El único bar de la estación se llamaba Oasis. Mitad cantina, mitad salón de cócteles, estaba situado en el rincón más alejado del sector Azul, con vistas a la vasta y desolada extensión del Sudd. Sin embargo, al entrar, Logan se fijó en que las ventanas que daban a la marisma estaban tapadas con estores de bambú, como si la intención fuera ocultar, más que enfatizar, que se hallaban atrapados en medio de la nada.
El salón de cócteles estaba en penumbra —iluminado con la luz indirecta de neones azules y violetas— y prácticamente desierto. A Logan no le sorprendió. Tras el incendio del generador, el ambiente en la estación se había apagado. Esa noche no había partidas de bridge ni alegres charlas en el comedor. Casi todo el mundo se había retirado a su cuarto, como si quisiera digerir en soledad lo ocurrido.
Sin embargo, el humor de Logan era precisamente el contrario. La abrumadora sensación de malignidad que había percibido cuando el generador estalló en llamas lo había desconcertado. Su austero laboratorio y su silencioso dormitorio eran los últimos lugares donde deseaba estar.
Caminó hasta la barra y se sentó. Por unos altavoces invisibles sonaba algo de Charlie Parker. El barman, un joven de cabello corto y oscuro y bigote a lo Sgt. Pepper, se acercó.
—¿Qué le sirvo? —preguntó al tiempo que ponía en la barra una servilleta de cóctel.
—¿Tiene Lagavulin?
El joven sonrió y señaló una impresionante colección de botellas de whisky escocés de malta en la pared de espejo que había a su espalda.
—Estupendo, gracias —dijo Logan—. Lo tomaré solo.
El barman sirvió una generosa ración en un vaso y lo dejó sobre la servilleta. Logan dio un sorbo y admiró la gruesa base de cristal del vaso mientras disfrutaba del sabor a turba del whisky. Tomó un segundo sorbo y esperó a que el desagradable recuerdo del incendio y el olor a carne quemada se desvanecieran, aunque solo fuera un poco. Rogers había sufrido quemaduras de tercer grado en el veinticinco por ciento del cuerpo. Obviamente lo habían evacuado, pero el hospital de quemados más próximo se hallaba a cientos de kilómetros de distancia, y el pronóstico era reservado.
—¿Invitaría a una chica a tomar algo?
Alzó la vista y vio a Christina Romero junto a él.
—Buena pregunta. ¿Puedo?
—Ésta que ve no es la que antes se mostró tan arisca. Es una versión mejorada: Christina Romero, modelo dos punto cero.
Logan rió.
—Está bien, en ese caso estaré encantado de invitarla. ¿Qué le apetece tomar?
Ella se volvió hacia el barman.
—Un daiquiri, por favor.
—¿Con hielo picado? —preguntó el joven.
—No, agitado y sin hielo.
—Ahora mismo.
—¿Le parece que nos sentemos a una mesa? —propuso Logan.
Cuando Romero asintió, él se encaminó hacia una mesa cerca de las ventanas.
—Antes que nada quiero decirle algo —anunció Tina mientras tomaban asiento—. Lamento haberme comportado como una bruja en mi despacho. La gente siempre me dice que soy arrogante, pero normalmente no me excedo. Supongo que como usted es famoso y todo eso, no quería parecer impresionada. Me pasé de la raya. Un montón.
Logan le quitó importancia con un gesto de la mano.
—Olvidémoslo.
—No pretendo inventar excusas, pero es…, ya sabe, el estrés. Quiero decir que nadie habla de ello pero llevamos dos semanas de trabajo y no hemos encontrado nada de nada. Tengo que tratar con un par de tíos importantes que son unos capullos, y ahora esto…, una serie de sucesos a cuál más raro. Gente que ve cosas, equipos que se estropean. Y hoy ese incendio, lo que le ha ocurrido a Rogers. —Meneó la cabeza—. Al final acabas de los nervios. No tendría que haberla tomado con usted.
—No pasa nada. Puede hacerse cargo de la cuenta.
—Pero si es gratis —respondió ella riendo.
Tomaron un sorbo de sus respectivas bebidas.
—¿Siempre quiso ser egiptóloga? —preguntó Logan—. Yo quería serlo de pequeño, después de ver La momia, pero cuando me enteré de lo difícil que es leer jeroglíficos dejó de interesarme.
—Mi abuela era arqueóloga, pero de alguna manera eso usted ya lo sabía. Trabajó en todo tipo de excavaciones, desde New Hampshire hasta Nínive. Yo la idolatraba. Así que supongo que esa es parte de la razón. Pero el que realmente me metió el veneno en el cuerpo fue el rey Tutankhamón.
Logan se la quedó mirando.
—¿El rey Tutankhamón?
—Pues sí. Yo crecí en el South Bend. Cuando la exposición de Tutankhamón llegó al Field Museum, fuimos toda la familia en coche a Chicago para verla. Dios mío… Mis padres tuvieron que sacarme de ahí a rastras. ¿Cómo se lo diría? La máscara mortuoria, los escarabajos dorados, la sala del tesoro… Por aquel entonces yo solo estaba en cuarto curso y todo aquello me dejó hechizada durante meses. Después leí todo lo que cayó en mis manos acerca de Egipto y la arqueología: Dioses, tumbas y sabios; Five Years of Explorations at Thebes, de Carter y Carnavon…, en fin, los que quiera. Y ya no volví la vista atrás.
Se había ido animando a medida que hablaba, y sus ojos verdes casi chispeaban de emoción. No era lo que se dice guapa, pero tenía una especie de energía interior y una estimulante franqueza que a Logan le parecieron fascinantes.
Romero apuró su cóctel de un trago.
—Ahora le toca a usted.
—¿A mí? Bueno, empecé a interesarme por la historia en mi primer año de universidad en Dartmouth.
—No se ande con evasivas. Ya sabe a qué me refiero.
Logan se echó a reír. No era algo de lo que soliera hablar, pero al fin y al cabo ella había ido a buscarlo para disculparse.
—Yo diría que todo empezó el día en que pasé la noche en una casa encantada.
Romero hizo un gesto al barman para pedirle otra copa.
—No pensará tomarme el pelo, ¿verdad?
—No. Tenía doce años. Mis padres se habían ido a pasar fuera el fin de semana y se suponía que mi hermano mayor iba a cuidar de mí. —Logan meneó la cabeza—. Y vaya cómo lo hizo… Me retó a pasar la noche en la vieja casa Hackety.
—¿La vieja casa encantada Hackety?
—Eso es. Llevaba años vacía, pero todos los chicos de la zona decían que allí vivía una bruja. La gente hablaba de que por la noche se veían extrañas luces y de que los perros evitaban la casa como al diablo. Mi hermano sabía que yo era muy tozudo y que nunca rechazaba un desafío. Así pues, cogí mi saco de dormir, una linterna, unos cuantos libros que mi hermano me dio y me colé en la casa por una de las ventanas de la planta baja.
Hizo una pausa mientras recordaba.
—Al principio todo me pareció coser y cantar. Extendí el saco de dormir en lo que había sido el salón. Pero entonces se hizo de noche. Y empecé a oír todo tipo ruidos: crujidos, gruñidos. Intenté distraerme con los libros que mi hermano me había dado, pero todos eran historias de fantasmas y tuve que dejarlos. Fue entonces cuando los oí.
—¿El qué?
—Pasos. Pasos que subían del sótano.
El cóctel llegó, y Romero cogió la copa con ambas manos.
—Siga.
—Intenté correr, pero estaba petrificado. Ni siquiera podía levantarme. A lo máximo que llegué fue a encender la linterna. Oí los pasos avanzar lentamente por la cocina. Y entonces una figura apareció en el umbral.
Logan tomó un sorbo de whisky.
—Nunca olvidaré lo que vi a la luz de la linterna. Una vieja bruja, el pelo blanco y salvajemente revuelto en todas direcciones, los ojos simples huecos bajo el resplandor. Creí que el corazón me iba a estallar. Ella empezó a caminar hacia mí, y yo me eché a llorar. Me faltó muy poco para hacerme pis encima. Entonces ella extendió su huesuda mano, y yo pensé que me iba a morir, que me iba a soltar su maleficio y que me marchitaría y me moriría allí mismo.
Logan calló un momento.
—¿Y? —lo apremió Romero.
—No me morí. Me cogió una mano y la sostuvo entre las suyas. Y de repente… lo comprendí. Es… es difícil de explicar, pero me di cuenta de que no era ninguna bruja. No era más que una anciana sola y asustada que vivía escondida en el sótano y se alimentaba de comida enlatada y agua del grifo. Fue como si pudiera… como si pudiera sentir su miedo hacia el mundo exterior, sentir su miserable existencia en el frío y la oscuridad, sentir su dolor por la pérdida de cada uno de sus seres queridos.
Logan apuró su copa.
—Y eso fue todo. Ella regresó a la oscuridad del sótano, y yo recogí mi saco de dormir y me fui a casa. Cuando mis padres volvieron, les conté lo ocurrido. A mi hermano lo castigaron durante un mes, y la policía fue a registrar la casa Hackety. Resultó que la mujer era Vera Hackety, una anciana con problemas mentales que había vivido siempre al cuidado de su familia. Su último pariente más cercano había muerto hacía año y medio y ella llevaba viviendo en el sótano desde entonces.
Logan miró a Romero.
—Pero sucedió algo gracioso. Hubo algo en ese encuentro que me cambió. A partir de entonces empezaron a fascinarme las historias de fantasmas en la vida real, de mansiones encantadas, de tesoros malditos, de Bigfoot y de todo lo que se pueda imaginar. Además, uno de los libros que me había dado mi hermano para que me asustara aún más resultó ser Flaxman Low, Occult Psychologist, de E. Y H. Heron, un libro de relatos acerca de un detective con poderes paranormales.
—Un detective con poderes paranormales —repitió Romero.
—Sí, una especie de Sherlock Holmes del reino de los espíritus. Nada más acabar ese libro supe a qué deseaba dedicarme el resto de mi vida. De todas maneras, no suele ser un trabajo a tiempo completo, y de ahí que dé clases de historia.
—Pero ¿cómo desarrolló sus… habilidades? —indagó Romero—. Quiero decir que no hay una licenciatura en enigmatología.
—No, pero hay muchos tratados sobre el tema. Ahí es donde viene como anillo al dedo ser medievalista.
—¿Como el Malleus Maleficarum?
—Exacto, pero hay otros muchos, incluso más antiguos y con mayor autoridad. —Logan se encogió de hombros—. Es como todo, uno va aprendiendo a medida que practica.
La mirada escéptica de Romero volvió a aparecer lentamente en su rostro.
—Tratados… No me diga que cree en todas esas historias sobre astrología y la piedra filosofal.
—Lo que acabo de mencionar son solo ejemplos típicamente occidentales, pero todas las culturas tienen su armazón sobrenatural. He estudiado prácticamente todas las que han sido documentadas… y algunas que no, y he comparado los elementos que tienen en común. —Hizo una pausa—. Mi conclusión es que más allá del mundo visible y natural existen fuerzas elementales, algunas buenas, otras malas, que siempre han estado ahí y siempre estarán como contrapartida de nosotros mismos.
—Como la maldición de la tumba de una momia —comentó Romero. Luego señaló el vaso de Logan y preguntó—: ¿Cuántos de estos se ha bebido antes de que llegara yo?
—Piense en los átomos o en la materia oscura —repuso Logan sin inmutarse—. No podemos verlos, pero sabemos que existen. ¿Por qué no puede ocurrir lo mismo con seres elementales o con criaturas a las que sencillamente no hemos visto todavía? Por la misma razón ¿acaso no podría tratarse de fuerzas que no hemos aprendido a dominar?
La mirada escéptica de Romero se acentuó.
Logan dudó un instante. Luego cogió la pajita de la copa de la egiptóloga y la dejó en el mantel de hilo, entre los dos. A continuación colocó las manos a ambos lados, con los dedos ligeramente abiertos, y respiró hondo.
Al principio no pasó nada, pero luego la pajita tembló ligeramente. Entonces, tras un temblor más violento, se elevó despacio y permaneció varios segundos suspendida en el aire, a un centímetro y medio de la mesa, temblando, y luego cayó, rodó sobre la mesa y se quedó inmóvil.
—¡Dios mío! —exclamó Romero. Miraba fijamente la pajita; la cogió con cuidado, como si quemara—. ¿Cómo lo ha hecho?. Es un truco de magia genial.
—Con el entrenamiento adecuado, seguramente usted también podría hacerlo —repuso Logan—. Pero no mientras crea que se trata de un truco.
Ella examinó la pajita con aire poco convencido, la dejó en la mesa y bebió un sorbo de daiquiri.
—Solo una pregunta más —dijo—. Antes, en mi despacho… todo lo que contó de mí era verdad, incluso lo de que soy la hermana pequeña. ¿Cómo sabe tanto de mí?
—Soy empático.
—¿Empático? ¿Qué es eso?
—Alguien capaz de absorber los sentimientos y las emociones de los demás. Cuando estreché su mano recibí una serie de…, en realidad fue un torrente de recuerdos muy potentes, de ideas, pensamientos, inquietudes y deseos. No soy selectivo, no controlo la información que me llega. Solo sé que cuando entablo contacto físico con otra persona siempre recibo una impresión más o menos intensa.
—Empatía… —dijo Romero—. Suena como lo de la aromaterapia y los cristales.
Logan se encogió de hombros.
—Entonces, dígame: ¿cómo sabía yo todo eso?
—No lo sé. —Lo miró fijamente—. ¿Cómo se convierte uno en empático?
—Se hereda. Tiene un aspecto biológico y otro espiritual. A veces la gente tiene el don latente toda su vida y no lo sabe. Con frecuencia aparece tras una experiencia traumática. En mi caso creo que fue cuando Vera Hackety me cogió la mano. —Logan jugueteó con el vaso vacío—. Sea como sea, no hay duda de que para mi trabajo ha resultado decisivo.
—Levitación, capacidad para leer el pensamiento… —Romero sonrió—. ¿También sabe predecir el futuro?
Logan asintió.
—¿Qué le parece esto? Si no estamos en el comedor dentro de diez minutos, no nos darán de cenar.
Tina miró el reloj y se echó a reír.
—Ésa es la clase de predicción que comprendo perfectamente. Vamos, Svengali.
Cuando se levantaron de la mesa, Romero recogió la pajita y se la guardó en el bolsillo de los vaqueros.