—Aunque la mayoría de la gente dice que la ley permite a los magos hacer lo que les plazca, lo cierto es que estamos sujetos a ciertas restricciones —dijo lord Dakon.
Tessia observó cómo caminaba de un lado a otro de la biblioteca, como era su costumbre cuando impartía clase. Las lecciones de las últimas semanas habían consistido en intentos breves de alcanzar el control, como el primer día, y también en sesiones más largas en que le enseñaba las leyes de Kyralia, un poco de historia con la que ya estaba familiarizada gracias a su padre pero que le interesaba conocer desde la perspectiva de los magos, y la estructura que tendrían sus estudios a lo largo de los años siguientes. Solía desviarse del tema que estaba tratando para hablar de la cultura y la política de Sachaka, del comercio que practicaba con otros señoríos y con la ciudad, o del intrincado mundo de las familias más poderosas de Kyralia.
—La primera restricción es que nada de lo que hagamos debe perjudicar a Kyralia —prosiguió—. Ahora bien, la distinción entre lo perjudicial y lo que no lo es puede ser subjetiva. Construir una presa puede solucionar problemas de almacenamiento de agua, pero inunda las tierras de arriba y reduce la cantidad de agua que fluye por las tierras de abajo. Una mina, un horno o una forja situados río arriba pueden llevar prosperidad a la zona, pero también ensuciar el agua y envenenar a los peces, las cosechas, el ganado y las personas que viven río abajo. —Dakon dejó de caminar para fijar la vista en ella—. En última instancia, el rey decide lo que debe considerarse perjudicial. Sin embargo, antes de informar al rey hay que realizar una larga serie de trámites, así como intentar que el reclamante y el mago lleguen a un acuerdo. De no ser por este procedimiento previo, el monarca tendría que dirimir un número imposible de disputas. —Hizo una mueca—. No entraré en detalles sobre el procedimiento ahora mismo, porque explicártelo me llevaría toda la tarde. ¿Alguna pregunta?
Tessia estaba lista para el interrogatorio. Si no le hacía preguntas, Dakon le daría un sermón sobre lo necesario que era que se las hiciera. Le había asegurado que no había preguntas tontas ni inoportunas.
Pero era evidente que el aprendiz Jayan no estaba de acuerdo. Cuando ella tenía que asistir a clase con él por la tarde por haber tenido que ayudar a su padre por la mañana —cosa que por fortuna solo había ocurrido tres veces hasta ese momento—, el buen humor con el que volvía se evaporaba tras pasar una incómoda tarde soportando las risitas burlonas mal disimuladas, los suspiros y las miradas desdeñosas de Jayan.
Por eso Tessia era renuente a formular preguntas y estaba resuelta a plantear únicamente las que no le parecieran ridículas.
—El rey es mago —dijo—. ¿Está sujeto a las mismas restricciones? ¿Quién decide si lo que hace él es perjudicial o no?
Dakon sonrió.
—Es un mago, en efecto, y sí, está sujeto a las mismas restricciones. Si alguna vez se le acusa de perjudicar a su reino, los señores de Kyralia deben decidir si la acusación tiene fundamento, y debemos determinar entre todos si es necesario tomar medidas.
—¿Qué medidas tomaríais?
—Las que correspondan al delito, supongo. La ley no establece medidas o castigos concretos para estos casos.
—El rey es un mago poderoso, ¿verdad?
Oyó un resoplido procedente del sitio donde Jayan estaba sentado, pero resistió el impulso de volverse hacia él.
—Eso es un rumor, y es falso —respondió Dakon—. Las dotes innatas de un mago pueden ser pequeñas o grandes, pero eso resulta irrelevante cuando se ha aprendido la magia superior. Entonces la fuerza del mago se basa exclusivamente en la magia que haya absorbido de sus aprendices. Un mago, claro está, puede renunciar a tener aprendiz y depender únicamente de su fuerza innata; no todos los magos tienen tiempo o ganas de enseñar. El rey no dispone de tiempo para entrenar aprendices porque su primera responsabilidad es preocuparse del estado del país. Se le permite recibir energía de otros magos, por lo general un pequeño grupo de amigos leales, a veces como pago de una deuda o un favor.
Tessia meditó sobre esto en silencio. A veces le daba la impresión de que la ciudad era un mundo totalmente distinto en vez de la capital de su país.
Una tosecilla de Jayan captó la atención de Dakon, que sonrió con desagrado.
—Ya seguiremos con este tema en otro momento. Por ahora, creo que hemos hablado suficiente de leyes y de historia. Es hora de poner a prueba tu capacidad de control otra vez. No, quédate donde estás.
Tessia, que estaba levantándose de su asiento, se detuvo.
—¿No vamos a salir al campo?
Él sacudió la cabeza.
—Creo que ya has superado la fase más peligrosa. ¿Recuerdas haber utilizado la magia involuntariamente la semana pasada?
Ella hizo memoria y negó con un gesto.
—Bien. Entonces pongámonos en una postura más cómoda.
Se sentó junto a ella, y los dos colocaron las sillas de manera que estuvieran orientadas la una hacia la otra. Tessia vio entonces a Jayan, que estaba sentado en el rincón, observándolos, con una pequeña arruga en el entrecejo.
Ella tendió las manos a lord Dakon. Cuando el mago se las tomó con delicadeza, Tessia cerró los ojos. Los abrió enseguida, mirando a Jayan, y lo sorprendió con una mueca descarada en los labios, una expresión de desprecio o disgusto que él se apresuró a borrar de su rostro. Ella sintió una punzada de aflicción, seguida de cierta curiosidad.
«No le caigo nada bien —pensó—. Me pregunto por qué».
Le vinieron a la mente varias razones posibles, lo que minó su capacidad de tranquilizarla y concentrarse. ¿Era por su origen humilde? ¿Por ser mujer? ¿Tenía ella alguna costumbre que le producía asco o irritación?
¿O tal vez, pensó de pronto, se trataba de resentimiento? ¿Había perdido algo cuando Dakon la había tomado como aprendiz? ¿Posición social? No, la presencia de Tessia en la Residencia no le impediría convertirse en mago ni pondría en peligro los contactos o la influencia que tuvieran él o su familia.
Fuera cual fuese el motivo, debía de tener algo que ver con Dakon. El mago era la única persona en Mandryn que podía tener algo que interesara a Jayan. De pronto, a Tessia se le ocurrió por fin una solución al enigma. Dakon no tenía hijos. Ella había supuesto que, si nunca llegaba a tenerlos, el señorío pasaría a manos de algún pariente, como en el caso de lord Gempel, el predecesor de Narvelan. Pero tal vez los aprendices podían heredar señoríos.
Aun así, Jayan, por ser mayor que ella y de noble linaje, tenía sin duda más posibilidades de ser nombrado heredero. La idea de que ella pudiera recibir un señorío en herencia se le antojaba tan extraña y ridícula que estuvo a punto se soltar una carcajada. «El motivo no puede ser ese —pensó—. Debe de haber algo más».
Tendría que reflexionar sobre ello más tarde. Por lo pronto, lo único que podía hacer era ignorarlo. Salvo si él adoptaba una actitud abiertamente hostil, decidió. Entonces le plantaría cara. Al fin y al cabo, se había enfrentado a un mago sachakano. Había lidiado con adultos alterados por el dolor y la enfermedad. No se dejaría intimidar por un simple aprendiz kyraliano.
Una vez tomada esta decisión, estuvo en condiciones de despejar su mente y concentrarse en la lección de control de Dakon. Como de costumbre, visualizó una caja y la abrió con nerviosismo. Dentro estaba su poder, una esfera de luz brillante que giraba sin cesar. La tocó, la sostuvo en la mano, incluso le dio un apretón, antes de guardarla en la caja y bajar la tapa.
Cuando abrió los ojos, Dakon se reclinó en su asiento y le sonrió. Acto seguido se puso de pie, se acercó a un estante y bajó de él un pesado cuenco de piedra que estaba sujeto entre dos hileras de libros. Lo depositó en el suelo, delante de ella, rasgó un trozo de papel y lo dejó caer en el cuenco.
—Fíjate en el papel —le indicó—. Quiero que recuerdes qué sentías cuando sostenías tu poder entre las manos. Luego, quiero que tomes una pequeña parte, solo una pizca, y la proyectes hacia el papel. Al mismo tiempo, debes pensar en un calor intenso. Piensa en el fuego.
Esto era muy diferente de las clases que ella había recibido antes. Lo miró con aire inquisitivo, pero él se limitó a señalar el cuenco con la cabeza.
Tessia respiró hondo, se inclinó hacia delante y fijó la vista en el papel. Recordó lo que había sentido al sujetar y apretar su magia. La sensación seguía allí, pese a que ella tenía los ojos abiertos.
No era muy distinta de la sensación que había experimentado cuando su poder se había desatado de forma incontrolada, aunque le parecía… menos escurridiza.
No se atrevió a pestañear.
Sin dejar de contemplar el recipiente de piedra, tomó un pellizco de la magia que percibía y notó que esta respondía. Temerosa de que si esperaba demasiado aquella porción de magia se le escaparía de las manos, la lanzó hacia el papel rasgado.
Sintió calor en la frente cuando el aire que tenía delante se calentó de golpe. El cuenco se deslizó por el suelo, alejándose de ella, y unas llamas parpadeantes empezaron a arder en su interior.
—¡Lo has conseguido! —exclamó Dakon, con una mezcla de sorpresa y satisfacción—. Ya me imaginaba que estarías preparada.
—Sí, lo ha conseguido.
Tessia se sobresaltó al percatarse de que Jayan estaba de pie junto a su silla, mirando el papel en llamas por encima de su hombro. El olor a humo le picaba en la nariz. Con una mueca, Jayan movió ligeramente el dedo.
Al volver la vista de nuevo hacia el cuenco, ella advirtió que ahora el humo estaba contenido por un escudo invisible. Al cabo de unos momentos, las llamas se redujeron hasta apagarse. Tessia sintió una vaga desilusión al ver que el resultado de su primer uso controlado de la magia se extinguía.
Se percató de que Dakon observaba a Jayan con expresión pensativa. El joven aprendiz se encogió de hombros, regresó a su asiento y cogió de nuevo el libro que había estado leyendo. Sin decir nada, Dakon se volvió hacia Tessia.
—Bien. Creo que puedo declarar oficialmente que has alcanzado el control sobre tu poder, Tessia —anunció—. Ya no tenemos por qué temer nuevos destrozos, aunque he de reconocer que el salón que tuvimos que redecorar tiene mucho mejor aspecto ahora que antes.
Al notar que se ruborizaba, ella apartó la mirada.
—¿Y ahora qué?
—Vamos a celebrarlo —dijo él. Al otro lado de la habitación, sonó un gong pequeño colocado en una hornacina—. Después de todo, nunca había oído que un mago fuera capaz de alcanzar el control en solo dos semanas. Yo tardé tres, y Jayan, cuatro.
—Tres y media —lo corrigió Jayan, sin alzar la vista de su libro—. Y perdimos tres días cuando lord Gempel se presentó para charlar y decidió quedarse por aquí, saqueando tu bodega.
Dakon se rio.
—Era un anciano. ¿Cómo iba a negarle descanso y un poco de compañía de vez en cuando?
Jayan no respondió. Dakon se volvió hacia la puerta al oír que alguien llamaba. Tessia advirtió que su mirada se volvía más penetrante cuando utilizaba la magia. La puerta se abrió sola, y Cannia entró en la habitación.
—Tráenos una botella de vino, Cannia. De vino bueno. Ahora que las lecciones sobre control han finalizado para Tessia, es el momento de que aprenda algo que todo kyraliano respetable debe saber: cuáles son nuestros mejores vinos.
Cuando la criada esbozó una sonrisa y se marchó, Tessia centró de nuevo su atención en su magia. Esta conciencia que acababa de adquirir de algo en su interior que había descubierto durante las primeras clases y que había reforzado con numerosos ejercicios le resultaba familiar. Entonces se acordó de lo consciente que estaba de la ubicación y los ritmos de su corazón y sus pulmones después de que su padre le enseñara esquemas de un cuerpo con estos órganos marcados y empezara a explicarle cómo funcionaban.
Sin embargo, la magia era distinta. Ella no necesitaba controlar su corazón ni sus pulmones. Podía olvidarse de ellos y confiar en que siguieran latiendo y respirando. Aunque Dakon le había asegurado que con el tiempo llegaría a controlar su poder sin darse cuenta, no debía dejar de ejercer ese control en ningún momento.
Por primera vez, esta perspectiva no le dio miedo.
Jayan bostezó mientras atravesaba el patio en dirección a las caballerizas. La hierba de los prados circundantes estaba blanca a causa de la escarcha, y su aliento se condensaba en el aire. Al notar que el frío le atravesaba la ropa, creó un escudo a su alrededor y caldeó el aire del interior.
La magia era útil para combatir el frío, pero no servía para hacer nada respecto a la hora intempestiva. ¿Por qué lo había mandado llamar Dakon? Malia no había podido o querido decirle nada salvo que encontraría a Dakon en las caballerizas.
Cuando un hombre emergió del oscuro interior de las cuadras conduciendo a un caballo ruano, a Jayan se le nubló aún más el ánimo. Dakon le había dado trabajo a Hanara en las caballerizas, y Jayan tenía que reconocer que había sido una jugada astuta. De ese modo, mantenía al antiguo esclavo fuera de la casa pero no lo perdía de vista. No obstante, esta situación obligaba a Jayan a tratar con él cada vez que quería o necesitaba montar a caballo.
Hanara mantenía la vista baja y la espalda encorvada. Esta aparente mansedumbre solo puso más nervioso a Jayan.
—Para vos, maestro —dijo el hombre.
Jayan estuvo a punto de recordarle que ese título no era apropiado. Nadie debía llamarlo «maestro» excepto su aprendiz, cuando lo tuviera, una vez que fuese mago. La única vez que había intentado explicárselo a Hanara, este se había quedado mirando el suelo, en silencio, y después había vuelto a nombrarlo así.
Hanara hizo girar la yegua para orientar hacia Jayan el costado por el que debía montarla y se situó junto a su cabeza. Tras hacer una pausa, Jayan cogió las riendas que le tendía el hombre y las sujetó mientras se aupaba sobre su lomo. Oyó a su derecha unos sonidos de cascos que preludiaron la salida de Dakon de la caballeriza, conduciendo a Aguanieve, su caballo castrado preferido.
—Buenos días, aprendiz Jayan —saludó Dakon—. ¿Te apetece dar un paseo?
—¿Acaso tengo elección? ¿Puedo desmontar y volver dentro para estudiar? —preguntó Jayan, en un tono ligeramente más cortante de lo que pretendía.
Los labios de Dakon se curvaron en una sonrisa.
—Sería una pena, teniendo en cuenta que Hanara ha pasado tanto rato aparejando a Ámbar para ti.
—Sí, una auténtica pena —respondió Jayan con sarcasmo—. Bueno, ¿adónde vamos tan temprano?
—A hacer nuestro recorrido habitual de la aldea —dijo Dakon, apoyando un pie en el estribo de Aguanieve.
Montó sobre él, se acomodó en la silla del rucio y le picó los costados con suavidad para que echara a andar. Con un suspiro, Jayan espoleó a su montura y lo siguió.
Cuando salieron del recinto de la Residencia, Jayan vio que ya había algunos aldeanos despiertos y entregados a sus quehaceres. El panadero, por supuesto, estaba llevando a cabo sus entregas matutinas habituales. Unos cuantos chicos cargaban con fajos de leña desde un carro hasta las puertas de las casas y los dejaban junto al umbral.
Al cabo de poco rato, Dakon y Jayan llegaron al límite de la aldea. Tras cruzar el puente, se dirigieron hacia el sur.
—No te fías de Hanara, ¿verdad? —preguntó Dakon.
Jayan sacudió la cabeza.
—No. Y creo que tú tampoco deberías.
—No me fío, aunque tal vez mi desconfianza no sea tan grande como la tuya. —Se volvió hacia Jayan—. No espero su lealtad ni le confío información secreta (aunque no la tengo), pero sí confío en que sujetará la cabeza de mi caballo mientras yo me subo a él. Sería mezquino y estúpido por su parte intentar espantar a un caballo mientras montamos en él. Sabe que yo lo expulsaría de la aldea si pensara que ha sido un acto deliberado.
—¿Y si no estuvieras seguro? —inquirió Jayan.
—Le daría otra oportunidad. Seguramente dos. La primera vez puede ser un error; la segunda, fruto de la mala suerte o de una coincidencia; la tercera, una prueba de mala fe o de torpeza que como mínimo demostraría que no sirve para el trabajo que le he dado.
—¿Y si alguien resultara herido?
—Me vería obligado a leerle la mente.
Jayan frunció el entrecejo.
—¿Todavía no lo has hecho?
—No. No soy un ashaki sachakano. —Dakon arqueó una ceja—. ¿No sientes la menor compasión hacia él?
Jayan apartó la vista y suspiró.
—Un poco. Bueno, supongo que más que un poco, pero eso no significa que me fíe de él. Si Takado regresara, estoy convencido de que Hanara se pondría a su servicio sin dudarlo.
—¿Tú crees? Ahora es un hombre libre. Takado me dijo que podía hacer lo que quisiera con él. Hanara lo sabe. ¿Aceptaría de nuevo la esclavitud voluntariamente?
—Sí, si no ha conocido nada más. Si le diera miedo hacer otra cosa.
—Nadie le obliga a quedarse. Podría marcharse y volver a Sachaka si así lo deseara. —Dakon sonrió—. Está adaptándose a una vida distinta. Probablemente le guste más cuanto más tiempo viva en libertad. Y le gustará aún más si todos los kyralianos con los que se relaciona no lo miran con recelo.
Jayan asintió de mala gana.
—Pero eso no servirá de nada si no te respeta —señaló—. Si Hanara vuelve a encontrarse frente a frente con Takado, su reacción dependerá de a quién tema y respete más, a Takado o a ti.
—Cierto.
—Y es posible que nunca llegue a respetar a un hombre a quien no teme, si este es su único elemento de juicio. Quizá el miedo sea mucho más importante para él que la confianza.
Dakon, con el ceño arrugado, se sumió en un silencio, absorto en sus pensamientos. Dejaron la carretera y enfilaron un camino de carros que ascendía con una pendiente constante a lo largo de una cordillera que dominaba la aldea. Jayan bajó la vista hacia la doble hilera de casas que se extendía desde el río hasta el final del pequeño valle. La residencia de Dakon tenía un piso más y era varias veces más grande que las otras construcciones. Cada vez que Jayan contemplaba la aldea desde lo alto, se preguntaba cómo se las arreglaban sus habitantes para vivir y trabajar en casas tan diminutas.
—Tu desconfianza hacia Hanara me parece razonable —dijo Dakon. Jayan contuvo un suspiro de exasperación. «¿Sigue dándole vueltas a este tema?», pensó con impaciencia—. Pero no acabo de entender el problema que tienes con Tessia.
A Jayan el estómago le dio un vuelco desconcertante.
—¿Tessia? No tengo ningún problema con ella.
—Oh, desde luego que lo tienes —rio Dakon en voz baja—. Tu antipatía hacia ella es casi tan evidente como tu recelo hacia Hanara. La verdad es que no se te da demasiado bien disimular tus sentimientos, Jayan.
«Debería volverme hacia él, sostenerle la mirada y asegurarle que me alegro de que Tessia sea ahora uno de nosotros y que estoy deseando gozar de su compañía durante muchos años», se dijo Jayan. Pero todavía no. No estaba preparado. Dakon lo había pillado por sorpresa.
—Si tan mal se me da disimular mis sentimientos, ¿no debería ser evidente también la naturaleza de mi «problema»? —replicó—. Tal vez no lo entiendas porque no hay nada que entender.
—Entonces explícame por qué suspiras o pones mala cara cada vez que hace una pregunta, por qué atiendes a sus clases cuando dices que quieres leer, por qué la ignoras a menos que te hable directamente, y en esos casos por qué le das la respuesta más escueta y a menudo menos útil que se te ocurre. —Dakon soltó una risita—. A juzgar por la expresión que adoptas cuando está presente, cualquiera diría que te provoca dolor de estómago.
Jayan lanzó a Dakon una mirada fugaz y la desvió de nuevo, concentrado. ¿Qué explicación creíble podía darle? Quedaba descartado, desde luego, confesar que se sentía agraviado por cada segundo de entrenamiento que Tessia le robaba.
—Es que es tan… tan ignorante… —dijo—, tan lenta… Sé que está aprendiendo deprisa, pero no es la impresión que da. —Contrajo el rostro en una mueca, consciente de que su respuesta no era lo bastante astuta ni evasiva. «Haz que parezca que por alguna razón quieres que ella siga en la Residencia»—. Pasará mucho tiempo antes de que podamos mantener una conversación sobre magia, o practicar juntos, o jugar a algo o… lo que sea. —«Ahora, míralo»—. Se volvió hacia Dakon, clavó los ojos en él y se encogió de hombros con un gesto de impotencia.
Dakon sonrió y dirigió la vista hacia el camino que tenían delante, que conducía a la entrada de una verja.
—Seguro que al observarla te vienen a la memoria tus propios inicios, las preguntas incómodas y los intentos fallidos de hacer magia, los errores y las dificultades. ¿Sabes? —Miró de nuevo a Jayan—. Estoy convencido de que ella agradecería que la ayudaras. La has puesto un poco nerviosa, pero si le echas una mano de vez en cuando se tranquilizará. Eso no significa que debas intentar enseñarle algo nuevo totalmente por tu cuenta —añadió Dakon con severidad—. Los aprendices no deben actuar como maestros. Se considera un abuso de las obligaciones que mago y aprendiz tienen el uno para con el otro.
Jayan asintió, esperando que Dakon lo interpretara como una señal de conformidad y no como un compromiso. La conversación se interrumpió mientras se acercaban a la puerta. Cuando la hubieron cruzado, Dakon fijó la vista en Jayan, expectante.
—Prométeme que serás más amable con Tessia.
Jayan reprimió el impulso de suspirar aliviado. Podría haber sido peor. Dakon podría haberle pedido que dedicara parte de su tiempo a ayudar a Tessia.
—Prometo que seré más amable con ella —dijo—. E intentaré no «ponerla nerviosa», como tú dices.
—Bien. —Aparentemente satisfecho, Dakon espoleó a Aguanieve, que empezó a trotar.
Al ver que su maestro se alejaba, Jayan dejó escapar el suspiro. A continuación, con una mueca, picó a Ámbar en los ijares para que lo siguiera.
«Si es verdad que soy tan transparente, necesito esforzarme por dejar de serlo. Tal vez debería ver a Tessia como una oportunidad para ejercitar mis habilidades en este terreno. Después de todo, lo que aquí es un defecto sin importancia podría ser una debilidad letal en Imardin».
Más valía que intentara sacar provecho de la situación. Dakon no parecía tener la menor intención de enviársela a otro maestro. Tessia había llegado para quedarse, y él simplemente tendría que acostumbrarse a ello.