52

Logan observó a Stone mientras devolvía el intercomunicador al guardia de seguridad. La conversación había sido breve. Stone no había dicho más de cuatro palabras y se había puesto muy pálido. Pero en ese momento, mientras miraba uno por uno a los integrantes del grupo, su rostro se encendió y sus pupilas se encogieron hasta convertirse en dos puntitos brillantes. Clavó su mirada en Tina Romero.

—¡Maldita zorra! —exclamó de repente al tiempo que levantaba la mano para abofetearla. Rush y Valentino se interpusieron de inmediato y lo sujetaron—. ¡Maldita imbécil! —gritó al tiempo que intentaba zafarse.

Tina retrocedió instintivamente.

Logan contemplaba la escena perplejo. Era como si todas las dificultades y contratiempos de la expedición, que habían culminado con el descubrimiento de que la corona de Narmer había resultado ser algo muy distinto de lo esperado, hubieran hecho perder el control a su habitualmente frío y desapasionado director.

—¡Incompetente! —vociferó Stone a la egiptóloga—. ¡Por tu culpa he malgastado todos mis esfuerzos y mi dinero! Y ahora no queda tiempo… ¡no queda tiempo!

Logan se adelantó.

—Tranquilícese, Stone —dijo—. ¿Se puede saber qué ha ocurrido?

Stone respiró hondo y recobró el dominio de sí mismo. Rush y Valentino lo soltaron pero permanecieron cerca por si acaso.

—Os diré lo que ha pasado. —Respiraba entrecortadamente—. La que ha llamado era Amanda Richards. Estaba restaurando la momia de Narmer cuando ha descubierto que no era Narmer.

Siguió un momento de sorpresa y silencio.

—¿Qué quieres decir con que no era Narmer? —preguntó Rush.

—Es la momia de una mujer. —Dijo Porter despacio—. Durante todo este tiempo hemos estado trabajando en la tumba equivocada. —Volvió a mirar a Romero—. No es de extrañar que nada sea como debería ser. Nos has conducido a una tumba secundaria, a la de su reina o… ¡a la de alguna de sus concubinas! Dios mío… —Alzó los puños como si fuera a golpearla, y Rush y Valentino se pusieron en guardia.

—Un momento —dijo Logan—. No puede haber ningún error. Los sellos, las inscripciones, el tesoro…, incluso la maldición, todo indica que esta es la tumba del faraón. Tiene que ser la tumba de Narmer.

Durante unos instantes nadie habló. Stone procuró serenarse.

—Pues si es la tumba de Narmer —dijo—, ¿dónde demonios está su momia?

—Espere un minuto —repuso Logan—. Solo un minuto, no nos precipitemos…, pensémoslo detenidamente. —Se volvió hacia Tina—. ¿Verdad que desde el principio has dicho que en esta tumba había cosas que no encajaban, que no tenían sentido?

La egiptóloga asintió.

—Pequeños detalles, en su mayoría. Los atribuí al hecho de que esta es la tumba del primer faraón, era natural que encontráramos cosas que no esperábamos. Las que serían las tradiciones posteriores todavía no estaban asentadas.

—¡Excusas! —tronó Stone—. ¡Simples excusas! Solo estás intentando justificar tu estupidez.

Tina hizo caso omiso y siguió hablando con Logan.

—Todo empezó cuando me hablaste de aquella calavera que examinaste, uno de los sacerdotes de Narmer, muerto ritualmente para proteger el secreto de la tumba del faraón. ¿Te acuerdas que me comentaste que una de las cuencas oculares, la izquierda, estaba como arañada?

Logan asintió.

—Ése fue el primer indicio de que había algo que no encajaba. Los demás indicios los tenemos aquí, delante de nuestros propios ojos. Los serejs que encontramos en los sellos reales de la tumba…, los jeroglíficos son de Narmer, pero hay detalles diferentes, características poco habituales, como la terminación femenina niswt-biti. Luego están esas inscripciones de la primera cámara, con las secuencias rituales invertidas y el género equivocado. Además, en los jeroglíficos de este cofre la cabeza del siluro, que es el símbolo de Narmer, ha sido borrada.

—Dijiste que habían sido alterados —añadió Logan—. Desfigurados.

—¿Adónde pretendes llegar? —gruñó Stone.

—Al principio —contestó Tina— di por hecho que los arañazos de la cuenca ocular de la calavera eran simplemente obra del tiempo, pero lo cierto es que se correspondían con la forma de muerte ritual que recibían las sacerdotisas de la reina. Se les clavaba un cuchillo en el ojo hasta que les perforaba el cerebro. De ese modo, simbólicamente, nadie podía ver a la reina una vez muerta. En cambio, los sacerdotes del faraón morían por un golpe en la base del cráneo que les partía la columna vertebral.

—Entonces eso quiere decir que esta es la tumba de Niethotep. —Exclamó Stone—. ¡Me estás dando la razón! ¡Es la tumba equivocada!

—¡No, no lo entiende! —replicó Tina con exasperación—. Las pruebas son contradictorias. Todos los detalles de esta tumba indican que se construyó para Narmer siguiendo sus reales instrucciones, salvo en lo que se refiere a los rituales concretos que debían realizarse tras su muerte. Ahí es donde los indicios son contradictorios. Los sellos reales con florituras femeninas. Las inscripciones rituales finales, ¿recuerda que le dije que parecían toscas? Y en cuanto a la momia, casi no he tenido ocasión de estudiarla, pero me fijé en que el corte de la boca era impreciso, incompleto.

—Como si todo el ritual de entierro se hubiera hecho con prisa —apuntó Logan.

Un leve retumbo, casi inaudible, resonó en la cámara. Los guardias y los operarios miraron en derredor con inquietud, pero parecía que el sonido procedía de la superficie y había llegado hasta ellos por el Umbilical. Al cabo de un momento, Stone retomó la conversación.

—Tu argumentación no me parece convincente —dijo a Tina—. Todo esto es hipotético y poco concluyente.

—Yo no estoy tan seguro —objetó Logan; hablaba despacio, pensando en lo que Tina Romero había explicado—. Creo que debería verlo desde otro punto de vista. Si la corona que hemos encontrado aquí, en la cámara número tres, se utilizaba para simular la muerte, para practicar experiencias cercanas a la muerte con el fin de convertir al faraón en un ser inmortal y asegurar su divinidad…, ¿no podría una reina haber deseado lo mismo? Especialmente una reina tan poderosa y obstinada como Niethotep…

Hubo un silencio.

—¿Quieres decir…? —Stone se interrumpió y enseguida continuó—: ¿Quieres decir que la reina Niethotep… usurpó el lugar de su marido en la tumba?

—Es la única interpretación lógica —dijo Tina—. Eso explicaría las pruebas contradictorias que acabo de señalar.

—Y también por qué las generaciones que siguieron malinterpretaron los símbolos y los rituales de Narmer —añadió Logan—. No fue a Narmer a quien sepultaron en la tumba. El faraón no fue enterrado de la manera adecuada. Su mujer lo sustituyó y al parecer apresuradamente, tal vez incluso prematuramente.

—Entonces ¿qué pasó con Narmer? —preguntó Rush.

—¿Quién sabe? —respondió Tina—. Veneno, una daga en el cuello en el lecho conyugal… Quizá fue asesinado junto a sus concubinas. Ya conoces las leyendas que circulan sobre Niethotep, lo sanguinaria y egoísta que era. Esto habría sido muy propio de ella. ¿No te lo imaginas? Pudo esperar a que Narmer muriera de muerte natural y después acompañar su cuerpo hasta aquí, con su guardia y la guardia del faraón, para presenciar los rituales del entierro; entonces, conforme al plan previsto, sus guardias sometieron a los de Narmer, ella ocupó su lugar, y ahora el esqueleto del rey yace en el fondo del Sudd, junto con los otros.

Stone miró fijamente a la egiptóloga. La furia y la agresividad habían desaparecido de su rostro.

—Pero si tienes razón en cuanto a la… corona —dijo—, solo debía de poder utilizarla una persona. Y si fueras Narmer, no querrías que una vez en el otro mundo otro ocupara tu lugar o pusiera en peligro tu fuerza vital ni tu inmortalidad. La corona sin duda estaba unida al alma de la persona que la utilizaba.

—Y eso es exactamente lo que Niethotep debió de hacer —dijo Tina—. Engañó a Narmer, mandó que lo asesinaran, utilizó la corona en su lugar y después, creyéndose inmortal, mandó que la enterraran en la tumba del faraón, que ordenó reconvertir a toda prisa en la suya cambiando los sellos y las inscripciones.

—¿De verdad pudo hacerlo? —preguntó Logan—. Tenía entendido que la tumba de un faraón estaba diseñada para ser el lugar de descanso de un monarca en concreto y solo para él.

—Ése es el problema —respondió Romero—. Necesitamos mucho más tiempo para analizar lo que hemos hallado. Es posible que Niethotep creyera que valía la pena correr el riesgo a cambio de la vida eterna como deidad suprema.

—Pero ¿por qué tantas prisas? —quiso saber Stone—. Una vez se hubiera deshecho de Narmer, podría haberse tomado tanto tiempo como quisiera.

Romero reflexionó unos instantes.

—Se me ocurren varias razones. Puede que los sacerdotes de Narmer y su ejército personal estuvieran a punto de llegar a la tumba. En ese caso no les habría gustado lo que habrían encontrado, y Niethotep no tuvo más remedio que adaptar la tumba para ella lo mejor que pudo. Otra posibilidad es que tanto ella como su séquito carecieran de experiencia en el manejo de la pila, la doble corona, y fueran demasiado lejos.

—Y que lo que se suponía que iba a ser una experiencia cercana a la muerte se convirtió en una experiencia mortal —aventuró Logan.

Tina asintió.

—Si así fue, si la reina murió de forma inesperada, entonces seguramente tuvieron que apresurarse en momificarla y enterrarla, hasta el punto de abreviar los rituales. Es lo que hemos visto en algunas de las inscripciones, en concreto en las que tratan de dichos rituales.

—¿Y si sepultaron a la reina sin los preparativos adecuados? —pregunto Rush—. ¿Sin los ritos necesarios?

—Es imposible saberlo. Ya he mencionado el corte imperfecto en la boca de la momia. Es parte importante de la magia funeraria egipcia: la ceremonia de apertura de la boca. Permite que el ba abandone el cuerpo muerto y se reúna con el ka en la otra vida; también libera la boca para que pueda recibir comida y bebida, de modo que el alma pueda alimentarse; es decir, sobrevivir en el más allá.

—Sigue —pidió Stone.

—Si un ritual tan importante como ese se hizo con prisa, los pasos finales del entierro debieron de realizarse con mucho apremio. ¿Quién sabe qué otros pasos importantes en el viaje al otro mundo del alma de Niethotep se abreviaron o incluso se omitieron?

—Esa ceremonia de apertura de la boca… —dijo Logan—. ¿Qué habría ocurrido si el alma de la reina no hubiera podido recibir alimento en el otro mundo?

Romero reflexionó un momento antes de contestar.

—Basándome en los antiguos textos, supongo que su chispa vital, el alma que abandona el cuerpo tras la muerte, habría quedado atrapada aquí.

Rush meneó la cabeza.

—Si realmente cometió esa atrocidad, me refiero a que si mató a su marido o como mínimo usurpó su lugar en el otro mundo, parece lógico suponer que una parte de su ka deseara permanecer aquí para vigilar la corona y salvaguardar su inmortalidad; en definitiva, para asegurarse de que nadie le haría lo que ella le hizo a Narmer.

—La maldición… —murmuró Tina.

«Su chispa vital habría quedado atrapada aquí… Para vigilar la corona… Para asegurarse de que nadie le haría lo que ella le hizo a Narmer». De repente un pensamiento terrible acudió a la mente de Logan.

—¡Dios mío! —exclamó.

En ese momento se oyó otro retumbo, más fuerte que el primero, procedente de la superficie. Los papiros de la mesa temblaron como empujados por una corriente de aire.

—¿Qué demonios ha sido eso? —preguntó Stone.

Valentino se volvió hacia los dos operarios.

—Kowinsky, Dugan, salid a la plataforma y ved qué ocurre.

Mientras los dos hombres salían, Logan se llevó a Rush aparte.

—Nos habíamos olvidado de algo —le dijo en voz baja, sin que los demás pudieran oírlo.

El médico lo miró.

—¿De qué?

—¿Recuerdas nuestra conversación acerca de que Jennifer estuvo tanto rato clínicamente muerta que es posible que perdiera su alma? Fueron tus palabras, no las mías.

Rush frunció el entrecejo y asintió.

—Yo te dije —continuó Logan— que creía que era posible que la fuerza vital de alguien fallecido se apoderara de una persona viva siempre que el alma de esta última estuviera, como decirlo…, deteriorada. Sin embargo, también te dije que, según todos los casos de los que hay constancia, el espíritu de una persona muerta solo puede apoderarse de un cuerpo del mismo sexo.

—Lo recuerdo —repuso Rush—. Por eso llegamos a la conclusión de que no era Narmer ni una sombra de Narmer quien hablaba a través de Jennifer…, no podía haberse apoderado de ella.

—Exacto, pero si resulta que lo que permanece aquí… no es la fuerza vital de Narmer… sino la fuerza vital de una mujer…

—Dios mío…, la reina Niethotep… —Rush se llevó la mano a la boca.

En ese momento Kowinsky y Dugan entraron corriendo con sus respectivas radios en la mano.

—Hay una emergencia arriba —dijo Kowinsky—. Alguien ha abierto las válvulas de descarga de emergencia del sistema de metano.

—¿Qué? —exclamó Stone—. ¿Por qué?

Kowinsky meneó la cabeza. El miedo se leía claramente en su rostro.

—Has dicho «válvulas». ¿Cuántas? ¿Más de una?

—Al menos tres, en los sectores Rojo, Blanco y Marrón.

—Eso es imposible —insistió Stone—. Los protocolos de seguridad…

—Alguien los ha desconectado. Por eso no lo han descubierto hasta ahora. Hay incendios en los pasadizos bajo las alas, y se han producido explosiones. Las llamas están empezando a alcanzar la estación. Si no conseguimos llegar hasta esas válvulas para cerrarlas…

Stone señaló la salida de la tumba con el pulgar.

—Todos fuera. A la superficie. ¡Ahora mismo! —Cogió la radio de Kowinsky y habló por el intercomunicador—. Aquí Porter Stone, ¿con quién hablo?

—Con Menendez, señor, en el Centro de Inmersiones. Les estamos bajando unas cuerdas de emergencia.

Logan oyó gritos y el ruido de lo que parecía un lanzallamas en funcionamiento.

—Aquí somos casi una docena —repuso Stone—. Va a tener que…

Se vio interrumpido por una serie de voces a través de la radio que se solapaban unas con otras.

«Pero ¿qué lleva esa mujer? ¿Nitroglicerina?»

«¡Apartaos! ¡Apartaos!»

«¡No dejéis que se acerque a la Boca o…!»

Entonces se produjo un fogonazo en el Umbilical, como el estallido simultáneo de cien soles, una explosión que ensordeció a Logan y lo derribó al suelo de la tumba. Luego todo se volvió oscuro, y su mundo desapareció.