«—Estoy intentando ser lógico, doctora Ross.
»—Lo comprendo, Harry.
»—Creo que es importante ser lógico y racional cuando se discuten estas cosas, ¿no le parece?
»—Estoy de acuerdo».
Janet Ross contemplaba el rápido movimiento circular de la bobina de la grabadora. Frente a ella, apoyado en el respaldo de la silla, Ellis escuchaba con los ojos cerrados y con un cigarrillo entre sus dedos. Morris escuchaba mientras bebía una segunda taza de café. Janet estaba haciendo una lista con los datos obtenidos e intentaba trazar un nuevo plan de acción.
La cinta seguía girando.
«—Yo clasifico las cosas de acuerdo con lo que llamo tendencias a combatir —decía Benson—. Hay cuatro tendencias importantes que deben ser combatidas. ¿Desea oírlas?
»—Por supuesto.
»—¿Lo desea realmente?
»—Sí, realmente.
»—Bien, la tendencia número uno es la generalidad del ordenador. El ordenador es una máquina, pero no se parece a ninguna otra máquina en la historia de los hombres. Otras máquinas tienen una función específica, como los coches, las neveras o los lavaplatos. Damos por descontado que las máquinas han de tener una función específica. Pero los ordenadores no la tienen; pueden hacer infinidad de cosas.
»—Pero, sin duda, los ordenadores son…
»—Por favor, déjeme terminar. La tendencia número dos es la autonomía del ordenador. En los primeros tiempos, los ordenadores no eran autónomos. Eran como sumadoras; había que estar siempre delante, apretando botones, para que funcionaran. Como los coches: éstos no funcionan sin el conductor. Pero ahora las cosas han cambiado, los ordenadores se están volviendo autónomos. Se les pueden dar todas las instrucciones imaginables, marcharse, y dejar al ordenador que lo resuelva todo.
»—Harry, yo…
»—Le ruego que no me interrumpa. Esto es muy importante. La tendencia número tres es la miniaturización. Ya está usted enterada de esto. El ordenador que en 1950 ocupaba toda una habitación, ahora tiene el tamaño de un paquete de cigarrillos. Y muy pronto será aún más pequeño.
En la cinta se produjo una pausa.
«—La tendencia número cuatro…», empezó Benson, y Janet desconectó la grabadora. Miró a Ellis y a Morris.
—Esto no nos lleva a ninguna parte —dijo.
Ellos no contestaron, y se limitaron a expresar una especie de impotente desaliento. Janet leyó su lista de información.
«Benson en casa a las 12,30. Se llevó (?) planos (?) pistola, y caja de herramientas.
»Benson no ha sido visto últimamente en el Jack rabbit Club.
»Benson preocupado por el ordenador instalado en el Hospital de la Universidad en 7/69».
—¿Esto último les sugiere algo? —preguntó Ellis.
—No —dijo Ross—, pero creo que uno de nosotros tendría que hablar con McPherson. —Miró a Ellis, que asintió sin entusiasmo. Morris se encogió levemente de hombros—. Muy bien —resolvió ella—, yo lo haré.
Eran las 4,30 de la madrugada.
—Lo cierto es que hemos agotado todas las alternativas —dijo Ross—, y el plazo se esta terminando.
McPherson la miró con fijeza desde el otro lado del escritorio. En sus ojos su reflejaba el cansancio.
—¿Qué espera que haga yo? —articuló sin énfasis.
—Notifíquelo a la policía.
—La policía ya está enterada, y desde el primer momento, a través de uno de sus hombres. Tengo entendido que a estas alturas, el séptimo piso rebosa de agentes.
—La policía no sabe nada de la operación.
—¡Diablos! Fue la propia policía quien le trajo aquí para que fuera operado. Claro que están enterados.
—Pero no tienen una idea exacta de las implicaciones.
—No lo han preguntado.
—Y tampoco conocen la relación del ordenador con lo que sucederá a las seis.
—¿Y por que ha de importarles eso?
Empezó a perder la paciencia. ¿Por que era tan obstinado? Comprendía perfectamente lo que ella quería decir.
—Creo que su actitud podría cambiar si supieran que Benson tendrá un ataque a las seis.
—Tiene usted razón —concedió McPherson. Se movió pesadamente en su asiento—. Puede que entonces dejen de pensar en él como en un preso fugado sobre quien pesa una acusación de asalto, y empiecen a considerarle un asesino violento con alambres en la cabeza. —Suspiró—. En estos momentos, su objetivo es apresarle. Si les decimos más detalles, le matarán.
—Pero pueden estar en juego vidas inocentes. Si la proyección…
—Eso es, la proyección —interrumpió McPherson—. Una proyección de ordenador, que no tiene más elementos de juicio que sus datos, y esos datos consisten en tres estimulaciones alternadas. Se pueden dibujar muchas curvas sobre tres puntos de un diagrama. Se puede hacer una gran cantidad de extrapolaciones. No tenemos una razón positiva para creer que sufrirá un colapso a las seis. En realidad, cabe la posibilidad de que no lo sufra a ninguna hora.
Ella observó los gráficos que estaban en la pared. McPherson fraguaba el futuro de la Unidad Neuropsiquiátrica en esta habitación, y lo tenía expuesto en las paredes, en forma de gráficos detallados y multicolores. Ella sabía cuánto significaban para él estos gráficos; sabía cuánto significaba para él la Unidad; sabía lo importante que era Benson para él. Pero, incluso así, su posición era insensata e irresponsable.
¿Qué palabras podía emplear para decírselo?
—Escuche, Jan —dijo McPherson—, usted ha empezado afirmando que se han agotado todas las alternativas. No estoy de acuerdo. Creo que nos queda la alternativa de esperar. Creo que hay una posibilidad de que vuelva al hospital, de que venga a ponerse en nuestras manos. Mientras ello sea posible, prefiero esperar.
—¿No piensa hablar con la policía?
—No.
—Si no vuelve —dijo ella—, y si ataca a alguien en un acceso de furor, ¿realmente quiere usted asumir esa responsabilidad?
—También ahora soy el responsable —repuso McPherson, y sonrió tristemente.
Eran las cinco de la mañana.