9

Tessia contempló el agua de la jofaina e intentó acceder a su magia. Notó que su energía respondía, obediente, y fluía hacia fuera para adoptar la forma que ella quería y dirigirse hacia donde ella le ordenaba. Surgieron burbujas que crecieron hasta estallar y salpicarla con gotas diminutas. Dio un respingo y se frotó la piel. Estaban demasiado calientes.

Dakon le había sugerido que, para practicar, probara a transformar la magia en calor todas las mañanas calentando el agua para su aseo. Le había asegurado que utilizar la magia para realizar tareas cotidianas era un buen ejercicio y mantenía ágil la mente del mago. Aun así, ella no podía evitar pensar que los magos eran una panda de vagos cada vez que veía que él o Jayan se servían de la magia para abrir puertas o coger algún objeto situado al otro extremo de la habitación.

Sin embargo, había aprendido a no calentar el agua antes de lavarse. Su error más frecuente cuando hacía algo por medio de la magia era que empleaba demasiada energía, por lo que al principio había habido varias mañanas en que había tenido que esperar un rato a que el agua se enfriara lo suficiente.

Unos golpes en la puerta atrajeron su atención.

—Adelante —dijo.

Malia, la doncella, entró muy decidida, y sus ojos pasaron de la jofaina humeante a los platos vacíos del desayuno de Tessia apilados sobre el escritorio. Se acercó a los platos, sacándose de debajo del brazo la bandeja que casi siempre llevaba.

—Buenos días, Tessia.

Tessia se levantó y se desperezó.

—Buenos días, Malia.

—¿Haciendo ejercicios otra vez?

—Sí. Espera un momento a que se enfríe la jofaina antes de llevártela.

—Así lo haré. —Malia se rio, algo avergonzada—. Créeme, no desoiré tu advertencia por segunda vez. ¿Qué planes tienes para hoy?

—Primero, voy a las cuadras. —Tessia cogió la bolsa pequeña de vendas y ungüentos que su padre le había dejado para cuando atendiera a Hanara—. Luego, a clase.

Tessia se encaminó hacia la puerta pero se detuvo por un momento y volvió la vista hacia Malia. Suponía que le preguntaría por el estado de Hanara, pero la mujer estaba callada.

—Malia, ¿sabes si Hanara se está integrando bien? ¿Qué opinan de él los mozos de cuadra? ¿Y los aldeanos?

Malia, que estaba agachada alisando la colcha, se enderezó, con aire pensativo.

—Bueno, en general a la gente le parece un poco raro, pero eso era de esperar, ¿no? Más extraño sería que se comportara como un kyraliano.

—Sí, lo sería —convino Tessia con una sonrisa—. ¿Y los criados de las caballerizas?

—Dicen que trabaja bastante, más de lo que le toca, teniendo en cuenta que todavía no está curado del todo. Dicen que es un tipo duro. Casi parece que lo admiren. —Malia titubeó—. Pero es muy suyo y no siempre responde a lo que se le pregunta. —Se encogió de hombros para indicar que no tenía nada que añadir.

—Gracias. —Tessia sonrió y reanudó su camino.

Al pensar en lo que Malia le había contado, decidió que al antiguo esclavo las cosas le iban tan bien como cabía esperar. Seguramente no estaba acostumbrado a las charlas amistosas y tardaría un tiempo en aprender a congeniar con la gente.

Tras salir de la casa, Tessia caminó hacia las caballerizas y entró por la puerta abierta. Entonces se paró en seco, sorprendida por la escena que se desarrollaba ante sus ojos.

Dos de los mozos de cuadra estaban orinando en un cubo.

Antes de que ella pudiera apartar la mirada, los jóvenes alzaron la vista. Una expresión de espanto asomó a sus rostros, y ambos chorros de orina se desviaron de la trayectoria planeada —sobre el pantalón del otro— mientras se tapaban apresuradamente.

—Qué, ¿deleitando las pupilas? —se mofó Birren, reponiéndose lo bastante del bochorno para intentar bromear sobre ello.

—Sí —le siguió el juego Ullan—. A mí me parece que nos estaba dando un buen repaso. ¿Te has quedado impresionada, Tess? ¿Quieres mirar más de cerca?

Ella reprimió una carcajada. Estas chanzas eran típicas de muchachos de su edad, y es lo que ella habría esperado de una situación así… antes de convertirse en aprendiz. No fue tan cruel como para aumentar su incomodidad recordándoles que ya no era simplemente Tessia, la hija del sanador.

—Me preguntaba si es verdad que a todos los chicos les crece cuando se hacen mayores. No parece que os haya crecido mucho desde aquella vez que mi padre y yo os tratamos… ¿qué era aquello? ¿Verrugas?

Los dos torcieron el gesto.

—Podemos hacer que crezcan —repuso Birren con una sonrisa de oreja a oreja.

—Te asustarías.

Tessia soltó una risotada burlona.

—Al ayudar a mi padre he visto cosas que dan mucho más miedo. ¿Dónde está Hanara?

Ullan se disponía a contestarle algo subido de tono, pero Birren lo hizo callar con un siseo bajo y señaló hacia el fondo de la caballeriza con un movimiento de la cabeza. Hanara estaba sentado a una mesa, limpiando y puliendo una silla de montar. Tessia se acercó a él. Estaba rodeado de herramientas y arreos que aguardaban a que los arreglara o los limpiara. Hanara levantó la mirada hacia ella, y su expresión ceñuda se suavizó ligeramente.

Aunque el hombre tenía un rostro típicamente sachakano, ancho y de tez oscura, era muy distinto del de su amo, de facciones más finas y angulosas, juvenil pero surcado de cicatrices. Tessia se alegraba de ello, pues si bien le resultaba imposible no acordarse de Takado cada vez que pensaba en Hanara, al menos cuando veía al antiguo esclavo no le venían a la memoria recuerdos desagradables de su amo mirándola con expresión lasciva.

—Vengo a cambiarte los vendajes —le informó.

Él asintió.

—Usted no ha visto nada que dé miedo —le dijo, poniéndose de pie y quitándose el manto—. Nada que dé miedo de verdad.

Al comprender que había escuchado las palabras de los dos muchachos, ella suspiró y comenzó a retirarle las vendas que le cubrían el pecho y el hombro.

—Es probable, pero yo no sacaría esa conclusión tan rápidamente. He visto más entrañas de personas que la mayoría de los kyralianos, además de heridas muy feas, unas cuantas mortales, que dudo que pueda olvidar nunca.

—Los muertos no dan miedo. No pueden hacerte nada.

—Pero huelen casi tan mal como esos dos de ahí atrás.

Él esbozó una sonrisa, pero enseguida recobró la seriedad.

—No debería dejar que le hablen así. Ahora es usted una maga.

—Aprendiz —lo corrigió—. Seguramente tienes razón. Por otro lado, debería haber llamado o gritado para avisar que estaba aquí, en vez de entrar sin más.

—No tenía por qué llamar.

Lo miró sin inmutarse.

—Estamos en Kyralia. Se supone que hasta los magos deben mostrar buenos modales.

La miró a los ojos durante un instante fugaz antes de bajar la vista rápidamente.

Sus heridas, incluido el corte que había tenido que practicar su padre para recolocarle las costillas rotas, se habían cerrado y convertido en cicatrices rojizas y abultadas. Ella palpó uno tras otro los puntos en que se habían fracturado los huesos y le preguntó si le dolía. Él sacudió la cabeza en todas las ocasiones y no dio la impresión de que intentara ocultar reacción alguna.

—Me parece que estás totalmente curado —le dijo ella—. No creo que necesites vendajes nuevos. Procura no levantar cosas pesadas, o forzar los huesos que te rompiste. —Sacudió la cabeza—. Es increíble la rapidez con que sanas. Ni siquiera estoy segura de que necesitaras nuestra ayuda.

—Los huesos habrían soldado mal, torcidos. Tu padre impidió que eso ocurriera. —Hizo una pausa—. Gracias.

Tessia sonrió, notando que se le levantaba el ánimo.

—Le transmitiré tu agradecimiento a mi padre.

—A usted también —dijo él, señalando las vendas desechadas—. Usted no es… —Con el entrecejo fruncido, hizo un ademán vago en dirección a la puerta de las caballerizas—… no es como…

¿Se refería a los mozos de cuadra, o su gesto abarcaba a más personas? La aldea, tal vez. Tessia sintió una punzada de inquietud.

—¿Te tratan bien los aldeanos? —inquirió.

—Soy un forastero —dijo él, encogiéndose de hombros.

—Sí, pero eso no justifica… comportamientos inadecuados. Hanara. —Esperó a que él alzara la vista y la mirase a los ojos—. Si alguien se porta contigo de una manera cruel…, eh, antikyraliana, avísame. Es importante. Del mismo modo que tú debes vivir como un kyraliano, rigiéndote por nuestras leyes y valores, ellos no deben empezar a comportarse como… como sachakanos. ¿Lo entiendes? No tienes que soportarlo simplemente porque lo soportabas antes.

Él le devolvió la mirada.

—Me has entendido, ¿verdad? —insistió ella.

Él asintió.

Con un suspiro de alivio, Tessia recogió las vendas usadas y formó un rebujo con ellas.

—Debo irme. Tengo que ir a clase.

Hanara asintió de nuevo y de pronto pareció ensombrecerse.

—Vendré a charlar contigo de vez en cuando, si quieres —se ofreció ella.

Aunque la expresión del hombre no cambió, un brillo cálido apareció en sus ojos. Mientras salía de las cuadras, ella se figuró que sentía la mirada de él fija en la espalda.

«Espero que no esté alimentando esperanzas amorosas —pensó—. Me imagino el horror que eso le produciría a mi madre. Ya le costará bastante perdonarme por no intentar enamorar a lord Dakon, pero si un antiguo esclavo sachakano acaba escribiéndome poemas, me repudiará».

Mientras entraba de nuevo en la casa y se dirigía hacia su habitación para dejar allí las vendas y su bolsa, reflexionó sobre la probabilidad de que Hanara le escribiera poemas. Seguramente ni siquiera sabía escribir. Pero, si lo hiciera, ¿cómo se lo tomaría ella?

«Es bastante guapo, tiene cierto atractivo exótico —decidió—. Sobre todo ahora que ha desaparecido la hinchazón. Pero… no. Creo que ni siquiera lo conozco lo suficiente para tener claro si me cae bien. Es demasiado hermético respecto a muchas cosas. —Se rio entre dientes—. Supongo que esas novelas que tengo en mi cuarto se equivocan de medio a medio. Los hombres herméticos con un pasado misterioso no son irresistibles en absoluto».

Cuando llegó a las escaleras, oyó que alguien la llamaba y al volverse vio que Malia se le acercaba velozmente.

—Tu padre está aquí, aprendiz Tessia —le comunicó la doncella—. Dice que necesita tu ayuda urgentemente, por algo que ha pasado en la aldea. —Arrugó la frente—. Espero que no sea nada grave.

—Dile que voy enseguida. Y ¿puedes avisar a lord Dakon?

—Por supuesto.

Tras subir la escalera a toda prisa, Tessia dejó rápidamente sus cosas en su habitación y salió de nuevo. Tuvo que aminorar el paso para no chocar con Jayan en lo alto de la escalera. El joven se detuvo y la miró, con una expresión que pasó de la irritación a la afabilidad fingida con que la trataba últimamente.

—Sí que estás ansiosa por llegar a clase —comentó.

—Tendré que saltármela hoy —dijo ella, deseando que él se apartara para dejarla pasar—. Ha venido mi padre por una urgencia.

—Ah, con que haciendo novillos otra vez, ¿eh? —Sonrió y sacudió la cabeza con desaprobación simulada… ¿o era un gesto burlón? ¿Se apreciaba un deje de desdén auténtico en su voz? Tessia notó que la ira crecía en su interior.

—Al menos estoy dando un buen uso a mis conocimientos —espetó, clavando la vista en él como retándolo a contradecirla.

Jayan abrió mucho los ojos, sorprendido. Retrocedió para franquearle el paso y la observó mientras bajaba las escaleras apresuradamente. Ella lo oyó farfullar algo y alcanzó a distinguir la palabra «idiota».

«De modo que me considera una idiota —reflexionó—. Necio arrogante. Seguro que no conoce más que a un puñado de personas de la aldea, y no le importa si viven o mueren, si están enfermas o sufren. Mientras se encarguen del trabajo del señorío, todo le da igual. No es mejor que un sachakano». Decidió desterrarlo de su mente.

Por más que Dakon le insistía a su padre en que no lo hiciera, Veran siempre entraba por la puerta de servicio, y aquel día no fue una excepción. Tessia lo encontró yendo y viniendo por el pasillo al que daba la cocina. Cuando la vio, frunció el entrecejo, y ella cayó en la cuenta de que seguía con mala cara por su encuentro con Jayan.

—¿Vas a perderte una clase especialmente importante hoy? —preguntó él, recogiendo su bolsa.

Ella negó con la cabeza, sonriendo.

—No. No te preocupes. No estoy así por Dakon o por las clases de magia. He tenido un disgusto sin importancia. ¿Dónde está Aran? —Se había habituado a la presencia del nuevo ayudante de su padre, un muchacho callado a quien le faltaba una parte de una pierna y que se había criado en una de las granjas más retiradas. La deformidad del chico le impedía participar en las labores más arduas del campo, a pesar de lo ágilmente que se movía con la pata de palo que su padre le había fabricado, pero tenía la mente despierta, y Tessia tenía que reconocer a su pesar que estaba demostrando ser un buen ayudante.

—En casa de su abuela —respondió su padre—. Se ha roto el brazo y él ha ido a atenderla.

—Ah. Bueno, ¿a quién vamos a tratar hoy?

Veran esperó a que hubieran salido de la Residencia para contestar.

—A Yaden, el hijo de Jornen. Ha amanecido con dolores en el vientre. Ahora está peor. Sospecho que tiene inflamado el apéndice.

Tessia asintió. Una dolencia peligrosa. Quizá su padre tendría que intentar extirpar el órgano, y el riesgo de infección era alto. Era muy posible que el chico muriese.

Cuando llegaron a la calle principal, se dirigieron a paso veloz hacia una de las últimas casas del pueblo, la de Jornen, el herrero. Su taller estaba a corta distancia de la parte trasera de su casa, a la orilla de uno de los arroyos que afluían al río. Por lo general, la brisa alejaba de las casas el humo de la forja, pero de vez en cuando soplaba lo que los vecinos conocían como «el viento humeante», que envolvía la aldea en una nube de un olor metálico característico.

El padre de Tessia se acercó a la puerta y llamó. Oyeron en el interior pasos de alguien que corría, y la puerta se abrió, revelando a un niño y una niña de corta edad que alzaron la mirada hacia ellos.

—¡Están aquí, están aquí! —gritó la muchacha, adentrándose en la casa a la carrera.

El niño, mientras tanto, tomó a Veran de la mano y lo guio a la planta de arriba, donde los esperaban Jornen y Possa, su mujer. El bebé que ella acunaba en brazos gimoteó débilmente para demostrar su desagrado.

—Está ahí dentro —dijo el herrero, señalando un dormitorio.

Era una habitación diminuta ocupada casi por completo por una litera de tres camas con armazón metálica. Yaden, un muchacho de unos doce años, estaba en el colchón inferior, hecho un ovillo, soltando fuertes quejidos.

Tessia observó a su padre mientras examinaba a Yaden, palpándole el abdomen con delicadeza, midiendo el ritmo de su corazón y su respiración, haciéndole preguntas. Los dos niños que les habían abierto la puerta aparecieron, seguidos de dos chicos mayores. Uno de los recién llegados conducía al otro tirando de una cuerda que llevaba al cuello.

—¿Qué es esto? —inquirió Possa con la voz tensa—. ¿Qué hacéis con esa cuerda?

—Jugamos al amo y el esclavo —dijo uno de los chicos.

Tessia y la madre intercambiaron una mirada de consternación.

—Quítate eso —ordenó Possa—. Nosotros no somos sachakanos. No esclavizamos a la gente. Eso está mal.

Tessia reparó divertida en lo desencantados que parecían los chicos mientras se despojaban de la cuerda.

—¿Y el esclavo que tiene lord Dakon? —preguntó el que había estado atado.

—Ya no es un esclavo —explicó Tessia con suavidad—. Ahora es libre.

—Pero sigue portándose de forma extraña —dijo el otro chico.

—Eso es porque no se ha habituado a la libertad y todavía no conoce nuestras costumbres. Pero ya aprenderá. En realidad es bastante agradable cuando uno llega a conocerlo mejor.

Los chicos se quedaron pensativos. Tessia oyó un resoplido y, al volverse, vio una expresión de escepticismo en la cara de Possa. La mujer apartó la mirada rápidamente. Veran emitió un gruñido de preocupación. Se enderezó y se golpeó la cabeza con la litera de en medio.

—No tengo suficiente espacio para trabajar aquí. ¿Podríamos trasladarlo a una habitación más amplia?

—¿La cocina? —sugirió el herrero, mirando a su esposa.

Ella sacudió la cabeza.

—Demasiado sucia. Hay más espacio en el sótano.

Su marido entró en el dormitorio, levantó a su hijo en brazos y bajó las escaleras, con su numerosa familia a la zaga. Tessia y Veran los siguieron a la planta baja y a lo largo del pasillo hacia la parte de atrás de la casa.

Al echar una ojeada por una puerta abierta, Tessia vio la mesa de la cocina atestada de utensilios, recipientes y cestas repletas de lo que ella reconoció enseguida como setas comestibles. Asintió, aplaudiendo para sus adentros la renuencia de Possa a llevar a Yaden a un sitio lleno de tierra y estiércol. Tal vez los esfuerzos de su padre y su abuelo por inculcar a los aldeanos cierto respeto por la higiene no habían sido tan inútiles como ellos sospechaban a menudo.

«Lo más probable es que ella no quiera que estorben su trabajo habiendo otro lugar adonde llevar a su hijo».

La larga fila de personas descendió por otra escalera. Llegaron a una habitación fría que olía a moho y humedad, con una mesa de madera mugrosa y ennegrecida por el tiempo en el centro, y a Tessia le cayó el alma a los pies. Aquello apenas resultaba más saludable que la mesa sucia de la cocina.

—Trae la lámpara —ordenó el herrero, aunque en aquella penumbra Tessia no pudo distinguir a qué niño se lo pedía.

Notó que alguien más bajo que ella tropezaba con su zapato y oyó una exclamación de dolor. Retrocedió un paso y alguien protestó porque le había pisado el pie.

«¡Arrg! ¡Necesitamos luz ahora mismo! —pensó, exasperada—. Bueno, yo misma puedo remediar eso…».

Se concentró, y de pronto un resplandor inundó el sótano. Todos se quedaron callados. Tessia suponía que la familia y su padre estaban tan deslumbrados como ella, por lo que redujo la intensidad de la bola de luz que flotaba cerca del techo.

Al mirar alrededor, se percató de que el herrero y su familia la observaban fijamente. Hasta su padre parecía estupefacto. Notó que se le encendían las mejillas. Entonces Yaden soltó un gemido de dolor, y todos los ojos se posaron de nuevo en él. Tessia suspiró aliviada. Tendieron al muchacho sobre la mesa. El padre de Tessia le entregó su bolsa y se colocó junto a Yaden. Ella extrajo el quemador y comenzó a prepararlo sobre un taburete viejo. La esposa del herrero la observó con recelo antes de reunir a todos los niños y llevárselos del sótano.

«Da la impresión de que se los lleva para apartarlos del peligro, y no para que no estorben».

Durante las horas siguientes, aplicaron los métodos y rutinas de siempre, pero también técnicas de cirugía, con las que ella no estaba tan familiarizada. En cierto momento, su padre alzó la vista hacia el globo de luz y pidió a Tessia que lo acercara a la mesa. Que él aceptara su uso de la magia le infundió ánimos. Al herrero se le escapó un grito ahogado cuando Veran practicó el primer corte, y salió a toda prisa del sótano.

Finalmente terminaron. Tessia guardó en la bolsa de su padre el último instrumento después de purificarlo con el fuego. Yaden yacía inconsciente, pero el ritmo de su respiración y de la sangre era constante y vigoroso. Tras echar un último vistazo al chico, absorto, Veran se volvió hacia Tessia.

Sonrió y lanzó una mirada significativa al globo de luz.

—Ha sido un truco muy práctico. Me alegra comprobar que has estado prestando atención en clase.

Ella se encogió de hombros.

—Es como aprender a poner bien las vendas. Cuando sabes cómo hacerlo, no piensas demasiado en ello. Estoy segura de que hay aplicaciones de la magia mucho más difíciles de aprender.

Algo cambió en la expresión de su padre, y el buen humor se desvaneció de su sonrisa por un momento.

—Sin embargo… imagino que podría resultar inquietante para los aldeanos que siguieras dándoles esta clase de sorpresas.

—Sí —asintió ella—. Creo que tal vez los he asustado. Ahora que he visto su reacción… me parece que intentaré no volver a llamar la atención de ese modo.

—A menos que sea necesario. —Veran se encogió de hombros—. Estoy seguro de que si tuvieras que defender la aldea o salvar una vida, lo comprenderían. Más vale que comuniques a la familia que hemos terminado.

Ella le pasó su bolsa y se dirigió a la puerta. En el suelo del pasillo había una lámpara. La recogió, la dejó junto al chico y apagó su globo de luz, de manera que la habitación quedó iluminada únicamente por el brillo reconfortante de la lámpara.

—Había forasteros.

Tessia y su padre se quedaron inmóviles y se miraron. Ella levantó la lámpara y la sujetó junto a un lado de la cara de Yaden. Tenía los ojos abiertos. Los clavó en Veran.

—Forasteros en las montañas —susurró el chico—. Los hijos de los cazadores nos lo contaron. Papá no quería que molestáramos a lord Dakon, pero podría ser importante. ¿Se lo dirán?

El padre de Tessia se volvió hacia ella por un instante, luego miró de nuevo a Yaden y asintió.

—Por supuesto. Seguramente ya lo sabe.

El chico hizo una mueca.

—Duele.

—Lo sé. Ahora le daré a tu madre algo que sirve para aliviar el dolor. Ten paciencia. Pronto te lo traerá. —Dio unas palmaditas suaves en el hombro al muchacho, hizo una seña con la cabeza a Tessia y la siguió hasta la puerta.

—Podría estar delirando. Aun así, si su padre sabe algo, significa que lo que nos ha dicho no tiene nada que ver con la enfermedad. En ese caso, ¿podrías…?

—Se lo comentaré a lord Dakon —respondió ella con un gesto de afirmación.

Veran sonrió y devolvió su atención al chico. Cuando Tessia echó a andar por el pasillo, la esposa del herrero asomó la cabeza por la puerta de la cocina.

—¿Está…?

—Está bien —le informó Tessia—. ¿Podría traer más agua limpia?

Mientras los criados retiraban los platos sucios, lord Dakon descorchó la segunda botella de vino y sirvió de nuevo a Tessia y Jayan. Los aprendices, con aspecto sorprendido, alzaron su copa en señal de agradecimiento. Los dos habían estado más callados de lo normal durante la cena. Por lo común, uno u otro conversaban con él cuando estaban sentados a la mesa. Tessia adquiría más confianza con él a medida que transcurrían las semanas, si bien rara vez hablaba con Jayan.

La distancia que había entre ellos contrariaba a Dakon. Jayan era el primer responsable. Aunque el joven no se caracterizaba por su extroversión, era lo bastante sociable y alegre para llevarse bien con la mayoría de la gente. No obstante, saltaba a la vista que le tenía ojeriza a Tessia desde el momento en que ella había llegado.

Ella había tardado un par de semanas en darse cuenta. Jayan no se comportaba de un modo cruel o mezquino. Sin embargo, su actitud impaciente y desdeñosa acabó por delatarlo, y desde entonces Tessia se había mostrado discretamente desafiante, ignorándolo cuando podía y soltándole algún que otro comentario deliciosamente mordaz cuando la provocaba.

Dakon casi disfrutaba al observarlos a los dos. Casi.

Aquella noche, Tessia parecía preocupada por algo. Jayan, por su parte, demostraba un interés poco habitual en Tessia, y la contemplaba con aire meditabundo de vez en cuando. Era una suerte que Tessia estuviera tan distraída, pues Dakon estaba seguro de que, de lo contrario, el comportamiento del aprendiz mayor le habría parecido irritante y sospechoso.

—Tengo algo que anunciaros —les dijo. Ellos enderezaron la espalda y lo miraron con curiosidad expectante—. Dentro de una semana, viajaremos a Imardin.

Tessia puso los ojos como platos. Jayan, en cambio, se repantigó en su silla, sonriendo con evidente satisfacción.

—¿A Imardin? —repitió Tessia.

—Sí. Viajo allí una vez al año —explicó Dakon— por asuntos de negocios, para comprar lo que no se puede conseguir aquí en Mandryn y visitar a algunos amigos.

Ella asintió. Dakon sabía que esta información no la sorprendería demasiado. Al igual que todos los aldeanos, debía de haber reparado en que se ausentaba cada año, sobre todo porque cuando volvía traía consigo remedios e ingredientes para su padre. Lo que la sorprendió fue la noticia de que ella viajaría con él, cosa que quedó confirmada por su pregunta siguiente.

—¿Iremos los dos con vos? —preguntó, mirando de reojo a Jayan, que frunció el ceño al oírla.

—Por supuesto. Jayan suele ir para ver a su familia. El rey exige que los magos le notifiquen sus intenciones de tomar un aprendiz. Aunque tú eres una nata y nadie puede impedir que aprendas magia, ni siquiera el rey, debo darle al menos la oportunidad de conocerte.

Ella echó otra mirada a Jayan.

—Espero que esto sea una pregunta tonta, pero ¿qué pasaría si alguien atacara la aldea mientras Jayan, vos y yo estamos fuera?

No era la pregunta que Dakon esperaba, pero si a Tessia le preocupaba la seguridad de su familia, era lógico que esto la tuviera más intranquila que la perspectiva de conocer al rey.

Dakon advirtió que Jayan ya no tenía el ceño fruncido. Daba la impresión de estar esforzándose por no dejar que asomara a su rostro expresión alguna.

—Lord Narvelan se ocuparía de ello —le aseguró Dakon—, del mismo modo que yo me ocupo de cualquier problema que pueda surgir en su señorío durante su ausencia.

Ella movió la cabeza afirmativamente, pero seguía teniendo una arruga entre las cejas. Tamborileó suavemente con los dedos sobre la mesa, antes de respirar hondo y alzar la vista hacia él de nuevo.

—Hoy, cuando estábamos tratando al chico del herrero, nos ha dicho que los hijos de los cazadores afirmaban haber visto forasteros en las montañas… y que vos debíais saberlo. —Extendió las manos a los lados—. Quizá sea un disparate. El herrero cree que no es más que un cuento inventado por los niños para asustarse entre sí.

Dakon mantuvo una expresión neutra mientras meditaba sobre sus palabras. Era posible que se tratara únicamente de una habladuría o de un cuento de miedo, como había aventurado ella. O tal vez los forasteros no eran otra cosa que viajeros kyralianos, o incluso bandoleros. Quizá el temor de Narvelan a una invasión fuera lo que daba un toque siniestro a la noticia.

O la creencia de Hanara de que Takado regresaría a buscarlo. Dakon le había leído la mente aquella mañana, tras decidir que sería una imprudencia dejar la aldea sin asegurarse al menos de que el antiguo esclavo no tramara algo. Por fortuna, el hombre se había sometido voluntariamente a la lectura mental. Dakon no estaba seguro de qué habría hecho si se hubiera negado. Lo había reconfortado comprobar que estaba en lo cierto: Hanara no abrigaba intenciones terribles respecto a Mandryn. De hecho, el miedo de Hanara a que su amo volviera ponía de manifiesto las ganas que tenía de quedarse en Kyralia y lo improbable que era que volviese corriendo al lado de Takado. Dakon no encontró indicio alguno en los recuerdos del antiguo esclavo de que el mago sachakano hubiera mencionado o insinuado la posibilidad de regresar.

«Aun así, estos rumores hacen que me alegre de que Narvelan sea tan diligente. Debería investigarlos y comunicarle cualquier novedad al respecto».

—Enviaré a alguien a hablar con los cazadores para ver si esa historia tiene algún fundamento —le dijo a Tessia.

Ella asintió y desvió la mirada. Por un momento, Dakon esperó a que Tessia diera alguna señal de que se acordaba de lo que él había dicho sobre el rey, pero ella se quedó callada, como si no lo hubiera oído o lo hubiese olvidado.

—¿Alguna otra pregunta? —dijo él.

Tessia frunció el entrecejo de nuevo.

—¿Cuánto tiempo estaremos fuera?

—Un mes por lo menos. Se tarda una semana en llegar a la ciudad en esta época del año porque los caminos todavía están mojados.

La arruga entre las cejas de Tessia se hizo más profunda. Dakon, que sabía que la corroían las dudas respecto a cómo se las arreglaría su padre sin ella, sonrió. Según todos los testimonios, el nuevo ayudante del sanador aprendía deprisa. El mago decidió cambiar de tema.

—Nunca has estado fuera de Mandryn, ¿verdad?

Ella negó con la cabeza.

—Será una experiencia nueva para ti, entonces. Proseguiremos con las clases durante el viaje. De ese modo nos distraeremos y tú seguirás avanzando en tu educación. Me temo que Jayan y yo hemos recorrido el trayecto tantas veces que seguramente solo nos fijaremos en la lluvia y el frío.

»Nos alojaremos en casa de dos lords del campo cuando pasemos por sus señoríos. Por lo demás, pernoctaremos en los pueblos a los que consigamos llegar antes del anochecer, en la residencia del burgomaestre. En Imardin nos hospedarán lord Everran, un amigo mío, y lady Avaria, su esposa. Heredó una de las grandes Casas de la ciudad, un edificio enorme y medio vacío. Los dos son magos; tal vez te resulte interesante conversar con otra mujer maga, aunque probablemente lady Avaria preferirá llevarte de compras por la ciudad y a visitar a sus amigas, que te incitarán a gastarte toda la asignación que voy a darte y más.

Tessia abrió mucho los ojos.

—No tenéis por qué…

—Oh, créeme, tengo que hacerlo —le aseguró él—, o de lo contrario Avaria me cantará las claras. Además, no sería justo que le diera a Jayan un poco de dinero para sus gastos sin hacer lo mismo por ti. —Se volvió hacia Jayan, que se encogió de hombros—. ¿Tienes alguna pregunta?

Jayan sacudió la cabeza y luego titubeó.

—¿Queda algo de vino?

Dakon se rio y extendió la mano hacia la botella.

—Creo que lo que queda alcanzará para llenar las tres copas hasta la mitad. Luego podríamos contar algunas anécdotas de nuestros viajes.

—¿Estás seguro de que es una buena idea? —inquirió Jayan, mirando a Tessia de soslayo—. ¿O es que quieres quitarle las ganas de acompañarnos?

Dakon restó importancia al asunto con un movimiento de la mano.

—Oh, nunca nos ha pasado nada verdaderamente peligroso o desagradable.

—¿No? —preguntó Jayan, con una expresión de claro desacuerdo.

—Nada que no sea material para una buena historia, quiero decir.

Tessia arqueó las cejas mientras Dakon desplegaba una gran sonrisa.

—Bueno, me acuerdo de aquella vez que yo estaba ayudando a Jayan a perfeccionar su técnica para crear bolas de fuego…