11

El escudo mágico que rodeaba el carruaje lo resguardaba de la lluvia y el viento, pero los únicos métodos que se conocían para allanar el camino por medio de la magia eran demasiado lentos o laboriosos para que valiera la pena aplicarlos. Aquel barro lleno de surcos, baches y charcos era un suplicio tanto para los caballos como para los humanos, pues los cascos de los primeros se hundían en él, y los segundos tenían que soportar sacudidas y bandazos.

«Alguien debería inventar un carruaje más cómodo», pensó Dakon. Había ordenado que quitaran la capota de aquel porque estar encerrado en un vehículo en movimiento le provocaba náuseas. Tanner, el cochero, lo había guardado por si lo necesitaban más tarde.

Proteger a los demás y a sí mismo con magia requería poco esfuerzo, por lo que a lord Dakon apenas le costaba dedicar parte de su atención a impartir clases. Dos objetos se movían en el aire entre los cuatro viajeros. Uno era un disco de metal, el otro un cuchillo pequeño. El cuchillo salía proyectado una y otra vez hacia el centro del disco, que lo esquivaba. Malia emitió un gemido y se encogió cuando el cuchillo pasó rozándole la oreja a toda velocidad.

—¿No sería más seguro practicar con otra cosa que no fuera un cuchillo? —preguntó Tessia, con la voz tensa.

Jayan fijó la mirada en el disco.

—Es un estímulo para que te concentres.

La arruga en el entrecejo de Tessia se hizo más profunda, y de pronto Dakon vio que se relajaba. Los ojos de la joven se posaron rápidamente en Jayan. Una ligera sonrisa se dibujó en sus labios. El cuchillo zigzagueó en el aire y repentinamente salió disparado directamente hacia el disco.

Se oyó un tintineo metálico seguido de una palabrota mascullada por Jayan.

Dakon se rio de la expresión de sorpresa de su aprendiz mayor.

—¿Qué has hecho, Tessia? —preguntó.

—Me he imaginado lo que vería Jayan si el disco estuviera entre él y el cuchillo. Le impediría verlo.

Dakon asintió.

—Bien hecho. Te has valido de un razonamiento y de la imaginación. Aún no eres rival para él en lo que se refiere al control y la reacción, y mientras no lo seas esta manera de pensar es la que te permitirá ganar el juego. O eso o su pereza. —Jayan miró a Dakon con el ceño fruncido en señal de desaprobación—. Pero es destreza lo que debes adquirir. Ahora, cambiaos de lugar.

Tessia mantuvo la vista clavada en el disco para esquivar y eludir el cuchillo perseguidor. Para entonces, habían jugado a eso muchas veces. Jayan empezaba a quedarse sin trucos con los que sorprenderla, y ella era cada vez más hábil para manipular objetos con la magia y su voluntad.

Dakon reprimió una sonrisa. Viajar solo resultaba emocionante cuando uno exploraba territorios desconocidos, no cuando tenía que recorrer los mismos caminos impracticables que le sacudían los huesos en cada trayecto. ¿En cuántas ocasiones había viajado a Imardin? Había perdido la cuenta.

Como siempre, sus aprendices le proporcionaban distracción y aliviaban su aburrimiento. Sin embargo, Dakon echaba de menos las conversaciones que había disfrutado en viajes anteriores, pues Jayan adoptaba una actitud reservada en presencia de Tessia, que no llenaba precisamente el silencio. Por fortuna no era el tipo de mujer que parloteaba sin cesar, pero tampoco se sentía inclinada a hablar delante de su compañero aprendiz.

En realidad, pensó Dakon, ambos eran de lo más ariscos cuando estaban juntos.

Por eso los mantenía ocupados con sus clases. Hasta Malia parecía divertirse un poco con sus ejercicios, que observaba fascinada y a veces con un gesto de preocupación, pues ante sus ojos se estaba haciendo más magia de la que la mayoría de la gente del campo veía en toda su vida.

Dakon advirtió que la doncella se mostraba cada vez más comedida y respetuosa con el paso de los días. Tal vez aquella exhibición de poder la intimidaba. O quizá estuviera exhausta. Era la única criada doméstica que los acompañaba; Cannia le había pedido al mago que se llevara a Malia en vez de a ella, alegando que estaba haciéndose demasiado mayor para semejantes periplos y que a la chica le vendría bien viajar un poco «para madurar».

Un grito de triunfo de Jayan le indicó a Dakon que el aprendiz había conseguido por fin que el cuchillo tocara el centro del disco. A una señal de Dakon, los dos intercambiaron de nuevo los papeles.

Jayan soltó una risita. Su disco se detuvo bruscamente, suspendido en el aire entre Tessia y él, y comenzó a dar vueltas en torno a su eje. Cuando ella intentó lanzar el cuchillo hacia el objeto, el borde del disco lo golpeó al girar y desvió su trayectoria. Tessia miró a Dakon.

—¿Eso está permitido?

El mago se encogió de hombros.

—Ninguna ley lo prohíbe.

—Pero no es justo. ¿Cómo se supone que voy a clavar el cuchillo así?

Por toda respuesta, él le dirigió una mirada expectante. Ella se volvió de nuevo hacia el disco giratorio.

—Me imagino que si hago que el cuchillo gire alrededor del disco a la misma velocidad…

—Veamos si eres capaz —dijo Dakon con una sonrisa.

El cuchillo empezó a dar vueltas en torno al disco, apuntando en todo momento a su objetivo. Sin embargo, por más que aceleraba, no alcanzaba la velocidad del disco, que giraba tan rápidamente que parecía una esfera borrosa.

—No puedo —declaró Tessia con frustración, desistiendo de su intento—. Si no puedo ver a qué velocidad gira, ¿cómo voy a igualarla?

Dakon se percató de que Jayan estaba esforzándose al máximo por no parecer demasiado pagado de sí mismo.

—No se puede —respondió Dakon.

—Entonces, ¿por qué me habéis pedido que…? —Se contuvo y adoptó un aire pensativo—. Para que aprendiera que es imposible —concluyó.

—En efecto —confirmó él—. El mago más poderoso de la historia también sería vulnerable si se quedara ciego. Nuestra forma física constituye nuestra mayor limitación.

Ella se frotó las sienes.

—No necesitaba una demostración de eso —dijo ella con sarcasmo, pero sin rencor—. Tengo un dolor de cabeza que me recuerda mi forma física de manera muy eficaz.

—Entonces, es mejor que descanses —dijo él—. Pronto se te pasará.

Miró a Jayan, pensando qué actividad proponer a continuación. Jayan necesitaba perfeccionar sus habilidades de lucha, tanto mágicas como estratégicas. Era demasiado fácil saltarse los ejercicios de combate cuando uno estaba cómodamente instalado en un entorno apacible y seguro. Los de magia podían resultar peligrosos, no solo para el mago y el aprendiz, sino también para los edificios y personas de la zona. Ahora que había indicios de una amenaza por parte de Sachaka, Dakon debía asegurarse de que por lo menos Jayan estuviera preparado. Sin embargo, era evidente que no podían ponerse a lanzar descargas de magia de un lado a otro mientras viajaban.

Había un brillo de esperanza en los ojos del joven.

—¿Kyrima?

Dakon asintió.

Mientras Jayan rebuscaba en el equipaje la caja que contenía las piezas del juego, el mago sonrió. Se acordaba de las partidas que había jugado con su maestro. Los sachakanos, tras ocupar Kyralia, habían prohibido el Kyrima, lo que demostraba su eficacia como medio de aprendizaje de estrategias de batalla. Una vez reconquistada la independencia, el juego volvió a salir a la luz, aunque después de trescientos años de práctica clandestina, hubo que reformular las reglas, pues habían evolucionado muchas variantes. La mayoría de los magos aprovechaba la ocasión de medirse contra un adversario nuevo siempre que podía, ya que el jugador acababa por aprender los hábitos y tácticas de aquellos contra quienes jugaba con regularidad.

Malia y Jayan se cambiaron los asientos en el carruaje, de modo que Dakon y su aprendiz quedaron sentados uno frente a otro. Eligieron sus piezas; un mago para cada uno, y un número de «fuentes» determinado por tres tiradas de un dado. Otra tirada decidía la fuerza del mago. Jayan miró a Tessia y le tendió una tablilla encerada y un estilo.

—¿Llevas la cuenta de los puntos?

Con un suspiro, ella cogió los utensilios.

—¿Por qué muchos de vuestros juegos tienen que ver con la guerra y con peleas?

—La lucha nos empuja a expandirnos, a forzar los límites de nuestras habilidades y nuestros poderes —respondió Dakon.

—Ser capaces de defender a nuestro pueblo y nuestro país forma parte de nuestra responsabilidad como magos —terció Jayan—. Si no aprendiéramos a luchar… Bueno, nos convertiríamos en los parásitos inútiles y pretenciosos que algunos dicen que somos.

Dakon pestañeó y fijó la vista en Jayan, con ganas de preguntarle a quién había oído decir semejante cosa, pero como no quería dejar de responder a la pregunta de Tessia, le devolvió su atención.

—Lo que aprendemos en estos juegos puede aplicarse a otros ámbitos. El control que se adquiere con el juego del disco y el cuchillo puede resultar útil si estás ocupada con algo que requiere más de dos manos y no cuentas con un ayudante, o si tu ayudante carece de la destreza necesaria para la tarea.

Tal como él esperaba, una expresión de comprensión que ya conocía apareció en el rostro de Tessia, seguida por otra más reflexiva, casi hermética. Dakon sabía que estaba pensando cómo valerse de esta habilidad para la sanación. Esa misma expresión había asomado a su cara cuando sus conversaciones tocaban el tema de la sanación y la magia en demasiadas ocasiones como para que él no la reconociera.

¿Perdería alguna vez su interés —obsesión, tal vez— por la sanación? ¿Tenía algo de malo? Dakon esperaba que la respuesta a ambas preguntas fuera negativa. Si bien su aprendizaje se habría visto beneficiado por una fascinación similar hacia la magia en sí, ella absorbía los conocimientos y desarrollaba su destreza a un ritmo aceptable. Más que aceptable, como le complacía comprobar. Para tratarse de una aprendiz que tenía que aprender mientras viajaba, compartiendo el tiempo y la atención de su maestro con otro, estaba progresando con una rapidez impresionante.

Lo más sorprendente era su forma de hacerlo. Lo visualizaba todo en relación con su ser físico. Aunque al principio él creía que esto se debía a que había aprendido a pensar desde la perspectiva de una sanadora, tenía la incómoda sensación de que había algo más. Cuando se le enseñaba a usar la magia de una forma determinada, ella asimilaba el concepto de inmediato y comprendía todas las variantes, casi tan instintivamente como un enka recién nacido aprendía a caminar, a correr y luego a saltar.

A Dakon no le cabía duda de que un día ella lo superaría no solo en fuerza, sino también en habilidad. Sería interesante observar el proceso.

No obstante, cuando llegaba el momento de entrenarse para el combate, ella oponía una resistencia considerable. Tal vez era natural que a una persona tan preocupada por curar la repelieran las acciones concebidas para hacer daño. Necesitaba conocer el valor de las habilidades defensivas. Era mejor evitar las heridas desde un principio que tener que tratarlas.

Centrándose de nuevo en el juego, dotó a cada una de sus piezas de un escudo protector diminuto y las suspendió en el aire. Jayan siguió su ejemplo. Colocaron varios objetos entre ellas para que sirvieran de obstáculos, y se turnaron para tapar la vista del otro con una esterilla de viaje mientras disponían sus piezas. Por último, bajaron la esterilla y la partida dio comienzo.

Al final de la primera mano, los dos habían gastado casi todo el valor de sus piezas fuente. Dakon se arriesgó a elevar una de sus fuentes a la categoría de mago. Esto implicaba que había perdido una fuente, pero en cambio podía atacar desde dos posiciones. Al principio de una mano las fuentes contaban con toda su energía, pues representaba que habían descansado durante una noche.

—¿Cómo es que vuestros magos disponen de tantas fuentes? —preguntó Tessia—. Los magos kyralianos no tienen tantos aprendices.

—Es cierto —convino Dakon—, pero en tiempos de guerra hay personas que se ofrecen voluntarias para que las utilicen como fuentes.

—¿Alguna vez disponen sus piezas ambos jugadores o uno de ellos como si fueran magos sachakanos?

—Sí.

—¿Y qué diferencia hay? ¿Está obligado el jugador a retirar las fuentes de la partida una vez que las utiliza?

—No necesariamente, aunque cuando uno juega al estilo sachakano le está permitido matar fuentes para dar puntos extra a su mago. Los magos sachakanos no son tan propensos a matar a sus fuentes como se dice. En una batalla prolongada, las fuentes son más valiosas si siguen con vida y pueden utilizarse de nuevo al día siguiente.

—Pero no en las batallas cortas.

—Ni en las situaciones desesperadas —añadió Dakon.

—¿Por qué los no-magos no están representados en el juego? No hay personas o guerreros comunes.

—Las armas comunes no sirven de mucho al luchar contra un mago —señaló Jayan.

—A menos que el enemigo esté agotado —dijo ella—. Si las armas siempre son ineficaces, ¿por qué la gente normal las fabrica y aprende a utilizarlas?

—Las personas comunes son una fuente potencial de energía durante la batalla —le explicó Dakon—. Por eso más vale mantenerlas fuera del alcance del enemigo. Los no-magos que usan armas comunes suelen ser guardias, y su propósito principal es proteger o controlar a las personas normales. Hace muchos cientos de años que Kyralia no cuenta con soldados como parte de sus fuerzas defensivas. Desde la época en que los magos eran escasos y caros de contratar. ¡Eh!

Aprovechando que Dakon estaba distraído, Jayan había atacado a uno de los magos del lord. Como Dakon no consiguió reforzar su escudo a tiempo, la pieza empezó a brillar y a fundirse. Con un suspiro y pasando por alto la enorme sonrisa triunfal de Jayan, la retiró de la partida, le devolvió cuidadosamente su forma original mientras todavía estaba caliente y la dejó a un lado para que se enfriara antes de meterla en la caja.

—Lord Dakon.

Era Tanner quien había hablado. Dakon alzó la vista. El cochero señaló con la cabeza algo que estaba más adelante, en el camino. Cuando dirigió la mirada más allá del hombre y contempló la escena a la que se acercaban, a Dakon le cayó el alma a los pies. Jayan se volvió hacia atrás y miró de nuevo a Dakon. Sin mediar palabra, guardaron las piezas en la caja, desecharon los «obstáculos» y, mientras el carruaje reducía la velocidad, se apearon.

Una vez que el carro se detuvo, Tessia se levantó para ver mejor el panorama que se presentaba más adelante. Un arroyo o río pequeño, crecido por la lluvia, se interponía en su camino. El agua corría deprisa, arremolinándose en torno a los pilares de madera de un puente y los restos de los vehículos que debían de estar cruzándolo cuando se vino abajo.

Numerosas personas iban y venían por ambas orillas, lo que parecía indicar que el puente se había hundido hacía ya un tiempo y que muchos viajeros habían llegado posteriormente y habían encontrado el camino cortado. Tessia supuso que en su mayoría eran gente de la zona. Todos miraban fijamente a Dakon y a Jayan, cuya ropa cara sin duda les llamaba la atención. A lo largo del camino había varios carros colocados uno detrás de otro, casi todos en la margen opuesta, cargados de artículos diversos. Incluso había un pequeño rebaño de reberes, con el pelaje lanudo goteando y la panza manchada de barro.

De pronto, la joven notó un golpeteo suave pero insistente en los hombros y la cabeza. Mientras una humedad fría traspasaba su vestido, ella se apresuró a crear un escudo para resguardar a Tanner, a Malia y a sí misma de la lluvia. Dakon y Jayan caminaban a grandes zancadas hacia el puente derrumbado, cada uno con su propio escudo.

¿Debía ella seguirlos? No había nada que pudiera hacer para lo que ellos no estuvieran mejor preparados. Por otro lado, era posible que hubiese algún herido. Tras cerciorarse de que Malia seguía protegida por un escudo, Tessia se dispuso a bajar del carruaje.

—Oh, aprendiz Tessia, ¿crees que haces bien en alejarte el carro? —preguntó Malia, nerviosa—. ¿Y si alguien intenta llevarse algo?

Tessia se quedó quieta, miró en torno a sí y sonrió.

—¿Cómo? ¿Contigo y Tanner encima? No se atreverían.

No le resultó fácil apearse del carruaje con el vestido que llevaba, al menos de un modo mínimamente digno. El dobladillo se le enganchó en un trozo de madera que sobresalía, y ella se detuvo para soltarlo.

—Pero si el sitio está hecho un barrizal —insistió Malia, preocupada.

—Razón de más para echar una ojeada —repuso Tessia, estirando una pierna hacia el suelo. No llegaba a tocarlo, pero casi. Se dejó caer.

Entonces sintió que el pie se le hundía en el fango.

Bajó la vista, se levantó la falda lo suficiente para ver que el lodo le llegaba bastante por encima de sus botas elegantes, que Malia había rescatado de una especie de guardarropa femenino de la Residencia; posiblemente el de la madre de Dakon. Habían sido una solución intermedia: Tessia quería unas botas resistentes para el viaje, mientras que Malia quería que llevara unos zapatos delicados dignos de una corte palaciega.

Agarrándose del carruaje, Tessia tanteó el suelo con su otro pie, buscando tierra más firme. Por fortuna, la encontró a solo un paso de distancia. Ahora que tenía una pierna apoyada en una base sólida, logró sacar el pie del barro.

Y también de la bota elegante, que se quedó en el suelo, de modo que el fango entró en ella poco a poco hasta cubrirla por completo. Malia suspiró.

—¿Ves por qué te lo decía? —se lamentó—. Seguramente las has estropeado. ¿Quieres que la saque de ahí?

Tessia alzó la vista hacia Malia y sintió una punzada de culpabilidad. La pobre chica seguramente las pasaría negras aquella noche, limpiando de barro la ropa y los zapatos. Entonces miró el agujero que se hacía cada vez más pequeño. El miedo a embarrarse los zapatos no era un buen motivo para dejar de ayudar a otros. Aun así, no había por qué complicarle la vida a Malia más de lo necesario.

Sin hacer caso del dolor de cabeza que le habían causado las clases de Dakon, Tessia centró su mente en el suelo y esforzó su voluntad. El lodo comenzó a fluir desde el agujero hacia afuera. Cuando asomó el ribete de piel, ella se concentró para generar una fuerza mágica que rodeara el zapato por abajo y lo empujara hacia arriba. La bota salió del barro con un sonido de succión. Tessia la cogió y, al comprobar que estaba llena de líquido, la colocó boca abajo para vaciarla antes de calzársela de nuevo. Malia protestó sin pronunciar una palabra.

Tessia levantó la mirada y se encogió de hombros.

—Si voy andando por ahí con un pie descalzo, se me ensuciará la media de todos modos.

Por toda respuesta, Malia arrugó la nariz.

Tessia dio media vuelta y se encaminó hacia el puente. Un caballo corpulento estaba atado cerca de allí, con el aparejo roto colgándole todavía de los ijares y el cuello. Jayan y Dakon se hallaban a un lado del puente, con los brazos en jarras y, a juzgar por su expresión, discutían. Ella captó palabras sueltas mientras se acercaba.

—… que lo haga yo.

—No, podrías romperle una costilla o…

Al rodear los restos del puente, vio por qué discutían. Un hombre se aferraba a uno de los pilares rotos, en medio de la corriente. Llevaba el típico chaleco de cuero de un herrero. «No puedo creer que estén perdiendo el tiempo en discusiones. El hombre podría caer al agua en cualquier momento».

—¿Cuánto rato lleva allí? —preguntó, tras situarse rápidamente junto a Dakon—. Se le ve cansado.

Jayan cerró la boca con un chasquido audible y desvió la mirada. Dakon posó la vista en ella, luego en el herrero en dificultades. Entornó los párpados.

El hombre abrió los ojos como platos cuando una fuerza empezó a apartarlo del pilar del puente. Profirió un grito e intentó agarrarse al poste desesperadamente; luego, cuando estaba demasiado lejos para alcanzarlo, comenzó a agitar los brazos en el aire. Cuando por fin se percató de que estaba elevándose y no cayendo, relajó el cuerpo. Resultaba extraño ver a aquel hombre empapado y perplejo flotando despacio en el aire hacia la orilla del río.

En cuanto sus pies tocaron el suelo, sus piernas cedieron y él se desplomó. Tessia se le acercó. El hombre no presentaba heridas visibles. Tenía la mirada perdida, la respiración agitada y la piel fría. Necesitaba entrar en calor y ponerse ropa seca.

Al alzar la vista, Tessia vio un círculo de personas que la rodeaban con curiosidad y desconcierto en la mirada. Dakon, de pie en el interior del círculo, la observaba con expresión inescrutable.

—Está aturdido —dijo ella—. Hay que llevarlo a un sitio seco y caliente. ¿Hay alguien aquí que lo conozca? ¿Un pariente o un amigo?

—Lo acompañaba un muchacho —dijo un hombre del gentío, dando un paso al frente—. La corriente lo ha arrastrado río abajo y lo ha dejado en la orilla. Se ha ahogado.

¿Su hijo? ¿Un aprendiz? Ella hizo una mueca y bajó la mirada hacia el herrero, cuya expresión distante no había cambiado. Tal vez no había oído aquello. Eso esperaba ella. Era lo último de lo que debía enterarse en aquel momento.

—Yo lo llevaría a su casa con su esposa. —El hombre miró el puente—. Voy hacia allí, pero… —Señaló la construcción destrozada con un gesto.

«Su casa está al otro lado», supuso ella.

—De eso me encargo yo —dijo Dakon—. Quedaos aquí.

Echó a andar y la pequeña multitud se apartó para dejarlo pasar. Jayan salió tras él a toda prisa. Los dos se acercaron a los árboles que se erguían a un lado del camino, parte de un bosque que pertenecía al lord local, y desaparecieron entre la maleza.

Tessia dirigió la vista hacia el hombre que había hablado y luego hacia el herrero tumbado.

—¿Lo conoce?

El hombre se encogió de hombros.

—Le compro cosas de vez en cuando. Vive en Villahumada la Chica, no muy lejos del arroyo, al otro lado.

—Se lo tiene merecido —comentó alguien de la multitud—. Estaba cruzando el puente con demasiado peso.

—Además, no ha querido esperar. Se supone que solo puede pasar un carro por vez —añadió otro—. Lo ha dicho lord Gilar.

—¿Cómo íbamos a saber eso? —terció otro—. Si vuestro lord sabía que el puente podía venirse abajo, debería haberlo arreglado.

—Ahora no le quedará otro remedio —dijo el primero en voz baja.

—No lo hará —intervino un hombre bajo y fornido que se había acercado a echarle un vistazo al herrero—. Es demasiado avaro. Nos obligará a usar el puente del sur.

Varios de los presentes prorrumpieron en quejidos, y algunos mascullaron palabrotas. El gentío se había aproximado poco a poco, atraído por la curiosidad y la conversación.

—Para lord Dakon, este camino es la ruta más directa a la ciudad —les informó Tessia—. Si lord Gilar se resiste a escuchar a la gente de la zona, tal vez la necesidad que tiene mi maestro de un puente seguro lo convenza.

La muchedumbre guardó silencio, y Tessia supuso que estaban preguntándose si ella le contaría a lord Dakon lo que había oído. El recelo se reflejó en sus rostros. Ella no pudo evitar pensar que quizá los habitantes del señorío de Dakon hablaban de él con el mismo resentimiento. ¿Sería capaz de dejar en pie un puente peligroso? Por otro lado, lord Gilar había dado instrucciones para evitar que el puente se derrumbara, y tal vez estaba buscando la manera de solucionar el problema. Quizá estaba esperando la llegada de material o trabajadores cualificados, o a que el estado del tiempo fuera más seguro.

Un golpe sordo y lejano atrajo la atención de todos hacia el bosque. Ella lo notó en el suelo, a través de sus botas mojadas. La gente se volvió hacia allí, expectante. Unos árboles pequeños temblaban como si algo los agitara al pasar por debajo, cada vez más cerca del camino. Finalmente, de entre la maleza surgió un tronco enorme deslizándose sobre el barro.

Su grosor era igual a la altura de un hombre, y su longitud mayor que la de tres carromatos con sus caballos colocados uno detrás de otro. La madera fresca, brillante y pálida de las bases de las ramas cortadas contrastaba con el color más oscuro de la corteza mojada. Dakon y Jayan salieron del bosque. Interrumpieron su discusión por un momento, y a continuación Dakon se acercó al tronco y se quedó mirándolo atentamente.

Un chasquido restalló en el aire, y el tronco se partió en dos longitudinalmente.

Tessia oyó gritos ahogados a su alrededor. Quizá uno de ellos había salido de su boca. «Vaya, qué impresionante», pensó.

Todos contemplaron al mago y al aprendiz mientras empujaban las mitades del tronco con la parte curva hacia abajo, como cascos de barco. Los colocaron atravesados sobre el arroyo crecido, uno junto al otro, formando una plataforma plana con un pequeño espacio en medio. La tierra se abombó alrededor del extremo de los troncos, permitiendo que el nuevo puente se incrustara en el suelo y elevando el nivel del camino para que estuviera a la misma altura que la superficie plana de los troncos.

Jayan cruzó el flamante puente y, haciendo equilibrios en el extremo opuesto, repitió el proceso de incrustación en la otra orilla.

«Algún día seré capaz de hacer eso —pensó Tessia—. Es evidente que se han servido de sus poderes para mover el tronco, pero ¿qué clase de magia han utilizado para partirlo, o, antes de eso, para cortarlo?». Los extremos del tronco no estaban rajados ni quemados. Saltaba a la vista que le quedaba mucho por aprender. De pronto, la idea de que algún día sabría usar la magia de manera tan espectacular y útil le pareció emocionante y atractiva. «No todo tiene que ver con el combate, después de todo».

Jayan regresó junto a Dakon, y los dos se volvieron hacia ella. Dakon movió la cabeza en dirección al carruaje con un gesto significativo. Ella comprendió que pretendía ser el primero en cruzar el puente nuevo con un vehículo para demostrar que era seguro. La gente había empezado a caminar hacia sus carros, y pronto se formarían colas a ambos lados del puente.

Bajó la vista hacia el herrero. Podía secarlo y hacerlo entrar en calor por medio de la magia, pero en el estado en que se encontraba esto solo lo aterrorizaría aún más. Tessia miró al hombre que se había ofrecido voluntario para llevarlo a su casa.

—¿Tiene alguna manta?

El voluntario le devolvió la mirada y asintió.

—Será mejor que vaya a buscar mi carro. —Contempló el río con una mueca—. Y supongo que más vale que vaya a buscar al muchacho también —agregó.

Ella le dedicó una sonrisa triste de agradecimiento.

—Si se da prisa, tal vez pueda encargarme de que le dejen cruzar el puente justo después de nosotros.

El hombre se marchó a toda velocidad. Tessia se encaminó hacia el carruaje. Aunque habría preferido acompañar al herrero a su casa para asegurarse de que recibiera el tratamiento adecuado, le pareció que lo dejaba en buenas manos. Ella no era la sanadora local, y el hombre no estaba herido de gravedad. Su padre siempre sabía cuándo insistir y cuándo dejar que las personas cuidaran de sí mismas.

Aun así, si Dakon accedía a esperar un poco, tal vez el herrero llegaría antes a casa. Y si el voluntario cruzaba el puente tras ellos, seguramente los seguiría hasta que se saliera del camino. De ese modo, si el estado del herrero empeoraba, ella estaría cerca y podría socorrerlo.