Lo triste del caso era que no le gustaba el sonido de su propia voz, que tenía un tono áspero y estridente, aparte de que pronunciaba mal. McPherson prefería ver las palabras en su mente, como si hubieran sido escritas. Pulsó el botón del micrófono de la grabadora, «Numeral romano tres. Implicaciones filosóficas».
«III, Implicaciones filosóficas».
Hizo una pausa y contempló su despacho. El voluminoso modelo de cerebro descansaba en un extremo de su escritorio. Las revistas se amontonaban en los estantes, que cubrían toda una pared. Y el monitor de televisión. Ahora veía en la pantalla la repetición de la operación practicada por la mañana. Tenía el sonido desconectado, las imágenes lechosas se movían en silencio. Ellis estaba taladrando un agujero en la cabeza de Benson. McPherson, mirando hacia la pantalla, empezó a dictar:
—Esta operación representa la primera conexión directa entre un cerebro humano y un ordenador. Esta unión es permanente. Ahora bien, cualquier hombre sentado ante un ordenador, trabajando en íntima colaboración con él mientras teclea los botones, puede considerarse como unido al ordenador.
«Demasiado impreciso», pensó. Hizo retroceder la cinta cambió la frase:
—Ahora bien, cualquier hombre sentado ante un ordenador, trabajando en íntima colaboración con él mientras teclea los botones, está unido al ordenador. Pero esta unión no es directa. Esta unión no es permanente. Por lo tanto, esta operación representa algo completamente distinto. ¿De qué modo debemos considerarla?
«Una buena pregunta», pensó. Miró fijamente las imágenes televisadas de la operación, y luego continuó:
—En este caso podríamos considerar al ordenador como un aparato protésico (una prótesis). Del mismo modo que un hombre a quien se ha amputado un brazo puede recibir un equivalente mecánico del brazo que ha perdido, un hombre cuyo cerebro está dañado puede recibir ayuda mecánica para vencer los efectos de su lesión cerebral. Este es el juicio más optimista que puede hacerse sobre la operación, convierte al ordenador en una inmejorable pierna de madera. Sin embargo, las implicaciones van mucho más lejos.
Se detuvo para mirar la pantalla. Alguien en la estación emisora había cambiado las bobinas. Ahora ya no veía la operación, sino una entrevista psiquiátrica con Benson antes de ser intervenido. Benson estaba excitado, fumaba un cigarrillo y lo utilizaba para hacer ademanes agresivos mientras hablaba.
La curiosidad impulsó a McPherson a conectar el sonido.
«… Saben lo que están haciendo. Hay máquinas por doquier. Antes servían al hombre, pero ahora empiezan a dominarle. Muy sutilmente, pero pronto lo lograrán».
Ellis se asomo al despacho, vio la pantalla de televisión, y sonrió:
—¿Mirando las fotos «anteriores»?
—Intentando hacer un análisis —replicó McPherson, mientras señalaba la grabadora.
Ellis asintió y se retiró cerrando la puerta.
Benson estaba diciendo: «… Sé que traiciono a la raza humana, porque ayudo a acrecentar la inteligencia de las máquinas. Es mi trabajo, programar la inteligencia artificial, y…»
McPherson redujo el volumen hasta que se hizo casi inaudible. Entonces volvió a su dictado:
—Al hablar de la mecánica del ordenador, distinguimos entre elementos centrales y periféricos. ES decir, el ordenador principal se considera central aunque, en términos humanos, puede estar situado en un lugar remoto, como el sótano de un edificio, por ejemplo. Los elementos visuales del ordenador, el teletipo, las pantallas, etc., son periféricos. Se encuentran en los extremos del sistema, en distintos pisos del edificio.
Miró la pantalla de televisión. Benson parecía particularmente agitado. Aumentó el volumen y oyó: «… Haciéndose más inteligentes, Primero se inventaron las máquinas de vapor, después los automóviles y los aeroplanos, después las sumadoras. Y ahora los ordenadores, los sistemas de retroalimentación…»
McPherson desconectó el sonido.
—En el cerebro humano, la analogía es un cerebro central y terminales periféricos, como la boca, los brazos, las piernas. Estos llevan a cabo las instrucciones —la producción— del cerebro. En general, juzgamos el funcionamiento del cerebro por la actividad de estas funciones periféricas. Observamos lo que dice una persona, cómo actúa, y de ello deducimos cómo trabaja su cerebro. Esta idea es conocida por todos.
Contempló a Benson en la pantalla de televisión. ¿Qué diría Benson? ¿Estaría de acuerdo o disentiría? Aunque, a fin de cuentas, ¿qué importaba él?
—Ahora, sin embargo, con esta operación hemos creado a un hombre provisto, no de un cerebro, sino de dos. Posee su cerebro biológico, que padece una lesión, y tiene un nuevo cerebro ordenador, destinado a corregir esta lesión. Este cerebro nuevo ha venido a controlar al cerebro biológico. Esto hace que surja una situación nueva, El cerebro biológico del paciente es el terminal periférico… del nuevo ordenador. En un área determinada, el cerebro ordenador tiene un control total, y por consiguiente, el cerebro biológico del enfermo, es más, su cuerpo entero, se ha convertido en terminal del nuevo ordenador. Hemos creado a un hombre-terminal, una terminal única, extensa y compleja del ordenador. El paciente es el teletipo del nuevo ordenador, y para él es tan imposible controlar los mensajes que emite como lo es para una pantalla de televisión controlar la información que refleja.
«Tal vez esto sea un poco fuerte», pensó. Pulsó el botón, y dijo:
—Harriet, escriba este último párrafo, pero después yo he de repasarlo, ¿de acuerdo? Numeral romano cuatro, Sumario y Conclusiones.
«IV. Sumario y Conclusiones».
Hizo otra pausa, y volvió a aumentar el volumen de la voz de Benson. Este decía: «… Los odio, en especial a las prostitutas. Mecánicos de avión, bailarinas, traductores, empleados de gasolinera, la gente que fabrica máquinas, o que hace funcionar las máquinas, Y las prostitutas. Los odio a todos».
Mientras hablaba, Benson seguía manipulando agresivamente el cigarrillo.