Morris llevó a Benson, en camilla, a la sala de recuperación, un aposento largo, de techo bajo, que ocupaban los pacientes inmediatamente después de una operación. La Unidad Neuropsiquiátrica tenía una sala de recuperación especial para los pacientes cardíacos, y para los que habían sufrido quemaduras. Pero la sección de Neurocirugía, con sus numerosos equipos electrónicos, no había sido utilizada todavía. Benson era el primer caso.

Benson estaba pálido, pero su estado general era bueno; llevaba muchas vendas en la cabeza y en el cuello. Morris vigiló su traslado de la camilla de ruedas a la cama definitiva. En el extremo de la habitación, Ellis comunicaba por teléfono su informe operatorio. Marcando la extensión 1104, se conectaba con una máquina copiadora. El mensaje dictado sería más tarde escrito por una secretaria y agregado al historial de Benson.

La voz de Ellis sonaba desde el rincón:

—… Se practicaron incisiones en la región temporal derecha, y se taladraron agujeros de dos milímetros con un taladro K-7. La implantación de los electrodos Briggs se llevó a cabo con ayuda del ordenador, según el Programa LIMBICO. Esto, preciosidad, se escribe con letras mayúsculas: L-I-M-B-I-C-O. La colocación por rayos X de los electrodos fue determinada por el ordenador como dentro de los límites establecidos. Los electrodos se sellaron con tapones de fijación Tyler y cemento dental de grado 7. Los hilos de transmisión…

—¿Qué datos quiere de él? —inquirió la enfermera de la sala de recuperación.

—Funciones vitales Q cada cinco minutos durante la primera hora, cada quince durante la segunda, cada treinta durante la tercera, y después cada hora.

La enfermera asintió, mientras tomaba nota. Morris se sentó junto a la cama para escribir una breve nota operatoria.

Breve nota operatoria sobre Harold F. Benson.

Diagn. preoperatorio: epilepsia psicomotora (lóbulo temporal).
Diagn. postoperatorio: ídem.
Operación: implantación de dos haces de electrodos Briggs en el lóbulo temporal derecho, con colocación subcutánea de ordenador y generador de plutonio.
Medicación preoperatoria: fenobarbital 500 mg. atropina 60 mg. 1 hora anterior a la operación.
Anestesia: localmente lidocaína (1/1000) epinefrina.
Pérdida estimada de sangre: 250 cc.
Transfusión 200 cc D5/W
Duración de la operación: 1 hora 12 minutos.
Estado postoperatorio: bueno.

Cuando terminó de escribir la nota, oyó a Ross que decía a la enfermera:

—… Adminístrele fenobarbital en cuanto se despierte. —Había un acento de cólera en su voz. Morris la miró.

—¿Sucede algo?

—No —repuso ella.

—Parece enfadada.

—¿Tiene ganas de discutir conmigo?

—No —aseguró él—, claro que no, pero…

—Pues no se olviden del fenobarbital. Tenemos que mantenerle sosegado hasta que podamos hacer la confrontación.

Y abandonó apresuradamente la sala. Morris la miró marcharse, y después miró a Ellis, que aún estaba dictando, pero que había contemplado la escena. Ellis se encogió de hombros.

—¿Qué le pasa? —interrogó la enfermera.

—Está cansada, probablemente —respondió Morris. Ajustó el equipo monitor que ocupaba un estante por encima la cabeza de Benson. Lo puso en marcha y esperó a que se calentara. Entonces colocó la unidad provisional de inducción alrededor del hombro vendado de Benson.

Durante la operación habían sido conectados todos los hilos, pero todavía no funcionaban. Primero Benson tenía que ser «confrontado». Esto significaba determinar exactamente cuáles de los cuarenta electrodos podían detener un ataque epiléptico, y proceder a conectarlo al ordenador subcutáneo. Como el ordenador se hallaba debajo de la piel, el contacto sería realizado por un aparato inductor que atravesaba la epidermis. Pero la confrontación no podía hacerse hasta el día siguiente.

Mientras tanto, el equipo informaba sobre la actividad de las ondas cerebrales de Benson. Las pantallas sobre la cama lanzaban un destello verde, que hacía resaltar las líneas blancas de su electroencefalograma. El trazado era normal para ritmos alfa retardados por los sedantes.

Benson abrió los ojos y miró a Morris.

—¿Cómo se encuentra? —preguntó éste.

—Adormilado —repuso Benson—. ¿Cuándo empezarán?

—Ya hemos terminado —dijo Morris.

Benson asintió con la cabeza, nada sorprendido, y cerró los ojos. Entró un técnico del laboratorio de radioisótopos y empezó a comprobar, utilizando un contador Geiger, si había escape de radiaciones. No había ningún escape. Morris colgó la ficha del cuello de Benson. La enfermera la levantó, llena de curiosidad, la leyó, y frunció el ceño.

Ellis se acercó a ellos.

—¿No es hora de desayunar?

—Sí —repuso Morris—, es hora de desayunar.

Juntos, abandonaron la habitación.