Los únicos objetos que Tessia alcanzaba a ver eran la esfera de luz que flotaba justo encima de ellos, el carruaje, sus ocupantes, los caballos que tiraban de él y un círculo de suelo que cambiaba constantemente debajo de ellos. Nada interrumpía la oscuridad a ambos lados, aunque de vez en cuando se apreciaba el brillo fugaz de un par de ojos diminutos. De no ser por el terreno irregular que fluía incesante por debajo, ella no habría estado segura de si avanzaban de verdad o simplemente daban tumbos arriba y abajo sin moverse del mismo sitio.
Los juegos de Dakon habían terminado hacía horas. Se habían despedido mucho antes del hombre que estaba ayudando al herrero, cuando detuvo su carro frente a una tienda en una pequeña aldea. Tessia tenía la sensación de que el incidente del puente se había producido hacía mucho tiempo, días antes.
Llegó a la conclusión de que viajar no era tan emocionante como debería. Comportaba largos períodos de incomodidad y aburrimiento. Y hambre. Para compensar el retraso provocado por el hundimiento del puente, tenían que viajar a oscuras, mucho después de la hora en que acostumbraban a cenar.
Las tardes solían ser mucho más agradables. La primera noche la habían pasado en la residencia de un burgomaestre. En todos los pueblos y aldeas había un encargado de supervisar el trabajo de sus habitantes, y las casas en que vivían tenían algunas habitaciones suplementarias para cuando recibían la visita del propietario del señorío o de algún otro lord que estuviera de paso. La noche siguiente los había acogido un burgomaestre de lord Gilar, y aquella noche se alojarían en la residencia del mismo lord Gilar.
De repente, Jayan se enderezó en su asiento. Unos momentos antes, había estado roncando con suavidad, a punto de reclinarse contra Dakon; Tessia estaba deseando en parte que lo hiciera, solo para verlo avergonzado, aunque esperaba que no avergonzara también a Dakon. Ahora tenía los ojos muy abiertos y llenos de esperanza.
—Una luz —dijo—. Casi hemos llegado…, al fin.
Al volverse, Tessia vio una luz solitaria más adelante, que titilaba en el aire brumoso. Cuando se acercaron advirtió que se trataba de una simple lámpara de aceite colgada de un poste en la intersección de la carretera principal con otro camino. Tanner condujo los caballos hacia el camino lateral.
Mientras observaba la luz que dejaban atrás, Tessia se preguntó si habrían encontrado el desvío si no hubiera estado señalizado de forma tan eficaz. Supuso que su anfitrión había enviado a un criado a encender la farola.
El nuevo camino tenía menos roderas y baches. Los caballos aflojaron el paso a medida que el terreno ascendía de forma lenta pero constante por la ladera de una colina. Aunque ella estaba deseando llegar a la casa de su anfitrión, no tenía tantas ganas de conocerlo a él. ¿Y si el puente se había hundido a causa de su negligencia? Tessia llevaba las últimas horas armándose de valor para mostrar un respeto que no sentía y contener el impulso de decir lo que pensaba.
El carruaje tomó una curva cerrada y un valle arbolado se abrió ante ellos. Al volverse, Tessia vio que en el fondo del valle una amplia fachada de piedra relucía a la luz de numerosas lámparas.
Era más grande que la Residencia; más grande que cualquier edificio que ella hubiera visto antes. Una muralla alta se extendía entre las dos vertientes del valle, interrumpida por dos torres, cuyas únicas ventanas eran unas troneras diminutas situadas en lo alto. En medio de la muralla había dos enormes puertas de madera.
—La residencia de lord Gilar —dijo lord Dakon—. Fue construida antes de que los sachakanos conquistaran Kyralia, cuando había pocos magos y valía la pena gastar tiempo y recursos en edificar fortificaciones como esta, que en realidad solo sirven para repeler ataques no mágicos.
Cuando el carruaje se encontraba cerca, las puertas empezaron a abrirse. Entraron en un patio estrecho. Otro muro se alzaba imponente ante ellos. Atravesaron una abertura sin puerta y llegaron a una zona cubierta y adoquinada.
Allí, un hombre menudo con el cabello negro entreverado de gris salió cruzando otro par de puertas de madera más pequeñas que las delanteras pero aun así de tamaño considerable.
—Lord Gilar —dijo Dakon, bajándose del vehículo.
—Lord Dakon —respondió el hombre.
Se aferraron el uno al otro brevemente por la parte superior de los brazos a modo de saludo. Mientras Jayan, Tessia y Malia se apeaban, unos criados surgieron de una puerta lateral. Uno de ellos se acercó a murmurarle a algo a Tanner, que sujetaba el ronzal de uno de los caballos. Otra le hizo señas a Malia, que sonrió y se dirigió hacia ella.
—Ya conocéis al aprendiz Jayan —dijo Dakon.
—En efecto —asintió Gilar con una voz ligeramente ronca—. Bienvenido de nuevo, joven. ¿Y esta es vuestra nueva aprendiz? —Se volvió hacia Tessia con una sonrisa—. ¿La que mencionabais en vuestra carta?
—Os presento a la aprendiz Tessia —dijo Dakon—. Es una nata, hija de Veran, el sanador de Mandryn.
—Bienvenida, aprendiz Tessia —dijo Gilar.
—Gracias, lord Gilar.
El lord miró de nuevo a Dakon e hizo un gesto en dirección a la puerta doble. Ambos magos pasaron al interior, seguidos por Jayan. Tessia, que iba a la zaga, advirtió que Malia había desaparecido con los criados. De pronto, se sintió insegura respecto a dónde estaba su sitio.
«Nunca he formado parte del mundo de la servidumbre, obligada a atender las necesidades de personas más importantes y ricas que yo. Tampoco he pertenecido al mundo de los poderosos». De repente se sintió afortunada por haberse criado en el cómodo punto medio entre los dos extremos, a las órdenes de un hombre poderoso, pero gozando de una posición social superior y más libertad que una criada. Por otra parte, bien pensado, el objetivo de un sanador era atender a todo aquel que lo necesitara, incluidos los criados. Estaban al servicio de los sirvientes. Sin duda eso los situaba en el escalón más bajo de la jerarquía de la servidumbre.
—¿Habéis tenido algún contratiempo? —preguntó lord Gilar.
—Sí. Os he construido un puente temporal. Cuando hemos llegado al segundo puente después del puesto fronterizo, nos hemos encontrado con que se había venido abajo.
Gilar asintió despacio.
—Sé a cuál os referís. Llevaba un tiempo indeciso respecto a si debía construir uno nuevo o no. Era lo bastante resistente para un uso moderado, pero ese camino se ha vuelto más transitado en los últimos años.
—La lluvia y la crecida del arroyo seguramente han tenido también algo que ver. La carreta de un herrero ha caído al agua cuando el puente se ha derrumbado. Un muchacho se ha ahogado.
Gilar hizo una mueca.
—Tendré que informarme sobre los detalles. He de confesar que esperaba que la debilidad del puente fuera una ventaja a nuestro favor si algún día nos atacaban.
«¿Si los atacaban? —pensó Tessia—. ¿Quién querría atacarlos?».
Dakon enarcó las cejas.
—Más bien habría impedido que los aldeanos huyeran, seguramente. —Se encogió de hombros—. El puente temporal que he improvisado es tosco y estrecho. Tendréis que remplazarlo por un puente más sólido y lo bastante amplio para que los vehículos puedan adelantarse entre sí, y con una barandilla de seguridad.
Gilar hizo un gesto de indiferencia.
—Desde luego. Pero dejemos los planes para después. En este momento, probablemente a vuestros acompañantes y a vos os vendría bien un baño y una cena. He pedido a los criados que preparen habitaciones para todos.
Se encontraban en un vestíbulo que, en contraste con las dimensiones del lugar, era de un tamaño modesto. Gilar los guio escaleras arriba hacia un pasillo y les indicó cuáles eran las habitaciones de lord Dakon, Tessia y Jayan.
—Os dejo para que os aseéis —dijo—. Nos vemos a la hora de la cena.
Una doncella aguardaba junto a la puerta de la habitación de Tessia. Cuando esta se acercó, la joven la abrió para que pasara. Dentro, aparte de los muebles típicos de un dormitorio, estaban el baúl de viaje de Tessia y una bañera llena de agua. Dos criadas se encontraban agachadas sobre la bañera; una vertía agua de una jarra grande y la otra sujetaba una vasija similar. Las mujeres se volvieron, dedicaron una reverencia a Tessia, recogieron sus jarras y salieron de la habitación una detrás de la otra.
La doncella le enseñó a Tessia los cepillos, aceites, peines y paños para secarse que habían llevado a su habitación.
—¿Desea que alguien la ayude, aprendiz Tessia? —preguntó.
—No, gracias.
—Salga cuando esté lista y yo la llevaré al comedor.
Cuando la chica se marchó, Tessia calentó el agua del baño por medio de la magia y se despojó una a una de sus prendas de viaje. Tenía el dobladillo del vestido recubierto de barro seco y endurecido. Sus medias estaban manchadas, y sus botas no eran más que una sombra de lo que habían sido. El agua tibia le relajó los músculos, que le dolían por las sacudidas del carruaje, y permaneció tumbada tranquilamente durante un rato corto, contenta de poder estar quieta de nuevo, antes de salir de la bañera y secarse. Al fijarse en el agua, vio que había quedado de un color marrón caldoso y que la tierra se había sedimentado en el fondo de la bañera.
«No tenía idea de que estuviera tan sucia —se dijo—. ¿Y cómo he conseguido embarrarme hasta los codos?».
Se puso un vestido limpio y acto seguido se peinó y se recogió el cabello pulcramente hacia atrás. A continuación abrió la puerta de su habitación y echó un vistazo al exterior. La doncella estaba fuera, esperándola. Saludó a Tessia con un movimiento de la cabeza.
—Sígame, aprendiz Tessia.
—¿Han salido ya de sus habitaciones lord Dakon y el aprendiz Jayan?
—Sí, aprendiz Tessia.
Se embarcaron en otro recorrido de la casa, hasta la planta baja. La criada se detuvo frente a una puerta y, con un ademán elegante, indicó a Tessia que entrara.
—Lady Pimia y su hija Faynara la aguardan dentro —le comunicó.
Al cruzar la puerta, Tessia vio a dos mujeres sentadas a una pequeña mesa redonda. Una era mayor, aunque quizá no tanto como lord Gilar. Tessia supuso que se trataba de lady Pimia. La más joven de las dos era baja y curvilínea, y tenía un rostro hermoso. Las dos alzaron la vista hacia Tessia y se levantaron para recibirla.
—¿Eres la aprendiz Tessia? —preguntó la mujer mayor y, sin esperar respuesta, continuó—: Soy lady Pimia, y esta es Faynara. Toma asiento, por favor. Debes de estar hambrienta. Los criados están listos y traerán el primer plato de inmediato.
Tessia se dejó guiar a una silla. Mientras se sentaba, las otras dos mujeres regresaron a sus asientos. Tessia paseó la vista por el comedor, más para confirmar sus sospechas que para examinar la estancia. No había otras mesas o sillas.
—Os agradezco que tuvierais el baño preparado, lady Pimia —dijo Tessia—. ¿Nos acompañarán lord Gilar y lord Dakon?
—No, no —respondió lady Pimia, agitando la mano—. Los hombres cenarán por separado. Tienen asuntos importantes que tratar. Magia. Política. Historia. —Se encogió de hombros como para restar importancia, y Faynara torció el gesto—. Apenas nos dejarían meter baza si cenáramos juntos.
Tessia sintió una punzada de desilusión. ¿Era habitual que se excluyera a las aprendices —o incluso a las magas— de las conversaciones «importantes»? Notó que la envidia y la irritación crecían en su interior. ¿Por qué tenía derecho Jayan a hablar de magia, y ella no? «Bueno, no estoy segura de que Jayan esté allí. Tal vez estén solos Gilar y Dakon, dos magos charlando de lo que sea que charlen los magos, mientras Jayan come aparte en algún otro sitio».
—Bien, ¿cómo llegaste a ser aprendiz de mago? —inquirió Faynara.
Sin previo aviso, la cara lujuriosa de Takado apareció en la mente de Tessia. Ella la apartó de su pensamiento junto con la repugnancia que le provocaba.
—Por casualidad. Ni siquiera sabía que había hecho magia hasta que lord Dakon me lo dijo, y él mismo no estaba seguro hasta que me realizó una prueba.
—¡Eres una nata! —exclamó Faynara, sonriendo fascinada—. Qué suerte tienes. ¿A qué te dedicabas antes?
Una arruga diminuta se había formado entre las cejas de lady Pimia.
—Ayudaba a mi padre, que es sanador.
—Ah —dijo Pimia con aprobación—. Eso explica por qué hablas tan bien.
—Tengo dotes mágicas —dijo Faynara, llena de orgullo.
Tessia miró a la chica con interés.
—¿Cuántos años llevas estudiando?
—Oh, no soy más que una latente. —Faynara se encogió de hombros.
Tessia frunció el ceño.
—¿Una latente?
—Decidimos no desarrollar los poderes de Faynara —explicó lady Pimia, sonriendo a su hija—. No le interesaba ser maga, pero sus dotes sin duda atraerán a un grupo selecto de pretendientes. Su hermano mayor es aprendiz de lord Ruskel, del señorío de Felgar.
—O sea que… ¿aprender magia ahuyenta a los pretendientes? —titubeó Tessia.
Las dos mujeres rieron en voz baja.
—Tal vez —dijo Pimia—. Más que nada, aprender magia habría ocupado gran parte del tiempo de Faynara y no le habría reportado ningún beneficio, aparte de un par de trucos útiles. Le conviene más aprender el arte de llevar un hogar y ser una buena esposa.
—Una no puede convertirse en maga solo para aprender un par de trucos útiles —añadió Faynara, con una mueca—. Hay que seguir el proceso hasta el final. Eso lleva años. No tiene sentido casarse y tener hijos antes de terminar, y una está obligada a acompañar a su maestro allá donde vaya.
Tessia pensó en la opinión de Jayan de que un mago tenía la responsabilidad de proteger a su pueblo y su país. Se preguntó qué le parecería la negativa de Faynara a aprovechar la oportunidad de convertirse en maga. La hija de Gilar no podría defender Kyralia en caso de un ataque enemigo.
¿O sí? Como maga latente, constituiría una poderosa fuente de magia. Al escuchar a la joven enumerar las ventajas de no aprender magia, entre las que estaba la posibilidad de ir de compras o de visitar a sus amigas de Imardin cada vez que le apeteciera, a Tessia le costó imaginar a Faynara como una alumna aplicada.
Entonces recordó la lección de lord Dakon sobre las limitaciones físicas que restringían lo que un mago podía hacer con sus poderes. Quizá existieran también limitaciones mentales. Si bien instruir a alguien que no ponía interés en los estudios sería difícil, instruir a alguien que sencillamente no se tomaba en serio sus poderes podía resultar peligroso.
—Gilar me ha informado de que os quedaréis un día y os marcharéis a la mañana siguiente —dijo Pimia—. Tendremos que discurrir algún entretenimiento con el que puedas disfrutar mañana.
Tessia sonrió y asintió. «Me pregunto a qué llaman entretenimiento estas mujeres».
—¿Es la primera vez que visitas Imardin? —quiso saber Faynara.
—Sí.
—¡Oh! —Faynara juntó las manos con una palmada—. Debes de estar muy emocionada. ¡Te daré las señas de los mejores joyeros, zapateros y sastres!
Pese a que dudaba que la asignación de Dakon le alcanzara para semejantes lujos, Tessia decidió escuchar los consejos de la joven de todos modos. Aunque no los necesitara para sí, tal vez se relacionaría con mujeres que concedieran importancia a esas cosas.
«Al fin y al cabo, si van a excluirme de las conversaciones sobre asuntos importantes, quizá tenga que mantener charlas intrascendentes con mujeres como Pimia y Faynara. Será útil saber qué temas consideran interesantes… y qué consideran entretenido».
La noche anterior a su partida hacia Imardin, Dakon le había hablado a Jayan del Círculo de Amigos y del verdadero propósito de su viaje. Aquella información había impactado a Jayan y a la vez lo había llenado de orgullo. Le complacía que Dakon hubiera decidido revelarle el secreto, pero lo horrorizaba la posibilidad de que sus temores resultaran justificados, y Sachaka volviera a invadir Kyralia. Le irritaba no poder disfrutar con su nueva condición de confidente porque cada vez que pensaba en ello acababa preocupándose inevitablemente por el futuro. ¿Estaba preparado para entrar en combate, si llegaba el momento? ¿Estaba preparada Kyralia?
Cuando cavilaba sobre la posibilidad de que mataran a Dakon, sentía una opresión en el pecho. Hasta ese momento no era consciente de cuánto había llegado a respetar y a apreciar a su mentor y maestro. Se percató de que se preocupaba también por Tessia. Si se producía un ataque, Dakon necesitaría la ayuda de Jayan. Sin embargo, Tessia era demasiado inexperta en la magia para convertirse en una guerrera eficiente. Además, no tenía ni el tiempo ni la vocación para llegar a serlo. Necesitaría protección. Pero Jayan debía su lealtad a Dakon ante todo. Tenía que confiar en que el mago protegería a Tessia o, si esto no era posible, la enviaría a un lugar seguro.
Dakon no quería que Tessia conociera el motivo auténtico de su viaje a Imardin. Alejarse tanto de sus padres ya era lo bastante duro para ella como para encima infundirle el temor a un ataque por parte de los sachakanos. Su primer viaje a Imardin debía resultarle agradable.
Por tanto, no era de extrañar que no la hubiesen dejado participar en la conversación de la cena. Al parecer, había cenado con la esposa y la hija de lord Gilar. «Sin duda ha sido una experiencia nueva para ella. Es obvio que Gilar eligió a Pimia como esposa porque procede de una familia con dotes mágicas, no por su inteligencia, y Faynara no es mucho más lista que ella. Aun así, son educadas. No hay peligro de que traten a Tessia con desprecio indisimulado o de que intenten manipularla o engañarla».
El diálogo entre Dakon y Gilar se había centrado casi exclusivamente en la amenaza que representaba Sachaka y en la entrevista que Dakon iba a mantener con el rey. Lord Gilar había pasado de declarar que ningún sachakano se atrevería a invadir Kyralia a creer que todos estaban condenados, antes de cambiar de opinión de nuevo. Este oscilar entre la seguridad y el desaliento había desconcertado a Jayan primero, y luego lo había decepcionado.
«Sospecho que lord Gilar no está totalmente en sus cabales. Vive fuera de la realidad. Dudo que resulte muy útil en batalla; más bien sería un estorbo». Dakon había tenido que disuadir a Gilar de que entrenara a sus campesinos para el combate o de que los convenciera de que abandonaran sus tierras y sus animales para pasarse meses construyendo murallas en las fronteras del señorío. Jayan se preguntó si Gilar había estudiado algo de estrategia militar en su vida. El hombre sobrevaloraba el tiempo durante el que una barrera física podía contener el avance de un mago. En un momento dado era incapaz de ver el valor de sus vasallos como fuentes, y al momento siguiente le preocupaba exageradamente que el enemigo pudiera utilizarlos como recursos.
Al final de la cena, Jayan estaba agotado por el esfuerzo de reprimir el impulso de decirle al hombre lo idiota que era, e inmensamente agradecido por tener un maestro tan sensato como lord Dakon. «Compadezco al aprendiz que reciba clases de lord Gilar».
Terminaron a altas horas de la noche, mucho después de que las mujeres de la casa se retirasen a dormir. En vez de dirigirse a su habitación, Dakon indicó a Jayan que lo siguiera a la pequeña sala contigua.
—¿No estás cansado? —preguntó Jayan.
Dakon hizo un mohín.
—Por supuesto, pero ahora mismo no tenemos muchas oportunidades de hablar en privado. ¿Qué te ha parecido lord Gilar?
Jayan se sentó.
—Me sorprende que sea miembro del Círculo de Amigos.
—¿Ah, sí? Es un mago rural. ¿Por qué no iba a ser miembro?
—No es precisamente un individuo fiable. Cambia de opinión constantemente.
Dakon soltó una risita.
—Creo que si se disiparan todas las dudas sobre una invasión, él tendría una actitud mucho más… decidida.
—¿Que se disipen todas las dudas significa que la invasión se produzca?
—Sí.
—Y hasta que eso ocurra, ¿podrás contar con su apoyo?
—Oh, sí. Pero es un hombre a quien le resulta más fácil seguir las instrucciones de otros que tomar decisiones por sí mismo. El problema radica en que, dentro del Círculo, las opiniones respecto a si debemos realizar preparativos y en qué deben consistir están divididas. —Dakon se desperezó, bostezando—. Las intenciones de Gilar son buenas, lo que ocurre es que no es muy constante a la hora de ponerlas en práctica.
Jayan asintió, pensando en el puente.
—En cambio, en Imardin se da justo el caso contrario —prosiguió Dakon—. Personas con intenciones no tan buenas y con la astucia suficiente para llevarlas a cabo. Tendremos que andarnos con pies de plomo.
—Pero sin duda a ellos les conviene ayudarnos. No les beneficiará en nada dejar que el enemigo nos invada, a menos que… ¿Crees que algunos de ellos son traidores? Por la mayoría de las familias de Kyralia corre sangre sachakana, si nos remontamos unas generaciones.
—No. Al menos por el momento, y dudo que existan traidores por esa razón. No creo que haya alguien que no se considere kyraliano doscientos años después. Prefieren considerarse descendientes de los kyralianos que conquistaron la independencia que de los sachakanos que vencieron y sometieron a las generaciones anteriores.
—Deberías oír a mi padre. —Jayan hizo una mueca—. Dice que el mestizaje con los sachakanos ha sido lo único que ha fortalecido un poco a la raza kyraliana. A veces me da la impresión de que le gustaría agradecérselo en persona.
—Pero ¿está orgulloso de ser kyraliano a pesar de ello? —preguntó Dakon con una sonrisa.
—Hasta un extremo sofocante —respondió Jayan. Suspiró—. No creo que le gustara que Kyralia sufriese una invasión. Permitir semejante cosa se consideraría un acto de traición, ¿no?
—Algunos alegarían que si solo se apoderasen de los señoríos de campo, esto no les afectaría. Se sentirán tentados de llegar a un acuerdo con los sachakanos, de cederles tierras a cambio de evitar una guerra. Debemos convencerlos de que, a la larga, eso sería contraproducente para ellos.
—¿Crees que nos esperan, que se han preparado para nuestra llegada?
—Tal vez. No es ningún secreto que los magos rurales hemos establecido una especie de alianza por temor a una invasión.
«Ningún secreto».
—Gilar no me ha parecido especialmente discreto. Tessia se ha quedado un poco desconcertada cuando ha dicho que el puente podía servir como barrera contra la invasión.
Dakon frunció el entrecejo y suspiró.
—Al final tendré que explicárselo. Lo que pasa es que… me parece un poco cruel, teniendo en cuenta que acaba de descubrir sus poderes. Apenas se está haciendo a la idea de que posee un don maravilloso, y ahora resulta que quizá tenga que utilizarlo pronto para luchar en una guerra.
Jayan se alarmó al oír esto.
—¿Luchar?
—Bueno…, prestarse como fuente, no luchar literalmente. Pero eso entraña ciertos riesgos. —Dakon se volvió hacia Jayan adoptando de pronto una expresión pensativa—. Me he dado cuenta de que, aunque tú la estás tratando de forma más amable, ella sigue sin fiarse de ti.
Jayan torció el gesto.
—Sí, creo que no me ha perdonado por ser tan duro con ella cuando llegó.
—¿Has cambiado de parecer respecto a ella?
—Un poco —reconoció Jayan de mala gana.
—¿Y a qué se debe el cambio?
Jayan rehuyó la mirada de Dakon y se removió en su asiento.
—Ocurrió… algo. Antes de que partiéramos. Yo intentaba ser cordial con ella, pero en cambio quedé como un idiota. Se puso a la defensiva. No recuerdo exactamente qué… —Hizo una pausa mientras rememoraba el momento, con una reminiscencia de la comprensión y la admiración que había sentido entonces—. No fue lo que dijo, sino el modo en que lo dijo. —Sacudió la cabeza—. Y entonces fue como si pudiera ver el futuro. Cuando sabe de lo que habla, muestra una gran convicción. Me imaginaba cómo sería con unos años más, cuando estuviera más segura de sí misma, y casi… sentí miedo.
Dakon rio entre dientes.
—Tienes razón, por supuesto. Es una nata. Quizá llegue a ser más poderosa que nosotros dos, y posee la capacidad de concentración y la disciplina de alguien acostumbrado al estudio.
Jayan se quedó callado. Dakon no había captado del todo lo que intentaba decirle. «Ojalá se me diera mejor explicar cosas como esta». Pero no sabía muy bien cómo. Ahora que había descubierto algo de Tessia que le gustaba, su fijación con la sanación y el hecho de que absorbiera parte del tiempo de Dakon de pronto carecían de toda importancia. Y Jayan había empezado a descubrir más cosas que le gustaban de ella: su sentido práctico y su sencillez; su tendencia a disimular su incomodidad hasta el punto de preferir pasarlo mal a quejarse; los indicios que él había percibido de un gran cúmulo de conocimientos de sanación, lo que por sí solo resultaba asombroso en alguien tan joven.
Sin embargo, no tenía idea de cómo expresar esto, o de cómo disculparse por su comportamiento anterior. Por eso ella seguía dando por sentado que él la odiaba, y lo odiaba a su vez. «¿Cómo se supone que debo darle a entender que ya no estoy resentido con ella sin tener que confesar por qué lo estaba en un primer momento? Además, no me hace el menor caso de todos modos».
—¿Crees que algún día perderá su interés por la sanación? —inquirió.
—Espero que no. Muchos magos malgastan su tiempo libre en cosas peores.
—¿La admitiría el Gremio de Sanadores? —se preguntó Jayan en voz alta.
No tenía conocimiento de ningún mago que se hubiese formado a través del Gremio de Sanadores, o de ningún otro gremio, en realidad. Quizá dieran asesoramiento a los magos, pero la idea de que pudieran aceptar a uno como alumno era cuando menos ridícula.
—Tal vez. Es posible que ella no quiera unirse a ellos, pues no necesitará su aprobación para ganarse la vida.
Jayan arrugó el entrecejo mientras meditaba de nuevo sobre el futuro de la joven. Dudaba que le asignaran tareas mágicas bien pagadas debido a su origen humilde y a su falta de contactos entre las familias poderosas. Quizá pudiera ayudarla cuando llegara el momento. Tal vez ella entablaría amistad con personas influyentes mientras estuvieran en Imardin.
—Bueno, ¿y cómo mantendrás ocupada a Tessia mientras te reúnas con el Círculo y con el rey?
—Ah —dijo Dakon con una sonrisa—. Estoy seguro de que la esposa de Everran no dejará que se aburra ni por un momento.
Jayan se estremeció.
—¿Vas a dejarla en manos de Avaria?
—Estará bien. —Dakon suspiró y se puso de pie—. Más vale que durmamos un poco. Probablemente lady Pimia nos ha preparado alguna actividad absurda para mañana, y sin duda Gilar querrá continuar con la conversación.
Jayan se levantó y se dirigió hacia la puerta de su habitación. ¿Aceptarían a Tessia las mujeres con las que conviviría en Imardin? Podían ser crueles cuando le cogían tirria a alguien.
«Entonces dejaré muy claro que no estoy de acuerdo. Ser el hijo de un patriarca kyraliano antipático pero influyente tiene sus ventajas, después de todo. Quizá sea una manera de compensarla por haberme portado mal con ella al principio».
Entró en su alcoba y cerró la puerta.
«Sobre todo, tengo que aprender a no decir cosas que ella pueda malinterpretar».