19

«Debería haber huido —pensó Hanara—. Pero ¿cómo podía saber lo que iba a ocurrir?».

Nada había salido exactamente como él esperaba ni tampoco como temía. Tras dejar atrás las caballerizas, el antiguo esclavo había corrido por campos y caminos en una búsqueda incesante. Aunque la señal luminosa había desaparecido, él había explorado la zona donde había aparecido…, sin encontrar nada. Había rodeado la aldea, había buscando en todos los lugares donde había visto brillar la señal, todo en vano.

Cuando por fin había dado con Takado, el mago estaba sentado en un tocón, junto a un camino, en una intersección por la que Hanara había pasado varias veces durante su búsqueda. Takado se había reído cuando Hanara se había arrojado a sus pies. Después de reírse, le había leído la mente a Hanara. Y entonces se había reído de nuevo.

«¿De modo que no te gusta la libertad? —le había preguntado Takado—. ¿Me echabas de menos? Reconócelo, te gusta ser mi esclavo. La humilde tarea de recoger estiércol de caballo no es para ti, Hanara. Muy en el fondo sabes que mereces algo mejor. Eres un hombrecillo presuntuoso. Solo profesas lealtad al amo más poderoso».

En ese momento, Hanara había pensado en Tessia. Inesperadamente. ¿Era por eso por lo que Takado había atacado la aldea? ¿Lo enfurecía que Hanara hubiera creído que otra persona, una kyraliana, podía ser digna de su lealtad? Pero Hanara solo había pensado en ella brevemente, y de forma poco convincente. No había hecho otra cosa que darse cuenta de que le habría sido posible sentir lealtad hacia ella…, en otra vida…, si no hubiera tenido ya un amo, Takado.

Cuando este había cargado contra la aldea, Hanara se había quedado horrorizado y confundido. Sin embargo, su amo nunca hacía nada sin motivo. ¿Por qué lo había hecho, entonces?

Hanara alzó la vista hacia los hombres sentados en torno a la hoguera y notó acidez en su estómago vacío. Ichanis. Desterrados y marginados. No eran dignos de la compañía de su amo, que poseía tierras y era un ashaki respetado. Algunos le resultaban familiares. Todos habían sido amigos de Takado durante años. Al principio no eran marginados, pero después de que uno de ellos acabara en la calle tras una disputa con su hermano que había terminado mal, los demás habían perdido su respetabilidad uno tras otro, a veces por su propia culpa, a veces no. Takado los había ayudado en secreto, enviándoles provisiones y ocultándolos de sus enemigos.

Un silbido suave que sonó cerca hizo que todos irguieran la cabeza y escudriñaran la oscuridad. Unas pisadas les indicaron hacia dónde mirar. Entonces unos globos mágicos de luz salieron zigzagueando al claro, flotando cerca del suelo y proyectando un brillo fantasmagórico sobre la parte inferior del rostro de los hombres que se acercaban.

Takado. Como siempre, una mezcla de temor y alivio invadió a Hanara. Nunca se sentía a salvo junto a los otros señores sachakanos si Takado no se hallaba presente, pero por otro lado también temía a Takado. Su amo no lo había castigado aún por desoír su llamada durante tanto tiempo. Todavía podía hacerlo. Quizá aún planeaba matar a Hanara o enviarlo a una muerte segura.

Hanara habría supuesto que Takado no lo había matado porque necesitaba a un esclavo fuente, de no ser porque su amo había regresado a Kyralia con un esclavo fuente nuevo. Volvió la vista atrás, hacia el joven delgado que aguardaba junto a la tienda de campaña de Takado. Aunque Jochara no le había dicho una palabra a Hanara, sus miradas hostiles dejaban claro que no tenía intención de compartir sus funciones con su predecesor.

Cuando Takado y sus dos acompañantes se unieron a los ichanis, Hanara se le acercó a toda prisa y colocó en el suelo el taburete bajo de madera que sujetaba hasta ese momento. Su amo se sentó sin siquiera mirarlo.

Los sachakanos que habían ido con Takado a ver las ruinas de Mandryn eran desconocidos para él. Al igual que los ichanis, llevaban al cinto cuchillos en vainas incrustadas de joyas que indicaban su condición de magos. Sus esclavos respectivos les llevaron taburetes para que se sentaran.

—¿Y bien? —preguntó Rokino, uno de los desterrados—. ¿Qué opinas, Dachido?

—Me ha parecido un objetivo muy fácil —respondió el recién llegado.

Kochavo, su acompañante, asintió en señal de que estaba de acuerdo.

Todos se volvieron hacia Takado, que sonrió.

—No hay ningún objetivo que no sea fácil. Algunos lo son más que otros. Podríamos apoderarnos de la cuarta parte del país sin encontrar una resistencia real. Al menos de forma inmediata.

—¿Podríamos conservarla? —inquirió Dachido.

—Para hacerlo de forma permanente tendríamos que ocupar el país entero, cosa que me parece factible si lo planeamos todo con cuidado.

Kochavo parecía abstraído en sus pensamientos.

—El país entero. Reconquistar Kyralia. Si estos fueran los deseos del emperador, ya los habría llevado a cabo.

Takado hizo un gesto afirmativo.

—El emperador cree que no es posible. Se equivoca.

Dachido frunció el ceño.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

—Yo mismo he examinado las defensas de Kyralia —le dijo Takado—. Cuentan tal vez con unos cien magos, muchos de los cuales no han recibido nunca entrenamiento para el combate, aparte de un juego ridículo que practican. Se pasan casi todo el rato discutiendo entre ellos, nunca se ponen de acuerdo respecto a nada. Los que viven en la ciudad desprecian a los que viven en los señoríos, que a su vez desconfían de los primeros. Su rey es joven e inexperto y tiene más o menos la misma autoridad sobre sus súbditos que el emperador sobre nosotros. Los plebeyos detestan a la clase dominante, y mantienen una actitud mezquina y desafiante. La ley solo permite a sus magos absorber energía de aprendices, y muchos de ellos ni siquiera tienen. —Sonrió—. Son estúpidos y débiles.

—Algunos dirían más o menos lo mismo de nosotros —observó Dachido con una risita. Luego se puso serio—. Nos estás pidiendo que obremos contra los deseos del emperador. Ha dejado muy claro que castigará a quien ponga en peligro la paz entre Sachaka y sus vecinos.

Takado guardó silencio. Se levantó, se puso a caminar alrededor del fuego con el entrecejo fruncido, hasta que se detuvo ante los dos recién llegados.

—El emperador sabe que Sachaka está al borde de una guerra civil. Más vale que los desheredados y los desposeídos de tierras se unan para dominar un territorio nuevo en vez de luchar entre sí por el antiguo. Si obtenemos apoyo suficiente y demostramos que la victoria es posible, el emperador Vochira se verá obligado a dar su aprobación a la conquista de Kyralia. Quizá incluso se una a nosotros.

—Lo más probable es que mande a alguien a matarnos —dijo Dachido con aire lúgubre.

—Solo si somos demasiado pocos. Cuantos más de nosotros mate, más veces tendrá que pedir disculpas y compensar a sus aliados, y más débil parecerá. —Los dientes de Takado relumbraron a la luz de las llamas—. Algunos se incorporarán a nuestras filas sin necesidad de insistirles mucho, porque no tienen nada mejor que hacer o porque les encanta un buen combate. Otros se unirán a nosotros cuando se enteren del apoyo que hemos conseguido. Y otros más vendrán cuando podamos preciarnos de unas cuantas victorias. Muchos querrán una parte del botín: tierras, riquezas, fama, poder.

El rostro de Dachido reflejaba su intranquilidad. Hanara advirtió que era mayor que los otros desterrados. Sus ojos no centelleaban de emoción al pensar en batallas o en la conquista de poder. Saltaba a la vista que la sugerencia de desacatar al emperador le preocupaba.

El hombre bajó la mirada hacia el fuego y suspiró.

—No soy el único que cree que Sachaka corre el peligro de volverse contra sí misma —dijo en tono cansino—. Independientemente de si actuamos o no, nos encontraremos con un conflicto interno. Esto… puede ser lo que necesitamos para minimizarlo.

—¿Entiendes ahora por qué yo, un ashaki, hago esta propuesta? —preguntó Takado con suavidad—. No es por codicia de tierras o de riquezas; tengo las mías propias. No soy un desterrado, aunque no me avergüenza luchar codo con codo con desterrados.

Dachido asintió.

—Tienes mucho que perder.

—No lo hago solo por mis amigos —Takado hizo un gesto en dirección a los dos ichanis—, sino por Sachaka entera.

—Ahora lo veo claro —reconoció Dachido—. Hablaré de ello con Kochavo. —Alzó la vista hacia Takado—. Te comunicaremos nuestra decisión mañana por la mañana.

Takado movió la cabeza afirmativamente y se volvió hacia Hanara.

—Entonces dejad que os ofrezca una taza de raka para refrescar vuestros cuerpos y mentes.

Incluso antes de que terminara de hablar, Hanara ya se dirigía rápidamente hacia el equipaje de Takado. Pero se paró en seco. Ya había otra persona allí. Jochara sostenía en la mano el raka en polvo. Con un brillo de petulancia en los ojos, el joven se apresuró a servir a las visitas. Takado no dijo nada; le daba igual quién lo atendiera mientras satisficiera sus necesidades.

Hanara observó al otro esclavo. Era joven, ágil, y estaba libre de la rigidez de las heridas y los músculos sanados. También era un esclavo fuente, a juzgar por las marcas que tenía en las palmas de las manos, pero demasiado mayor para formar parte de la progenie de Hanara.

Mientras miraba al otro, Hanara sintió que la preocupación y el resentimiento crecían en su interior.

La marcha a caballo para encontrarse con Narvelan pareció durar toda la noche. No disponían de más luz que la de la luna, que se ocultaba una y otra vez tras las nubes, y la de un globo luminoso diminuto creado por lord Werrin que flotaba sobre el suelo delante de ellos. Cuando unas luces aparecieron repentinamente a lo lejos, un alivio tan grande se apoderó de Tessia que los ojos se le llenaron de lágrimas. Pestañeó para contenerlas, irritada consigo misma. Había cosas más apropiadas por las que llorar que la perspectiva de comer algo y bajarse por fin del caballo.

Las luces procedían de las lámparas que sujetaban cuatro jinetes. Uno de ellos avanzó, sosteniendo en alto su linterna.

—Lord Dakon —dijo.

—Sí —respondió Dakon—. Estos son lord Werrin y los aprendices Jayan y Tessia.

—Lord Narvelan nos ha indicado que os aguardásemos aquí. Debo escoltaros hasta el campamento.

—Gracias.

Siguiendo a su guía, salieron del camino y se internaron en un bosque. Después de recorrer varios pasos agachándose para esquivar ramas y haciendo eses entre la maleza, llegaron a un sendero y empezaron a avanzar por él.

El tiempo se dilataba, ralentizado por la expectación.

De pronto, sin previo aviso, salieron a un claro. Un círculo de hogueras pequeñas rodeaba un puñado de tiendas de campaña improvisadas. Carretas cargadas hasta los topes descansaban entre las tiendas, y varios animales atados a estacas o encerrados en corrales hechos con postes y cuerdas pacían en la zona cubierta de hierba. En los bordes del claro había hombres y mujeres de pie que escrutaban el bosque en todas direcciones. Tessia supuso que montaban guardia. Nadie se mostró sorprendido de ver a lord Dakon.

Una sombra imponente emergió de una tienda y se dirigió a toda prisa hacia ellos.

—Lord Dakon. —Narvelan tenía la voz tan tensa que Tessia tardó un momento en reconocerla. Cuando acercó su rostro a la luz, ella apreció en él signos inconfundibles de dolor y culpabilidad—. Lo siento mucho. Acudí en cuanto me fue posible, pero era demasiado tarde.

Dakon pasó una pierna por encima de la silla para desmontar.

—Hiciste cuanto pudiste, amigo mío. No pidas perdón cuando la culpa no es tuya. En todo caso, es mía por no haber visto venir el peligro ni haber tomado medidas más eficaces.

—Éramos conscientes de la amenaza mucho antes de que yo te reclutara para la causa. Deberíamos haber apostado guardias en el paso fronterizo. Deberíamos…

—Y lo habríais hecho, de haber sabido que esto pasaría —dijo Dakon con firmeza—. No lo hicisteis. No malgastes tu energía ni tu lúcida mente en lamentaciones. No podemos cambiar el pasado, pero podemos aprender de él. Y sospecho que tendremos que hacerlo rápidamente. —Se volvió hacia Werrin, que descabalgó mientras Dakon lo presentaba.

Al observar a Narvelan, Tessia, pese a su cansancio, quedó impresionada por el joven mago. Estaba visiblemente afectado por lo sucedido en Mandryn. Tessia asimiló en silencio las implicaciones de la sincera respuesta de Dakon. Lo había llamado «amigo mío». ¿Qué más había dicho? «… tu energía y tu lúcida mente». Y Narvelan había dicho «antes de que yo te reclutara para la causa».

O sea que Narvelan había sido quien había incorporado a Dakon al Círculo de Amigos. Y era inteligente. Tessia almacenó estos datos en su mente para reflexionar sobre ellos cuando no estuviera tan agotada, y obligó a su cuerpo dolorido a desmontar y luego a mantenerse de pie.

—Vos no tenéis aprendices, ¿verdad? —le preguntó Werrin a Narvelan.

—No —respondió este—. Tendré que hacer algo al respecto.

Tessia advirtió cierta renuencia en la expresión del mago joven y se preguntó a qué se debía. La conversación entre los magos se vio interrumpida por la llegada de un joven jinete que salió de entre los árboles y se acercó a ellos.

—Lord Narvelan —dijo, deteniéndose a corta distancia del mago.

Narvelan se volvió hacia el joven.

—¿Sí, Rovin? ¿Los has encontrado?

—Yo no, Dek. Ha divisado a tres de ellos, que se dirigían hacia el norte, y los ha seguido. Los ha perdido en el bosque del Valle Alto. Iban a pie y no llevaban provisiones, por lo que él supone que han acampado allí arriba, en algún lugar.

—¿Ha regresado Hannel?

—No, pero… —El joven hizo una pausa, con un gesto de consternación—. Dek ha encontrado el cuerpo de Garrell. No tenía heridas profundas, solo el tipo de cortes que nos pedisteis que buscáramos.

Narvelan asintió con expresión sombría.

—Informaré a su familia. ¿Alguna cosa más?

El joven negó con la cabeza.

—Vete a descansar, entonces. Y gracias.

Los hombros de Rovin se elevaron por un momento, y luego se alejó a lomos de su caballo. Narvelan exhaló un suspiro.

—No es el primer explorador que matan —les dijo—. Bien, ¿os gustaría comer algo? Llevamos el menor equipaje posible, pero hay alimentos que se estropean rápidamente, así que lo mejor será aprovecharlos ahora.

—Te lo agradeceríamos mucho. No hemos probado bocado desde esta mañana —le dijo Dakon.

A una orden de Narvelan, dos hombres del campamento se acercaron para hacerse cargo de los caballos. Tessia pidió al que cogió las riendas del suyo que tuviera cuidado al manipular la bolsa de su padre y que procurara no volcarla. A continuación, siguió a los magos hasta unas mantas extendidas frente a una de las hogueras. Les llevaron un poco de carne fría y carbonizada, pan ligeramente rancio y verduras frescas; una cena sencilla, pero que fue muy bien recibida. Tessia notó que su atención se desviaba de la conversación de los magos; Dakon hablaba del viaje y de la negativa del muchacho del herrero a marcharse de Mandryn; Narvelan de lo que llevaba y no llevaba en las carretas, así como de lo inflexible que había tenido que mostrarse con los aldeanos respecto al número y el tipo de pertenencias que podían llevarse consigo.

El pensamiento de Tessia se desviaba hacia el recuerdo de dos tumbas. «Ni siquiera tuve la oportunidad de verlos muertos —pensó—. No es que me hubiera resultado agradable. Es solo que… la última vez que los vi estaban sanos y llenos de vida. Me cuesta mucho aceptar que están…».

—Sé lo que sientes.

Tessia parpadeó sorprendida y al volverse vio a Jayan observándola con expresión seria y franca.

—Si necesitas hablar de ello, en fin… —dijo él.

Sonrió, y una rabia súbita e inesperada acometió a Tessia. Era la última persona del mundo con la que querría hablar de algo tan… tan… Él simplemente se reiría de su carácter débil, o lo utilizaría contra ella más adelante, aunque no estaba segura de cómo. Tal vez lo consideraría un favor que Tessia tendría que devolverle.

—No sabes lo que siento —replicó ella, casi sin darse cuenta—. ¿Cómo vas a saberlo? ¿Tus padres han muerto asesinados?

Él se estremeció, luego frunció el entrecejo y ella vio un brillo de ira en sus ojos.

—No. Pero mi madre murió porque mi padre no permitió que la viera un sanador, y se negaba a pagar por los remedios que necesitaba. ¿Que tu padre deje morir a tu madre vale?

Ella clavó la mirada en él, y todo su enfado se disipó, dejando tras de sí una sensación desagradable de vergüenza y espanto.

—Ah. —Sacudió la cabeza—. Lo siento.

Él abrió la boca para responder, pero se lo pensó mejor. Ambos miraron hacia otro lado. Se hizo un silencio incómodo, roto al fin por la voz de Narvelan, que les preguntó si les importaba dormir junto al fuego. Todas las tiendas estaban ocupadas, y aquellos dotados para la magia al menos podían crear un escudo para resguardarse en caso de que lloviera. Dakon le aseguró que no tendrían inconveniente.

Poco después, Tessia estaba arrebujada en varias mantas, acostada en el duro suelo, contemplando las estrellas y preguntándose con ironía cómo se las había arreglado para sentirse incluso peor que antes. La vergüenza por lo que le había dicho a Jayan prevalecía sobre el dolor constante de la pena.

«¿Su padre dejó morir a su madre por falta de un sanador? —se preguntó—. ¿Por eso no aprueba que yo quiera ser sanadora? Pero sería más lógico que una tragedia así tuviera el efecto contrario».

Unas nubes taparon la luna, y la oscuridad se cernió en torno a las hogueras. «Estaba intentando ser amable. Tal vez no debería recelar de él todo el rato, pero ¿cómo se supone que he de saber cuándo pretende ser simpático?». Hizo una mueca al recordar su explicación. «Su madre murió por culpa de su padre.

»Aunque su padre siga vivo, aquel día perdió a sus dos progenitores».