22

La sala de descanso del personal de alto rango, al final de un pasillo que salía del Oasis, en el sector Azul de la estación, era un espacio donde los principales responsables de la expedición podían reunirse y conversar con tranquilidad. El hecho de que el personal de menor nivel tuviera prohibida la entrada significaba que podía hablarse libremente incluso de los aspectos más reservados sin temor a desvelar ningún secreto.

Jeremy Logan entró en la sala con evidente curiosidad. No había podido visitarla hasta ese momento, pero su nuevo estatus de hombre de confianza de Stone significaba que todas las puertas —o casi todas— estaban abiertas para él. Era una sala mejor amueblada que los otros espacios que había visto, incluido el despacho de Stone. Las paredes estaban revestidas de madera oscura, y había sofás y sillones de cuero color burdeos distribuidos alrededor de gruesas alfombras turcas. Las lámparas de latón conferían a la sala el ambiente de los clubes eduardianos solo para hombres.

Logan dejó su bolsa en un sillón desocupado y paseó la vista alrededor. En una mesa del fondo vio un servicio de café y de té, sándwiches de pepino y magdalenas. Una librería ocupaba una de las paredes, mientras que las restantes estaban decoradas con cuadros de paisajes y escenas de caza. Se acercó a la librería y examinó los títulos. Contenía numerosas novelas de intriga actuales, novelas inglesas del siglo XIX, biografías, libros de historia y de filosofía. De hecho había un poco de todo salvo textos de egiptología o sobre Egipto. Daba la impresión de que aquella sala había sido concebida como una vía de escape del proyecto que tenían entre manos. Pensó en las partidas de bridge que había visto y recordó que Rush le había comentado que Stone opinaba que la gente necesitaba distraerse de sus tareas.

Había tres personas sentadas alrededor de una mesa, hablando en voz baja. Vio que eran Fenwick March, Tina Romero y una mujer de cabello color canela que le daba la espalda. Tina le sonrió y March se limitó a asentir con la cabeza, como si quisiera dar a entender que la presencia de Logan allí no era precisamente de su agrado.

Logan cogió una revista de una de las mesas y se sentó —no deseaba inmiscuirse en conversaciones ajenas—, pero Tina le hizo un gesto para que se acercara.

—Siéntate con nosotros, Jeremy —le dijo—. A lo mejor aprendes algo.

Logan cogió su bolsa y fue a reunirse con el grupo. Al acercarse vio el rostro de la otra mujer. Se trataba de Jennifer Rush, y al contemplarla de cerca le temblaron las piernas. Llevaba el cabello recogido en la nuca, exactamente con el mismo estilo de moño que solía hacerse su mujer, pero aparte de eso debía reconocer que Jennifer Rush era mucho más guapa: tenía un rostro ovalado, de pómulos marcados, barbilla afilada y ojos ambarinos. Era una combinación exótica, y Logan pensó que parecía una antigua princesa egipcia.

Jennifer Rush le dedicó una rápida sonrisa.

—Usted debe de ser el doctor Logan…

—El enigmatólogo —dijo March—. Sin duda ustedes dos tendrán mucho en común. —Se volvió hacia Tina Romero—. En cualquier caso, creo que usted y Stone se equivocan. No vamos a encontrar la corona de Egipto en esa tumba.

—¿Qué le hace estar tan seguro? —preguntó Tina.

—El hecho de que nunca se haya encontrado ninguna corona en ninguna tumba. —Se inclinó hacia delante—. A ver, ¿qué clase de objetos suelen encontrarse en las tumbas de los faraones? Ofrendas de alimentos y bebida. Estatuas. Ushabtis. Joyas. Piezas de juegos. Vasos canopos. Ofrendas funerarias. Inscripciones del Libro de los Muertos. Incluso barcas…, santo cielo. ¿Y qué tienen en común todos esos objetos? Solo una cosa: son una ayuda para el faraón en su viaje al más allá y le aportan provisiones para el otro mundo. —Hizo un gesto desdeñoso con la mano—. Las coronas son este mundo.

—Lo siento, pero no estoy de acuerdo —replicó Tina—. El faraón seguirá siendo faraón en el otro mundo tanto como lo ha sido en éste, de modo que necesitará los símbolos de su poder.

—Si así fuera, ¿por qué no se han descubierto coronas en las tumbas que no habían sido saqueadas?

—Sea tan escéptico como quiera —dijo Tina alzando ligeramente la voz—, pero hay un hecho irrefutable: Narmer se tomó muchísimas molestias, más que nadie, para mantener en secreto la ubicación de su tumba. Otros faraones de la Primera Dinastía se contentaron con las tumbas de Abidos hechas con ladrillos de adobe, pero Narmer no. Su tumba ni siquiera era un cenotafio, como las tumbas reales de Saqqara, tumbas simbólicas, ¡era una tumba falsa! Piense en su afán, en los peligros a los que se enfrentó, en las vidas que sacrificó para mantener en secreto su lugar de descanso eterno y dígame, Fenwick, viejo amigo: si la doble corona no está enterrada en esa tumba, entonces ¿qué hay sepultado bajo el Sudd?

Se echó hacia atrás en su asiento con aire triunfal.

March la miró, y una sonrisa le arqueó los labios.

—Buena pregunta. ¿Y si… no hay nada?

La mirada triunfal de Tina se convirtió en una expresión ceñuda.

March se volvió hacia Jennifer Rush.

—Sin embargo, todas esas son preguntas que quizá deberíamos hacerle a usted. ¿Qué secretos le ha desvelado el más allá? Cuéntenoslo, por favor.

Era imposible no reparar en el ligero tono de sarcasmo del arqueólogo, pero Jennifer Rush no mordió el anzuelo.

—Mis descubrimientos quedan entre mi marido, el doctor Stone y yo. Si quiere saber más, pregúnteles a ellos.

March alzó una mano a modo de disculpa.

—Está bien, espero que no le moleste mi escepticismo, señora Rush, pero como científico empírico que soy y que basa sus creencias en pruebas comprobables y reproducibles, me cuesta mucho dar crédito a la parapsicología y otras seudociencias.

La presuntuosa y despectiva actitud de March irritó a Logan.

—Así que un científico empírico —intervino—. ¿Y dice que solo cree en pruebas comprobables y reproducibles?

March lo contempló como si midiera a un posible adversario.

—Naturalmente —repuso.

—En ese caso, ¿qué le parecen unas cartas Zener?

Los ojos de Jennifer Rush se posaron un instante en él, y enseguida volvió a apartar la vista.

March frunció el entrecejo.

—¿Cartas Zener?

—También se las conoce como cartas Rhine —contestó Logan—. Se utilizan en experimentos de percepción extrasensorial.

Cogió su bolsa, rebuscó en su interior y sacó un juego de cartas muy grandes que mostró a los presentes. Cada una tenía un dibujo sobre un fondo blanco, y había cinco diseños distintos: un círculo, un cuadrado, una estrella, una cruz y tres líneas onduladas.

—Ah, eso… —March puso los ojos en blanco.

Tina se echó a reír.

—Así que esto es lo que nuestro detective sobrenatural lleva en su bolsa.

—Entre otras cosas. —Mientras barajaba, Logan miró a Jennifer Rush como si le dijera: «¿Ve lo que me propongo? ¿Está de acuerdo?».

Ella se encogió de hombros. Logan cogió las cartas y cambió de asiento para que tanto él como Tina y March pudieran verlas pero Jennifer Rush no.

—Alzaré un total de diez cartas, una cada vez —les explicó—, y la señora Rush intentará identificarlas.

Empezó levantando una carta con una estrella.

—Círculo —dijo Jennifer tras mirar fijamente el dorso.

Logan levantó la segunda, una carta con líneas onduladas.

—Cruz —dijo Jennifer.

March sonrió burlonamente. Logan respiró hondo y alzó una tercera carta que contenía un círculo.

—Estrella.

Logan siguió levantando cartas con creciente incomodidad, y Jennifer siguió equivocándose. Logan pensó en lo que Ethan Rush le había contado de la escala Kleiner-Wechsmann y de que la puntuación de Jennifer era la más alta registrada jamás. «Aquí hay algo que no encaja», se dijo. Su instinto profesional empezaba a prevenirlo en contra de los charlatanes.

Dejó las diez cartas en la mesa, boca abajo, y al hacerlo vio que Jennifer reparaba en la burlona actitud de March.

—Me he equivocado en todas, ¿verdad? —preguntó ella.

—Sí —contestó Logan.

—Repitámoslo, ¿quiere? Esta vez acertaré.

Logan recogió las cartas y las fue alzando en el mismo orden que antes.

—Estrella —dijo Jennifer—. Ondas. Círculo. Cruz. Estrella. Cuadrado.

Fue una actuación perfecta. Ni un solo error.

—Madre mía… —murmuró Tina Romero.

En ese momento Logan lo comprendió. Jennifer había errado deliberadamente en el primer intento y restregado en las narices de March su propio escepticismo. Una soberbia actuación. Miró a Jennifer con renovado respeto.

—¿Qué le parece como prueba empírica, doctor March? —dijo mirando al arqueólogo—. ¿Quiere que repitamos el experimento?

—No. —March se puso en pie—. No me gustan los trucos de feria.

Se despidió de cada uno de ellos con un gesto de la cabeza y salió de la sala.

—Menudo personaje es ese tío —dijo Tina, que meneaba la cabeza y miraba la puerta por la que había salido March—. ¿Y habéis oído lo que ha dicho? «¿Y si no hay nada enterrado bajo el Sudd?» Solo Stone es capaz de contratar a alguien como él como arqueólogo jefe.

—¿Quieres decir que March piensa que esta expedición no tiene sentido?

Logan se quedó en silencio. Nunca se le había ocurrido que la tan cacareada investigación de Stone pudiera estar errada y que todo aquel imponente montaje se basara en una hipótesis equivocada.

—Entonces ¿para qué lo contrató Stone? —preguntó al cabo de un momento.

—Porque puede que March sea un capullo y un esnob intelectual, pero es el mejor en su trabajo. En este sentido Stone es brillante. Además, le gusta tener a gente que cuestione sus ideas. Tal vez por eso le caes bien. —Tina se levantó—. Bueno, tengo que volver al trabajo. Si no me equivoco, dentro de poco March recibirá noticias que lo descolocarán aún más. —Miró a Jennifer Rush—. Gracias por el espectáculo. —Se volvió hacia Logan—. Deberías enseñarle el truco de la pajita. Tenéis más cosas en común de las que creéis.

Logan la observó marcharse y después miró a Jennifer.

—Estaba deseando conocerla, señora Rush —dijo.

—Llámame Jennifer. Mi marido me ha hablado de ti.

—Y él a mí de ti. De cómo fuiste su inspiración para que fundara el Centro y de tus impresionantes habilidades.

La mujer asintió.

—Debo decirte que, según mi experiencia —continuó Logan—, lo que acabas de hacer con las cartas Zener no tiene precedentes. He presenciado esta prueba cientos de veces y nunca he visto un porcentaje de acierto superior al setenta y cinco por ciento.

—Y yo diría que el doctor March tampoco —replicó ella.

Tenía una voz grave y sedosa que no encajaba con su complexión menuda y delgada.

—Si Ethan te ha hablado de mí, sabrás que me ocupo de fenómenos poco corrientes, de cosas que no tienen una explicación fácil. Así que es natural que me sienta fascinado por el fenómeno de las experiencias cercanas a la muerte, el cruzar «al otro lado». He leído sobre el tema, claro, y lo sé todo acerca de las extraordinarias coincidencias entre las distintas experiencias: la sensación de paz, el túnel oscuro, el ser de luz… Supongo que tú también has experimentado todo eso…

Ella asintió.

—Pero, para mí —prosiguió Logan—, leer sobre algo y experimentarlo no tienen nada que ver. —Hizo una breve pausa—. Como investigador parece que siempre estoy fuera, en busca de los hechos. Por eso casi te envidio por haber experimentado un suceso tan extraordinario.

—Un suceso tan extraordinario —repitió Jennifer con voz casi inaudible—. Sí, supongo que puedes llamarlo así.

Logan la miró atentamente. Viniendo de otra persona esa respuesta habría sonado fría y distante; sin embargo, en Jennifer percibía algo distinto. Percibía desdicha, un íntimo desasosiego. Sabía por experiencia que no todos los dones suponían una bendición ni resultaban llevaderos. En los ambarinos ojos de Jennifer había una profundidad extraordinaria y cierta dureza como de ágata. Era como si hubieran visto cosas que ningún otro ser humano había visto… y, quizá, que ningún ser humano debería haber visto.

—Lo siento —se disculpó Logan—. No te conozco lo bastante para hablar de estas cosas. Deja solo que te diga que soy consciente del escepticismo y de la hostilidad a los que debes enfrentarte con gente como March. Yo también he tenido que soportarlos. Quiero que sepas que te creo y que espero con ilusión que podamos trabajar juntos.

Jennifer Rush lo había estado observando. Algo en sus ojos de ágata pareció ablandarse mientras él hablaba.

—Gracias —repuso con una sonrisa amable.

Entonces, como impulsados por la misma idea, los dos se levantaron a la vez y se encaminaron hacia la puerta. Logan la abrió y Jennifer salió.

Una vez en el pasillo, Logan le tendió la mano para despedirse. Tras una breve vacilación, ella se la estrechó con suavidad. Y cuando lo hizo, Logan sintió un repentino y desgarrador destello de emoción, tan poderoso y abrumador que casi se tambaleó físicamente. Retiró la mano e hizo lo posible por disimular la impresión. Jennifer titubeó. Logan aventuró una sonrisa y después, tras una confusa despedida, dio media vuelta y se alejó por el pasillo.