El submarino se posó otra vez sobre el fondo, al lado del habitáculo. Norman entró en la esclusa del aire e inundó la cámara. Instantes después se descolgó por el costado y caminó hacia el habitáculo. Los conos de los explosivos Tevac, con sus destellantes luces rojas, tenían un aspecto extrañamente festivo.
—Atención, por favor. Catorce minutos, y contando.
Norman estimó el tiempo que necesitaría: un minuto para meterse en el habitáculo. Cinco, quizá seis, para ponerles los trajes a Beth y a Harry. Otros cuatro minutos para llegar al submarino y subirlos. Dos o tres minutos para efectuar el ascenso.
Muy cerca del límite.
Pasó por debajo de los grandes pilones de soporte, situados debajo del habitáculo.
—Así que has vuelto, Norman —dijo Beth a través del intercomunicador.
—Sí, Beth.
—¡Gracias a Dios! —exclamó ella, y empezó a llorar.
Norman estaba debajo del Cilindro A y la oyó sollozar a través del intercomunicador. Encontró la tapa de la escotilla y giró el volante para abrirla, pero estaba trabada.
—Beth, abre la escotilla.
Se la oía llorar por el intercomunicador, pero no respondió.
—Beth, ¿me oyes? Abre la escotilla.
Lloraba como una niña y sollozaba de modo histérico.
—Norman —suplicó—, por favor, ayúdame. Por favor.
—Estoy tratando de ayudarte, Beth. Abre la escotilla.
—No puedo.
—¿Qué quieres decir con eso de que no puedes?
—De nada servirá.
—Beth, vamos, no hables así.
—No lo puedo hacer, Norman.
—Claro que puedes. Abre la escotilla, Beth.
—No debiste haber venido, Norman.
No había tiempo para esto, ahora.
—Beth, recobra tu ánimo. Abre la escotilla.
—No, Norman. No puedo.
Y empezó a llorar otra vez.
Probó con todas las escotillas, una tras otra: Cilindro B, trabada; Cilindro C, trabada; Cilindro D, trabada.
—Atención, por favor. Trece minutos, y contando.
Estaba junto al Cilindro E, que se había inundado durante un ataque anterior. Norman vio la rasgadura de bordes irregulares, abierta como una boca que bosteza, en la superficie externa del cilindro. El agujero era lo bastante grande como para que Norman entrara por él, pero los bordes eran cortantes, y si se desgarraba el traje…
Consideró que resultaba demasiado peligroso. Se metió debajo del Cilindro E. ¿Tendría escotilla?
Encontró una y giró el volante; se abrió con facilidad. Empujó hacia arriba la tapa circular y la oyó golpear, con ruido metálico, contra la pared interior.
—¿Norman? ¿Eres tú?
Norman se izó al interior del Cilindro E. Estaba jadeando, como consecuencia del esfuerzo; sus manos y rodillas ya estaban sobre la cubierta del Cilindro E. Cerró la escotilla y la volvió a trabar; después se tomó un instante para recuperar el aliento.
—Atención, por favor. Doce minutos, y contando.
«Jesús —pensó—. ¿Ya?».
Algo blanco que pasó flotando frente a su luneta lo asustó. Se echó hacia atrás y se dio cuenta de que era una caja de copos de maíz. Cuando la tocó el cartón se le desintegró en las manos y los copos cayeron como una nieve amarilla.
Estaba en la cocina. Más allá del fogón vio otra escotilla, que conducía al Cilindro D. El D no estaba inundado, lo que quería decir que, de alguna manera, Norman tenía que restituir la presión en el E.
Alzó la vista y, en lo alto del mamparo, vio una escotilla que conducía al salón de estar en el que se abría la gran rasgadura de bordes filosos e irregulares. Trepó con rapidez. Necesitaba hallar algún tanque de gas. El salón estaba a oscuras, salvo por un reflejo que provenía de los reflectores exteriores y que se filtraba a través de la rasgadura. Cojines y trozos de acolchado flotando en el agua. Algo lo tocó. Giró sobre sí mismo y vio una cabellera oscura que tremolaba alrededor de un rostro y, cuando el cabello se apartó, Norman vio que parte del rostro faltaba, arrancado de modo grotesco.
Tina.
Norman sintió escalofríos. Alejó el cuerpo de un empujón y el cadáver flotó hacia el mar abierto; después, derivó hacia la superficie.
—Atención, por favor. Once minutos, y contando.
«Todo está sucediendo demasiado rápido», pensó. Apenas si quedaba tiempo. Necesitaba estar dentro del habitáculo ya mismo.
No había tanques en el salón de estar. Volvió a descolgarse a la cocina y cerró la escotilla de arriba. Miró el fogón y el horno. Abrió la puerta del horno y una ráfaga de gas burbujeó: aire atrapado.
No podía creer lo que veía, pero el gas seguía saliendo. Del horno abierto proseguía surgiendo un hilillo de burbujas.
Un hilillo contínuo.
¿Qué había dicho Barnes respecto a cocinar bajo presión? Había algo fuera de lo común, en relación con eso. Norman no lo podía recordar con exactitud. ¿Usaban gas? Sí, pero también necesitaban más oxígeno. Eso quería decir…
Tiró del fogón para separarlo de la pared. Gruñó por el esfuerzo. En ese momento encontró lo que buscaba: una rechoncha botella de propano y dos grandes tanques azules.
Tanques de oxígeno.
Giró las válvulas en estrella, sus dedos enguantados se movían con desmaña. El gas empezó a salir con un rugido. Las burbujas ascendían velozmente hacia el techo, donde el gas quedaba atrapado: la gran burbuja de aire se estaba formando.
Abrió el segundo tanque de oxígeno. El nivel de agua descendía con rapidez; ahora le llegaba a la cintura, y pronto le llegó a las rodillas. Después se detuvo: los tanques tenían que estar vacíos. No importaba, el nivel ya era suficientemente bajo.
—Atención, por favor. Diez minutos, y contando.
Norman abrió la puerta del mamparo que conducía al Cilindro D y entró para dirigirse al habitáculo.
La luz era mortecina. Un extraño moho, verde y viscoso, cubría las paredes.
Harry yacía inconsciente sobre el sofá, con la intubación endovenosa todavía puesta en el brazo. Norman sacó la aguja de un tirón, lo que hizo salir un chorro de sangre. Sacudió a Harry, para tratar de reanimarlo.
Los párpados del matemático se agitaron con rapidez pero, aparte de eso, no reaccionaba. Norman lo levantó, lo cargó sobre un hombro y se lo llevó.
Por el intercomunicador oyó que Beth seguía llorando:
—Norman, no debiste haber venido.
—¿Dónde estás, Beth?
En los monitores leyó:
SECUENCIA DE DETONACIÓN 09:32.
Cuenta regresiva. Los números parecían moverse con demasiada rapidez.
—Coge a Harry y vete, Norman. Marchaos los dos. Dejadme aquí.
—Dime dónde estás, Beth.
Norman estaba desplazándose desde el Cilindro D al C, pero no veía a Beth por ninguna parte. Harry era un peso muerto que llevaba al hombro, lo que le dificultaba el paso por las puertas de los mamparos.
—De nada va a servir, Norman.
—Vamos, Beth…
—Sé que soy mala, Norman. Sé que eso no se puede remediar.
—Beth…
La estaba oyendo a través de la radio del casco, por lo que no podía localizar de dónde venía el sonido; pero no se podía arriesgar a quitarse el casco.
—Merezco morir, Norman.
—Acaba con eso, Beth.
ATENCIÓN, POR FAVOR. NUEVE MINUTOS, Y CONTANDO.
Sonó una nueva alarma, era un sonido agudo e intermitente que se volvía más alto y más intenso a medida que pasaban los segundos.
Norman estaba en el Cilindro B, un dédalo de tuberías y equipos. El otrora limpio y multicolor cilindro mostraba ahora todas sus superficies cubiertas por un moho viscoso. De algunos sitios pendían hebras de fibra llenas de musgo. El cilindro tenía el aspecto de un pantano en medio de la jungla.
—Beth…
Ahora estaba callada. «Tiene que hallarse en este cuarto», pensó Norman. El Cilindro B siempre había sido el sitio favorito de Beth, el lugar desde el que se controlaba el habitáculo. Puso a Harry sobre la cubierta, apoyado contra una pared; pero como ésta se hallaba muy resbaladiza, Harry se deslizó hacia abajo y se golpeó la cabeza. Tosió y abrió los ojos.
—¡Jesús! ¿Norman?
Norman alzó la mano para indicar a Harry que debía permanecer callado.
—Beth… —llamó.
No hubo respuesta. Norman avanzó entre las viscosas tuberías.
—¿Beth?
—Déjame, Norman.
—No puedo hacer eso. Te llevaré a ti también.
—No, yo me quedo, Norman.
—Beth, no hay tiempo que perder.
—Me quedo, Norman. Merezco quedarme.
Entonces la vio: estaba acurrucada en la parte de atrás, metida entre las tuberías, llorando como una niña. En la mano tenía uno de los disparadores neumáticos, armado con una lanza de punta explosiva. Lo miro a través de sus lágrimas.
—Oh, Norman —dijo—. Nos ibas a abandonar…
—Lo siento. Estaba equivocado.
Empezó a caminar hacia ella, con las manos tendidas. Beth alzó el disparador.
—No, tenías razón. Tú tenías razón. Quiero que te vayas, ahora.
Por encima de la cabeza de Beth, Norman vio un monitor encendido; los números corrían hacia atrás inexorablemente: 08: 27… 08:26…
Norman pensó: «Puedo alterar esto. Deseo que los números dejen de avanzar».
Los números no se detuvieron.
—No puedes combatir conmigo, Norman —dijo Beth, siempre acurrucada en el rincón. Sus ojos ardían con furiosa energía.
—Ya lo veo.
—Queda poco tiempo, Norman. Vete.
Sostuvo el arma y la apuntó con firmeza hacia él. Norman tuvo la súbita sensación de lo absurdo que era todo aquello, de que había vuelto para rescatar a alguien que no quería ser rescatado. ¿Qué podía hacer ahora? Beth estaba encajada ahí atrás, lejos de su alcance; no podía prestarle ayuda. Apenas si quedaba tiempo para que él se fuera, por no mencionar a Harry…
Harry… ¿Dónde estaba Harry ahora?
«Quiero que Harry me ayude».
Pero se preguntaba si lograrían escapar; los números seguían yendo hacia atrás. En ese momento quedaban algo más de ocho minutos…
—Volví por ti, Beth.
—Vete. Vete ahora, Norman.
—Pero, Beth…
—¡No, Norman! ¡Hablo en serio! ¿Por qué no te vas?
Y entonces comenzó a sentir sospechas; empezó a mirar en derredor. Y en ese instante, Harry se paró detrás de ella y le dio en la cabeza un golpe con la gran llave inglesa que tenía en la mano; se oyó un repugnante ruido sordo, y Beth cayó.
—¿La maté? —preguntó Harry.
La profunda voz masculina dijo:
ATENCIÓN, POR FAVOR. OCHO MINUTOS, Y CONTANDO.
Norman se concentró en el reloj que marchaba hacia atrás: «Detente. Detén la cuenta regresiva».
Pero cuando volvió a mirar, el reloj seguía yendo para atrás. Oía la alarma… ¿Estaría la alarma interfiriendo su concentración? Volvió a intentarlo.
«Detente ahora. La cuenta regresiva se detiene. La cuenta regresiva se detuvo».
—Olvídalo —dijo Harry—. No funcionará.
—Pero debería funcionar —repuso Norman.
—No —dijo Harry—, porque Beth no está inconsciente del todo.
En el suelo, a los pies de ellos, Beth gimió y movió una pierna.
—Sigue teniendo la capacidad de controlarlo de alguna manera —dijo Norman—. Beth es muy fuerte.
—¿Le podemos poner una inyección?
Norman negó con la cabeza. No había tiempo para volver por la jeringuilla. De todos modos, si le administraban la inyección y no servía, sería tiempo desperdiciado.
—¿La golpeo otra vez? —propuso Harry—. ¿Más fuerte? ¿La mato?
—No —dijo Norman.
—Matarla es la única alternativa…
—No —repitió Norman, mientras pensaba: «No te matamos a ti, Harry, cuando tuvimos la oportunidad».
—Si no la matamos, nada puedes hacer en cuanto al cronómetro —dijo Harry—. Así que lo mejor será que nos larguemos de aquí cuanto antes.
Y ambos corrieron hacia la esclusa de aire.
—¿Cuánto tiempo queda? —preguntó Harry.
Estaban en la esclusa de aire del Cilindro A, tratando de ponerle el traje a Beth, la cual gemía; en la parte posterior de la cabeza la sangre le había apegotado el cabello. Forcejeaba un poco, lo que hacía más difícil vestirla.
—¡Jesús! Beth… ¿Cuánto tiempo hay, Norman?
—Siete minutos y medio, quizá menos.
Las piernas ya estaban dentro; rápidamente le introdujeron los brazos en las mangas, le cerraron el cierre automático del pecho y abrieron el paso de aire. Norman ayudó a Harry a ponerse su traje.
ATENCIÓN, POR FAVOR. SIETE MINUTOS, Y CONTANDO.
—¿Cuánto calculas que se necesita para llegar a la superficie? —preguntó Harry.
—Dos minutos y medio, una vez que nos hayamos metido en el submarino.
—Espléndido.
Norman acomodó el casco de Harry, hasta que se trabó con un ruido seco.
—Vamos.
Harry descendió al agua y Norman bajó el cuerpo exánime de Beth, que pesaba mucho, por el tanque y los lastres.
—¡Vamos! —le apremió Harry.
Norman se zambulló.
Una vez llegados al submarino, Norman trepó hasta la escotilla, pero su peso hacía que la pequeña nave, que no estaba amarrada, se meciera de manera incontrolable. Harry, de pie en el fondo, trató de empujar a Beth hacia Norman, pero la mujer continuaba doblándose por la cintura. Al querer agarrarla, Norman cayó del submarino y resbaló hasta el fondo del mar.
ATENCIÓN, POR FAVOR. SEIS MINUTOS, Y CONTANDO.
—¡Aprisa, Norman! ¡Seis minutos!
—Lo he oído, maldita sea.
Se puso de pie y volvió a trepar al mini-submarino, pero ahora su traje estaba cubierto de lodo y los guantes, resbaladizos. Harry estaba contando:
—Cinco veintinueve… Cinco veintiocho… Cinco veintisiete…
Norman agarró el brazo de Beth, pero ella se escurrió de nuevo.
—¡Maldición, Norman! ¡Agárrala por arriba!
—¡Lo estoy intentando!
—Ahí va otra vez.
ATENCIÓN, POR FAVOR. CINCO MINUTOS, Y CONTANDO.
Ahora la alarma tenía un sonido muy agudo. Para oírse entre sí, Norman y Harry tenían que gritar más alto que el zumbido.
—Harry, dame a Beth.
—Bien, tómala…
—No alcanzo…
—Aquí…
Por fin Norman pudo asir la manguera de Beth, justo por detrás del casco. Se preguntaba si resistiría el tirón, pero tenía que correr el riesgo; agarrando la manguera, izó a Beth hasta que quedó de espaldas sobre la parte superior del submarino. Después la fue bajando lentamente por la escalerilla.
—Cuatro veintinueve… Cuatro veintiocho…
Norman tenía dificultades para mantener el equilibrio. Metió una pierna de Beth en la escotilla; pero la otra rodilla se había doblado y se atascó en el reborde; Norman no podía conseguir bajar a Beth. Cada vez que se inclinaba hacia adelante para extenderle la pierna, todo el submarino se inclinaba, y Norman empezaba a perder el equilibrio de nuevo.
—Cuatro dieciséis… Cuatro quince…
—¡Déjate de contar y haz algo!
Harry apretó su cuerpo contra el costado del submarino, para contrarrestar el balanceo con su peso. Norman se inclinó hacia adelante y enderezó la rodilla de Beth, que se deslizó con facilidad por la escotilla abierta. Norman se metió después de ella. Era una esclusa de aire diseñada para que pasara una sola persona cada vez; pero como Beth estaba inconsciente, no podía operar los controles.
Norman tendría que hacerlo por ella.
ATENCIÓN, POR FAVOR. CUATRO MINUTOS, Y CONTANDO.
Norman estaba atascado en la esclusa, con su cuerpo apretado contra el de Beth, pecho contra pecho; el casco de ella golpeaba contra el de él. Con dificultad, tiró de la escotilla para cerrarla sobre su cabeza. Expulsó el agua mediante una furiosa irrupción de aire comprimido. Ahora, al no estar sostenido por el agua, el cuerpo de Beth se combaba pesadamente contra el del psicólogo.
Norman pasó los brazos alrededor de la mujer para alcanzar la escotilla interna, pero el cuerpo de ella le bloqueaba el camino. Trató de girarla y ponerla de costado; en aquel reducido espacio, Norman no podía conseguir ningún punto de apoyo en el cuerpo de Beth, que era un peso muerto. Trató de apartarlo hacia otro costado de la esclusa para intentar llegar a la escotilla.
En ese momento el submarino se empezó a ladear: Harry estaba trepando por el costado.
—¿Qué diablos pasa ahí?
—¡Harry! ¿Por qué no te callas?
—Bueno, ¿a qué se debe tanta demora?
La mano de Norman se cerró sobre el asidero del cerrojo interior. Le dio un empellón hacia abajo, pero la puerta no se movió, pues las bisagras estaban colocadas para que se abriesen hacia dentro. Norman no podía, estando Beth con él en el interior de la esclusa; el cuerpo de la mujer impedía el movimiento de la puerta.
—Harry, tenemos un problema.
—Jesucristo… Tres minutos treinta.
Empezó a sudar. Realmente tenían problemas ahora.
—Harry, tengo que pasártela a ti y entrar solo.
—¡Por Dios, Norman…!
Inundó la esclusa de aire y, una vez más, abrió la escotilla exterior. El equilibrio de Harry, que estaba subido encima del submarino, era precario. Aferró a Beth por el tubo de aire y tiró de ella hacia arriba.
Norman extendió el brazo para cerrar la escotilla.
—Harry, ¿puedes hacer que los pies de Beth no me estorben el paso?
—Estoy tratando de mantenerme en equilibrio aquí.
—¿No ves que sus pies están bloqueando…?
Con irritación, Norman empujó los pies de Beth a un lado. La escotilla se cerró y retumbó con sonido metálico. El aire pasó rugiendo al lado de Norman. La escotilla recuperó presión.
ATENCIÓN, POR FAVOR. DOS MINUTOS, Y CONTANDO.
Estaba en el interior del submarino, cuyo tablero de instrumentos emitía un fulgor verde.
Abrió la escotilla interior.
—¿Norman?
—Inténtalo y bájala —dijo Norman—. Hazlo lo más rápido que puedas.
Pero estaba pensando que se hallaban en un terrible peligro: se necesitaban treinta segundos, por lo menos, para conseguir que Beth pasara por la escotilla, y treinta segundos más para que bajara Harry. Un minuto en total.
—Ella ya está dentro. Púrgalo.
Norman se abalanzó a la purga de aire y expulsó el agua de la esclusa.
—¿Cómo lo hiciste tan rápido, Harry?
—Siguiendo el procedimiento que la naturaleza tiene para hacer que la gente pase por sitios estrechos —contestó Harry.
Norman no llegó a preguntar qué quería decir eso, pues al abrir la escotilla vio que Harry había empujado a Beth de cabeza a través de la esclusa. La cogió por los hombros y la dejó caer sobre el suelo del submarino; luego cerró de un golpe la escotilla. Instantes después oyó el rugido del aire que irrumpía, cuando Harry purgó también la esclusa.
La escotilla del submarino produjo un ruido metálico. Harry entró y dijo:
—¡Cristo, un minuto cuarenta! ¿Sabes cómo manejar esta cosa?
—Sí.
Norman se instaló en el asiento y puso las manos sobre los controles.
Oyeron el ruido de las hélices y sintieron su sorda vibración. El submarino cabeceó y se separó del fondo del mar.
—Un minuto treinta segundos. ¿Cuánto dijiste que se tardaba en llegar a la superficie?
—Dos minutos y medio —respondió Norman.
Ajustó la velocidad de ascenso y la puso más allá de uno con noventa y ocho; la llevó hasta el valor máximo del dial.
Oyeron el silbido agudo del aire cuando se vaciaron los tanques de lastre. El submarino se elevó con brusquedad; después, empezó a subir rápidamente.
—¿Esto es lo más deprisa que puede ir?
—Sí.
—¡Jesús!
—Tómalo con tranquilidad, Harry.
Al mirar hacia abajo pudieron ver el habitáculo con sus luces. Y después las largas líneas de explosivos dispuestas alrededor de la nave espacial. Superaron la altura de la enhiesta aleta y la dejaron atrás. Ahora sólo podían contemplar las negras aguas.
—Un minuto veinte.
—Doscientos setenta metros —dijo Norman.
Había muy poca sensación de desplazamiento. Sólo el constante cambio de los cuadrantes del panel de instrumentos indicaba a los tripulantes que se estaban moviendo.
—No es lo bastante rápido —dijo Harry—. Allá abajo hay una tremenda cantidad de explosivos.
«Sí es lo bastante rápido», pensó Norman para corregir lo dicho por Harry.
—La onda expansiva nos aplastará como a una lata de sardinas —predijo Harry, meneando la cabeza.
«La onda expansiva no nos hará daño».
Doscientos cuarenta metros.
—Cuarenta segundos —dijo Harry—. Creo que nunca lo vamos a lograr.
—Lo lograremos.
Estaban a doscientos diez metros, y subían con rapidez. Ahora el agua tenía un tenue color azul: era la luz solar, que se filtraba hacia las profundidades.
—Treinta segundos —contó Harry—. ¿Dónde estamos? Veintinueve… veintiocho…
—Ciento ochenta y seis metros —dijo Norman— …ciento ochenta y tres…
Miraron hacia abajo, por el costado del submarino: apenas podían distinguir el habitáculo, reducido a tenues puntitos de luz muy por debajo de donde estaban los tres científicos.
Beth tosió.
—Es muy tarde ya —dijo Harry—. Desde el principio supe que nunca lo lograríamos.
—Sí, lo lograremos —rectificó Norman.
—Diez segundos —apremió Harry—. Nueve… ocho… ¡Agárrate fuerte!
Norman atrajo a Beth hacia su pecho, cuando la explosión agitó el submarino, lo hizo girar como un juguete y lo puso con la proa para abajo; después lo volvió a su posición normal y lo levantó.
—¡Mamá! —gritó Harry; pero seguían subiendo, todo había salido bien—. ¡Lo logramos!
—Sesenta metros —dijo Norman. Ahora el agua que los rodeaba era de un azul claro. Norman apretó varios botones y redujo la velocidad de ascenso, pues en ese momento estaban subiendo con demasiada rapidez.
Harry gritaba y daba palmadas en la espalda a su compañero.
—¡Lo logramos! ¡Maldita sea, Norman, hijo de puta, lo logramos! ¡Sobrevivimos! ¡Nunca pensé que podríamos hacerlo! ¡Sobrevivimos!
Norman tenía problemas para ver los instrumentos, debido a las lágrimas que le nublaban la vista.
Y entonces tuvo que entrecerrar los ojos, ya que la brillante luz del sol invadió la abovedada cabina transparente, cuando el submarino emergió; vieron un mar en calma, el cielo azul y nubes algodonosas.
—¿Ves eso? —gritó Harry en los oídos de Norman—. ¿Ves eso? ¡Es un remaldito día estupendo!