Comentario del autor

Todo baile de máscaras tiene algo de infernal, e infernal se titula la galop con que todos acaban…

Pues bien; lo infernal es verde.

Una hechicera huele a azufre…

El azufre tira a verde.

Y el adulterio es verde…; es decir, un cuento verde.

Por tanto, aun prescindiendo del color de velo que envolvía a Matilde en el baile de máscaras, he procedido como un sabio al titular esta fatídica tercera parte de la historia de Rafael: El velo verde.

Lo cual no impide para que sean todo lo contrario de fatídicas, y a mí me gusten mucho, las siguientes cosas verdes.

Paul de Kock…

Un vestido de terciopelo verde. Dicen que el terciopelo viste mal… Pero el verde, cuando oprime un talle esbelto, adquiere graciosos tornasoles de culebra… ¡Jóvenes recién casadas! Si tenéis buen talle, egregia garganta y elegantes caderas, y sabéis andar a la andaluza, id a la plaza de San Antonio de la ciudad de Cádiz, a las tres de la tarde de un día de Enero, con vestido de terciopelo verde y mantilla de blonda… ¡Así os he visto yo!… ¡Ah, francesas, francesas! ¡Si no queréis suicidaros, no vayáis a la plaza de San Antonio de la ciudad de Cádiz!

Pero basta de digresión, y sigamos enumerando cosas verdes que me son gratas:

Las olas del mar;

Los negros, vestidos de ceremonia, en su país;

Los trigos en Marzo;

Algunos ojos de coqueta;

El bronce antiguo;

El tapete de una mesa de juego cuando juega uno la última moneda que espera tener;

Las esmeraldas;

Las cortinas de las salas de óptica de los hospitales, y las gafas de un amigo mío;

Y las hojas de casi todas las plantas.

No diré nada de las mesas de billar, ni de los cazadores del Ejército, ni de la cruz de Alcántara, ni de las islas de Cabo Verde, ni de los pabellones de Irlanda, Constantinopla, Maratas, Marruecos, Salé, Alto Perú, Trípoli y Texel, que todos son verdes…

Pero no pasaré en silencio el laurel sacro de los artistas…

Tampoco dejaré de hacer mención de la encina de Irminsul, del primer traje de Eva, de los cocodrilos y de las uvas verdes de la fábula.

Pero lo que sobre todo amo yo es la esperanza, de que es símbolo el color verde.

Y la amo con frenesí, con locura, como a una coqueta casquivana que me atrae, me repele, me acaricia y me burla a un mismo tiempo…

¡Ay…! ¡Quizá la amo más bien como se ama a una muerta querida…; esto es, a una querida muerta!