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Cuando el dolor remitió un poco, Hanara recuperó la capacidad de pensar, aunque con lentitud y dificultad debido a la droga que le había administrado la sanadora. Por otro lado, no estaba seguro de que el hecho de poder pensar supusiera una ventaja para él. Daba igual el rumbo que tomara su mente: siempre encontraba miedo y dolor.

Nunca le gustó mirar atrás. El pasado estaba repleto de malos recuerdos, y los buenos lo dejaban lleno de amargura. No resultaba fácil encontrar un pensamiento agradable que lo distrajera de su situación en aquellos momentos. Aunque no lo recorriera un dolor lacerante cada vez que se movía, no habría podido levantarse de la cama. Tenía los vendajes tan apretados que era como si estuviera atado y amordazado.

Cavilar sobre el futuro era aún más desagradable. La criada que le daba de comer le había dicho en su última visita que su amo se había marchado. Según ella, Takado se había ido, tras declarar que tenía la intención de regresar a su ciudad, en Sachaka.

Le había asegurado a Hanara que ahora estaba a salvo.

«No tiene la menor idea —pensó él—. Ninguno de estos kyralianos la tiene, salvo tal vez lord Dakon, el mago. Takado volverá. No le queda otro remedio».

Los magos sachakanos nunca liberaban a los esclavos corrientes, y menos aún a los que utilizaban como fuente de energía. Jamás los dejaban en territorio enemigo. Al menos si seguían con vida.

«Cuando regrese, o me llevará consigo o me matará».

Si para entonces Hanara no había sanado lo suficiente para resultar útil a Takado, la segunda opción era la más probable. Ningún mago sachakano estaría dispuesto a perder el tiempo curando las heridas de un esclavo, a esperar mientras este luchaba por sobrevivir o a mantener un esclavo demasiado débil o lisiado para servir a su amo debidamente.

«¿Se habrían esforzado tanto los sanadores si hubieran sabido que había una posibilidad de que sus desvelos fueran inútiles?».

Al acordarse de la joven, Hanara sintió una extraña opresión en su interior. Su tacto era delicado, y sus palabras amables. En su país no podía existir una persona así. Solo en Kyralia era concebible que una mujer de su edad estuviese libre de malicia y amargura.

Ella era como todas las cosas buenas que había visto en aquella tierra y que despertaban en él un hondo anhelo pese a que las despreciaba. Deseaba que Takado nunca hubiera visitado Kyralia. La sanadora era como aquel país: joven, libre, dichosamente ignorante de la suerte que tenía. Costaba imaginar que ella fuera capaz de defenderse del poder cruel de la magia sachakana, pero incluso su amo había reconocido que los kyralianos podían ser «irritantemente combativos» cuando los amenazaba un peligro.

«Takado. Seguro que vuelve».

Si bien los esclavos valiosos como Hanara no abundaban, tampoco eran insustituibles. Takado realizaría una prueba a todos sus esclavos cuando llegara a casa, y sin duda encontraría alguno con la suficiente energía latente para convertirse en su nueva fuente principal de magia. Después de todo, en cuanto había descubierto el poder latente de Hanara, se había asegurado de que su esclavo fuente tuviera una prole numerosa.

«De todos modos, ¿qué más me da quién vaya a sustituirme? Cuando estás muerto, estás muerto —pensó—. Y si Takado encuentra otro esclavo fuente, será más probable que me mate cuando regrese aquí si no me he recuperado lo bastante o con la suficiente rapidez».

Pero no podía evitar que eso ocurriera. Apenas podía moverse. No podía hacer otra cosa que yacer inmóvil, preguntándose, como había hecho durante toda su vida, si sobreviviría al día siguiente.

Las miniaturas eran asombrosas. Jayan las observó con detenimiento, pensando por qué no se había fijado en ellas antes. Los ojos diminutos de la mujer del retrato incluso estaban bordeados de pestañas, y Jayan se preguntó qué clase de pincel trazaba líneas tan finas. Se apreciaba un rubor sutil en la mejilla de la mujer. Era bastante bonita, decidió.

«¿De dónde habrá sacado tiempo lord Dakon para comprar obras de arte mientras agasajaba a Takado? ¿O es que esto ha estado aquí siempre y no me había dado cuenta hasta ahora?».

Empujó con el dedo uno de los cuadros, que se balanceó suavemente de un lado a otro en la pared. Debajo había una ligera sombra oscura allí donde la pintura no se había desvaído tanto como la zona expuesta en torno a la miniatura.

«Llevan años aquí —reflexionó—. Es como si me hubiera ausentado durante un tiempo. Estoy reparando en cosas a las que me había acostumbrado tanto que ya no las veía».

Pero no había estado viajando por el país, sino encerrado en su habitación. Ahora, según Malia, el motivo de su reclusión había desaparecido. Takado, el mago sachakano, había recogido sus escasas pertenencias, había ordenado que ensillaran su caballo y acomodaran los fardos sobre su bestia de carga, y había partido.

Tan pronto como a Jayan le habían comunicado la noticia, había ido en busca de lord Dakon. Mientras recorría la casa, se percató de que los criados charlaban animadamente, lo que contribuyó a darle la impresión de que el lugar se había librado por fin de una fuerza opresiva. En una sala, vio que estaban guardando la vajilla de plata en una vitrina ornamentada; frente a otra habitación de la planta de invitados, se cruzó con varias doncellas que llevaban la ropa de cama a lavar.

Una de ellas señaló una puerta cerrada con un movimiento de la cabeza y formó con la boca la palabra «esclavo».

Jayan se había quedado mirando la puerta. De modo que todavía se cernía sobre la Residencia una sombra siniestra. Le había sorprendido enterarse de que el sachakano había dejado allí a aquel hombre. Quizá la información que Malia le había dado sobre la mejoría del esclavo era errónea.

Había reservado la planta de invitados para el final. Era posible que Malia estuviera equivocada respecto a la partida del sachakano. También era posible que Takado hubiera regresado a buscar algo que hubiese olvidado.

«No estaré del todo tranquilo hasta que Dakon confirme que Takado se ha ido de verdad y de forma definitiva».

Un olor a quemado llegó hasta su nariz cuando avanzaba por el pasillo, lo que aumentó su ansiedad. Echó una ojeada por una puerta abierta… y se paró en seco.

—¿Qué…? —farfulló.

Un rincón de la habitación estaba hecho un caos. Había grietas en las paredes, y el suelo y los muebles estaban chamuscados. Se acercó al umbral y contempló aquel escenario de destrucción.

—¿Qué dirías tú que ocasionó esto?

Al reconocer la voz, Jayan se volvió hacia lord Dakon, que estaba sentado en un sillón de cara al estropicio, con la cabeza apoyada en una mano y el codo en el brazo del sillón. Parecía totalmente absorto en sus pensamientos.

Jayan advirtió que el lado de la habitación en que se encontraba el mago no había sufrido el menor daño. Se volvió para hacer un examen crítico de los desperfectos.

—Takado —respondió Jayan. Los destrozos debían de tener un origen mágico, y Dakon no le habría formulado aquella pregunta si los hubiera causado él.

—A mí también me lo pareció en un primer momento, pero no tiene sentido.

—¿No? Entonces, ¿no estabas aquí cuando sucedió?

—No. —Dakon se puso de pie y bajó la vista a la alfombra de la habitación. Tenía una esquina chamuscada. Se acercó a la zona quemada hasta pisarla y giró en redondo. A continuación, señaló un punto del suelo situado a pocos pasos—. Ponte allí.

Perplejo, Jayan obedeció.

—Ahí es donde estaba tumbada Tessia.

—¿Tessia? —preguntó Jayan—. ¿La hija del sanador? —Acto seguido, añadió—: ¿Tumbada?

—Sí. —Dakon reculó, mirando hacia atrás mientras pasaba por encima de una silla rota. Cuando estaba a punto de llegar al rincón más ennegrecido de la habitación, se detuvo—. Aquí es donde estaba Takado cuando yo llegué.

Jayan arqueó las cejas.

—¿Qué hacía Tessia en la habitación con Takado?

—Había venido a atender a Hanara.

—¿Hanara?

—El esclavo.

—¿El esclavo estaba aquí?

—No, unas puertas más adelante, en el cuarto de servicio.

—Entonces, ¿por qué estaba ella aquí, en el suelo? Y… ¿por qué estaba Takado aquí, con ella? —Jayan bajó la vista a sus pies, luego miró a lord Dakon y sintió que un escalofrío le erizaba la piel cuando se dio cuenta de la dirección en que apuntaban todas las marcas de quemaduras—. Ah.

Dakon sonrió y pasó de nuevo por encima de la silla.

—Sí. La respuesta a estas preguntas tal vez sea menos relevante que sus consecuencias. Fuera cual fuese el motivo por el que esos dos estaban aquí a solas, con la puerta cerrada, el resultado fue inesperado para ambos.

—Ella acabó tendida en el suelo y… —Jayan lanzó una mirada significativa por encima del hombro de Dakon—… la habitación acabó patas arriba. A juzgar por el aspecto que tiene esto, diría que ella no estaba muy a gusto en compañía de Takado.

«Lo que significa que Tessia usó magia —pensó—. Dudo mucho que…».

El mago suspiró.

—No podemos descartar la posibilidad de que el sachakano lo dispusiera todo de manera que sacáramos conclusiones precipitadas sobre ella. No se me ocurre ninguna razón para ello, excepto la de gastarnos una broma. Pero si no lo hizo él… —Se encogió de hombros y dejó la frase en el aire.

«Si no lo hizo él, eso significa que Tessia es una nata».

Jayan miró fijamente a su maestro, intentando leer en su semblante qué sensación le producía aquel giro inesperado de los acontecimientos. Por ley, los magos de Kyralia estaban obligados a adiestrar a los natos, con independencia de quiénes fueran y de su posición social. Aunque Dakon no parecía consternado, tampoco parecía especialmente complacido. Más bien se le veía preocupado. Unas arrugas en las que Jayan nunca se había fijado le surcaban la frente y las comisuras de la boca. Esto molestó al aprendiz por razones que no guardaban relación alguna con el asunto que traían entre manos. Siempre se había sentido orgulloso y aliviado de que su maestro fuera lo bastante joven para seguir en activo en vez de… en fin, un viejo aburrido y dado a sermonear. Aunque Dakon era dieciocho años mayor que Jayan, tenía una mentalidad lo suficientemente juvenil para resultar interesante y a la vez poseía los conocimientos necesarios para ser un buen mentor. Jayan disfrutaba tanto con la compañía de Dakon como con sus clases.

«¿Y qué opino yo de que Tessia se una a nosotros?». Intentó imaginarse a sí mismo en el salón, manteniendo una conversación similar con una mujer —plebeya, por más señas—, pero no fue capaz.

Tessia no pertenecía a la misma clase social que Dakon, por lo que tal vez no participaría siempre en sus veladas. «No —decidió—. Recibirá sus lecciones por separado, pues serán tan elementales que no tendrá sentido que asista yo también. Pero le robará mucho tiempo a Dakon». De pronto, Jayan cayó en la cuenta de que aquel giro de los acontecimientos le disgustaba en muchos aspectos. Si Dakon tenía dos aprendices, se vería obligado a repartir su tiempo entre ambos. A menos que…

—No tienes por qué tomarla a tu servicio —dijo Jayan adoptando un tono tranquilizador—. Podrías enviársela a otra persona.

Dakon alzó la vista hacia Jayan y sonrió haciendo una mueca.

—¿Y alejarla de su familia? No, se quedará aquí —dijo con firmeza—. Aunque es posible que a su familia no le guste. Hay que darles la noticia con cierto tacto. Salta a la vista que su padre le profesa mucho cariño. Asustarla tendría consecuencias catastróficas. Sobre todo, no debemos infundirles grandes esperanzas para luego truncarlas. Tengo que realizarle una prueba para asegurarme de que es lo que parece.

Jayan asintió y apartó la mirada para disimular su contrariedad. «Supongo que si alguien de la aldea tiene que ser un nato, más vale que se trate de alguien que ya sabe leer y escribir». Se acercó al sillón que había ocupado Dakon y se sentó.

—Me encantaría haberle visto la cara —comentó con una sonrisa.

—¿A Veran?

—No, a Takado.

Dakon soltó una risita y se dirigió hacia otro sillón ligeramente chamuscado.

—No estaba muy contento. No, parecía indignado.

Jayan sabía que los sachakanos detestaban a los natos. No encajaban en la estructura social de Sachaka, lo que por lo general suponía un mayor peligro para el nato que para el maestro. Aunque los poderes de una persona tenían que ser especialmente grandes para manifestarse por sí solos, ningún mago común, por muy poderoso que fuera, podía aspirar a igualar la fuerza de un mago superior, que habían absorbido y almacenado la energía de sus esclavos o aprendices en numerosas ocasiones. Sin embargo, era mucho más arriesgado tener como esclavo a un mago entrenado que a un latente que no hubiera recibido adiestramiento. Los natos sachakanos daban demasiados problemas y, por tanto, si no los mataba un mago, morían cuando finalmente perdían el control sobre sus poderes.

—Es una suerte que los pudiera descubrir a tiempo —añadió Dakon—. Me imagino que, de lo contrario, él la habría matado y esperado que yo le agradeciera el favor.

Jayan se estremeció.

—¿No temía exponerse a la energía incontrolada que liberaría Tessia al morir?

—Eso no ocurriría si él la despojaba antes de su energía. —Dakon suspiró—. Takado sabe que yo ya me habría ocupado de ella si hubiera dado muestras de poseer dotes innatas, así que podía suponer, sin temor a equivocarse, que su poder apenas empezaba a manifestarse y por lo tanto no era particularmente peligroso.

Jayan miró la pared ennegrecida y agrietada.

—¿Eso no es peligroso?

—Lo sería para un no-mago —convino Dakon—. Pero es más efectista que otra cosa. No hay mucha fuerza detrás, pues de lo contrario ella habría abierto un boquete en el muro.

—¿Qué estragos habría ocasionado si hubiera llegado al extremo de perder el control por completo?

—Hubiera arrasado la casa entera, tal vez la aldea. Los natos son normalmente más poderosos que el mago medio. Hay incluso quien sostiene que aquellos que nunca habríamos accedido a nuestro poder sin la ayuda de nuestros maestros no estábamos destinados a ser magos.

—La aldea entera. —Jayan tragó saliva al notar que la garganta se le había secado de golpe—. ¿Cuándo le realizarás la prueba?

Dakon exhaló un suspiro y se puso de pie.

—Cuanto antes, mejor. Le daré unas horas para que se recupere de la impresión por lo ocurrido, y luego haré una visita a su familia, seguramente después de la cena. Supongo que consideraría una negligencia por mi parte que no me presentara al menos para comprobar que se encuentre bien. —Se encaminó a la puerta con grandes zancadas.

—¿Quieres que te acompañe?

—No. —Dakon sonrió, agradecido—. Cuantos menos magos aterradores vea en su casa, mejor.

Acto seguido, dio media vuelta y echó a andar por el pasillo.