Ya era mediodía cuando Ross terminó con Anders; se sentía muy cansada. El whisky la había calmado, pero al mismo tiempo aumentó su fatiga. Hacia el final se sorprendió a si misma buscando en vano las palabras, perdiendo el hilo de sus pensamientos, usando expresiones que en seguida debía rectificar porque no se ajustaban exactamente a lo que había querido decir. En toda su vida no se había sentido tan cansada, tan tendida por la fatiga.

En cambio, Anders estaba impertinentemente despierto. Dijo:

—¿Dónde estará Benson ahora? ¿Adónde es probable que haya ido?

—Es imposible saberlo —repuso ella, moviendo la cabeza—. Se encuentra en un estado postagresivo (nosotros lo llamamos post ictus), y no hay predicciones que valgan.

—Usted es su psiquiatra —observó Anders—. Debe saber muchas cosas de él. ¿No hay modo de predecir cómo actuará?

—No —¡Dios santo!, qué cansada estaba. ¿Por qué se obstinaba él en no comprender?—. Benson se halla en un estado anormal. Es casi un psicópata, está confundido, recibe frecuentes estimulaciones, y sufre ataques casi continuados. Podría hacer cualquier cosa.

—Si está confundido… —Anders no terminó la frase—. ¿Qué puede hacer en su confusión? ¿Cómo puede comportarse?

—Escuche —dijo ella—, es inútil. Razonar así no nos llevará a ninguna parte. Puede hacer cualquier cosa.

—Está bien —se resignó Anders, y la miró brevemente mientras sorbía el café.

Por el amor de Dios, ¿por qué no cejaba en su empeño? Su insistencia en analizar a Benson y deducir sus actos era ridículamente irrealista. Además, todo el mundo sabía cómo iba a terminar aquel asunto. Alguien localizaría a Benson y lo mataría de un disparo; éste sería el fin. Incluso Benson había dicho…

Se quedó inmóvil, enarcando las cejas. ¿Qué había dicho? Algo sobre cómo terminaría todo aquello. ¿Cuáles fueron sus palabras exactas? Intentó recordarlo, sin éxito. En ese momento estaba demasiado asustada para escuchar con atención.

—Este es uno de los casos imposibles —dijo Anders; se levantó y fue hacia la ventana—. En otra ciudad tendríamos probabilidades, pero no en Los Ángeles, no en una ciudad de mil trescientos kilómetros cuadrados. Esto es mayor que Nueva York, Chicago, San Francisco y Filadelfia juntas. ¿Lo sabía usted?

—No —murmuró ella, que casi no había escuchado.

—Hay demasiados escondrijos —continuó él—, demasiados modos de escapar: demasiados aeropuertos, carreteras, playas. Si es listo, ya debe estar lejos. En México o en Canadá.

—No hará eso —afirmó ella.

—¿Qué hará?

—Volverá al hospital.

Hubo una pausa.

—Creía que no podía predecir su conducta —dijo Anders.

—Se trata sólo de un presentimiento —replicó ella—, nada más.

—Será mejor que vayamos al hospital —decidió Anders.

La Unidad Neuropsiquiátrica parecía la sala de planos de una guerra. Todas las visitas a los pacientes habían sido canceladas hasta el lunes; en el cuarto piso no se admitía a nadie que no perteneciera al hospital o a la policía. Pero, por algún motivo, estaban presentes todos los miembros de Desarrollo, que corrían de un lado para otro con expresión horrorizada, claramente preocupados de que sus subvenciones y sus empleos estuvieran en peligro. Los teléfonos sonaban ininterrumpidamente; llamaban los periodistas; McPherson se hallaba encerrado bajo llave en su despacho con los administradores del hospital; Ellis profería maldiciones contra cualquiera que viese a diez metros de distancia; Morris había desaparecido y nadie podía dar con él; Gerhard y Richard estaban intentando desconectar algunas líneas telefónicas con el fin de emitir un programa de proyección usando otro ordenador, pero todas las líneas estaban ocupadas.

Físicamente, la Unidad era HH campo de batalla; los ceniceros rebosaban de colillas, las tazas de cartón estaban diseminadas por el suelo, había bocadillos por todas partes, y las sillas desaparecían bajo un montón de chaquetas y uniformes. Los teléfonos no dejaban de sonar; en cuanto alguien colgaba un auricular, el timbre se disparaba instantáneamente.

Ross estaba en su oficina con Anders, repasando el informe criminal y la descripción de Benson. La descripción era producto del ordenador; resultaba bastante exacta: Varón caucasiano cabello negro, ojos pardos, 1,70 m, 70 kg, 34 años. Peculiaridades: peluca 312/3 y vendas 319/1 en el cuello. Se supone armado con: un revólver 40/11. Características: 23/60 acto anormal (otras) perseverancia.

—No encaja muy bien en las categorías de su ordenador —observó Ross, suspirando.

—Nadie encaja a la perfección —dijo Anders—. Nuestra única esperanza es que sea lo bastante exacta como para que alguien pueda identificarle. También estamos haciendo circular su fotografía; varios cientos de copias están siendo distribuidas por la ciudad. Será una ayuda.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Ross.

—Esperar —respondió él—, a menos que a usted se le ocurra un lugar donde pueda estar escondido.

Ella negó con la cabeza.

—Entonces esperaremos —decidió Anders.

INFORME CRIMINAL (PRIMERA HOJA)

INFORME CRIMINAL (SEGUNDA HOJA)

Traducción del texto manuscrito:

1) La víctima invito al sospechoso a su apartamento. Amistosas relaciones en apariencia, que terminaron en acto sexual: seguidamente, la víctima y el sospechoso se ducharon. Después, mientras la víctima se maquillaba el sospechoso le golpeó la cabeza con una lámpara. Parece que esto causó la muerte de la víctima. El sospechoso colocó a la victima sobre la cama y le causó múltiples heridas de arma blanca, con objeto o arma desconocida, que se supone afilada. A continuación, el sospechoso escapó de la escena del crimen.

3) Evidencia física — Ver fotografías y notas de R. V. Haggoud.

4) Se desconocen otros detalles.

5) La víctima está en el depósito. No hay testigos.

6) Ningún objeto robado.

INFORME DE DEFUNCIÓN