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El entorno parecía idéntico: la misma habitación en penumbra, con la cama individual y los instrumentos médicos. El mismo olor a sándalo y mirra; el mismo quejido de los equipos de monitorización. El mismo gran espejo reflejando las parpadeantes luces. Jennifer Rush yacía en la cama, su respiración era superficial, se hallaba de nuevo bajo los efectos del Propofol.

La única diferencia, pensó Logan, era que aquella mañana habían profanado la tumba del rey Narmer.

Observó cómo Rush fijaba los electrodos en las sienes de su mujer, le administraba la dosis de Versed y seguía los pasos del ritual de hipnosis. Logan estaba en tensión, no quería repetir el trauma del primer tránsito. Sin embargo, la presencia maligna que había percibido, a pesar de que seguía allí, parecía distante, incluso borrosa.

La puerta se abrió sin hacer ruido y Tina entró. Saludó a Rush con un gesto de la cabeza, sonrió a Logan y fue hasta él.

Rush esperó a que su mujer se agitara levemente y su respiración se hiciera más trabajosa. Entonces puso en marcha la grabadora digital.

—¿Con quién hablo? —preguntó.

En esa ocasión, la respuesta fue inmediata.

—Con el portavoz de Horus.

—¿Cómo te llamas?

—Mi nombre es el que no debe ser pronunciado.

Tina se acercó a Logan y le susurró al oído:

—Los entendidos dicen que cuando Narmer se convirtió en rey-dios no permitía que nadie pronunciara su nombre en voz alta, bajo pena de muerte.

Rush se inclinó sobre la figura tendida de su mujer y dijo casi en un susurro:

—¿Quién es esa figura que… vigila la tumba?

—Me habéis… ultrajado. —Esa vez la voz no parecía enfadada, sino triste, dolida—. Habéis profanado mi morada sagrada.

—¿Quién es el guardián? —volvió a preguntar Rush.

—El devorador… de almas. El que mora en la décima región de la noche. Tasker de Ra.

—Pero ¿quién…?

—Irá por vosotros, los profanadores, los que no creen. Vuestras extremidades os serán arrancadas del cuerpo y vuestro linaje quedará interrumpido. Geb apoyará su pie sobre vuestra cabeza… y Horus castigará a los que…

—¿Qué eran esas imágenes en las pinturas de la tumba, los ornamentos que ese hombre llevaba en la cabeza? —preguntó Rush procurando mantener un tono natural.

Se hizo un breve silencio.

—Es lo que lleva vida a los muertos… y muerte a los vivos.

Rush bajó la voz aún más.

—¿Qué puedes decirme de la segunda puerta?

—Desesperación… Vuestro final llegará raudo sobre pies con garras.

Tras esas palabras, Jennifer dejó escapar un largo suspiro, volvió el rostro hacia la pared y se quedó totalmente inmóvil.

Rush apagó la grabadora, se la guardó en el bolsillo y examinó con cuidado a su esposa. Se giró con expresión ceñuda y miró los aparatos de monitorización que había a los pies de la cama.

—¿Qué ocurre? —preguntó Logan.

—No estoy seguro —contestó Rush, que seguía observando los indicadores de las constantes vitales—. Dame un minuto.

—«Geb apoyará su pie sobre vuestra cabeza…» —repitió Tina—. Suena como una paráfrasis de los Textos de las Pirámides, el pasaje trescientos cincuenta y cuatro o trescientos cincuenta y cinco, creo. Pero ¿cómo puede ella conocerlos?

—¿Qué son los Textos de las Pirámides? —quiso saber Logan.

—Los documentos religiosos más antiguos del mundo. Se trata de una serie de encantamientos e invocaciones que solo podían ser pronunciados por la realeza.

—Narmer —murmuró Logan.

—Si es así, si se remontan a la época de Narmer, entonces es que son aún más antiguos de lo que creen los eruditos, como mínimo setecientos años más.

—¿Y de qué tratan esos textos?

—De cómo reanimar el cuerpo del faraón tras su muerte, de cómo proteger su cadáver de la expoliación para que tuviera un tránsito feliz a la otra vida…, de todos los asuntos que preocupaban a los antiguos reyes de Egipto.

Logan se dio cuenta de que hablaban en susurros.

—¿Qué ha dicho de esos adornos pintados en la pared?

—Que llevan vida a los muertos y muerte a los vivos —respondió Tina.

—¿Y qué crees que significa eso?

—Puede que solo sea simple palabrería. Pero a los faraones egipcios les fascinaban las experiencias cercanas a la muerte, lo que ellos llamaban «la segunda región de la noche».

—La segunda región de la noche —murmuró Logan—. Jennifer también mencionó algo de una región de la noche.

Rush había levantado la vista de los instrumentos y los miraba.

—Tina, ¿te importaría dejarnos un momento a solas?

La egiptóloga se encogió de hombros y fue hacia la puerta. Cuando tenía ya la mano en el pomo, se volvió.

—Espero que sea la última vez que la haces pasar por esto —dijo; luego salió y cerró la puerta sigilosamente a su espalda.

Logan miró a Rush en medio del silencio.

—¿Qué ocurre?

—Esta vez está tardando más en despertar, y no sé por qué.

—¿Cuánto tarda normalmente?

—Suele ser casi inmediato, pero en el último tránsito, el que tú presenciaste, tardó casi diez minutos en despertarse del todo. No es lo normal.

—¿Puedes administrarle algo?

—Preferiría no tener que hacerlo. En el Centro nunca hemos tenido que administrar nada. El Propofol es un hipnótico de acción rápida, hace rato que debería haber recobrado la conciencia.

Hubo un momento de silencio. Entonces Rush dio un respingo, como si se hubiera acordado de algo, metió la mano en el bolsillo de su bata y sacó un CD.

—Aquí tienes lo que me habías pedido —dijo—. Los historiales de nuestros pacientes, las pruebas clínicas y los resultados de nuestro trabajo en el Centro. Te ruego que lo tomes como algo estrictamente confidencial.

—Desde luego. Gracias.

Rush miró a su esposa. Acto seguido los dos hombres se acercaron a la cabecera de la cama como movidos por el mismo pensamiento.

—Si te parece —dijo Logan—, mañana tendré una sesión con ella.

—Cuanto antes mejor —repuso Rush.