En el salón, Ellis se·contemplaba a si mismo en el telediario de las once, obligado a ello en parte por vanidad, y en parte por una curiosidad morbosa. Gerhard también estaba, y también Richard y el agente Anders.
En la pantalla, Ellis guiñaba ligeramente los ojos mientras miraba hacia la cámara y contestaba a las preguntas de un grupo de periodistas. Un racimo de micrófonos le apuntaban a la cara, a pesar de lo cual se encontró a sí mismo tranquilo. Esto le satisfizo. También encontró razonables sus respuestas.
Los periodistas le preguntaron sobre la operación, y él se la explicó, breve pero claramente. Entonces uno interrogó:
—¿Por qué se practicó esta operación?
—El paciente sufre ataques intermitentes de conducta violenta —repuso Ellis—. Tiene una enfermedad cerebral orgánica; su cerebro está lesionado. Estamos intentando solucionar este problema, y prevenir la violencia.
«Nadie podía discutir aquello —pensó—. Incluso McPherson la aprobaría como una respuesta cortés».
—¿Es corriente una lesión cerebral con secuela de violencia?
—No sabemos si es corriente —contestó Ellis—; ni siquiera sabemos hasta qué punto está extendida la lesión cerebral por sí sola. Pero hemos calculado que diez millones de americanos padecen claras lesiones de cerebro, y cinco millones más están afectados de ligeras perturbaciones cerebrales.
—¿Quince millones? —dijo uno de los periodistas—. Esto significa una persona de cada trece.
«Bastante rápido», pensó Ellis. Después hizo él mismo el cálculo y resultó ser una de cada catorce personas.
—Algo así —contestó en la pantalla—. Hay dos millones y medio de personas con parálisis cerebral. Otros dos millones tienen perturbaciones convulsivas, incluyendo la epilepsia. Y unos seis millones son retrasados mentales. Probablemente existen dos millones y medio con trastornos hipercinéticos de conducta.
—¿Y toda esa gente es violenta?
—No, ciertamente no. Pero una gran proporción de personas violentas resultan ser víctimas, al ser examinadas, de algún trastomo cerebral, un trastorno físico. Esta circunstancia invalida un montón de teorías sobre la pobreza, la discriminación, la injusticia y la desorganización social. Dichos factores contribuyen, naturalmente, a la violencia. Pero una lesión física del cerebro es también un factor importante. Y es imposible cuidar una lesión cerebral física por medio de métodos sociales.
Se produjo una pausa en las preguntas de, los periodistas. Ellis recordó la pausa, y recordó, asimismo, la satisfacción que le procuró. Estaba ganando; estaba convenciendo a su auditorio.
—Cuando usted dice violencia…
—Me refiero a ataques de violencia injustificada iniciados por un individuo aislado —replicó Ellis—. Se trata del problema más alarmante del mundo actual: la violencia. Y en este país tiene proporciones gigantescas. En 1969, en este país murieron asesinados y fueron atacados más americanos de los que han muerto o caído heridos en Vietnam durante todos los años de guerra. Específicamente…
Los periodistas estaban impresionados.
—… Hemos tenido 14.500 asesinatos, 36.500 violaciones y 306.500 casos de asalto a mano armada. En conjunto, un tercio de millón de casos de violencia. Esto no incluye las muertes por accidente de automóvil, y gran parte de estos accidentes son debido a la violencia. Se han producido 56.000 muertes en accidente de tráfico, y tres millones de personas resultaron heridas.
—Siempre se le han dado bien los números —comentó Gerhard, atento a la pantalla.
—Es efectivo, ¿no es cierto? —dijo Ellis.
—Claro y espectacular —suspiró Gerhard—. Lástima que guiñe los ojos y no inspire confianza.
—Es mi aspecto normal.
Gerhard se echó a reír.
En la pantalla, un periodista interrogó:
—¿Y usted cree que estas cifras reflejan un trastorno físico del cerebro?
—En gran parte —repuso Ellis—, en gran parte. Una de las señales inequívocas de trastomo cerebral físico en un individuo aislado es un historial de violencia repetida. Existen algunos ejemplos famosos. Charles Whitman, que mató a diecisiete personas en Texas, tenía un tumor cerebral maligno, y hacía semanas que había dicho a sus psiquiatras que pensaba subir a la torre y disparar contra la gente. Richard Speck cometió varios actos de violencia brutal antes de matar a ocho enfermeras. Lee Harvey Oswald había atacado repetidamente a muchas pernas incluyendo, en muchas ocasiones, a su propia esposa. Estos son casos famosos. Se dan anualmente un tercio de millón de casos que no se hacen famosos. Estamos intentando corregir esta conducta violenta por medio de la Cirugía. No creo que se trate de un objetivo despreciable, sino por el contrario, de un objetivo noble y muy importante.
—Pero ¿no es un control de la mente?
Ellis preguntó a su vez:
—¿Qué nombre da usted a la educación obligatoria de enseñanza media?
—Educación —dijo el periodista.
Y así terminó la rueda de prensa. Ellis se levantó malhumorado.
—Esto me hace parecer un idiota.
—No, en absoluto —disintió Anders, el agente de policía.