Sin ningún motivo especial, Janet Ross volvió al hospital a las once de la noche. Había ido al cine con un interno de Patología que la había invitado hacía varias semanas, hasta que por fin ella accedió. Habían visto una película policíaca, «el único género soportable», según el interno. Ella contó cinco asesinatos hasta que el cálculo la aburrió. Miró en la oscuridad al interno; estaba sonriendo. Su reacción era tan estereotipada (el patólogo interesado por la violencia y la muerte), que Janet empezó a pensar en otros estereotipos de la Medicina: los cirujanos sádicos, los pediatras infantiles y los ginecólogos misóginos. Y los psiquiatras chiflados.
A la salida, la había llevado en coche al hospital porque ella tenía su propio coche aparcado allí. Pero en lugar de irse a casa, entró en la Unidad Neuropsiquiátrica, sin ninguna razón particular.
La Unidad se hallaba desierta, pero tenía la esperanza de encontrar trabajando a Gerhard y Richard, y así fue, en efecto, estaban en Telecomp, leyendo los mensajes del ordenador. Apenas se enteraron de que ella había entrado y se servía una taza de café.
—¿Problemas? —preguntó.
—Ahora es «Martha» —repuso Gerhard, rascándose la cabeza—. Primero «George» se niega a ser un santo. Ahora «Martha» se está volviendo simpática. Todo va de pies a cabeza.
Richard sonrió.
—Tú tienes tus pacientes, Jan, y nosotros, los nuestros.
—Hablando de mi paciente…
—Por supuesto —dijo Gerhard, levantándose y yendo hacia el ordenador—. Me estaba preguntando por qué habías venido —sonrió—. ¿O ha sido una cita poco satisfactoria?
—Sólo una mala película —repuso ella.
Gerhard apretó algunos botones. El ordenador empezó a vomitar letras y números.
—Aquí están todos los controles desde que se iniciaron a la una y diez de esta tarde.
01:12 EEG NORMAL |
01:22 EEG NORMAL |
01:32 EEG SUEÑO |
01:42 EEG SUEÑO |
01:52 EEG NORMAL |
02:02 EEG NORMAL |
02:12 EEG NORMAL |
02:22 EEG NORMAL |
02:32 EEG SUEÑO |
02:42 EEG NORMAL |
02:52 EEG NORMAL |
03:02 EEG NORMAL |
03:12 EEG SUEÑO |
03:22 EEG SUEÑO |
03:32 ESTIMULACIÓN |
03:42 EEG NORMAL |
03:52 EEG SUEÑO |
04:02 EEG NORMAL |
04:12 EEG NORMAL |
04:22 EEG NORMAL |
04:32 EEG SUEÑO |
04:42 EEG NORMAL |
04:52 EEG NORMAL |
05:02 EEG SUEÑO |
05:12 EEG NORMAL |
05:22 EEG NORMAL |
05:32 EEG SUEÑO |
05:42 EEG NORMAL |
05:52 EEG NORMAL |
06:02 EEG NORMAL |
06:12 EEG NORMAL |
06:22 EEG NORMAL |
06:32 EEG NORMAL |
06:42 EEG NORMAL |
06:52 ESTIMULACIÓN |
07:02 EEG NORMAL |
07:12 EEG NORMAL |
07:22 EEG SUEÑO |
07:32 EEG SUEÑO |
07:42 EEG SUEÑO |
07:52 EEG NORMAL |
08:02 EEG NORMAL |
08:12 EEG NORMAL |
08:22 EEG SUEÑO |
08:32 EEG NORMAL |
08:42 EEG NORMAL |
08:52 EEG NORMAL |
09:02 ESTIMULACIÓN |
09:12 EEG SUEÑO |
09:22 EEG NORMAL |
09:32 EEG NORMAL |
09:42 EEG NORMAL |
09:52 EEG NORMAL |
10:02 EEG NORMAL |
10:12 EEG NORMAL |
10:22 EEG NORMAL |
10:32 ESTIMULACIÓN |
10:42 EEG SUEÑO |
10:52 EEG NORMAL |
11:02 EEG NORMAL |
—No entiendo nada de todo esto —dijo Ross, con el ceño fruncido—. Parece que alterna entre el sueño y el despertar, y ha recibido un par de estimulaciones, pero… —Meneó la cabeza—. ¿No hay otro modo de proporcionar datos?
Mientras hablaba, el ordenador suministró otro informe, añadiéndole a la columna de números:
11:12 EEG normal.
—La gente —observó Gerhard, simulando irritación— es incapaz de interpretar los datos de las máquinas.
Era cierto. Los ordenadores podían trabajar con columna tras columna de números, pero la gente necesitaba ver gráficos. Por otra parte, los ordenadores encontraban muy difícil la interpretación de gráficos. El problema clásico residía en conseguir que una máquina viera la diferencia entre la letra B y la letra D. Un niño podía hacerlo; era casi imposible que una máquina viera los dos dibujos y observara la diferencia.
—Te daré una interpretación gráfica —propuso Gerhard. Apretó varios botones, dejando oscura la pantalla. Al cabo de un momento, apareció un cuadriculado, y los puntos empezaron a centellear.
—Maldita sea —profirió ella al ver el gráfico.
—¿Qué sucede? —inquirió Gerhard.
—Está recibiendo estimulaciones más frecuentes. Ha pasado muchas horas sin ninguna, luego ha empezado a tenerlas cada dos horas. Parece que ahora el intervalo es sólo de una hora.
—¿Y qué? —preguntó Gerhard.
—¿No te sugiere nada?
—No, nada en especial.
—Tendría que sugerirte algo muy específico —dijo Janet—. Sabemos que el cerebro de Benson actuará conjuntamente con el ordenador, ¿verdad?
—Sí…
—Y que esta colaboración dará como resultado un proceso instructivo de alguna clase. Igual que cuando un niño intenta alcanzar la caja de galletas. Si cada vez que alarga la mano, se la golpeas, muy pronto dejará de intentarlo tan a menudo. Mira.
Trazó rápidamente un esquema.
—Bien —continuó explicando—, esto se llama coacción negativa. El niño alarga la mano, pero le hacen daño y, por lo tanto, deja de alargarla. No tardará en renunciar definitivamente a su idea. ¿De acuerdo?
—Claro —concedió Gerhard—, pero…
—Déjame terminar: Si el niño es normal, las cosas se desarrollan de este modo. Pero si el niño es un masoquista, el resultado es radicalmente distinto.
Dibujó otra curva.
—En este caso el niño intenta alcanzar las galletas más a menudo, porque le gusta que le golpeen. Debería ser una coacción negativa, pero se convierte en coacción positiva. ¿Te acuerdas de «Cecil»?
—No —admitió Gerhard.
El ordenador emitió un nuevo informe:
11:22 Estimulación.
—¡Oh! ¡Maldita sea! —exclamó—. Ya está sucediendo.
—¿Qué está sucediendo?
—Benson ha entrado en un ciclo de progresión positiva.
—No comprendo.
—Igual que «Cecil», el primer mono conectado por medio de electrodos a un ordenador; se le operó en 1965. Entonces el ordenador no estaba miniaturizado; era grande e incómodo, y al mono se le introducían verdaderos alambres. Bien. «Cecil» padecía epilepsia. El ordenador detectaba un ataque y lanzaba una descarga para detenerlo. Bien. Lógicamente los ataques —debieron haberse hecho menos frecuentes, del mismo modo que los intentos de alcanzar la caja de galletas. Pero sucedió exactamente lo contrario. A «Cecil» le gustaban las descargas. Y empezó a provocar los ataques con objeto de experimentar el placer de las descarga.
—¿Y eso es lo que está haciendo Benson?
—Creo que sí.
Gerhard meneó la cabeza.
—Escucha, Jan, esto es muy interesante, pero una persona no puede provocar ni detener ataques epilépticos a voluntad. No puede controlarlos. Los ataques son…
—Involuntarios —interrumpió ella—. Exactamente. No podemos controlarlos, del mismo modo que no podemos controlar los latidos del corazón, la presión sanguínea, el sudor, y demás actos involuntarios.
Hubo un largo silencio, hasta que Gerhard habló:
—Ahora vas a decirme que estoy equivocado.
La pantalla del ordenador centelleó:
11:32 — — — — — — — —
—Voy a decirte que has faltado a demasiadas conferencias —replicó ella—. ¿Qué sabes de la educación autonómica?
—Nada —confesó Gerhard después de una tímida pausa.
—Constituyó un gran misterio durante mucho tiempo. Según los cánones clásicos, la creencia era que sólo se podía aprender a controlar los actos voluntarios. Se podía aprender a conducir un coche, pero no a bajar la presión arterial. Naturalmente, existían aquellos yoguis que pretendían reducir el consumo de oxígeno de su cuerpo y disminuir los latidos del corazón hasta llegar al borde de la muerte. Podían invertir el peristaltismo intestinal y absorber líquidos por el ano. Pero todo esto no había sido probado… y era teóricamente imposible.
Gerhard asintió cautelosamente.
—Pues bien, resulta que es perfectamente posible. Se puede enseñar a una rata a enrojecer sólo en una oreja, la derecha o la izquierda, a tu elección. Se le puede enseñar a bajar o subir la presión sanguínea y acelerar o aminorar el latido cardíaco. Y se puede hacer lo mismo con las personas. No es imposible; puede hacerse.
—¿Cómo? —preguntó él, sin disimular su curiosidad. La timidez que pudiera haber sentido antes había desaparecido.
—Pues, con las personas de presión alta, por ejemplo, todo lo que hay que hacer es meterles en una habitación y ajustarles al brazo un medidor de presión sanguínea. En cuanto la presión baja, se dispara un timbre. Se recomienda al paciente que trate de hacer sonar el timbre lo más a menudo posible. Lo intentan, sólo por la satisfacción de lograr que suene el timbre. Al principio lo consiguen por casualidad. Pero muy pronto aprenden el medio de hacerlo sonar más a menudo, y al cabo de unas cuantas horas, el timbre suena casi constantemente.
Gerhard se rascó la cabeza.
—¿Y tú crees que Benson está provocando nuevos ataques para ser recompensado con las descargas?
—Si.
—Bueno, ¿qué diferencia puede haber? Sigue siendo imposible que sufra un ataque. El ordenador los evitará siempre.
—Estás equivocado —replicó ella—. Hace dos años, a un esquizofrénico noruego le fueron aplicados unos electrodos para que pudiera estimularse a voluntad, con la frecuencia que quisiera, un terminal de placer, Terminó por sufrir una convulsión por exceso de estimulaciones.
Gerhard hizo un gesto de aversión.
Richard, que seguía vigilando el ordenador, avisó de repente:
—Algo va mal.
—¿Qué sucede?
—Los informes han cesado.
Leyeron en la pantalla:
11:32 — — — — — — — —
11:42 — — — — — — — —
—Procura obtener del ordenador una extrapolación de esta curva —dijo Ross suspirando— y comprueba si ha entrado en un ciclo de progresión positiva y con qué aceleración. —Corrió hacia la puerta—. Voy a ver qué le ha sucedido a Benson.
La puerta se cerró de golpe. Gerhard volvió al ordenador.