UNA de las cosas que a Juan más le gustaban de Nueva York era que podías comprar cualquier cosa con tal de tener dinero suficiente, ya fuera de día o de noche. Así, se encontró en dirección norte a las siete de la mañana siguiente al volante de un Porsche Cayman S. Como se pasaba todo el año en el mar, tenía pocas oportunidades de conducir, de modo que cuando la noche anterior tuvo claro que tardaría lo mismo en ir a Vermont en avión o en coche, optó por alquilar el deportivo. La agencia de coches exóticos habría podido conseguirle un Lamborghini o un Porsche GT3, pero todos aquellos alerones y adornos eran como una capote rojo de torero para las patrullas de la policía de carreteras.
Los radares no le preocupaban gran cosa, puesto que los detectores de radares que había tomado prestados de los almacenes del barco concederían a los frenos de cerámica del coche tiempo suficiente para aminorar la velocidad.
Antes de partir había consultado el GPS del Cayman para encontrar la ruta más eficaz, y cuando vio que en su mayor parte era por autopista, lo programó para recorrer plácidas carreteras secundarias. Una vez que salió de la congestión que rodeaba Nueva York y sus inmediaciones, se encontró en una carretera asfaltada de dos direcciones con escaso tráfico, salvo algún tractor de granja y algunos coches de las localidades vecinas.
El motor de seis cilindros situado justo debajo de su asiento vibraba de entusiasmo mientras cambiaba de marcha y tomaba las curvas, primero en Connecticut y después en las colinas de Berkshire de Massachusetts. La prudencia le impulsaba a tomárselo con calma cuando atravesaba pequeñas poblaciones que se aferraban a la carretera formando grupos de cansados escaparates, con tan sólo algunas calles perpendiculares, antes de abrirse de nuevo a las tierras de labranza desiertas. Vacas Holstein con manchas negras y blancas salpicaban los campos, como colocadas a posta para que los turistas las fotografiaran.
Aunque estaba concentrado por completo en mantener el Cayman pegado al asfalto, aún le daba vueltas a ideas sobre en qué se había metido exactamente la Corporación. Era un secreto por el que Pytor Kenin estaba dispuesto a matar, eso sí que lo sabía. Yuri, Karl Petrovski y el anciano Yusuf habían muerto por esa causa. Por lo que él sabía del almirante Kenin, tenía que estar relacionado con algún proyecto de defensa ruso. Si Yuri complementaba su magro sueldo de la Marina vendiendo tecnología militar, estaba convencido de que Kenin también lo hacía. El otro hecho del que estaba bastante seguro era de que dicha tecnología se basaba en algo que Nikola Tesla había inventado hacía más de un siglo.
Concedía escasa relevancia a la teoría de Mark Murphy sobre la teleportación, pese al tibio apoyo de Max, que al menos no rechazaba de plano la idea. Juan Cabrillo estaba seguro de que sus investigaciones proporcionarían una explicación más plausible sobre cómo el yate de George Westinghouse había ido a parar al otro lado del globo.
Montpelier se halla situado en una cuenca montañosa a orillas del río Winooski, la arteria central de Vermont. Cabrillo cruzó el río por uno de los numerosos puentes de la ciudad de ocho mil habitantes, y se encontró enseguida ante el impresionante edificio estilo neogriego que era la sede del gobierno estatal, con su fachada de granito y el techo abovedado dorado. Un poco más adelante llegó a un barrio del centro salido de un cuadro de Norman Rockwell. Ningún edificio tenía más de cuatro pisos, y cada uno contaba con detalles arquitectónicos propios. Se apiadó de cualquier constructor moderno que tuviera que enfrentarse a comités encargados de revisar los diseños.
Cuando aún se hallaba a dos calles de su destino, frenó en el aparcamiento de un pequeño edificio de apartamentos, y utilizó el capó del coche para ocultarse mientras se ponía una pistolera, y después un traje negro recto hecho a medida para disimular el bulto de la pistola semiautomática FN Five-seveN. Debajo llevaba una camisa de tela Oxford blanca. Ciñó la trabilla inferior de la funda alrededor del cinturón para sujetarla, y cerró con cuidado el capó del Porsche.
Un minuto después, llegó a una casa estilo Reina Ana de color jengibre, con estrechos tejados con claraboya y torrecillas picudas. Si hubiera estado hecha de pan de jengibre, no le habría sorprendido. La casa centenaria tenía un garaje anexo que era un evidente agregado, pero el responsable de la obra había conseguido que armonizara con la delicada arquitectura del edificio original. En una palabra, la casa era «encantadora». Y daba la impresión de ser el refugio perfecto para un profesor del MIT jubilado.
Cabrillo bajó del coche y cruzó el sendero de piedra que conducía al porche delantero y a la puerta. Había un timbre eléctrico, pero le pareció más adecuado utilizar la decorada aldaba de latón.
—Un momento —dijo desde dentro una voz ahogada.
Si Juan hubiera podido calcular con exactitud lo que duraba un momento, eso tardó la puerta en abrirse.
—¿Sí?
El profesor Tennyson había engordado algunos kilos. Su cara era más carnosa, pero con un brillo saludable. Se tocaba con un sombrero de paja de ala ancha, calzaba botas de goma y llevaba guantes de jardinero sujetos al cinturón. No se había dado cuenta de que había dejado un rastro de pisadas desde el suelo de cerezo de la sala de estar hasta la puerta principal.
—¿Profesor Tennyson?
—Sí. ¿Puedo ayudarle en algo?
—Eso espero, profesor. Me llamo John Smith, y me gustaría hablar con usted sobre Nikola Tesla.
Tennyson parpadeó, un poco a la defensiva.
—¿Está escribiendo un libro?
—No, señor. Estoy llevando a cabo una investigación personal.
—¿Y a qué se dedica usted, señor, mmm…?
—Smith, profesor Tennyson. John Smith. Soy analista de un gabinete estratégico que colabora con el gobierno en materias de política extranjera y seguridad.
Había dos posibilidades, pensó. O Tennyson aborrecía todo cuanto estuviera relacionado con el gobierno y le echaba con malos modos, o aprovecharía la oportunidad de hablar con alguien sobre su tema favorito, fuera quien fuera el interlocutor.
—Seguridad, ¿eh? ¿Es usted una de esas personas convencidas de que algún aspecto de los descubrimientos de Tesla podría convertirse en un arma?
—La verdad, señor, he venido para asegurarme de que nadie lo haya hecho todavía.
Eso pareció despertar el interés de Tennyson. Abrió la puerta de par en par.
—Claro, podemos hablar un ratito, pero eso le costará caro.
A juzgar por el tamaño y antigüedad de la casa, no daba la impresión de que Tennyson necesitara dinero, de modo que el comentario intrigó a Cabrillo hasta que el hombre continuó.
—He talado un pequeño olmo ahí atrás, pero me temo que no estoy a la altura de la tarea de arrancar el tocón. Un joven fornido como usted podría hacerlo en un periquete.
Juan Cabrillo sonrió.
—Creo que el trato está hecho, si me deja utilizar su lavabo antes. El viaje ha sido largo.
—¿Ha venido directamente desde Washington?
—Nuestra sede está en Nueva York —dijo Cabrillo, mientras entraba en la casa. Los muebles estaban inmaculados, y daba la impresión de que eran los originales de la casa. Una adornada barandilla tallada ascendía hasta el segundo piso. Observó que, como en muchas casas de aquella época, había chimeneas de sesenta centímetros cuadrados situadas entre los pisos para permitir que el calor de la chimenea principal llegara a los dormitorios de arriba. A la derecha de la entrada había un vestíbulo con una mesa auxiliar junto a la puerta que conducía al garaje. Vio que el cuenco que descansaba sobre la mesa de patas delgadas parecía un Tiffany auténtico.
Tennyson se fijó en el interés de Cabrillo por los muebles.
—Esta casa perteneció primero a mis abuelos, y después a una tía soltera —explicó—. La conservó exactamente igual, como si fuera un altar personal dedicado a sus padres, y cuando falleció hace unos años, no me decidí a introducir cambios.
—Es muy hermosa.
—Y una pesadilla en lo tocante al mantenimiento —replicó Tennyson con una risita—. A veces me pregunto si soy el propietario de la casa o el criado.
Los complementos del cuarto de baño parecían salidos de un museo de fontanería. Después de utilizar el retrete, con el depósito montado en lo alto de la pared, se quitó la chaqueta y la funda de la pistola. No había forma de arrancar un tocón sin que Tennyson se fijara en ella, y por experiencia sabía que las armas de fuego ponían nerviosos a los civiles. Guardó la pistola en la chaqueta, la cual se puso debajo del brazo y se reunió con Tennyson en el pequeño patio de ladrillo. Los jardines estaban empezando a florecer, y en verano se convertirían en un espectáculo de colores y aromas.
—¿Es aficionado a la jardinería? —preguntó.
—No. La aficionada era mi tía. Yo, personalmente, la detesto, pero ¿qué puedo hacer?
Condujo a Cabrillo hasta el lado izquierdo de la parcela vallada, donde un tocón de un metro aproximado de diámetro sobresalía entre la hierba. Al lado había una pala y un hacha. Un par de petirrojos estaban construyendo su nido en un árbol cercano, y graznaron cuando los hombres se acercaron.
Juan Cabrillo dejó la chaqueta en la que había escondido la pistola a escasa distancia y levantó la pala.
—Dígame, señor Smith…
—John, por favor.
—Yo soy Wes. ¿Qué clase de arma cree que inventó Nikola?
A Cabrillo le gustó que Tennyson utilizara el nombre de Tesla, como si fuera un amigo, y no un desconocido muerto mucho tiempo atrás.
—Ésa es la cuestión. No estamos seguros. Creemos que sus investigaciones están relacionadas con un programa militar, pero no sabemos nada en concreto.
—Era un hombre notable. Me refiero a Tesla. Loco al final, y en la miseria, pobre hombre, pero un genio sin paliativos. Estoy seguro de que no hace falta que le hable sobre sus logros en el campo de la investigación eléctrica: el motor de inducción, el control por radio, comunicaciones sin hilo, bujías. Dicen que sus ideas e invenciones le llegaban desarrolladas por completo en destellos de inspiración.
—¿Qué sabe sobre sus investigaciones sobre armas?
—Se habla de que a finales de su vida quería construir un «rayo pacificador» de energía directa, pero se conoce más como el rayo de la muerte. Su tratado sobre el tema, The Art of Projecting Concentrated Non-dispersive Energy through the Natural Media, se encuentra en el museo de Tesla de Belgrado. Lo he leído y es un completo disparate. Sus teorías son interesantes, pero el aparato no podía funcionar. Dedicó tiempo a desarrollar un avión que volaba ionizando el aire. Tal vez sea eso lo que anda buscando.
Mientras cavaba, Cabrillo no veía la relación entre un avión movido por energía iónica y el barco de George Westinghouse que había acabado en Uzbekistán.
—¿Westinghouse y él fueron amigos?
—Oh, sí —asintió vigorosamente Tennyson—. Aunque ya era rico, Westinghouse aumentó su cuantiosa fortuna gracias a su colaboración con Nikola.
—¿Se le ocurre algún experimento que Tesla hubiera podido llevar a cabo a bordo del yate de Westinghouse, el Lady Marguerite?
—No —se apresuró a contestar Tennyson.
Demasiado deprisa para el oído entrenado de Cabrillo.
—¿Algo hacia el uno de agosto de 1902?
—Nikola estaba trabajando en la Torre Wardenclyffe en 1902, en Long Island. Su objetivo era transmitir electricidad sin cables.
—Un mes antes se retiraron los fondos para ese proyecto —replicó Cabrillo, y dio gracias mentalmente a Murph y Stone por la información que le habían preparado—. Por favor, profesor Tennyson, esto es importante. Hace unos días localicé el Lady Marguerite enterrado en el desierto en que ahora se ha convertido el mar de Aral.
Tennyson palideció y apoyó una mano sobre el pecho, mientras retrocedía dos pasos.
—Dios mío.
—¿Qué ocurrió aquella noche? —insistió Juan—. ¿En qué estaban trabajando?
Tennyson se acercó a una silla Adirondack y se sentó.
—Sólo era una información de segunda mano. Por eso no la añadí a mi libro.
—¿Qué intentaba hacer?
Juan Cabrillo dejó la pala a un lado para conceder a Tennyson toda su atención.
—Era un experimento que iban a enseñar a la Marina estadounidense, de haber salido bien. La idea era utilizar el magnetismo para curvar la luz alrededor de un barco, de tal manera que cualquiera que lo mirara no viera la luz reflejarse en su casco. Su campo de visión pasaría por encima del barco al otro lado.
—¿Camuflaje óptico?
—Exacto. Montaron el sistema en el Marguerite y zarparon de Filadelfia, donde se había llevado a cabo el trabajo en un almacén del muelle propiedad de Tesla. Otro barco les acompañaba, donde iban los observadores. Todo esto lo sé por lo que narró uno de los observadores, un tal capitán Paine, del Departamento de Guerra.
—¿Qué pasó?
—Nadie estaba seguro. Todavía estaban esquivando las rutas de navegación, cuando una extraña aura azul surgida del Marguerite iluminó el cielo nocturno. Duró unos treinta minutos, y después se apagó. Cuando fueron a investigar, el yate había desaparecido. Dedujeron que se había hundido.
—¿Informaron de alguna anomalía en su barco? ¿Algo relacionado con campos magnéticos?
—¿Se refiere a la historia del Mohican?
Cabrillo asintió.
—Investigué lo mejor que pude el incidente, por supuesto. Nada de lo que aquella tripulación experimentó sucedió en el barco de los observadores, pero, para ser sincero, debo decir que iban a bordo de un balandro con casco de madera. ¿El mar de Aral, ha dicho?
—Sí. ¿Qué cree que sucedió?
Tennyson guardó silencio. Sus ojos, detrás de las gafas de montura de concha, se habían quedado abstraídos, clavados en la lejanía.
—¿Qué pasa, profesor? ¿En qué está pensando?
—No estoy seguro —admitió por fin Tennyson—. El Lady Marguerite desapareció aquella noche. De eso no cabe la menor duda. Y usted dice que lo localizó en Uzbekistán.
—En el lado uzbeko del Aral —le corrigió Juan Cabrillo.
Con la mirada todavía fija en un objeto que sólo él podía ver, Tennyson continuó.
—Nikola murió en enero de 1943. Aquel mismo año corrió un rumor propagado desde Filadelfia, en octubre, para ser preciso. Se refería a otro proyecto de la Marina, que había utilizado el barco USS Eldridge.
Cabrillo sabía bastante sobre el tema, gracias a Mark Murphy.
—No estará hablando del Experimento Filadelfia, ¿verdad? —dijo—. Fue desacreditado por completo.
Tennyson se volvió hacia él con mirada feroz.
—¿Desacreditado? ¿Acaba de localizar el Lady Marguerite en Uzbekistán, y está dispuesto a descartar la historia de un barco de la Marina que desapareció en Filadelfia y reapareció en Richmond, Virginia? La historia dice que el barco volvió a su puerto de origen con parte de la tripulación pegada a la cubierta, formando grotescos retablos, mientras otros habían enloquecido a causa de la experiencia. —Hizo una pausa para controlar sus emociones—. Lo siento, John. Esto es abrumador. Podría haber escrito muchas cosas más sobre Nikola. Era un genio del mismo calibre que Einstein, pero la historia le ha olvidado por completo porque gran parte de sus logros fueron desechados como especulaciones y rumores.
—¿Qué sucedió en Filadelfia? —preguntó con suavidad Cabrillo, para dar ánimos al profesor.
—Eso… Filadelfia. No mucho después de la muerte de Nikola, el FBI se incautó de parte de sus propiedades por orden directa del mismísimo J. Edgar Hoover. Entraron a saco en el hotel de Manhattan donde vivía, y también se apoderaron de sus propiedades en el puerto de Filadelfia. La historia del USS Eldridge es un cuento chino, pero constituye la base de lo que descubrieron en aquel almacén del puerto. Lo que le sucedió al Eldridge no es la historia, sino lo que encontraron en el almacén de Tesla.
No cabía duda de que Tennyson había recabado toda la atención de Cabrillo.
—¿Qué encontraron?
—Otro barco. Uno modificado. Era un antiguo dragaminas de la Marina que Tesla había adquirido con la ayuda de Westinghouse. Había afirmado que tenía una nueva idea para que el camuflaje óptico funcionara esta vez. Pero nunca contó con el dinero suficiente para terminar el proyecto, de manera que el barco languideció en el puerto hasta que el FBI asaltó la instalación.
—Se llevaron hasta el último pedazo de papel que pudieron encontrar, pero se desentendieron del barco. Nikola murió dejando muchas deudas fiscales, de modo que el barco fue entregado al Departamento de Guerra como chatarra, con el fin de pagar su deuda.
—¿Cómo sabe todo esto, y por qué no he leído nada al respecto?
Tennyson sonrió.
—Debido a un pacto muy poco conocido suscrito durante la Segunda Guerra Mundial entre el gobierno estadounidense y la mafia.
—¿Cómo dice?
—Me ha oído bien. La mafia controlaba las instalaciones portuarias del noreste, desde Boston a Wilmington, Delaware. Con el fin de que los muelles funcionaran sin problemas en vistas al esfuerzo bélico, se hicieron ciertas concesiones a figuras del crimen organizado, incluido Lucky Luciano, quien salió en libertad condicional de la cárcel después de la guerra por su colaboración.
—¿Y qué relación tiene todo esto con el barco de Tesla?
—En primer lugar, los estibadores intentaron encender las calderas del barco para transportarlo a unas instalaciones de chatarra en el río Delaware. Lo consiguieron, y uno de ellos accionó sin querer el equipo que Tesla había dejado conectado al casco del barco. Dos hombres se encontraban en la sala de máquinas cuando el ingenio cobró vida. Uno de ellos quedó partido por la mitad a causa de una fuerza desconocida, y sus extremidades inferiores se desintegraron. De ahí surge el rumor de los hombres fundidos en la cubierta del Eldridge. Se dice que el torso del hombre muerto fue encontrado erecto y apoyado sobre las manos, como si se estuviera levantando de la cubierta.
»El segundo hombre estaba entero, pero también había muerto, con la piel tan blanca como una sábana. Fue más tarde cuando determinaron que el hierro de su sangre se había liberado de su proteína protectora, y el choque tóxico le mató. Da la casualidad de que estos dos hombres estaban bien relacionados con el jefe de la mafia local, no recuerdo su nombre en este momento, pero, como es natural, los estibadores estaban asustados y se negaron a trabajar en el barco. Discutieron si convocaban una huelga general en todo el noreste, hasta que la Marina accedió a remolcar el barco hasta el Atlántico y hundirlo.
—¿Lo hicieron?
—No les quedaba otra alternativa. La de Filadelfia era una de las instalaciones más importantes de la Marina, tanto para construcción de buques como para su reparación. No valía la pena poner en riesgo eso por un viejo dragaminas sin valor.
—¿Por qué la Marina no investigó la máquina que causó la muerte de esos hombres?
—Estoy seguro de que ése era su deseo, pero con veinte mil estibadores amenazando con dejar de trabajar, al mismo tiempo que los Aliados estaban avanzando por la bota itálica hacia el norte del país, y se estaba concentrando material para una eventual invasión de Normandía, adoptaron la prudente medida de mantener la paz en casa.
—¿Cómo se convirtió lo que me acaba de contar en la historia del USS Eldridge y el Experimento Filadelfia?
—En 1953, el autor de un oscuro libro sobre ovnis llamado Morris Jessup recibió una carta de un hombre que se identificaba como Carlos Allende. Éste eligió a Jessup porque en su libro especulaba con que los ovnis funcionaban a base de electromagnetismo, y con que durante la guerra la Marina había experimentado con tales fuerzas en un barco en Filadelfia. Allende afirmaba que la investigación se basaba en la teoría del campo unificado de Einstein, si bien Einstein nunca fue capaz de combinar todas las fuerzas de la naturaleza en una fórmula elegante, como había hecho con la relatividad.
»Se cartearon durante una temporada, hasta que Jessup se dio cuenta de que Allende era un poco excéntrico, e interrumpió todo contacto. Nunca se ha demostrado quién era en realidad Allende, pero creo que iba a bordo del viejo dragaminas de Nikola cuando aquellos dos hombres murieron de una forma tan misteriosa, y se inventó una historia todavía más fantasiosa para engatusar a un crédulo.
»Es interesante destacar que la Oficina de Investigaciones Navales se puso en contacto con Jessup unos años después, acerca de un ejemplar anotado de su libro que les había sido enviado. Les informó de que las crípticas notas estaban escritas por Allende. Después, en 1959, Jessup concertó una cita con el doctor Manson Valentine, el hombre que más adelante descubrió la formación de piedra caliza llamada el Camino de Bimini, en aguas de las Bahamas. Jessup nunca llegó a la reunión. Fue encontrado muerto en Miami dentro de su coche, con una manguera de goma que se extendía desde el tubo de escape a la ventanilla cerrada. Este último detalle es el sustento vital de los teóricos de las conspiraciones de todo el mundo. Dicen que no fue suicidio, sino que fue asesinado por agentes franceses.
—¿Franceses? —se burló Cabrillo.
—Es una teoría conspirativa, al fin y al cabo —rió Tennyson—. ¿Por qué no los franceses?
—¿Dónde descubrió la historia del dragaminas, y por qué no la incluyó en su biografía?
Antes de contestar, el académico jubilado se puso en pie.
—Estoy sediento. Vamos a beber algo, y después ya nos encargaremos de ese tocón. Casi lo ha arrancado del suelo.
Cabrillo recogió la chaqueta y sujetó la pistola enfundada cuando Tennyson le dio la espalda, y después le siguió a través del césped y el patio. La cocina de la casa estaba encajada en la esquina que daba al jardín, y si bien había aparatos «modernos», daba la impresión de que la nevera era un refrigerador reciclado, y una caja de cerillas extralargas al lado de los fogones significaba que había que encender a mano el piloto.
Tennyson sacó dos coca-colas de la nevera y le dio una.
—Estoy seguro de que prefiere una cerveza, pero yo no bebo.
—Ningún problema.
Cabrillo abrió la lata y dio un largo sorbo, pues hasta ese momento no se había dado cuenta de que tenía la garganta seca.
Zumbó el timbre de la puerta, y su sed se desvaneció cuando su mente reprodujo la bala que había alcanzado a Yusuf en el desierto, donde ningún asesino tenía que estar.
—¿Espera a alguien?
—No. Pero mi cumpleaños es esta semana, y estoy recibiendo regalos de estudiantes y colegas —dijo Tennyson mientras salía de la cocina. Cabrillo se le adelantó y miró por la ventana de delante. Una furgoneta de reparto estaba aparcada en la calle al lado de su Porsche, con un ramo de flores grabado en el costado. Su pulso se calmó.
—Parece que alguien le ha enviado flores.
—Debe de ser mi antigua secretaria. Me envía peonías cada año.
Cabrillo cambió de ángulo y vio al conductor parado en el pórtico. Vio tan sólo un fragmento del hombre, y un atisbo del color de las flores que llevaba. El nombre que había debajo del ramo pintado era FLORES EMPIRE.
Las conexiones se produjeron a la velocidad máxima de las sinapsis. Vermont era el estado de la Montaña Verde. Era su vecino, Nueva York, el que tenía el mote de Empire. Ningún florista entregaría un ramo en un punto tan alejado del estado. Habrían llamado a un comercio local para entregar el ramo en cuestión. Alguien procedente de Nueva York no venía a entregar flores. El nombre de Pytor Kenin destelló en su cabeza, y supo que si Kenin recurría a elementos locales para matar al experto en Nikola Tesla más importante del mundo, su base sería Brighton Beach, Nueva York, también conocida como Little Odessa.
—¡Wes! —gritó Cabrillo, y cuando se volvió vio que el profesor ya había llegado a la puerta—. ¡No!