraba? «Se refería claramente a mí y no a ellos».

Cuando al fin un equipo fue derrotado, Dakon resistió la tentación de dejar que los aprendices se marcharan inmediatamente. Los animó a debatir lo que habían hecho y lo que habían aprendido, y a deliberar sobre si el juego necesitaba más modificaciones. Entonces se volvió hacia Ardalen.

—En cuanto a ese truco… —dijo.

—Sí —respondió Ardalen—. Necesito dos aprendices para hacer una demostración. —Contempló la pequeña multitud de rostros ansiosos y señaló a Refan y a Leoran—. Vosotros serviréis. Quiero que uno de vosotros lance un azote contra aquel tronco viejo. —Dio unas palmaditas a Refan en el hombro y apuntó con el dedo a un enorme tocón roto situado a la orilla del claro—. Descarga un azote contra él, empleando la energía suficiente para producir un resultado visible.

El aire vibró, y varias astillas saltaron de un lado del tronco.

—Ahora tú, Leoran, posa la mano en el hombro de Refan. Quiero que le trasvases magia. No la transformes en calor o fuerza; simplemente deja que se filtre como magia pura. Refan, intenta percibir y asimilar esa magia.

Dakon sintió que el estómago le daba un vuelco. Aquello se parecía demasiado a la magia superior. Vio que otros magos se acercaban, con el ceño fruncido de preocupación.

—La percibo, pero no… no puedo retenerla —dijo Refan.

—No, no podrás —confirmó Ardalen—, porque mientras no aprendas magia superior, no sabrás cómo almacenarla en tu interior. Pero puedes canalizarla. Toma esa magia y, sin usar la tuya propia, descarga otro azote contra el árbol.

Una vez más, el aire vibró y varias astillas salieron despedidas del tocón. Refan soltó un grito ahogado.

—¡He utilizado la magia de Leoran!

—Así es —dijo Ardalen—. Cuando mi maestro era un aprendiz, él y un amigo suyo estaban deseando convertirse en magos superiores. Intentaron aprender por su cuenta, y en vez de la magia superior, descubrieron esto. Resulta útil cuando un mago es excepcionalmente hábil, o cuando alguna tarea requiere un uso de la magia preciso y dirigido, pero de una fuerza que un solo mago no es capaz de reunir. En esos casos, otros magos pueden aportar su magia al azote. Me he dado cuenta de que resultaría útil en batalla por la misma razón.

Dakon sintió un escalofrío de emoción.

—He indicado a los aprendices que cuenten hasta treinta mientras fingen absorber la energía de otro. Esto elimina esa necesidad. ¡Oh, cielos! No hace ninguna falta practicarles cortes a los aprendices, ¿verdad?

Ardalen sacudió la cabeza.

—En estas circunstancias, no, pero imagino que los magos mantendrán viva la tradición de los cortes porque les permite mantener el control en sus manos. Perder ese control tiene sus inconvenientes. Sin él, el donante debe enviar energía justo en el instante en que el canalizador esté listo para absorberla, pues de lo contrario la magia se disipa y se desperdicia. —Hizo una pausa—. Por otro lado, una gran ventaja es que, si se hace correctamente, un escudo creado con la magia de dos magos o más permite que los azotes de todos ellos lo atraviesen, en vez de rechazar los disparos de quienes no lo han generado.

Los otros magos se habían acercado para escuchar las instrucciones de Ardalen. Tenían una expresión pensativa en el rostro, que ya no reflejaba suspicacia o inquietud.

—Moverse de un lado a otro con un aprendiz o un mago aferrado al hombro puede resultar incómodo —dijo Narvelan—, pero le veo un gran potencial a esto. Dos aprendices podrían protegerse con un escudo de doble energía si los atacara un enemigo, por ejemplo.

Otros magos comenzaron a discutir aplicaciones posibles del método de Ardalen. Al mirar al mago, Dakon advirtió que tenía la vista fija en el otro extremo del campamento, donde unos criados aguardaban con varios caballos.

Ardalen suspiró.

—Ojalá pudiera quedarme para hablar del descubrimiento de mi maestro y ayudar a perfeccionarlo, pero lord Prinan, el mago Genfel y yo debemos partir ahora. —Los demás se quedaron callados—. Tengo un paso fronterizo que reconquistar. —Sonrió con aire sombrío—. Genfel tiene que buscar el apoyo de unos magos extranjeros, y Prinan tiene que proteger otro paso. Y vosotros tenéis que dar caza a unos sachakanos. Buena suerte.

—Me temo que vos la necesitaréis más que nosotros —replicó Narvelan—. Tened cuidado.

—Lo tendré.

—Y gracias —añadió Dakon.

Ardalen volvió la vista atrás hacia Dakon y sonrió antes de echar a andar. Los aprendices se despidieron con murmullos de Mikken, Refan y el aprendiz de Genfel, que se apartaron de ellos para seguir a Ardalen. Los que se quedaban observaron en silencio mientras el pequeño grupo montaba en sus caballos y se ponía en camino.

—¿Estarán a salvo? —susurró una voz débil junto a Dakon. Cuando este bajó la mirada, vio que Tessia tenía una expresión angustiada.

—Se dirigen al sur para incrementar sus fuerzas, y, por lo que sabemos, los sachakanos siguen en las montañas —respondió él por lo bajo—. No hay forma de saber si estarán completamente a salvo, pero no hay duda de que es mucho más prudente viajar en grupo que solo. ¿Qué te ha parecido mi clase?

Los labios de Tessia se curvaron en una media sonrisa.

—Creo que es la primera vez que lo he pasado bien con el Kyrima. Aunque no sé si «pasarlo bien» es la expresión adecuada. Por una vez, me ha parecido que tenía sentido.

Dakon asintió. «Porque refleja la dura realidad de la guerra. Es una lástima que haya hecho falta eso para que nos replanteáramos la manera en que entrenamos a nuestros magos».