—¿Qué pasa, qué clase de emergencia es ésta? —preguntó Farley, mientras abría la puerta de Autotronics.
—Desde luego es una emergencia —replicó Morris, temblando a la intemperie. La noche era fría, y llevaba media hora esperando. Esperando que Farley se presentara.
Farley era un hombre alto y esbelto, de movimientos pausados. Tal vez estaba soñoliento; pero pareció tardar una eternidad en abrir la puerta y hacer pasar a Morris a la Oficina. Encendió las luces del vestíbulo, una habitación destartalada, y entonces se dirigió hacia la parte trasera del edificio.
La parte trasera de Autotronics, en realidad, sólo era una habitación destartalada. Las mesas se hallaban esparcidas sin orden ni concierto, alrededor de diversas piezas de maquinaria, enormes y relucientes. Morris frunció ligeramente el ceño.
—Sé lo que esta pensando —dijo Farley—; que aquí no hay orden.
—No, yo…
—Pues es cierto. Pero hacemos nuestro trabajo, puedo asegurárselo. —Indicó un lugar de la habitación—. Aquélla es la mesa de Harry, junto a la de Hap.
—¿Hap?
Farley señaló una gran y complicada estructura de metal.
—Hap es la abreviatura de Hopelessly Automatic Ping-Pong Player[3] —explicó con una sonrisa, y añadió—: No del todo exacto, pero aquí gastamos nuestras bromas.
Morris de acercó a la máquina, y la rodeó, examinándola.
—¿Juega a ping-pong?
—No muy bien —admitió Farley—, pero estamos intentando que mejore. Se trata de una subvención del DOD —Departamento de Defensa—, que nos ha encargado la fabricación de un robot que juegue a ping-pong. Sé lo que está pensando. Está pensando que no es un proyecto importante.
Morris se encogió de hombros. No le gustaba que le dijeran continuamente lo que estaba pensando, Farley sonrió.
—Sólo Dios sabe para qué lo quieren —dijo—, como es natural, la proeza sería notable. Imagínese un ordenador que vea una bola moviéndose a gran velocidad por el espacio tridimensional, con la capacidad de establecer contacto con ella y devolverla de acuerdo con ciertas reglas, como hacerla caer entre las líneas blancas, y no fuera de la mesa, etc. Dudo que la utilicen para campeonatos de ping-pong.
Fue hacia el fondo de la habitación y abrió una nevera que ostentaba un gran letrero naranja: «RADIACIÓN», y otro debajo: «SOLO PERSONAL AUTORIZADO». Sacó dos jarras.
—¿Quiere un poco de café?
Morris contemplaba fijamente los letreros.
—Esto es para desanimar a las Secretarias —aclaró Farley, volviendo a reír. Su actitud jovial molestaba a Morris, que se quedó mirando cómo hacía el café.
Después Morris se acercó a la mesa de Benson y empezó a buscar en los cajones.
—A propósito, ¿qué pasa con Harry?
—¿A qué se refiere? —preguntó a su vez Morris.
El primer cajón contenía utensilios como papel, lápices, regla, notas y cálculos. En el segundo había un archivador; la mayor parte de los papeles parecían cartas.
—Ha estado en el hospital, ¿no?
—Sí, se le practicó una operación, y se ha marchado. Estamos intentando localizarle.
—Realmente se ha vuelto muy extraño —comentó Farley.
—Sí —asintió Morris, rebuscando en el archivo. Cartas comerciales, hojas de pedidos…
—Recuerdo cuándo empezó —dijo Farley—. Fue durante la Semana Crucial.
Morris levantó la vista de las Cartas.
—¿Cómo ha dicho?
—Semana Crucial —repitió Farley—. ¿Cómo prefiere el café?
—Solo.
Farley le dio una taza, vertiendo leche condensada en la suya.
—La Semana Crucial fue una semana de julio de 1969. Probablemente usted nunca la había oído nombrar.
Morris negó con la cabeza.
—Este no fue el título oficial —explicó Farley— pero nosotros la llamamos así. Verá, todos los fabricantes de nuestro ramo sabíamos que se avecinaba.
—¿Qué se avecinaba?
—El cruce de las Aguas. Los científicos en ordenadores de todo el mundo sabían que se produciría, y lo estábamos esperando. Sucedió en julio de 1969. La capacidad de absorción informativa de todos los ordenadores del mundo excedió la capacidad de absorción informativa de todos los cerebros humanos del mundo. Los ordenadores podían recibir y absorber más información que los tres mil quinientos millones de cerebros humanos del mundo.
—¿Esto es el Cruce de las Aguas?
—Puede usted estar seguro de ello —repuso Farley.
Morris tomó un sorbo de café. Se quemó la lengua, pero le ayudó a despertarse.
—¿Se trata de una broma?
—Por supuesto que no —dijo Farley—. Es verdad, el Cruce tuvo lugar en l969, y desde entonces los ordenadores no han cesado de perfeccionarse. En 1975 llevarán una ventaja sobre los seres humanos de un cincuenta por uno, en términos de capacidad. —Hizo una pausa—. A Harry le tenía muy preocupado este asunto.
—Me lo imagino —concedió Morris.
—Y así fue como empezó a volverse extraño. Actuaba de un modo incomprensible.
Morris miró a su alrededor, a las grandes piezas de maquinaria de los ordenadores, que ocupaban una parte de la habitación. Era una sensación peculiar: no recordaba haber estado nunca rodeado de ordenadores. Se dio cuenta de que había cometido algunos errores con Benson. Había creído que éste era más o menos igual que cualquier otra persona, y ahora veía que nadie que trabajase en una habitación así podía ser igual que cualquier otra persona. La experiencia debía cambiar la personalidad. Recordó a Ross cuando decía que la creencia de que todos éramos fundamentalmente iguales no era más que un mito liberal, Había mucha gente que no tenía nada en común con los demás.
«Farley también es distinto», pensó. En otra situación, hubiera despreciado a Farley como a un payaso inconsecuente. Pero resultaba obvio que poseía una inteligencia excepcional. ¿A qué venía, entonces, aquel aire de bufón empedernido?
—¿Sabe usted lo rápidamente que evoluciona esta situación? —continuó Farley—. De un modo vertiginoso. Hemos pasado de milisegundos a nanosegundos en unos pocos años. Cuando se construyó el ordenador ILLIAC I en 1952, podía hacer once mil operaciones aritméticas en un segundo. Bastante rápido, ¿no es cierto? Pues bien, ahora están a punto de terminar el ILLIAC IV, que hará doscientos millones de operaciones por segundo. Es la cuarta generación. Naturalmente, no podría haberse hecho sin la ayuda de otros ordenadores. Para diseñar el nuevo ILLIAC, se han venido utilizando otros dos ordenadores, día y noche sin interrupción, durante dos años.
Morris sorbía el café. Tal vez era debido a su fatiga, tal vez al aspecto fantasmal de la habitación, pero estaba empezando a sentir cierta unidad con Benson. Ordenadores para diseñar ordenadores. Quizá asumirían el mando, después de todo. ¿Qué opinaría Ross de esto? ¿Lo llamaría una quimera compartida?
—¿Ha encontrado algo interesante en su mesa?
—No —contestó Morris. Tomó asiento en la silla de Benson y miró a su alrededor. Intentaba actuar como Benson, pensar como Benson, ser Benson—. ¿Qué vida llevaba?
—Lo ignoro —dijo Farley, sentándose sobre una mesa en un extremo de la habitación—. Durante los últimos meses ha sido muy reservado. Yo sabía que tenía problemas con la ley, y también que iba al hospital. Esto sí que lo sabía, a Benson no le gustaba mucho su hospital.
—¿Ah, no? —preguntó Morris, sin gran interés. No era sorprendente que Benson sintiera hostilidad por el hospital.
Farley guardó silencio. Se dirigió hacia un boletín mural cubierto de fotografías y recortes de periódicos clavados con tachuelas. Arrancó un amarillento artículo de prensa y se lo largó a Morris.
Era del Times de Los Ángeles, fechado el 17 de julio de 1969. El titular rezaba: «EL HOSPITAL DE LA UNIVERSIDAD ADQUIERE UN NUEVO ordenador». El artículo versaba sobre la adquisición de un ordenador IBM 360, el cual estaba siendo instalado en el sótano del hospital para su utilización en la investigación, como ayuda en las operaciones, y en otras funciones diversas.
—¿Se ha fijado en la fecha? —interrogó Farley—. Semana crucial.
Morris lo miro fijamente, con el ceño fruncido.